viernes, 9 de abril de 2010

El fondo y forma de las alianzas políticas

El debate sobre las alianzas de partidos políticos opositores ha tenido diferentes tonos, comentarios y ahora consecuencias. El mundo de la opinión se ha dejado llevar con la visión centralista que da la lectura de los diarios nacionales, donde percibimos los centrícolas un gobierno emanado del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en la capital, un gobierno federal de origen en el Partido Acción Nacional (PAN) en la residencia oficial de Los Pinos, y un poder Legislativo dominado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), por lo cual algunos suponen que así es en todo el territorio nacional, mas pocas veces se analiza el contexto local para comprender en verdad el espíritu democrático de una alianza como las que están gestando el PAN y el PRD principalmente en algunas entidades como Durango, Oaxaca, Hidalgo, Puebla y Sinaloa.

Resulta necesario señalar ciertos puntos sobre las alianzas y las experiencias que ha habido en México: primero, el candidato que ha triunfado ha sido ex priista, como en su caso lo fue Antonio Echevarría en Nayarit en 1999 con la alianza PAN-PRD-PT-PRS, así como Pablo Salazar Mendiguchía un año después con la Alianza por Chiapas integrada por el PRD-PAN-PTPVEM- PCD-PAS-CD-PSN, algunas de estas instituciones ya incluso desaparecidas.

Si, por el contrario, quien encabeza la alianza proviene de una fuerza partidista propia, es más probable el fracaso. Ejemplo de esto último tenemos al actual diputado Javier Corral, quien en 2004 abanderó la alianza “Todos Somos Chihuahua” integrada por el PANPRD- Convergencia, que buscaba la gubernatura y fue rebasado por el actual gobernador José Reyes Baeza.

Aunque nunca está de más citar los hechos históricos que ubican en la elección presidencial de 1988 una alianza opositora (si bien todos de izquierda) encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas que tuvo grandes posibilidades de triunfo y que ahora forma de alguna manera parte importante en este crucigrama político.

El segundo punto es que todas las candidaturas de los cargos en disputa deben ser aliancistas, suena lógico pero este detalle genera problemas sobre todo porque siembra confusión entre la ciudadanía al momento de votar. El mayor riesgo radica en la repartición dentro de quienes conforman las alianzas. La candidatura por sí misma es un logro, el triunfo o fracaso es otra historia.

Tercero, el tejido fino de los acuerdos para asegurar en la medida de lo posible que todos van a apoyar, incluidos aquellos que no quedaron como elegidos. Aunque este punto aplica a todos los partidos incluso cuando van solos en la elección, el PRI tiene experiencia, cuando sale fortalecido bajo la lógica del candidato de unidad no hay quien detenga la maquinaria. Al contrario, un mal amarre genera fisuras que fragmentan el trabajo y ponen en riesgo la victoria. De ese rompimiento se nutren las filas de quienes encabezan luego la oposición.

Nada asegura que en la alianza todos sumen. Alianzas entre personajes de los partidos políticos claro, porque no hay que dejar de lado otros poderes fácticos como la iglesia o los empresarios que también tienen cupo en este escenario, quienes están conscientes de que los problemas internos locales al momento de postular candidatos pueden marcar la diferencia.

Como sabemos las elecciones se ganan con votos, y los cuadros que se trabajan por años en las secciones, los distritos locales así como en las alcaldías, son una parte sustancial del resultado; si no se logra un arreglo tajante, la simulación puede debilitar cualquier coalición o acuerdo.

Se deben cuidar más que nunca a detalle los puntos que quizá antes no tenían tanto lucimiento o requerían mayúscula iluminación, como por ejemplo la capacitación de los representantes en las casillas, el reparto de los recursos, el perfil netamente jurídico del proceso, la movilización el día de la jordana electoral, la producción y colocación de publicidad, la propuesta discursiva, entre otros.

Veamos los resultados en el caso particular de la próxima elección para gobernador en Durango. La gubernatura de hace seis años arrojó el siguiente resultado: PRI 260 mil 546 votos con un 52.6 por ciento; PAN 155 mil 666 votos con un 31.4 por ciento; PRD-PT-Convergencia 49 mil 430 votos con un 10 por ciento, Partido Duranguense 14 mil 350 votos con un 2.9 por ciento y 10 mil 90 votos nulos con un 2.4 por ciento. En una suma rápida bajo este sólo resultado vemos que la alianza opositora no le llega al partido que llevó a Ismael Hernández Deras al Palacio de Gobierno.

Pero vamos a los resultados de años anteriores, en el 2009 para diputado federal, el PRI ganó los cuatro distritos, el resultado fue: PRI 247 mil 336 votos con un 51.54 por ciento; PAN 117 mil 380 votos con un 24.4 por ciento; PT-Convergencia 32 mil 608 votos con un 6.8 por ciento, PVEM 24 mil 252 votos con un 5 por ciento y hasta el fondo el PRD con 22 mil 248 votos con un 4.6 por ciento.

Tres años antes la competencia estuvo más cerrada por el mismo cargo, incluso el PAN obtuvo una diputación, y las otras 3 el PRI-PVEM, los resultados fueron: PRIPVEM 219 mil 216 votos con un 38.8 por ciento; PAN 212 mil 385 votos con un 37.6 por ciento y PRD-PT-Convergencia 95 mil 754 votos con un 16.9 por ciento.

Y una tercera medición, para sentir el pulso más cercano es el de diputados locales y alcaldes, en el caso de los primeros en 2007 el PRI por su propia cuenta obtuvo 10 distritos y en alianza con el PANAL y el PD otros 5, los resultados de votos totales fueron: PRI 114 mil 394 votos con un 31.6 por ciento; PRI-PANAL-PD 80 mil 526 votos con un 17.6 por ciento; PAN 167 mil 546 votos con un 36.6 por ciento; PRD 18 mil 838 votos con un 4.1 por ciento y PT-Convergencia con 20 mil 513 votos y un 4.5 por ciento. En el caso de alcaldes se repartieron de la siguiente forma: para el PRI-PANAL-PD 9, PRI-PANAL 8, PT-Convergencia 1, PRD 2 y PAN 9.

Con estos números podemos entender que, por un lado, los resultados históricos dan una señal de hacia dónde se ha inclinado la balanza, ya sea por un liderazgo muy marcado, por un candidato de peso o por una decepción, alimentada esta última sobre todo por un alcalde o diputado local mal calificado, mal evaluado, mal querido, pudiendo provocar que el voto en este sector mire hacia otro sentido. O en su defecto emanado por un ánimo de cambio entre la gente, máxime en entidades donde aún no se ha dado la alternancia.

A hora bien, hay que observar los casos donde ha habido declinaciones de candidatos a favor de otros, cuánto realmente han sumado, entendida ésta como una alianza de facto y no formal. El año pasado en Campeche, el candidato a gobernador del PRD, Francisco Brown Gantús a pocos días de la elección se retiró de su opción y apoyó la campaña del candidato del Acción Nacional: Mario Ávila; el PRD traía alrededor de 3 por ciento en las encuestas, y su resultado final fue de 0.8 por ciento, con la misma información podemos observar que uno de esos puntos se fue al PAN y el otro al de la alianza PRI-PANAL que llevó a Fernando Ortega Bernés a la gubernatura. El objetivo en suma no fructificó.

Esto nos lleva al lugar común de que no necesariamente suman los votos de los partidos políticos que conforman una alianza. Habría que preguntar, en esta generación de tantas encuestas, si los panistas del voto duro (que no todos son de extrema derecha), votarían a favor de un candidato que lleva también las siglas y colores del perredismo; o si los radicales que siguen a Andrés Manuel López Obrador apoyarán la opción que encabece alguien que representa a una clase como la del presidente Felipe Calderón o al del ex presidente Vicente Fox.

A lo cual se debe agregar las calificaciones altas de rechazo que tiene el partido del sol azteca en buena parte del país, una carga que le pesará al PAN a final de cuentas. Porque si bien es cierto que el fin justifica los medios: legalmente, esto es, dentro del orden jurídico existe espacio viable para la alianza, el detalle quizá se ubique en que lo que no se estipula en el margen legal se deja de lado: esperanzas, valores, creencias, filosofías, perfiles, liderazgos. Máxime, como estamos viendo, cuando la alianza tienen como eje de comunicación la destrucción del otro, del enemigo, dejando de lado la construcción de un modelo de desarrollo estatal diferente que en verdad beneficie a la gente. La idea central del cambio en su máxima expresión, sin fundamento de fondo, sólo la forma de que sean otros colores porque los que están ya aburrieron, porque los que van a concluir su periodo ya son y se sienten caducos, porque la gente que los enarbola representa el pasado, y ahora, ha llegado el momento de ver más allá.

La propuesta, pues, es el derrocamiento de un supuesto mal, con el complemento de la llegada de un cambio enarbolada por una mezcla de colores e ideologías diversas. Como ya se ha mencionado, en esa mezcla interna de la alianza nada garantiza que los derrotados en las batallas por las candidaturas trabajen en sus distritos, ayuntamientos o zona de influencia.

El punto de negociación se limita, porque si bien cuando es una sola la fuerza partidista donde se realizan las negociaciones, caben siempre las promesas a futuro, “en la siguiente te toca”, pero qué se promete cuando se forma una alianza, esto no siempre queda tan claro y genera fricciones. Los espacios a repartir son limitados por más que se traten de expandir: candidaturas, puestos en el gabinete, prebendas en programas sociales, espacios en el mismo partido, entre otras, tienen etiqueta y se deben cumplir compromisos.

O bien se pueden destinar plazas de menor rango en la negociación para mejorar la posición, pero la repartición nunca deja satisfecho a nadie; de allí que desde antes de empezar hay quienes se sienten derrotados y deciden mejor ir por sí solos pues de esa forma pueden tener más beneficios, como el caso Partido del Trabajo en Durango y Zacatecas.

Además de todo lo anterior, hay que señalar como cuarto y último punto el poder de los gobernadores en sus estados. Ante la ausencia de un presidente priista, los gobernadores tricolores han cobrado un grado de influencia mayúsculo, y su músculo de operación y decisión es el que inclina la balanza, para muestra hay que ver las llamadas nominaciones “precandidaturas de unidad”.

Aunque como dato fundamental también hay que observar que los casos donde han ganado las coaliciones han sido con un gobernador saliente priista mal calificado, y actualmente quien cubre ese perfil es Ulises Ruiz en Oaxaca, no en balde allí es donde están aterrizando más apoyos para la causa aliancista, mientras que en otros es más bien de brillo artificial.

En definitiva, hay que calibrar en las próximas elecciones cuánto en verdad suma una alianza, sus protagonistas y personajes de reparto, así como preguntarnos qué le deja a una ciudadanía que se decidirá por propuestas que se perfilan más hacia la acusación que hacia la construcción. Si aumenta o disminuye la participación de la ciudadanía con la presencia de la alianza.

Sin dejar de lado el laboratorio que significa para la antesala de la elección presidencial del 2012, la cual cada día está más cerca, aunque para llegar a ese piso hacen falta algunos escalones. Algunos de ellos se levantarán en julio. Los líderes de los partidos lo saben y en medida de ello están actuando o reaccionando.


Texto aparecido en la revista METAPOLÍTICA del actual número abril-junio 2010.