domingo, 30 de noviembre de 2008

Travesía


¿Qué es una aventura?, si no el reflejo de un sueño propiedad de otra persona en algún momento ya distante. O tal vez el anhelo de alcanzar lo desconocido. Las aventuras de amor son diferentes, llevan el toque de atracción, seducción y culminación. Las que se desarrollan en el mar son nostálgicas desde antes de tocar las olas y se vuelven fotografías en la mente, incluso cuando se dice que pierde uno la memoria se pueden escapar nombres, direcciones, números telefónicos, mas no así esos retratos.

Quizá por esa razón a Mauricio Carrera (Ciudad de México, 1959) le surgió la necesidad de plasmar en literatura la fotografía que llevaba incrustada en sus ojos desde hace años. Una expedición de 3 mil 500 kilómetros en lanchas con motor de difícil manejo. Países que aparecen en el mapa pero pocos se han atrevido a explorar, y menos aun con una preparación tan básica, por decir algo elegante, como la que tuvieron Carrera y sus compañeros de tripulación.

Comandados por el capitán Jacques Desjardins, fueron muchos quienes llenaron la solicitud pero pocos los elegidos. El proceso de selección fue tomando en cuenta un poco la experiencia, otro tanto los perfiles y un porcentaje mayor el azar. Pero siempre es así cuando se trata de aventuras, el destino no pone numeración en las puertas que hay que abrir, ni tampoco el nombre de las embarcaciones que atravesarán el oleaje.

El peligro en tierra y en el océano es similar, las ciudades encarnan peligro, una tormenta combinada con una decisión mal tomada en el mar, en una embarcación de pequeñas dimensiones a gran velocidad, puede ser el adiós con los compañeros de fuga; las dimensiones cobran valor diferente con el paso del cansancio, con la comida que ya no sabe sino sólo ocupa lugar en el estómago, con la enfermedad que se contagia a la menor provocación, con las ganas de regresar, de escapar, pero también de seguir, pues la ventura impone, sugiera, atrae.

Se dice que al pueblo que fueres has lo que vieres, y justo eso el también autor de El club de los millonarios, Saludos de Darth Vader y Tormenta, entre otros títulos, encarnó en su paso por Venezuela, Colombia, Panamá, Aruba, Curazao y sus diminutos poblados, tan llenos de historias, de cultura propia, de enseñanza, igual de grande que la distancia que los tiene sumidos en esa lejanía que no reconoce el paso de la modernidad, que le estorba al desarrollo, pero que sin duda alimenta el arcoiris terrenal.

El humor es un cómplice en las líneas de Travesía, y es que toda aventura debe contar con tintes de humor. Desde la invitación con un par de güeras de muy buen ver que acaban teniendo relaciones entre ellas dejando sólo como vouyeur al protagonista, hasta las burlas por las cosas cotidianas, debido muchas de ellas al desconocimiento del contexto, pues que incursione un citadino en el mar centroamericano no es cosa de todos los días, no hay libros que ayuden a manejar con destreza la diferencia de tiburones y su peligrosidad, la penetración de la humedad, la condimentación de un alimento recién preparado, la temperatura bajo el sol que puedes resistir a cierta hora, aunque no así a los mosquitos kamikazes.

Estas crónicas marineras, que merecieron el Premio Nacional de Testimonio Chihuahua en 2006, son una muestra de la voz de un joven que fue, pero también es cierto que ya está trabajada por un experimentado escritor que se ha sabido mover entre el ensayo, el cuento, la novela y el periodismo, y es que estas crónicas están llenas de todos ellos, quizá más del periodista, ese que husmea y palpa, da noticia y en este caso, también hace noticia.

Mauricio Carrera ha obtenido una cantidad considerable de premios e incluso ha gozado o goza de la beca que brinda el Sistema Nacional de Creadores, además tuvo momentos de fama al ser el escribano de Anel, al publicar su libro Volcán apagado. Mi vida con el Príncipe de la canción, y las telenovelas tampoco le son ajenas. Toda esa mezcla rara es en buena medida el reflejo del trabajo y la disciplina, porque si bien pareciera que sus libros (y sus muchas colaboraciones en suplementos y revistas) aparecen de manera poco separada, en cada uno de ellos hay voluntad y voz propia, independencia de acuerdo a géneros e intereses, respiración necesaria que es buena consejera.

En el caso de Travesía, crónica y periodismo se dan cita, y es que se sabe que no puede separarse, y para bien, la vena literaria de un narrador que comparte, que sirve en el vaso de la literatura una bebida con varios elementos que al final resulta de buena factura, fresca pese al calor de las costas centroamericanas, y fácil de digerir por la buena dosis de complicidad con que fue enmarcada. Es cierto aquello de que el viaje nunca termina y cada página de esta obra es un nuevo episodio que lo confirma.

Mauricio Carrera, Travesía. Crónicas marineras, Ficticia Editorial, México, 2008; 187pp.

Texto aparecido en la revista Siempre de esta semana.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Ética y política universitaria

De las bondades que trajo consigo el siglo XXI está la inmediatez. De allí el bombardeo diario de imágenes, sonidos y noticias. También que el teléfono celular nos haya robado los fines de semana, que las crisis financiera y económica, tanto mediática como real, tenga espantados a más de uno, y a más de dos amarrados a su silla junto al escritorio. Sin olvidarnos de los procesos electorales tanto fuera como dentro de nuestro país, lo cual anuncia que ya ha terminado el turno de los unos para que ingresen los otros, no importando el nombre o el color.

Pero en este clima debe haber espacios todavía para la ética o, al menos, los resquicios para encontrarla, sobre todo en la academia, en las instituciones de educación. “La ética es una especie de tecnología, pues todos los fines están dados”, dice Isaiah Berlin en el capítulo dedicado a Helvétius en el volumen La traición de la libertad. Como esa, muchas definiciones del concepto hemos escuchado a lo largo de nuestra formación.

Para intentar una nueva propuesta sobre el tema, el profesor de la Universidad Autónoma de Coahuila, José María González Lara, publicó el libro Ética y política universitaria, que son, como lo dice en el subtítulo, comentarios en torno al quehacer político en la universidad pública.

En el prólogo deja ver lo que será una constante de ideas por venir, pues tiene claro que el compromiso universitario “es la permanente transformación de la sociedad hacia niveles de organización cada vez más justos, equitativos y democráticos”. Pero no sólo para dejarlo en papel, el espíritu de la propuesta es llevar a cabo acciones concretas en beneficio de los integrantes de ese mundo que se expande para bien.

Cómo darle buen uso a la ética en los tiempos actuales con los videojuegos robando identidades, cómo no dejarse llevar por la vorágine de la tecnología cuando pasamos tanto tiempo enfrente de la computadora. Cómo hacer entender que “la universidad no debe albergar sólo la tecnología, sino los orígenes científicos del desarrollo tecnológico”. Debe venir de cada quien y, por supuesto, del conjunto. No regresar, sino de nueva cuenta volver a los valores que le dan sustento al comportamiento y a la creación, al desarrollo.
Gonzáles Lara cree que desde la misma docencia y la investigación hasta su aplicación técnica, la raíz de la ciencia debe surgir del humanismo, sin embargo, acota sus características, pues no puede ser un humanismo que celebre la individualidad, sino uno “que potencie el desarrollo del individuo y logre progresos que lleguen a toda la sociedad”.

Evitar abusos de las autoridades
Las prisas pueden generar confusiones pero sí se deja claro que “autonomía no es impunidad y autogobierno sin transparencia”, se pueden tender las bases. No es crítica sin ton ni son, ni tampoco carta de buenos deseos, es simplemente un recordatorio de que la ética debe respirarse y ayudar en momentos como los actuales, donde las preocupaciones se atraviesan en cualquier esquina, donde el buen humor acorta su margen de acción y donde cada quien carga con una piedra de incertidumbre.

De allí buena parte de la importancia cuando se trata con alumnos, cuando se está frente a grupo. Esto lo comparte muy bien el académico, y lo deja por escrito de la siguiente forma: “Si se introduce a los estudiantes a un esquema articulado de intereses únicamente personales, se pueden generar vicios que son resultado del egoísmo, afectando la formación integral de los educandos”.

Además, la teoría no puede ni debe estar alejada de la práctica. Pero qué pasa cuando el estudiante se enfrenta a la realidad y cuando su capacidad técnica (por llamarla de alguna forma) no va ligada a una madurez intelectual. El catedrático ve un resultado en los egresados poco halagüeño, pues adquieren “frustraciones y descontento respecto de los estudios superiores que realizaron en su vida universitaria”.

Porque la universidad, por su esencia misma, no está para generar problemas, sino al contrario, proponer soluciones guiada por un camino que lleve a la ética en los primeros lugares. “De la universidad deben surgir las respuestas a la problemática social, con la aplicación de la ciencia y las disciplinas para ese fin”. González Lara va más allá: “La moral es relativa a la persona y sus circunstancias, pero la ética es universal”.

La conclusión de cada quien deberá ser esperanzadora de acuerdo con cada pensamiento propio. Las propuestas de cada institución en sus particularidades deberán unirse para logran un empuje conjunto en el que la vida académica penetre más en los lazos comunicantes con la sociedad. Los productos que de ella emanen deberán ser, pues, en beneficio común, de eso no hay duda, allí no está el debate.

La propuesta debería ser, en este momento de crispación (con sucesos lamentables por varios costados, con la palabra crisis siendo una constante en el cotidiano, con jóvenes en medio de conflictos que marcarán su futuro), de suma importancia, y siempre girando en torno al papel ético de la universidad y sus distintas formas para volverse una bocanada de oxígeno que refresque a todos. Como dijo Emmanuel Kant, con respecto de la ética: “Obra de tal modo, que la máxima de tu voluntad pueda valer en todo tiempo como principio de legislación universal”.

Texto aparecido en Campus Milenio el día de hoy jueves 27 de noviembre.

martes, 25 de noviembre de 2008

El Auditorio Nacional de Fuentes

Anoche en el Auditorio Nacional tuvo lugar un evento más dentro del festejo del ochenta aniversario del gran escritor Carlos Fuentes. El músico Carlos Prieto abrió la velada con su magia al entonar tres piezas musicales. Luego vino lo más desagradable de la velada: una especie de diálogo entre los escritores Jorge Volpi y Pedro Ángel Palau, quienes conminaron a los asistentes a que fueran Ixca Cienfuegos, Laura Díaz, Artemio Cruz, con una segunda persona del plural que los hacía escapar de esa sugerencia, pues cómo iba a ser que integrantes de un movimiento cada vez más endeble como el “crack” se iba a integrar a un “fueramos” personajes de Fuentes, personajes del boom. Sumado a su pirotecnia verbal sin profundidad como aquella “victoria invicta” o escribir México con K.

Por su parte, luego de esa desafortunada introducción, Carlos Fuentes (quien se veía cansado e incluso tosió un par de veces, tal vez motivado por el excesivo aire acondicionado del recinto) habló de cómo escribió algunos de los sus libros, y lo hizo de manera notable, ágil, entretenido, divertido, leyendo fragmentos de Aura, Terra Nostra y La voluntad y la fortuna.

El gran escritor llenó la parte baja y lateral del coloso de Reforma, hizo gala de su poder de seducción al leer en voz alta (con entonaciones, cambios de ritmo, pausas adecuadas), enamoró con sus letras, con su manera de explicar las cosas, conferenciante de lucidez inmediata, Carlos Fuentes nos regaló un agradable momento que pocos, muy pocos, pueden presumir.

viernes, 21 de noviembre de 2008

La noche navegable: temor y temblor

El Cultural es el suplemento cultural que aparece los jueves en el diario El Mundo de España, es todo un referente, de lo más completo que se enfrenta semana a semana a Babelia y a ABCD (sin olvidar al suplemento del diario catalán La Vanguardia), los otros estandartes en suplementos culturales en habla española del viejo continente. En el número de esta semana aparece el escritor mexicano Juan Villoro con este texto que vale la pena compartirlo y al leerlo sabrán por qué.

Escribí los cuentos de La noche navegable de los diecisiete a los veintidós años, sin plena conciencia de que estaba armando un libro. El hilo conductor eran los ritos de paso de la juventud. En una carta a un amigo, escribió el poeta Carlos Pellicer: “Tengo veintitrés años y creo que el mundo tiene mi misma edad”. En cierta forma, mi libro participaba de esta idea, un descubrimiento de las cosas como si tuvieran mi misma edad.

Augusto Monterroso, que era mi maestro de taller, leyó el manuscrito y lo llevó a la editorial Joaquín Mortiz, fundada por Joaquín Díez Canedo, republicano español que creó la mejor colección de literatura mexicana. Debutar ahí era como hacerlo en el Barcelona o el Real Madrid. Por ello, los tiempos de espera eran terribles. El libro que más se tardó en ser publicado hizo ocho años de antesala y llevaba un título que se volvió irónico: Los días de la paciencia, de Óscar Collazos.

Monterroso llevó mi manuscrito en 1976. Don Joaquín lo aceptó entre carraspeos no muy entusiastas y bocanadas de humo de pipa. Publicó el libro en 1980, un plazo que casi parecía exprés. Durante esos cuatro años, yo solía ir a la editorial a sustituir mi texto por otro un poco cambiado. Quien aguarda su primera publicación no puede pasar a otra cosa. Sólo cuando La noche navegable saliera a la calle podría ser autor de otro texto. Era como tener un caballo de carreras que ya estaba en el hipódromo y comía ahí su pienso, pero no salía de la caballeriza.

Quiso la casualidad que un libro anterior al mío, Los periodistas, de Vicente Leñero, se convirtiera en best-seller. Díez Canedo odiaba vender; lo que le gustaba era publicar títulos distintos. En estos tiempos de mercado cuesta trabajo imaginar editores rabiosamente culturales. Tal era el sino de Don Joaquín. No soportaba que su catálogo dependiera del gusto popular. Sin embargo, tampoco podía impedir que un libro tuviera éxito, por más que eso le desesperara. En una de mis visitas a la editorial, me llevó a la bodega y señaló unos inmensos rollos de papel: “¡Todo eso va a dar a Los periodistas!”, dijo con pesadumbre, como si el triunfo de un libro fuera el fracaso de todos los demás.

Finalmente, el 24 de octubre de 1980 la Ciudad de México se cimbró con un terremoto y Díez Canedo me habló por teléfono para decir: “a consecuencia del temblor, salió su libro”.

En aquel tiempo anterior a los agentes literarios y los megaconsorcios, los editores compartían la suerte de sus autores y cada título formaba parte de su autobiografía. No había planes de mercado ni anticipos, y el contrato –si acaso aparecía– se manchaba con el vino del almuerzo. Díez Canedo fue de una desafiante sinceridad conmigo. Para celebrar la aparición de mi libro, me invitó a un restaurante español donde el menú incluía cuatro o cinco platos. Al final, pidió la caja de puros. Envalentonado por la comida, le pregunté si me pagaría algo. En ese momento un vendedor de billetes de lotería entró al salón. Díez Canedo lo llamó y le compró uno. Me lo tendió con un gesto hosco: “Si usted busca dinero, con esto tiene más oportunidades de ganar que con lo que escribe”. Tomé el billete que, por supuesto, no estaba premiado.

Hubo una presentación en Bellas Artes a la que no llegué. El miedo o el deseo de sabotaje, me hicieron ir dos horas antes a un barrio en una colina del sur de la ciudad. Emprendí desde ahí la ruta de penitencia rumbo a mi presentación. Dos horas después seguía en el tráfico. La noche navegable contó con el favor de la crítica, pero ningún comentario fue para mí tan decisivo como el de mi inolvidable primer editor: “a consecuencia del temblor, salió su libro”.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Entre las ruinas

El Anuario de poesía mexicana 2007 que publica el Fondo de Cultura Económica es una especie de rastreo de publicaciones que dedican espacio a la poesía. En esas páginas se convocan poetas de diversos perfiles. Una de las más reconocidas es Coral Bracho, de quien transcribo y comparto este poema que viene en esta edición preparada por Julián Herbert, y que originalmente apareció en la sección cultural de Este País.

Entre las ruinas

Este hotel es una antigua escuela,
uno lo siente a pesar del tiempo.
A pesar de los mundos derruidos,
de los espacios rotos. Los que viven aquí
parecen estar de paso. Unas horas
al día. Algunos meses.
Seguramente
tienen sus propios cuartos,
pero dan la impresión de estar siempre cambiando.
Hace tiempo que busco entre estas ruinas mi habitación.
No sabría decir desde cuándo, pero ahora
he salido a lo que debió ser un jardín
o algún patio trasero.
Desde aquí todos los espacios están invertidos.
Tal vez reconozca la fisonomía de mi cuarto
por su revés. O tal vez reconozca de él
algún sonido.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Instantáneas del ebrio

Armando González Torres acaba de publicar Teoría de la afrenta en la colección Práctica Mortal del Conaculta. Poeta y ensayista, el autor de ¡Que se mueran los intelectales! viene en esta nueva obra con una voz original que llama la atención, compoarto por el momento este texto que se titula Instantáneas del ebrio

"En ese rostro se adivina una euforia pasajera, un gusto por las sensaciones etéreas, un extravío, un sueño ininteligible mas siniestro, la mueca de una estirpe sin gloria, el cansancio de tantas noches sin sosiego, un gesto implorante por todos los exabruptos cometidos en esas horas sin rienda, al mismo tiempo un extraño dejo de altivez en los ojos enrojecidos, ojeras a punto de estallar sobre las mejillas hinchadas —un signo de salud, por otro de enfermedad— se diría que los labios de un rojo cólera van a empuñar una palabra, que van a expulsar una frase homicida que, por fin, redima todo su silencio, pero sólo se entreabren para dejar una merecida, imprescindible bocana de aire.”

La reseña verá la luz muy pronto.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Tres discursos


El subrayado en los libros de Carlos Fuentes es un acto imprescindible. Las frases contundentes son el infaltable elemento de disfrute para el lector que atesora sus palabras. Premiado y leído (otro premio, quizá mejor) sobre todo como narrador, el Fuentes ensayista también ofrece un perfil alto en el análisis de la realidad.

Uno de esos libros pequeños, extraviado, que no esconden la paternidad, es el titulado Tres discursos para dos aldeas, perteneciente a la Colección Popular en su número 489 del FCE, y son, como bien lo dice el nombre, tres discursos que Carlos Fuentes leyó al recibir el Premio Cervantes en 1987; en París a expensas de la UNESCO, y en Ciudad Universitaria de México, DF, en un Coloquio de Invierno.

El primero de ellos, Mi patria es el idioma español, es un agradecimiento sincero y un homenaje al primer idioma que le ayudó a comunicarse. Un canto también al orgullo: “Mi pasaporte mexicano —el de ciudadano de México— he debido ganarlo, no con el pesimismo del silencio sino con el optimismo de la crítica. No he tenido más armas para hacerlo que las del escritor: la imaginación y el lenguaje”.

En esas líneas el autor de Aura habla de sus querencias, de los objetos y sentimientos que hallan acomodo en su mente y sentimientos tanto en México como en España. Al país del águila devorando la serpiente lo califica como herencia y por ello la indeferencia queda descartada. La historia no está allí para admirarla simplemente sino para entender los motivos por los cuales estamos en una situación como la actual. Por eso comparte la idea de que la lengua de la conquista fue también la de la contraconquista, y todavía va más lejos: “sin la lengua de la colonia no existiría la lengua de la independencia”.

Pero no se queda allí, sino que conmina de manera directa para que el lenguaje utilizado en varios ámbitos suba su nivel, sea un canal de comunicación y entendimiento y no de discordia e insultos, él lo afirma así: “Nuestra imaginación política, moral, económica, tiene que estar a la altura de nuestra imaginación verbal”. De allí su admiración por Cervantes, de allí su inclinación por lo escrito, de allí también que lea cada día, que ubique acomodo para la lectura en su apretada agenda.

El segundo discurso Los próximos quinientos años comienzan hoy, fue leído en la sede de la UNESCO en la capital de Francia, como parte de los festejos por el descubrimiento del nuevo mundo (1492-1992). En él, sus líneas tuvieron un mayor acercamiento a la cultura y su vida alrededor. Como ejemplo baste una de sus definiciones: “La cultura es la manera que cada cual tiene de dar respuesta a los desafíos de la existencia”. O este otro apunte: “Sólo la cultura, que es amor y amistad, creación y crítica, eros y tánatos, asegura la continuidad de la vida a pesar de la inevitabilidad de la muerte”.

Ensaya con gran sigilo por las partes que nos exploraron hace tiempo y que en buena medida nos siguen explorando, pero ahora con un conocimiento mayor, aunque también con los problemas que trajo consigo el desarrollo: “Somos lo que somos porque juntos hicimos la cultura que nos une: india, europea, africana y sobre todo, mestiza. Una cultura que predice la naturaleza y los problemas del mundo en el siglo XXI”. Los problemas que ahora ya en el nuevo siglo continúa analizando.

El último discurso de este pequeño ejemplar es Después de la guerra fría: los problemas del nuevo orden mundial, pronunciado en el auditorio Alfonso Caso en CU de México DF, en 1992; y como su nombre lo indica versa sobre los acontecimientos que conlleva un reacomodo geopolítico, cultural, económico, que través de las guerras, a veces con armamento de grueso calibre, cobran facturas de dimensiones inimaginadas, sacrificando vidas, y castigando el desarrollo, cortando de raíz con la certidumbre del mañana.

El reto es claro para Fuente desde ese entonces: “el verdadero desafío es el de una sociedad interna sana. Y es un desafío que coloca el tema social en el centro de la relación de un país consigo mismo”. A la vuelta de los días podemos ver cuanta razón tenía y el poco caso que le han hecho a sus palabras. Allí los resultados, allí la acusación.

Y es que como señala el también autor de Terra nostra: “El problema no es más Estado o menos Estado, sino mejor Estado. Y el mercado no es fin en sí mismo, sino medio para obtener mejores metas sociales”. Sin embargo, pareciera que en la época actual estas ideas van separadas, cada una por su cuenta, cada cual con su cada quien.

Tomas Eloy Martínez en el prólogo a este volumen afirma sobre Carlos Fuentes que “Cada uno en sus libros es un acto de fe en el hombre, una deslumbradora piedra en la interminable edificación del mundo”. Y con visiones como la siguiente del autor de La voluntad y la fortuna queda claro el por qué: “Mientras más y mejor entendamos y aceptemos nuestra pluralidad racial y cultural india, negra, europea, ibérica, mediterránea, celta, griega, romana, árabe, judía, mestiza en todos los órdenes, mejor preparados estaremos para dirigirnos a las dos aldeas que habitamos: la global donde vivirán nuestros hijos y la local donde murieron nuestros padres”.

Sumado a lo anterior queda la constancia del agradecimiento y reconocimiento de Carlos Fuentes pues cada discurso está dedicado a una personalidad que ha querido celebrar de alguna manera (Javier Solana, Federico Mayor y Bernardo Sepúlveda), demostrando así humildad y reconocimiento. De tal suerte que Tres discursos para dos aldeas sea un ejemplar de esos extraviados en las gigantescas columnas de sabiduría de una librería o biblioteca, pero que de hallarlo se disfrutará porque el análisis inteligente y la sabiduría por compartirlo de Carlos Fuentes está en todas sus aportaciones, no sólo en la narrativa.

Carlos Fuentes. Tres discursos para dos aldeas, Fondo de Cultura Económica Colección Popular 489), México, 1993, pp. 97.

Texto aparecido en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica de noviembre de 2008.

jueves, 13 de noviembre de 2008

La maleta de mi padre III


La tercera y última parte del libro de Orhan Pamuk La maleta de mi padre se titula "En Kars y en Frankfurt", y a continuación transcribo los subrayados que hice, en los cuales podemos entrever cuestiones que van de la política a la novela, de la ficción a la realidad, del sentimiento del ser humano a su misma soledad y su infelicidad. Este libro del Premio Nobel 2006 contempla lo que de suyo es el devenir del lector: un acto de reflexión conjunto que nace de la individualidad y permea en un colectivo que a veces se resiste a ser penetrado.

“Al contrario de lo que se cree, para un novelista la política no consiste en consagrarse a partidos o grupos. Para un novelista, la política es algo que se origina en al imaginación, en la capacidad que tiene el autor de una novela de ponerse en el lugar de otro”.

“Leer novelas significa enfrentarnos a la imaginación del autor y a una realidad a la que pertenecemos y en la que hurgamos con curiosidad”.

“La mayor parte de las veces, la razón de nuestra felicidad o nuestra infelicidad es, más que la vida que llevamos, el significado que le damos”.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

La maleta de mi padre II

La seguda sección de este libro firmado por Orhan Pamuk se llama El autor implícito, y en él encontramos líneas como las que ahora comparto:

“Según me voy haciendo mayor, veo que los mejores libros los han escrito autores muertos”

“La vida es dura cuando no se escribe. Es dura porque no se ah podido escribir. Y también lo es cuando se escribe porque escribir es muy difícil”.

“Las novelas son nuevos mundos en los que nos introducimos felices si las leemos, y más su las escribimos: están hechas de manera que pueden transportar con facilidad todos los sueños que los novelistas quieran forjarse”.

“La escritura es la capacidad de hacer que el lector diga: «Yo también iba a decir eso pero no he sido capaz de ser tan niño»”.

“No es tan difícil imaginar un libro. Lo hago a menudo, como imaginar que soy otro. Lo difícil es ser el autor que implica tu libro”.

martes, 11 de noviembre de 2008

La Reina del Pacífico

Cada libro del periodista Julio Scherer García (Ciudad de México, 1926) lleva su sello, su toque, el grado de distinción e identificación tan propio de su especie. El periodismo luce, sale para convertirse en el primer flanco que toque el brillo lector. Como en otras ocasiones, analiza al sujeto que será ahora el blanco de sus preguntas

Ahora le tocó a Sandra Ávila Beltrán el papel de la interrogada. Y lo toma si no de buen agrado al menos sí como una escapatoria de la rutina gris y tediosa de la prisión. En las palabras de la habitante de Santa Marta Acatitla se notan varios sentimientos encontrados, las añoranzas de lo que fue.

Tarda poco para entrar en confianza, sin moverse mucho de su papel, sin caer en incoherencias, pues sabe que toda declaración ante el periodista es una nota en potencia. Las respuestas monosilábicas al inicio, con aderezo al final, ayudan a que la lectura tome su velocidad natural promedio.

En la plática los recuerdos van saliendo a la luz como se bebe agua por necesidad. El exdirector de Proceso en sus reiteradas visitas al penal le ha llevado material de lectura, algunos libros de su autoría como Cárceles o Máxima seguridad, donde Ávila Beltrán ubica el nombre de algunos conocidos.

Las frases dignas de epitafio aparecen a discreción: “Los muertos se suceden a los muertos, los secuestros a los secuestros y así seguirá siendo. Si cae un oficial, de inmediato es sustituido y si muere o es preso un capo, al rato aparece el sucesor”. Sobre todo en un mundo donde como dice la famosa presa, las traiciones son más que las lealtades.

Lo cierto es que la lectura hace que cobre sentido esa frase de que la realidad supera la ficción: las fiestas suceden en lugares recónditos sólo accesibles mediante helicópteros, los asesinatos a sangre fría dejan un cadáver a los pies de una dama. En esos espacios “el odio en el narco, no indaga. Siempre tiene prisa”, dice una de sus protagonistas.

Por momentos la mujer parece no soportar su peso, las lágrimas no dichas del todo simulan caer, habla de su hijo y el dolor de recomendarle que no la visite, de su madre, ese apoyo siempre significativo en su vida, de su esposo, fallecido, de sus amores posteriores, detenidos, perseguidos, con una vida que tiene que ser en zigzag para poder llegar a un lugar del cual nuevamente habrá que salir.

Ella siente que el gobierno del presidente Felipe Calderón la ha tomado como una imagen de la lucha contra el narco. Se siente usada, las pruebas que han construido en su contra no son sólidas, la fragilidad de las acusaciones hace que se mantenga en pie, pues sabe pronto estará la salida, aunque “los medios de comunicación te difaman y la opinión pública te condena”.

La Reina del Pacífico es para Sandra Ávila Beltrán un espacio, quizá lo mejor que ha tenido para exponer sus puntos de vista sobre su persecución y detención; y para Scherer García una nueva obra que constata de buena hechura sus dotes de periodista, ágil con las preguntas, puesto a escuchar siempre, construye de a poco un libro que de paso, comparte con los lectores muchos de los supuestos de los que ven de lejos un mundo que tiene cada vez menos de humano.

Julio Scherer García, La Reina del Pacífico: es la hora de contar. Ramdom House Mondadori, México, 2008, 174 pp.

Texto aparecido en la revista Siempre de esta semana.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Fuentes: el amigo de todos nosotros

Por destino, generaciones recientes como la mía no vimos nacer la región más transparente del aire. Tengo indicios de ella por las páginas de un volumen que marcó época y fue el inicio (si bien hubo un libro anterior) de una obra fecunda que todavía no se ha analizado completamente.

Su autor, Carlos Fuentes, es integrante fundador de la generación del boom latinoamericano. Pero en sus letras se aborda sobre todo un reflejo del ser nacional, del ser mexicano. Su trayectoria literaria ha sido atendida por muchos lectores; desde su volumen inicial Los días enmascarados, aparecido en 1954, Fuentes ha ocupado los reflectores, pero fueron sus novelas La región más transparente (1959) y La muerte de Artemio Cruz (1962), las que lo catapultaron a la fama mundial.

Él, ciudadano del mundo, se sienta en las grandes mesas con políticos internacionales que comandan sus países, publica artículos en los diarios más influyentes, dicta conferencias magistrales y tiene códigos postales con los que nutre su pluma. Además, recibe reconocimientos en ambos lados del mundo, le dedican palabras elogiosas por su obra, tanto literaria como de vida.

Quizá donde ha sido más constante su perfil es en el de observador de los cambios radicales de una urbe que le pertenece por derecho: la Ciudad de México, quien deseé encontrarle coordenadas a la capital debe leer por obligación sus libros, ciclo que se cierra, como él mismo lo ha declarado, con la novela La voluntad y la fortuna de reciente aparición.

Integrante, como lo soy, de una generación reciente, no conozco en persona a Carlos Fuentes, no lo he visto en conferencias, nunca he estrechado su mano y, por ende, no he tenido ni siquiera la oportunidad de intentar ser su amigo. Vaya, ni siquiera tengo un libro firmado por él. Pero sí soy un lector constante de gran parte de su obra, y quizá por todo ello, por esta relación anómala para mí, pero natural entre un autor y su lector, la imagen admirativa que tengo de él me resulta incompleta.

Además estoy consciente de que ciertos protagonistas de sus obras han hablado por mucho mexicanos en estos años. Ya sea para atravesar los siglos mexicanos o instalados en el actual, cargando a cuestas elementos para profundizar su mediocridad o bien para levantar la cabeza con orgullo y talante.

Es complicado seguirle la pista a Carlos Fuentes, graduado en Derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México y en el Instituto de Altos Estudios Internacionales de Ginebra, en Suiza, pues además de su prolífica obra narrativa, cuenta en su haber con artículos periodísticos (los recientes versaban sobre el proceso electoral en Estados Unidos, así como de su crisis económica), con discursos, guiones cinematográficos y piezas teatrales, de allí que su obra está en constante actualización, en movimiento siempre creativo. Las reediciones son una muestra más del pulso que mantiene.

¿Qué tiene el Carlos Fuentes escritor de La cabeza de la hidra, Terra nostra, Gringo viejo, que al leerlo causa sentido de pertenencia en este mundo? ¿Qué provoca Aura a aquellos que caminan las mismas calles y leen en el diario matutino el anuncio que sólo falta mencionar su nombre? ¿Qué sensaciones siguen luego de leer las páginas de En esto creo?

Cierto es que la vida social también le es conocida. Así como también ha estado en medio de un lío, baste recordar lo escrito por Enrique Krauze (La comedia mexicana de Carlos Fuentes, en Vuelta 139 de junio de 1988), que en parte acrecentara la distancia de Fuentes con Octavio Paz, aunque a la muerte del Premio Nobel de Literatura de 1990, Fuentes publicara textos de buen recuerdo para quien firmara Libertad bajo palabra.

La pluma de nuestro autor no descansa porque es de aquellos que le da sentido de dignidad a las palabras: trabajo, disciplina, responsabilidad. Incluso son mencionadas las dedicatorias en sus libros como un elemento más de su inteligencia, pese a que para algunas voces ha tenido rachas de no tan alto grado de calidad, sin embargo, la línea más débil de Carlos Fuentes conlleva valores en peligro de extinción no sólo en el ámbito literario.

De su vida privada casi no se habla, la desgracia ha hablado en su momento. De su importancia como figura pública es de lo que se trata, de entablar un debate al que pocos han decidido ingresar. El trazado en su obra corresponde sólo al tamaño de uno de los grandes.

Ahora, en su ochenta aniversario salen y saldrán a la luz artículos, reseñas, reportajes, declaraciones, de los que se dicen sus amigos. Brotarán las anécdotas, pero seguirán sin punto final. Este 11 de noviembre, en el aniversario de sus ochenta años de vida, con un reconocimiento que rebasa fronteras, tenemos que celebrar con él, porque somos parte de su literatura.

Sin conocerlo en persona o haberle estrechado su mano alguna vez, como ya lo dije, quiero decirle a Carlos Fuentes que todos los que como yo lo admiramos y apreciamos, nos consideramos sus amigos, y eso nos da derecho a desearle con toda sinceridad un feliz cumpleaños.

Texto aparecido en Campus hoy jueves.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

La maleta de mi padre I

El Premio Nobel de Literatura 2006 Orhan Pamuk publicó luego de recibir el galardón el ejemplar La maleta de mi padre. Dividido en tres secciones, este pequeño libro resulta ser agradable al tacto y a la memoria. Es un viaje al interior y al pasado, donde se recrea y se piensa de nuevo sobre la faz de la tierra. Allí, enfrenta sus miedos y sus deseos.

Algunas de las citas de su primera parte quiero compartir, pues en ellas habla del trabajo, del desempeño de quienes escriben:

“Escribir es verter en palabras esa mirada hacia el interior, y estudiar con paciencia, obstinación y alegría un mundo nuevo según se va cruzando por el interior de uno mismo”.

“la literatura es la capacidad de hablar de nuestra propia historia como si fuera la de otros y de la de otros como si fuera la nuestra”.

“Escribir, leer, era como salir del primer mundo y encontrar consuelo en la otredad, las curiosidades y las maravillas del segundo”.

“Escribir es hablar de cosas que todo el mundo sabe pero que no sabe que sabe. Explorar este conocimiento, desarrollarlo y compartirlo, le proporciona al lector el placer de viajar maravillado por un mundo que conoce bien. Por supuesto, ese placer también nos lo proporciona la capacidad de expresar por escrito con todo su realismo las cosas que conocemos”.

martes, 4 de noviembre de 2008

Memo Mondragón q.e.p.d.

La escritora Ana María Matute afirmó “La palabra es el arma de los humanos para aproximarse unos a otros”. Lo recuerdo ahora porque este martes 4 de noviembre a medio día ha fallecido el Licenciado Guillermo Mondragón, excelente compañero de trabajo en mi etapa en la Dirección General de Bibliotecas donde fungió como Subdirector de Enlace Interinstitucional.

Muchos de los que tuvimos el gusto de conocerlo hoy nos sentimos tristes, en gran parte por el dolor y la pena que da el partir de una gran persona, siempre dadivoso, con un ánimo para ver la vida de forma original y diferente. Hombre con experiencia, sirvió a diversas dependencias federales, y ya estaba por retirarse, pero su empeño siempre loable hizo que siguiera en este camino ayudando a más gente y enseñándonos a muchos más.

Por cuestiones del ámbito laboral me ha tocado dar la mala noticia a mucha gente alrededor del país, y en todos he notado un verdadero pesar que comparto. Mi más sentido pésame a la familia, a su mujer Flor, y mi más grato recuerdo a Memo Mondragón que quien donde esté, siempre tendrá un segundo para escucharnos.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Memorias eróticas de una mujer árabe

Nedjma es el nombre de una legendaria amazona de la poesía argelina, y tras la sombra de ella se esconde y hace frente la autora de La almendra, novela que narra la vida de una mujer que tiene múltiples facetas. Se llama Badra y desde el prólogo hace público que este relato lo alza, "como se levanta una copa, a la salud de las mujeres árabes, para quienes recuperar la palabra confiscada en relación con el cuerpo equivale a curar a medias a sus hombres".

Trazado con genuinos y bellos pasajes de erotismo, la historia cuenta las peripecias de Badra al escapar del yugo de su marido, en un matrimonio obligado, forzado de acuerdo a las tradiciones de la época y la región. Pero también es un grito de batalla por la liberación en el amplio sentido del término, incluso el sexual. No en balde se exponen también sus pasiones de lujuria desde temprana edad.

Dichas faenas de la protagonista hace ver que encontraba mayor felicidad cuando la caricia provenía de alguien del mismo sexo, como una prima a quien recuerda con fervor ya que "su dedo se convirtió en el visitante titular de mi intimidad". Pero la escapatoria seguía siendo el mayor triunfo, "haberme atrevido a coger el tren para huir de mi marido convertía todas las demás audacias en chiquilladas", confiesa en algún momento la protagonista.

La familia juega un papel importante en la trama, desde Alí el hermano mayor, pasando por los parientes cercanos y por supuesto la progenitora, a quien Badra en un momento dado la ubica como el blanco de su resentimiento porque a punto estuvo de blindarle el sexo, en sus pala bras, y porque la había obligado a casarse con Hmed, el esposo del que huyó para encontrar una nueva forma de explorar el mundo sexual, y empezar a descubrir y a compartir su vida íntima, sus deseos, sus sueños, su humedad con los demás.

Así, como toda continuación de una vida, Badra deja Imchouk, su tierra natal, para asentarse en Tánger, territorio marroquí, donde conoce los brazos de Driss, médico burgués bien parecido que la sedujo a pesar de la diferencia de edades, ya que pudo más el deseo sexual que nunca había sentido con su marido, por eso el tono de la narración también se altera, ahora es más jugoso y placentero hasta para el lector. Para muestra esta línea con la que Badra describe el paso de Driss por su cuerpo: "Me desnudó con gestos lentos y delicados, como se desprende una almendra verde de su tierna piel".

El tono confesional ("ante los pecados de una mujer, los ángeles son hombres como los demás") con el cual se van presentando los acontecimientos en una mezcla de remembranza y presente, hacen entrañable al personaje, pero también a la voz narrativa quien deja en claro que su vida y su alma, "no es más que una andén de estación donde permanezco de pie mirando caer a los hombres", lo cual por lapsos, y con ciertas ideas se asemeja más a una voz masculina que no deja de admirar la almendra desde el sentido más erótico y sexual del término. La almendra viene a darle soporte a la literatura de corte erótico por la buena trama, sus descripciones y la complicidad que logra con el lector.

Nedjma, La almendra. Memorias eróticas de una mujer árabe (traducción Cora Cebza), Maeva ediciones, España. 2005 (segunda edición); 223pp.