lunes, 31 de enero de 2011

Las noches difíciles

Si hay un escritor dueño de la sensibilidad irónica que viste el tema de la intriga y la muerte es Dino Buzzati (1906-1972), quien un año antes de su muerte publicó Las noches difíciles, un conjunto de relatos en su estilo más puro, ése que tiene acostumbrado a su público lector.
La narrativa en estado de germinación, pues de él brotan las emociones y sentimientos más encontrados del ser humano, difícil es leer a Buzzati sin que se mueva algo en la mente de quien lo percibe, complicado si no es imposible que paseen inadvertidas sus letras.
Ya en Sesenta relatos (también editado por Acantilado) pudimos darnos un festín de sensaciones, ahora esta reciente entrega confirma lo que de suyo le pertenece al autor, una magia de buenas coincidencias, de trabajo esforzado en tramas, personajes, elementos que para otras plumas no causan tanta penetración y que en el también autor de El colombre simplemente toman rumbo definitorio.
El juego de elementos variados es parte de su formación, de dimensiones que no aparecen más allá de unas cuantas líneas, explota su gusto por la narración breve para ponernos en una encrucijada: “¿Era un sueño? ¿O era una verdad? Aunque pudiera contarlo o escribirlo, nadie me iba a creer”. Y es cierto, por qué creerle, en qué basa su pregunta, hace pensar a quien comparte la lectura.
Como “Alias en la vía Sesostri”, una narración impecable, con el sarcasmo a flor de piel, en un juego de rutinas que se rompen para cambiar el curso de la vida: “Confieso que también yo me sentía profundamente turbado. Si un hombre de valía tan venerado y digno caía de golpe en el fango y el aprobio, ¿en qué se podía creer ya?”.
Ésa es una pregunta certera, en qué creer, ya no tanto en quién (imposible evitar señalar “El médico de las fiestas”, que como su nombre lo dice es un especialista en rescatar festejos para alegría de la gente). Acaso dependerá del emisor, como en “El ermitaño” que señala: “Las tentaciones te las manda el cielo justamente para que te dejes arrastrar por ellas y te hundas en el lodo y que tal abyección te traiga amargas lágrimas”.
Esto es, va de lo festivo a lo crudo, de la fantasía, como su propia versión de la Cenicienta, hasta el recuerdo de la realidad más anhelada como el primer párrafo de “Mosaico”: “Milagro: cada vez pasan menos coches, ya no se oye ladrar a los cláxones, hay un cielo límpido, por la mañana el automóvil aparcado junto a la acera no está sucio de esmog, el teléfono no está sonando continuamente, el buzón está casi vacío. ¿Qué sucede? Qué alivio, qué paz, qué silencio. Pero, ¡ay, qué bonitos eran aquellos tiempos!”.
“Relato a dos” es un ejercicio literario que debería proponerse como opción en la instrucción básica para que los estudiantes empleen de mejor forma la imaginación. Mientras que en “Invenciones” se vive el padecimiento de un hospital de una manera diferente todos allí son enfermos, el doctor, enfermeras, administrativos, todos padecen algo. Y lleva por moraleja una sentencia que seguramente más de uno hemos vivido: “Lo más desagradable de un hospital es ver que todos los demás no están enfermos”.
En Las noches difíciles podemos ubicar varias historias dentro de un título. Y es que en su variedad se fundamenta una de sus fortalezas, pero sobre todo en el viaje a uno mismo, como “La alienación”, donde debe encontrarse sin que los demás lo vean a él, siendo el escenario cualquier lugar, siendo la profesión tal vez la que ejerza el lector.
El reflejo pues de lo que podemos ser como humanos, de lo que somos como personas, de lo que aspiramos a ser, y eso en sí ya es un gran elemento de diferenciación que tiene Buzzati del resto de escritores. Sin duda un gran narrador que siempre deja enseñanza más allá de un rato de entretenimiento.

Dino Buzzati, Las noches difíciles (traducción de Ataliare), España, 2010, 318 pp.

Texto aparecido en la revista Siempre¡ de esta semana

domingo, 16 de enero de 2011

Oscura monótona sangre

Julio Andrada es el protagonista de Oscura monótona sangre, pero es sin duda Daiana el corazón de la trama, el fantasma que atraviesa cada página ya sea en su búsqueda o en su hechura. Pues de la tranquilidad que brindaba la repetición de lo cotidiano a Andrada, dio un paso de costado para transformar su vida, y de paso la de otros integrantes de la escenografía bonaerense.
Un día al salir de su ruta acostumbrada y comer en un lugar de aquellos que no frecuentaba desde que tenía mucho menos poder adquisitivo, el empresario escuchó una charla entre camioneros que conllevaba las señas de lo más normal: cuestiones mecánicas o lugares donde frecuentar chicas, por citar dos ejemplos contundentes, y le pareció que ese mundo no debía serle tan ajeno.
Se dirigió a las coordenadas que creyó eran las brindadas en la charla de los camioneros y halló lo que buscaba: una jovencita de nombre Daiana que cobraba 20 pesos por el oral y 30 con penetración, él dejó en sus manos mucho más dinero de ese y ella realizó las labores convenidas en el mismo vehículo sin darse cuenta que habría atrapado a una presa diferente.
Sorprendido consigo mismo con los resultados de su aventura, no tardó demasiados días en regresar al lugar donde había dejado a Daiana, raro en él pues “alejarse de la pobreza era lo único que le producía una auténtica tranquilidad interior”. Decidido la buscó, pero la desolación era la marca de esa calle, de esa Villa 21, a quien sí encontró fue a Luli, una joven más grande que Daiana y más experimentada, quien realizó el mismo trabajo pero con menos gusto.
Andrada lo notó, además con tan mala suerte que a la lluvia que caía en ese momento se le sumó un intento de robo, al cual puso resistencia, estaba en juego su orgullo, no podía decir que lo asaltaron en ese rumbo, cómo podría justificar su estancia allí. La violencia se intensificó al enfrentar cuerpo a cuerpo a un ladrón a quien le dio muerte.
La vida real y pública de Julio Andrada se dividía en la fábrica que dirigía y en los asuntos familiares del edificio que habitaba, donde además era gente de respeto pues le daba solución a todos los conflictos y para ello contaba con la ayuda de Atilio un antiguo policía que ahora era el escudero de ese inmueble así como de los secretos de Andrada.
La convivencia con Daiana en la fábrica fue indescriptible, una primera vez para ambos, entre las necesidades más obvias como la alimentación hasta la más carnal. Pero el recuerdo no lo dejaba libre de culpas, “su hija, su mujer y Daiana formaban parte de su mismo universo. Él lo veía ahora claro y no le importaba lo que pensaran los demás. Él podía hacer convivir esa escena familiar con su boca besando el sexo de la chica sobre una grúa”.
Sin embargo también las páginas de Olguín se dan espacio para agregar la parte más secreta del amor, la más callada cuando Andrada ve desnudo el cuerpo de su esposa “no le parecía una mujer de cincuenta años. Cuando se está muchos años con otra persona, el otro no envejece. La memoria lo transforma en un cuerpo siempre igual a sí mismo. Se congela fuera de toda agresión del tiempo”.
Andrada en el fin de semana que convivió en la fábrica con Daiana enloquece y le pide a su eficiente secretaria que le busque un departamento donde se la llevará a vivir, recuerda cómo su hija Florencia le ha avisado también de su mudanza a un espacio pequeño donde vivirá con su amiga Carla.
Los nervios son quienes traicionarán en la última curva de decisiones a Andrada, quien al mandar a Arizmendi a buscar a Daiana se lleva la sorpresa de que éste ha sido asesinado, y al encontrar en el departamento alquilado a la jovencita ella le dice que su cabeza tiene precio pues en su villa saben que fue quien mató al chico aquella vez que se lio con Luli, desatando un sorpresivo final.
Oscura monótona sangre fue premiada a finales de 2009 con el V Premio Tusquets Editores de Novela con un jurado integrado por Almudena Grandes, Jorge Edwards, Élmer Mendoza y Beatriz de Moura, teniendo por presidente a Juan Marsé.
Aunque más allá del premio su lectura vale por la provocación que ejerce en el lector, un ritmo en constante cambio, un personaje que juega con las elucubraciones y que de la cotidianidad sólo le queda el recuerdo, anunciándonos de nueva cuenta que en la cabeza de cada uno es un mundo diferente, pero también en la mirada de los diferentes individuos que caminan en la calle puede estarse encubando el próximo hecho que cambie la vida.


Sergio Olguín, Oscura monótona sangre. Tusquets editores, México, 2010; pp. 184.
Texto aparecido en la Revista Siempre¡ de esta semana

lunes, 3 de enero de 2011

El complot de los románticos

Hacer una reunión con invitados tan disímbolos nunca llevó tanto trabajo y tan buenos resultados literarios. El Parnaso es un congreso que sirve de pretexto para darle vida a El complot de los Románticos de Carmen Boullosa quien además de obtener el Premio de Novela Gijón 2008, levanta la mano para decirle al lector exigente que aquí hay una autora mexicana con ganas de contar una historia fresca, ágil, divertida, pero no por ello fácil o carente de recursos.
Muy al contrario, y se nota desde la principal voz narrativa y la trama. La primera con una presidenta de un congreso que no sabe bien a bien por qué pero debe llegar a buen término, escritora con poca obra y menos fama, pero ahora le ha tocado organizar este muestrario de vanidades y estilos tan diferentes como las épocas en que vivieron, porque los integrantes son almas, son muertos. Y la segunda porque en algún momento participamos en los festejos.
De hecho es la misma narradora (por instantes cercana a la línea de la decadencia: “No existo. Google no reconoce mi nombre”) quien nos inmiscuye en cada reflejo de la misma trama gracias a su lenguaje, ese tono narrativo que por momentos le habla directamente al lector, resulta en sonrisas cómplices de la amistad, y qué mejor que sea una conocida quien nos lleve por esa aventura, que recuerda los caminos recorridos para llegar al festejo.
Guiños de cultura general y formación literaria son los nombres de los participantes en el congreso, escritores de diversas épocas, incluso un integrante de la excursión para elegir lugar (que incluyó México, Estados Unidos y Madrid, ésta última la ganadora) es Dante Alighieri. Y ya elegido el lugar, ahora viene la conmemoración y premiación de quien se llevará la gloria ese año.
Un galardón por lo demás arreglado, trabajado por las relaciones públicas de su autor Melville, cuyo nombre era La isla de la Cruz, “El premio era suyo por legítimo derecho, porque el premio es de quien lo trabaja, pero no por los méritos literarios del manuscrito”; acción que no fue bien recibida por un grupo de literatos llamados los Románticos, quienes en pleno Teatro de la Zarzuela defendieron otro libro, el cual al parecer de la narradora no estaba nada mal.
Esta es la parte central de la obra. El recorrido por diferentes ciudades fue el prefacio de la batalla y rebelión, del llamado complot que ayuda a mirar de otra forma la hechura de un proceso que ya marchita o que toca cambiar por su figura desgastada. Y es que en ocasiones resulta tan frío y tan gris el mecanismo y ceremonial de la entrega de galardones que sólo de esta forma parece darle color.
El complot de los Románticos viene a ser un entretenido ejemplar de la literatura de exportación, con toques sensibles de la novela que sabe narrar, que comprende que ahora el libro compite en espacios no sólo de cultura sino también de entretenimiento y esta obra se atreve logrando una buena factura que habla por sí sola, no requiere defensores puritanos, sino exige lectores.


Carmen Boullosa. El complot de los Románticos. Ediciones Siruela (Nuevos Tiempos), España, 2009; 264pp.A

Aparecido en la Revista Siempre¡ de esta primera semana de 2011.