sábado, 1 de diciembre de 2012

La emoción de las cosas

La nueva entrega de Ángeles Mastretta (Puebla, 1949) lleva el atinado título de La emoción de las cosas y es que en sus páginas podemos sentir cómo la autora disfrutó su hechura, su confección a fuego lento, como los guisos de su madre y su abuela, a quienes hace homenajes diversos. No es una novela, aunque sí puede tomarse como parte de la novela biográfica de la autora, pues pocos como ella para ir a Italia para saber más de su pasado, de su apellido, pocos como ella para subirse a cantar con Joaquín Sabina en pleno Auditorio Nacional y volver a sentir mariposas en el estómago ante algo extraordinario, y lo mejor es la forma en que lo comparte, satisfecha y plena. Quizá por ello el libro esta dedicado a los blogueros que la siguen en la vida virtual, con esos textos breves que comparte a manera de diario y con la sabiduría de la confidencia, del secreto a voces, del deseo de que alguien te escuche (como seguro leían los artículos que su padre escribía sobre autos). Presume su edad, la padece y se acopla a las circunstancias. La admiración por su marido, un perfil que desconocíamos de Héctor Aguilar Camín, el amor por sus hijos (“en el ánimo los hijos pesas siempre. Uno carga con ellos como con sus sueños: por fortuna”), el sentimiento lastimado por la ausencia de los que quiere y ya marcharon, aunque sabe que “Nadie regresa de la nada pero, me lo repito, no mueren quienes nos enseñaron a imaginar la eternidad”. Lo dicho, no es una novela pero bien puede serlo, la misma Mastretta nos lo hace ver al señalar que cada quien tiene la propia, “la teje todos los días. Y, a veces, trama en ella el paso de sus ancestros como si del suyo se tratara”. Contagia en las páginas las ganas de seguir haciendo cosas, y emocionarse con ellas, el adulto jugando es el mejor ejemplo, pero también contagia con su forma de plantearle al destino un perfil distinto, como cuando tiene ganas de tristear, así, sin más, no andar triste, sino tristeando, que son cosas diferentes. Confiesa que escribe por las noches, pues en el día pierde el tiempo en buscar el tiempo y ubica a la precisión como la clave del oficio de escribir, ese “juego de precario equilibrio entre el valor y la soberbia. También entre sus opuestos: el miedo y la humildad”. Y nos comparte su gusto por la poesía, sus libros perdidos, los atisbos que deja la vida cuando se va la luz. La emoción de las cosas es un gusto que se da Ángeles Mastretta, pues son sus historias personales escritas de a poco, con un alto grado de fortaleza interna ante la muerte y el desprendimiento, con sus férreas pasiones. Sin excesos ni juegos artificiales, sino haciendo honor al oficio, contando, narrando, compartiendo. A tal grado que uno acaba sintiéndose cómplice. Ángeles Mastretta, La emoción de las cosas. Seix Barral, México, 2012; 274 pp. Texto aparecido en la Revista Siempre¡ en su edición del domingo 2 de diciembre 2012.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Te lo juro por Saló

Testigo de la realidad que comparte con un estilo propio y original, Arturo J. Flores (México, 1978) ha venido llamando la atención con libros como Provocaré un diluvio, una colección de crónicas sobre las vivencias de un grupo de rockeras y su manager, protagonizado por el mismo autor, fórmula que repite con éxito en su nueva entrega, Te lo juro por Saló. Galardonada con el Premio Nacional de Novela Justo Sierra O’Reilly 2011, éste es un libro irreverente, que se atreve, que apuesta y sale ganando. Una divertida historia donde más de uno se puede identificar tanto en imaginación como en realidad. La trama comienza con el típico sueño de todo adolescente mexicano por irse al otro lado para triunfar, aunque en este caso el objetivo planteaba antes un reto mayor: encontrar a Clint Eastwood para que hiciera una película del guión en el que dos años habían estado trabajando Michelle y Luke, quienes se enamoraron a primera vista, o a primer performance, pero desde ese día su pacto quedó sellado. De allí en adelante fue buscar la manera de llegar a la meca del cine. Con el poco dinero que le dejó a Luke su abuelo al morir, decidieron emprender la aventura. El inicio no fue fácil, el viejo hotel donde empezaron a hospedarse se convertía en una cárcel, no podían exponerse mucho por miedo a que los deportaran, pero tampoco estaban avanzando en el camino de localizar al auténtico cowboy que a su parecer era Clint Eastwood (se hace presente el recuerdo de Volver al futuro, ni modo que no hubiera referencias cinematográficas si es un libro que se hizo a fuerza de golpes de pantalla y de música). Las coincidencias de la vida siempre sirven para mejorar o empeorar la situación. La basta experiencia de ambos en filmes de todo tipo, incluyendo por supuesto los pornográficos hizo que un día en el hotel viendo una película de esa clasificación notaran que la distribuidora que viene en los créditos al final era la misma que quedaba cerca de donde ahora habitaban. Llevar el currículum era el siguiente paso. Sólo que hay que ser original en todo, en este caso el mejor trabajo fílmico como actores que tenían Michelle y Luke era una película casera que grabaron mientras tenían relaciones en el viejo sillón de una tienda de videos llamada ED (homenaje a Ed Wood, el mejor peor director de cine). Pascual Mosqueda, propietario de la marca reconoció de inmediato tanto en la vida real como en el video el potencial que había en Michelle como actriz porno. Allí comienza la trepidante aventura, el cambio de ritmo en las vidas, el aparente desvío en el objetivo del viaje porque como muchos saben “la pornografía es un asunto de amor a primera vista”, y de eso iba el trabajo, o al menos así comenzó, haciendo de Luke y Michelle profesionales del filme porno, la escena vale la cita: “La primera escena iba a comenzar. Ya estábamos todos desnudos y yo, para variar, tenía problemas para que se me parara. Rey Toro, Old Tommy, además de otros dos nuevos convocados, Mare Magnum y John Dick, parecían hechos de concreto. Me sentía ridículo junto a ellos, no por el tamaño de mi arma, sino porque los cuatro superaban el metro ochenta de estatura y presumían muchas horas de gimnasio. Yo, con mis lentes de fondo de botella, un metro con sesenta y tres de alto y el cabello revuelto, debía lucir como el Woody Allen del porno”. Con su imaginación Luke halló su mejor papel en el de guionista de películas porno, la belleza de Michelle era su principal aportación, la otra sus múltiples viajes referenciales a filmes mexicanos y música de todo tipo (no es gratuito que cada apartado abra con una cita musical). Para una pequeña compañía como la de Pascual era todo un hallazgo que sus filmes empezaran a consumirse de esa forma. Michelle dejó de ser Michelle, ahora era Frida Ixtab, la nueva diosa del cine porno (“el porno era el infierno donde ardían los sueños americanos”) grabaron algunos filmes, el más conocido Cocabduced, el cual los lanzó al estrellato, a tales grados que fueron invitados a una afamada convención que tenía lugar en Las Vegas. Ese viaje iba a darle un nuevo rumbo a las cosas, pues allí Luke conoció a Jordi Starr director/editor de la revista Bloody Bunny, la más prestigiada del gremio, quien le abrió otras posibilidades y otros alcances. Por ejemplo cumplir su mayor fantasía sexual con la integrante de un grupo musical. La idea de Starr era sumar a su equipo a Luke, pero sabía lo que esto significaba, entre otras cosas poner en riesgo su vida con Mosqueda, quien les había conseguido documentos falsos a Luke y a Michelle para tener un mayor control de su gente. Pero las intenciones de Starr iban más allá, luego de convencer a Luke y a Michelle para que ella fuera la portada de Bloody Bunny, y justo cuando hacían las fotografías, Starr intentó besar a Luke quien lo rechazó, primero se escudó en que fue un error y que lo disculpara, pero poco después tomó la amenaza como bandera, contaba con el video donde se mostraba a Luke con la chica del sueño erótico teniendo relaciones, y advirtió al guionista que si no se acostaba con él ese video le llegaría a Michelle. Ese tercer momento es donde viene el desenlace, al igual que el resto de la obra es trepidante, el cambio de páginas confirma la agilidad de la lectura y comprendemos que “la vida no se parece a las películas. El reproductor del destino no tiene un botón de pausa, ni mucho menos de stop. La película corre hasta el final”. La nueva entrega de Arturo J. Flores resulta ser una bocanada de distracción y entretenimiento muy válida en nuestra literatura, el lenguaje lo hace además de cotidiano muy cercano, por ejemplo más de uno ha utilizado la expresión verpelis, pero en el caso de Flores lo llevó a hacerlo verbo. Es una lectura que se vuelve adictiva, la descripción de sus escenas y el peso de cada personaje están justificados plenamente. Por momentos las escenas de sexo van de la lujuria erótica a lo pornográfico pero siempre sale adelante, el ritmo musical de fondo ayuda en el cometido. Te lo juro por Saló seguramente comenzó como el fallido guión de Luke y Michelle titulado “Sexo, drogas y tú”, pero termina siendo un reencuentro con la nostalgia como esa canción que nos hace reír y llorar a la vez, pero sobre todo una lección de que en la vida se apuesta y en esa medida se gana y se pierde, pero si te toca la segunda, hay que saber perder con estilo. Leer la nueva entrega de Arturo J. Flores es como ver una película o escuchar una canción pasada mientras comemos palomitas, pues en algún momento nos refleja, y en otro nos provoca. Arturo J. Flores, Te lo juro por Saló. Ediciones B, México, 2012; 225 pp. Texto aparecio en Revista Siempre del domingo 25 de noviembre 2013.

jueves, 22 de noviembre de 2012

En memoria del Dr. Delhumeau

Creces con las frases que te marcaron, más de alguna de esas palabras que llevas en la vida fue dicha por un maestro de los que recuerdas con gusto, de los que, como dicen los clásicos, te quitas el sombrero. Pero a decir verdad tú no usas sombrero, nunca lo has hecho, sin embargo la idea de poder hacerlo te entusiasma. Lees el volumen de título atractivo: “El hombre teatral” (que en ocasiones colocan en la sección de teatro y no de sociología en las librerías de usados), de nueva cuenta tu mente viaja a esa primera clase en que escuchaste que él, tu mentor, lo había escrito, que era uno de sus varios libros, pero sin duda el más famoso, el más buscado, el más leído. Recuerdas que cuando lo compraste en algún establecimiento por las calles del Centro histórico de la Ciudad de México te llenó de gusto y al día siguiente lo llevaste a la Facultad para que te lo firmara, pero en vez de eso, entraste a una clase que no era la tuya, él al frente de sus alumnos a quienes les contó sobre el libro, les habló de tu empeño por buscarlo y leerlo y, en corto, te pidió se lo regalaras pues no tenía ejemplares, si ya habías conseguido uno podrías conseguir otro, dijo. Y lo conseguiste, en el mismo lugar, el mismo precio, pero ahora no pensabas regalárselo, y no hacía falta, el regalo vendría de él para ti, la exagerada e injusta todavía dedicatoria donde signa que espera mucho de ti, que te quiere ver triunfar. El compromiso era alto desde entonces, sigue siéndolo, te lo recordó el día que hiciste tu examen profesional, pues él fue Presidente del jurado, ya para entonces decano de la carrera, exdirector de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, y excelente conversador. Su consejo a tiempo: “para escribir un artículo basta un tema, dos ejemplos, tres cuartillas”. Sus clases fueron (no todas) de las más recordadas, y cuando te tocaron las brillantes (pocas pero suficientes) ingresó de golpe y porrazo a la lista de profesores que te marcaron. Cuentas a quien quiera escuchar que dos entrevistas te dio, una para la tesis y otra para el suplemento Campus Milenio, que versó sobre los medios de comunicación y su comportamiento en el acontecer nacional; él que fue editorialista, analista, voz respetada, que dejó póstumo “La Razón Apasionada”, ese otro gran libro que encontraste como si te buscara, entre otros ejemplares tirados afuera de una estación de metro pese a haber sido editado apenas unos meses atrás por la misma institución donde lo conociste, la UNAM. Y de nuevo el recuerdo, y de nuevo el agradecimiento, y otra vez sus frases: “Esto no lo digo por presumir, sino tan sólo para presumir”, o cuando leyó la tesis por primera vez y te dijo que nunca habías sido un alumno muy brillante pero que era tu empeño el que te sacaría adelante y te ayudaría a conseguir cosas en la vida. Te enteraste que el 16 de noviembre de 2010 murió, la enfermedad a cuestas ya lo había mermado, su habano en la mano, a veces encendido pareció oler a la distancia, sonó su voz en el aula como en la conferencia, su hábitat natural, y otra vez notaste su manera de perder un gramo de alegría como cuando falleció su amigo querido de apellido Careaga y nombre Gabriel. Escuchas, lees y ves testimonio de sus amigos, colegas, alumnos y demás que lo recuerdan, cada uno lo hace con gusto. Y navegas por la red para ver si hay más indicios de él y te percatas de que es poco lo que Google lo conoce. Que la relación es más íntima, más cercana. Hoy recuerdas que hace un año abandonó este mundo terrenal el Doctor Antonio Delhumeau Arrecillas y sabes que no estás solo, más de uno le debe también un consejo, una frase, una clase, una sonrisa, una lectura o un perfil distinto para ver la vida. Y en una de esas él también te lee. Texto aparecido en el suplemento CAMPUS de Milenio diario, el jueves 22 de noviembre de 2012.

martes, 20 de noviembre de 2012

El vacío y el aburrimeinto

Figura del periodismo mexicano desde hace décadas, Julio Scherer García ha dejado su testimonio personal en diversas obras, que podemos dividir en tres etapas, sin duda la más lúcida la primera con La piel y la entraña (1965), colección de crónicas a partir de encuentros y visitas en el reclusorio al muralista David Alfaro Siqueiros; Los presidentes (1986); El poder, historias de familia (1990); Estos años (1995) y Salinas y su imperio (1997). Luego vino una serie de volúmenes que escribió de manera conjunta con Carlos Monsiváis: Parte de guerra I (1999); Parte de guerra II (2002) y Tiempo de saber (2003). Ejercicio memorioso de los acontecimientos en Tlatelolco en aquel octubre de 1968 y una explicación más del llamado “golpe a Excélsior” el 8 de julio de 1976 en Reforma 18. Y la tercera, la actual, que habla de sus últimos temas recurrentes, sin dejar de ser el periodista, el entrevistador, ahora de nueva cuenta solo con su pluma, nos habla de sus recuerdos como en La terca memoria (2007), dibuja personajes extraordinarios como en La Reina del Pacífico (2008) y Secuestrados (2009), para luego pasar a la denuncia pública, ya en primera persona, donde ahora el personaje es él, pasa de la crónica a la memoria para ser juez y parte como en Historias de muerte y corrupción (2011), Calderón de cuerpo entero (2012) y la más reciente, Vivir (Grijalbo, 2012). Desde el título, que parece tomar prestado de su admirado Gabriel García Márquez, sólo que el colombiano quería Vivir para contarla, y parece que el periodista mexicano desea únicamente cumplir, y cumple sobre todo con él, con esos retazos que le quedaron de historias pasadas, sus recuerdos, a su modo de verlos, su versión de los hechos. Sin una estructura clara, a modo de diario íntimo, es un libro para quienes han seguido la trayectoria y la obra de Scherer García, de otra forma se complicaría más su comprensión. Va de los temas que ha tratado en obras anteriores, y quizá la mayor parte del morbo radique en su breve explicación de por qué se inclinó por Rafael Rodríguez Castañeda como director del semanario Proceso. Una vez más se comprueba que mientras el personaje público se esmera en estar en la palestra, disminuye la figura del mito, lo cual le resta para la perdurabilidad. Vivir es un libro flojo en general que no aporta a la obra del autor. Por momentos parece que ahora su función ya no es informar, sino acusar y acosar. A manera de golpes de memoria, de aclaraciones a sucesos pasados, Vivir es un conjunto de páginas formadas de otros textos (tres páginas de citas del libro Mis tiempos, de José López Portillo por ejemplo), las múltiples citas que desfilan pueden prestarse al exceso, y por momentos parece que la única intención de la obra es el reclamo, el testimonio se disuelve con la acusación, y de pronto aparecen sus fobias. Una vez más se comprueba que mientras el personaje público se esmera en estar en la palestra, disminuye la figura del mito, lo cual le resta para la perdurabilidad. Vivir es un libro flojo en general que no aporta a la obra del autor. Por momentos parece que ahora su función ya no es informar, sino acusar y acosar. Y en el inconsciente quizá se halle la explicación, él mismo afirma que “Las horas sin vida pueden resumirse en un vacío que convoque al aburrimiento”, o “No soy un intelectual ni aspiro a la erudición. Soy persona que existe a partir de los sentidos, no de mi inteligencia”. Pero incluso en esos momentos de trabajo final se puede ver una mala jugada de la memoria: cuando habla del trato del entonces presidente Vicente Fox hacia Proceso, en la página 111 del libro, Scherer García nombra la figura de “publicidad legítima denegada” (inevitable relacionarlo con un término que cerca de seis años escuchamos: el “legítimo” en forma de apellido de una “Presidencia”), cuando fue una batalla de todos los días, y ahora resulta que la publicidad oficial gubernamental era algo legítimo pero al mismo tiempo obligatorio, y eso no funciona así, como él mismo lo sabe. Al final de la obra Julio Scherer narra un encuentro con el Nobel de Literatura García Márquez, pretexto perfecto para añadir un cuento, “El Pirata”, que no tiene un final como tal a recomendación del autor de Cien años de soledad, y quizá Scherer quiso que así fuera también Vivir, terminar sin terminar, pero por mala fortuna no fue como le recomendó el escritor colombiano, sino que este volumen última termina como empieza, trastabillando. ® Texto aparecido en Revista Replicante de noviembre 2012.

Espacios vacíos, personas ausentes

Un buen debut es el que logra César Tejeda (Ciudad de México, 1984) con su novela Épica de bolsillo para un joven de clase media [Planeta, 2012], una trama en la que más de un adolescente se puede reflejar, porque si bien habla del amor, también lo hace sobre esa insoportable soledad de muros invisibles que nos creamos a partir de provocaciones poco convencionales. Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas de la actual generación, Tejeda nos comparte la vida de Julio, o mejor dicho las dos semanas, día a día, en que su novia Clara le pide un espacio en su relación luego de vivir juntos un tiempo. Julio se ve sorprendido e incluso rebasado por las circunstancias y allí comienza su peregrinar por sobrevivir. Ello porque sabe que “La soledad es un asunto de espacios vacíos, no de personas ausentes”. El recuerdo camina a la par que los desesperantes días donde siente que le falta el oxígeno, en lo que llega el momento de que Clara le diga si continúan o es mejor dejar la página hasta allí escrita. A manera de diario, los martes son los días asfixiantes por excelencia, Julio ya nos hace partícipes de sus exnovias (Samanta bien podría ser ella sola una novela), aventuras, escapadas a los table dances o al menos intentos, aunque el común denominador son sus carentes dotes de conquistador; confiesa que “siempre he sido estúpido para entablar conversación con mujeres que no conozco y con el paso del tiempo esa incapacidad ha emigrado también hacia las que ya frecuento”. Parece por momentos un fiel reflejo de la realidad, como por ejemplo cuando califica a los Sanborns como la mejor escenografía para romper con las parejas, ese fetiche que a más de uno le sonará familiar, logra contagiar de buen humor la lectura. Épica de bolsillo para un joven de clase media es el inicio de una carrera de la que se esperan buenas cuentas, por lo pronto, con ritmo y una trama bien lograda, César Tejeda nos hace ver que lo cotidiano siempre cabe sabiéndolo acomodar en los estantes de la literatura. ® Texto aparecido en Revista Replicante, noviembre 2012.

El pueblo que no quería crecer

Libro que causó polémica cuando salió en 1996 firmado como Polibio de Arcadia, El pueblo que no quería crecer es una crítica dura, por momentos necesaria, por instantes no del todo precisa, pero con argumentos que desvelan a un observador de la realidad, a un admirador de la circunstancia, pero a la vez a un analista, en veces reportero en otras personaje de un contexto contundente: México a finales de la segunda mitad del siglo XX. A la vuelta de los días nos enteramos que ese personaje y narrador es una mujer venida de Damasco, con formación y conocimientos humanistas muy fundamentados, aderezada con esa visión de la aventura que tienen quienes deciden emprender el viaje. Ikram Antaki (1948-2000) se ganó un lugar así como el respeto de muchos gracias a su sabiduría y su manera de ejercerla. La frase precisa va más allá de la ocurrencia, siempre es consolidada con la razón: “Encontré un pueblo dedicado a producir presentes, olvidándose del tiempo y del futuro”, se refiere al pueblo mexicano, a la circunferencia de nuestra realidad, a ese momento y a ese espacio que nos refleja como nación. Quien se hiciera famosa en sus participaciones en radio, también comparte: “Los mexicanos no viven, no luchan, no trabajan: juegan. Pero el juego de la muerte ha matado el juego mismo. Es así como empezaron a encontrar la muerte en el juego”. Eso lo dijo hace casi veinte años, cuando todavía no nos imaginábamos que pasaríamos de la ceremonia y del altar de la muerte a las portadas de los medios, a la cotidianidad de las fosas y las matanzas. El ritmo de sus apuntes parecen por momentos bombardear debido a su rapidez: “La mentira recita una lógica tan empobrecida que todo cabe en ella”, y sabe que tiene razón en buena parte de ellos: “El discurso se pretende real porque sus partes son hechos reales: aquí estamos frente a un sistema de ideas donde nada es más que pretexto”. Afirma que a los mexicanos no nos gusta la colaboración, para muestra las muchas ocasiones que nos toca trabajar en equipo, de allí que se brille más en la individualidad que en el conjunto, y ya también se preveía ese elemento en peligro de extinción, el elemento tiempo: “La velocidad es elegante a la vez que patética. Estamos apurados porque nuestra vida es breve. Pero confundimos generalmente el tiempo con la medida del tiempo”. Aunque muchos argumentos pueden adaptarse a todo terreno: “El conocimiento es lo suficientemente profundo para comprender que la vida es más profunda que él”. El pueblo que no quería crecer es un libro que puede leerse de corrido, pues atrapa por su forma y su contenido, también es cierto que las frases saltan de las páginas e invitan a la reflexión, y es allí donde radica el valor de su intromisión. Sabedora que la coyuntura no es limitativa para el actuar del ser humano en otras partes del orbe, ratifica que “Se puede mentir para engañar a los hombres y dañarlos, como se puede mentir para el bien de los hombres: para impedir los disturbios, calmar las pasiones y las emociones”, pues a final de cuentas “La vida es viaje y el viaje es historia”. Se recomienda su lectura sin pasiones, aunque se acabará apasionado de algunos párrafos, con ganas de debatir, de rebatir y de aprender. Ikram Antaki, El pueblo que no quería crecer. Joaquín Mortíz, México, 2012; 166 pp. Texto publicaod en la revista Siempre¡ del domingo 18 de noviembre de 2012.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Largas filas de gente rara

Nacido en Coahuila en 1977, Luis Jorge Boone es sobre todo poeta y narrador. Complicado manejar ambos géneros con tan buen tino, y máxime que en ambos consolide su propia voz, su propio estilo. En su faceta de narrador entrega ahora Largas filas de gente rara, y desde la primera página descubrimos quienes son esos raros: los escritores, los literatos, los creadores. Y antes de seguir el lector bien puede pensar que allí encontrará pensamientos en voz alta que Boone decidió poner en blanco y negro, tal vez un momento autobiográfico que le dio para estas narraciones, o quizás una crítica a ese mundo que se piensa fascinante y desdichado. Pero no es así, o quizá no del todo. El volumen está dividido en tres secciones: “Gente rara”, “Intermedio: la larga fila del desempleo” y “Que nunca se acaba de escribir más y más libros, y el mucho estudiar fatiga el cuerpo”. De ellas, la sección de en medio llama la atención porque rompe con el conjunto del volumen. Esto se debe a que si bien es interesante en su forma, es más cercana su hechura al comentario o al ensayo con grados de humor y obvio, sumado el perfil biográfico por las labores del autor, mas no así en la de cuento como tal. Lo cual no interrumpe la lectura, de hecho se encuentra uno con las confesiones del escritor y las solapas o el Escritor Autobiográfico quien está “siempre atento a las cuartas de forro y las solapas de los libros de los demás, siempre en busca de nuevas fórmulas para operar milagros, la multiplicación de los panes (pero en libros) y la trasmutación del agua en vino (de su vida en la vida de un escritor de verdad)”. Y de allí al escritor y los malos entendidos, los demasiados libros, la belleza ajena o las causas perdidas, como El Escritor Minoritario quien “ha hecho de la lamentación y el berrinche un género literario. Para él, todos miran en la dirección equivocada”. La última sección contiene dos historias de la hechura más cercana al Boone de La noche caníbal (FCE, 2008) donde sin lugar a dudas encontró su voz, su ritmo y su tema, el de la angustia, el del llamado de auxilio, el de los nervios a manera de lamentación, como la pieza “En el nombre de otros”, donde el grito parece no llegar, pues se sabe que “lo único más fácil que borrar la vida de un hombre era borrar la vida que las sombras nunca tuvieron”. Por su parte, en la primera sección del libro convergen tres cuentos que muestran al lado lector del autor, con confesiones de diversa especie, por ejemplo la del poeta que hace homenaje a los poco leídos y menos reconocidos Mario Santiago Papasquiaro y Julio Roel, o en el cuento “Cómplices” donde bien pueden trasladarse a una charla en alguna mesa donde se ubiquen más de dos escritores: “En la vida real, para hacerse amigo de alguien sólo hay que caerse bien mutuamente, una sola casualidad que vale millones. Entre escritores, además de eso, es necesario no tener prejuicios sobre el trabajo ajeno, y lo más difícil, gustar de él”. La crítica a los tiempos modernos, por ejemplo en “De este mundo”, donde juzga de manera rotunda con respecto a Internet: “La red se parece a ese zoológico sin jaulas donde el animal más histérico se echa encima de los turistas nomás porque nada se lo impide”. En suma, la colección de cuentos Largas filas de gente rara es un libro que cumple, que contagia, que agrada en general, pues se logra una comunión con el lector para llegar hasta el fin, hasta las últimas consecuencias, pues como dice el mismo Boone: “¿quién puede trazar con mano firme la débil línea que separa al testigo fascinado del cómplice activo?”. Luis Jorge Boone, Largas filas de gente rara. Fondo de Cultura Económica (Colección Letras Mexicanas), México, 2012; 118 pp. Texto aparecido en la Revista Siempre¡ del domingo 4 de noviembre de 2012.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Suicidio perfecto

Petros Márkaris (1937) es un escritor que cuenta historias y lo hace parecer fácil. Pero no es así, para llegar a ese nivel donde las páginas se dejan de sentir en su cantidad debido a la capacidad de seducción se tuvieron que recorrer muchas letras, sobre todo leídas. Con el oficio y el olfato, nuestro autor generó desde hace algunos volúmenes un personaje que se vuelve entrañable, el comandante Kostas Jaritos, quien en sus múltiples aventuras continúa la saga de un héroe que bien puede estar en medio de Sherlock Holmes y el extraordinario Péter Pérez del mexicano Pepe Martínez de la Vega. Y es así porque sabe que va a descifrar los vericuetos de la trama, pero el camino se hace entretenido, intrigante, los nudos bien logrados, los saltos de capítulos así como los cierres tienen un claro por qué, incluso la vida normal que llega a tener el comandante Jaritos, con su esposa Adrianí, que lo procura al exceso, con su hija Katerina, que le hace ver su suerte más que algunos delincuentes pero la quiere por sobre todas las cosas. Jaritos se encuentra de incapacidad médica cuando se suscita un acto que cambiará el ritmo de lo que se supone era su descanso, el suicidio de Iásonas Favieros, empresario de gran peso en el gremio y en la nación, sobre todo en el contexto de la construcción de la Villa Olímpica que puso a disposición Grecia para los Juegos Olímpicos del año 2004. Además, el empresario lo hizo en horario estelar en televisión, para que nadie se perdiera detalle del hecho. A la par una biografía del mismo Favieros empieza a circular en librerías, es la única madeja que empieza a seguir Kostas, quien a petición de su jefe Guikas, tiene que regresar a su labor pero primero con un bajo perfil, digamos de manera extraoficial, y para ello le asignan a Kula, secretaria de su jefe, pero que en el corto tiempo demostrará virtudes que la pueden lanzar al estrellato en la investigación en futuras entregas. Ese sería el primer suicidio, le seguirían el del político Stefanakos y por último, con apenas días de diferencia del periodista Vakirtzís. ¿Qué tenían en común esos tres eventos además de que en los tres casos hubo una biografía firmadas con el seudónimo de Minás Logarás? Eso era lo que debía resolver Kostas Jaritos y para ello no contaba con mucho tiempo y sí estar abierto a todas las posibilidades, incluidas las relaciones con los diferentes actores políticos (de todos los colores y filiaciones) a lo largo de su carrera. El humor está presente a lo largo de la trama, ya sea cuando habla con su esposa: “Recurro a esta respuesta vaga porque, si empezamos a discutir, la retahíla de tonterías sería interminable”, o cuando piensa en voz alta sobre la situación actual en Grecia, “el griego que no piensa que el Estado le roba y no se cree en el deber de desquitarse, o está loco o no es griego”, o cuando sabe de lo que habla, “pero ahora nos encontramos con una historia muy desagradable entre manos, cuando hubiéramos podido hacer lo que hace todo político que se precie en Grecia: nada”. Los recovecos de su investigación lo van llevando de a poco a sustentar una posible hipótesis que tiene que ver obviamente con el autor de las biografías, con el juego que lo tenía a él como personaje, con las personas que su mente ubicaban en otros contextos pero que ahora, como la vendedora de bienes raíces Yanneli, tiene mucho que decir. Bajo la lógica o filosofía de que “Empeorando la situación, mejora”, Kostas Jaritos consigue de nueva cuenta descifrar el embrollo que le depara el destino, y de paso confirmar que su creador Petros Márkaris es un excelente narrador que transmite y que sabe construir buenas historias. Petros Márkaris, Suicidio perfecto. Tusquets Editores (colección Andanzas), México, 2012; 400 pp. Texto aparecido en la revista Siempre¡ del 28 de octubre de 2012.

viernes, 19 de octubre de 2012

Entre tono de gris

Las historias sobre las desgracias humanas no son nuevas. Se requiere de un talento especial para no caer en el lugar común, en esta ocasión es la autora norteamericana Ruta Sepetys quien demuestra su talento narrativo en Entre tonos de gris. Esta novela galardonada con el Premio de la American Booksellers Association al mejor libro 2012 tiene una buena combinación entre la desgracia y ese hilo de esperanza que va atando cada capítulo, encadenando los latidos de los personajes. Lina es la voz que nos da a conocer el paso de los días desde que la sacaron de su casa con lujo de violencia junto a su mamá y su pequeño hermano en Lituania hasta el gélido desenlace en el Polo Norte más de cuatrocientos días después. Es cierto que la realidad supera a la ficción, pero sin llegar a ser una magistral obra, Entre tonos de gris se sostiene de pie y con fuerza con cada golpe de página. Quizá su mayor sostén radica en la singularidad de los personajes que se van dando cita y que construyen un reflejo de la solidaridad, camaradería y traición que en todo grupo social podemos encontrar. Kostas Vilkas, el papá de Lina, es rector de la Universidad pero se sabe, gracias a las escenas que rememoran los días previos a la desgracia, que también un luchador social que cuenta con sus seguidores, su esposa Elena es el vivo reflejo de la abnegación total por sus hijos, en ningún momento se da por vencida, siempre piensa en el bien común, ayuda sin pedir nada a cambio, su deceso duele incluso a los guardias que cuidan de los infortunados. Un personaje parece robar escena, su nombre es Andrius, cuya mamá tiene que trabajar sirviendo en todos los sentidos a los encargados de la violencia, Andrius goza de ciertas prebendas, su buen corazón le hace llevar comida a los necesitados, inevitablemente Lina se enamora de él. Esa parte del amor es la que da ciertos gritos de esperanza en la trama, esos pequeños brillos que también se notan en Jonas, el hermano pequeño de Lina, o en la señora Grybas a quien no le permitían dar clases a los niños por evitar firmar los papeles que les pedían a todos hacer para legitimar su esclavitud por veinticinco años. El lado del dramatismo se puede ubicar en el señor Stalas, un calvo que se quejaba de todo lo bueno y lo malo, pero que en el fondo no se queda afuera de la acción, y en Ona, una mujer que apenas dio a luz la subieron a ese sucio vagón para ver morir a su recién nacido y empezar su propia muerte. Las pulsaciones también hallan asilo en un interesante personaje como lo es Kretzky, el guardia que cuida la mayor parte del tiempo al grupo que componen los involucrados en la trama, donde buena parte de la violencia que puede sufrir el ser humano se cifraba ya en costumbre, pero como se preguntaban ellos mismos: “Acostumbrarse ¿a qué? ¿A ese sentimiento de rabia incontrolada? ¿O a una tristeza tan honda que era como si te hubieran arrancado el corazón y luego te lo dieran a comer flotando en la cubeta de bazofia?”. La templanza, la voluntad, el último aliento por sobrevivir es el mayor aprendizaje de Entre tonos de gris, una novela completa que nos deja en claro que al lado oscuro no se le debe dar ningún tipo de gratificación o pago, ni siquiera una señal, vaya, ni siquiera tu miedo. Por cierto, atinado el título pues Sepetys toma el dibujo, en la imaginación de Lina, para hacer llegar sus mensajes, y esa es una de las claves del arte: comunicarse con los demás. Ruta Sepetys, Entre tonos de gris. Maeva Ediciones y Editorial Oceáno, España, 2012; 287 pp. Texto aparecido en la Revista Siempre! del domingo 14 de octubre 2012.

lunes, 8 de octubre de 2012

Justicia

Conocedor de los pasillos que se circulan entre la impartición de la justica en México, Gerardo Laveaga entrega una ágil historia que sorprende por su crudeza y su reflejo de una realidad contemporánea que lastima. Son varias las aristas de la trama que se atan entre sí, con un punto común que por supuesto es la búsqueda de la justicia o quizás el anhelo por tenerla, el puente de perseguirla, la esperanza de que no esté desparecida. Sin embargo al terminar queda la duda, qué nos hace tan atractiva la lectura de este libro, acaso es la narración del taxista con sus modismos y sus quejas sobre algo tan cotidiano como lo es el tráfico o el abandono de una ciudad por la violencia. Acaso es el asesinato de la joven adolescente cuyo cuerpo fue dejado en un parque público justo en el momento en que le Jefe de Gobierno rendía su informe de labores con toda la parafernalia que se estila para la ocasión. Tal vez la figura de Emilia, joven abogada que desea por todos los causes convertir la figura de la justicia en algo nuevamente puro, que reclame su espacio en todas las áreas de comportamiento del ser humano, aunque cuando se trata de amores con Fer no puede sino ocupar su papel de domada, de fiera dormida, aunque sabe de sus atributos, y los maneja para convencer a propios y extraños con el poder de sus piernas, como al Ministro Carlos Ávila. O a lo mejor es el testimonio de Rosario Sánchez quien da a conocer la historia del asesinato de su amiga y compañera de secundaria Lucero Reyes, y su interminable debate con ella misma hasta que se decide en denunciar al verdadero asesino con las consecuencias terribles del caso. Quizá la vida, si se le puede llamar así, de Eric Duarte, pieza de ajedrez que acomodan a su libre albedrío las autoridades penitenciarias para poder salir al paso ante la opinión pública. Quien en un acto de fe llegó a la prisión, pero en otro acto de mala fortuna supo lo que era el infierno de la cárcel. Incluso la correspondencia insulsa (sin duda la parte más floja de la narrativa) entre Mar y el Senador Diego de Angoitia, donde incrédulamente se desvelan los pormenores de una trama y se dejan en pocas líneas los secretos del amor prohibido. Como sea, y cualquiera que se elija como pretexto, “Justicia” es el recordatorio de lo que le falta a la sociedad para ser mejor, es la colección de vicios que entorpecen el pleno juicio de impartición de justicia y es que, “Si cada persona se hacía justicia por propia mano se volvería a la selva, el caos”, lo sabe Laveaga, lo dicen los personajes a través de su historia, y lo conoce de primera mano el lector, y eso, esa complicidad y cruda desolación es lo que al final aterra. Gerardo Laveaga, Justicia. Alfaguara, México, 2012; 334 pp. Texto aparecido en la Revista Siempre! del domingo 7 de octubre 2012.

martes, 18 de septiembre de 2012

La necesidad del relato

El volumen Narrar un instante cierra con una entrevista del compilador Gustavo Ogarrio a Juan Villoro, quien afirma: “Una crónica sigue la estructura de un relato, presenta un mundo propio y cuenta una historia que pide a gritos tener un desenlace”, y en el libro ¿Hay vida en la tierra? [Almadía, 2012], a golpe de mirada el también autor de Safari accidental deja clara constancia de ello. Juan Villoro (México, 1956) es un narrador nato, testigo de los pequeños detalles que entretejen el paso de los días. Su reciente obra es una compilación de cien textos que ha publicado en los diversos espacios donde ha hallado cabida un género poco favorecido, pero de gran valía, que no tiene ganas ni intención de perecer. Confiesa el autor en la introducción: “No he querido construir cuentos sino buscarlos en la vida que pasa como un rumor de fondo, un sobrante de la experiencia que no siempre se advierte”. Y de allí toma pretextos disímbolos, gesta personajes entrañables, hace de la anécdota una trama y brinda un respiro necesario en las páginas periodísticas. Estos pequeños capítulos de la vida nacional son a su vez un testimonio del paso de los años en la pluma de Villoro; aprendió, por ejemplo, que “Vivimos en un país donde todo lo que vale la pena se pospone”, el pretexto de llegar tarde, de definirnos con base en la imaginación de todos los proyectos y la concreción de pocos, si no es que ninguno. Pero de allí el talento del escritor para hacer memorable algo que podría pasar inadvertido, y es que a todos nos ha pasado que nos alivie de manera pronta el acompañamiento de una persona más enferma o que notemos que, en ocasiones, “un escéptico refuerza la fe de un fanático”. El nacionalismo como tema lo resume con la siguiente idea: “Si un explorador de Mongolia dice un lugar común, lo oímos con atención. En cambio, descartamos la genialidad del vecino al que vemos sacar la basura en pantuflas”. ¿Hay vida en la tierra? es una clara muestra de que tenemos muchas historias todavía por narrar y por vivir. Y qué mejor si son aderezadas con buen humor, con complicidad, con acciones tan cercanas que por momentos el personaje es alguien que conocemos o que hemos visto, incluso en el espejo. Viajador, testigo, cómplice, nos presenta a su hija, a su amigo Chacho, a los otros múltiples conocidos y sus diversos comportamientos, y es que todos tenemos amistades que llegan tarde a propósito a las reuniones, que se sienten bien sin razón aparente, los que se quejan ante cualquier circunstancia, los que tienen un tipo de autoridad más elevada, en fin, como el mismo autor de Arrecife señala: “Lo interesante de un personaje no es tanto lo que hace sino por qué lo hace. La tensión e incluso la discrepancia entre las causas y las acciones suelen producir buenas historias”. A pesar de haber vivido en ciudades como Barcelona y el Distrito Federal, y sus interminables viajes alrededor del mundo, Villoro comparte que uno de los espacios narrativos donde más se puede encontrar historias es en un taxi; basta el silencio del pasajero para que el conductor empiece con el ritual. El paso de los años se nota en el contexto de las historias, el autor cambia, el lector también, se acoplan al ritmo del calendario, y como dijo Villoro en la entrevista citada al comienzo: “Necesitamos relatos para soportar el peso del mundo y darle sentido a un destino inescrutable”. ¿Hay vida en la tierra? es una clara muestra de que tenemos muchas historias todavía por narrar y por vivir. Y qué mejor si son aderezadas con buen humor, con complicidad, con acciones tan cercanas que por momentos el personaje es alguien que conocemos o que hemos visto, incluso en el espejo. Además, es motivo de doble celebración, pues este volumen es el número cien de la editorial Almadía. ® Texto publicado en la Revista Replicante en su edición de septiembre 2012.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Niños en su cumpleaños

Truman Capote (1924-1984) es un autor de referencia obligada, de disfrute, de introducción a mundos extraordinarios. Los que saben dicen bien que no le sobra nada en su prosa (en lo cual colabora de manera significativa la traducción, en el caso que nos ocupa de Juan Villoro). Un ejemplo del estilo más puro de Capote es el cuento Niños en su cumpleaños, un escrito que data de 1948 y que su belleza alcanza altos niveles. El autor de A sangre fría toma como marco su preferido sur de Estados Unidos, en una época de mediados del siglo XX. Inicia con el final, con el recuerdo, con una muerte, y las paradojas hacen que de ese deceso nazca una historia que lleva a la amistad por bandera, así como al sentimiento más profundo de amor. Quizás el reflector más distraído se vaya precisamente hacia ese último estigma, creer que el amor del niño hacia la pequeña dama es lo que pende de los hilos más calibrados de este libro, pero no es así, sino la intriga que se maneja con precisión. El mismo autor envuelve en su ritmo, sabe los momentos precisos en que se debe inyectar un toque maestro: “justo cuando deseábamos que sucediera algo, algo sucedió”. Así nace Miss Lily Jane Bobbit, fantasma que atraviesa cada página en su frescura risueña, llegada desde Memphis Tennessee sabedora de su papel en el desarrollo de la obra, lo cubre a plenitud, cada paso, cada palabra, cada guiño hace que el resto se mueva a su antojo. No en vano su muerte es el inicio y fin de la historia, no en balde su parsimonia es lo que le da el contoneo a esta narración. Capote en ciertas líneas le brinda el sabor de la diferencia con el resto de personajes, el pulimento de sus líneas: “Entonces Miss Bobbit se volvió con expresión adusta; sus ojos, de un color dorado girasol, se ensombrecieron y miraron de lado, como si tratara de recordar un poema”. El lector no puede seguirse de frente, hace pausa, lo obliga el escritor, quien con el mismo manejo empieza a presentar a los demás personajes. Por ejemplo, el primo de quien nos cuenta la historia, quien lleva por nombre Billy Bob Murphy, y es en sí un reflejo de amistad, de la sincera que se construye día a día, de aquella que conocemos sólo pocas veces, de la que se añora cuando no se tiene. La historia mira los flancos de la conquista hacia Miss Bobbit tanto de Billy Bob como del narrador Preacher Star, llevando a una batalla infantil con toques adultos. Siempre en el marco del respeto, siempre en la elegancia de las formas: “habló en un tono tan suave como la luz que había en torno”, como el mismo ramillete de flores que han robado del jardín más preciado de la tía con tal de que la pequeña dama se sienta mejor cuando está enferma. El riesgo siempre es alto, las expectativas crecen en medida del relato, mas no es una historia de amor más, nos lo hizo saber Capote desde la primera línea, sabemos pues de antemano que el camión de las seis que viene de Mobile será el que provoque la muerte de la niña, que tiene una vida especial a lo largo de la obra, quizá porque siempre supo que “hay que amar al Diablo como se ama a Jesús; es muy poderoso y si uno confía en él te devuelve el favor”. Sin embargo, pese a que sabemos el desenlace de la trama nos cae por sorpresa, no es que se olvide, sino que se deja de lado. Truman Capote en su elegancia de sentirse un escritor poderoso, conjuga la presencia de las letras que usa de forma adecuada con la fuerza que imprimen dando por resultado un cuento que rebasa las barreras de lo contemporáneo y se inmiscuye dentro de la mente del lector. Así es Niños en su cumpleaños, y así se recomienda leerse. Truman Capote, Niños en su cumpleaños. Nórdica Libros, España, 2011; 61 pp. Texto aparecido en la revista Siempre¡ del 9 de septiembre de 2012.

lunes, 13 de agosto de 2012

Espejo de mareas

Para el escritor José Gordón el libro Espejo de mareas, de Regina Kalach, es una celebración del ritmo y la música del lenguaje que captura lo efímero y lo eterno. Le doy la razón, son escenas plenas de color, por ejemplo ese viento amarillo que sopla hacia la dirección que le indica el destino. Lo eterno que resulta un minuto, un momento, la escenografía de lo cotidiano que se transforma en inolvidable: “Te ofrezco/ los desgastados bordes del mantel/ que acaricio una y otra vez buscando alivio,/ el tintineo de la cuchara contra el vaso,/ esta estancia atardecida tantas veces,/ un gesto que es apenas sonrisa,/ el tacto fatigado de los días iguales,/ la aurora recortada en picos,/ el bálsamo detrás de la mirada,/ la ternura,/ las partes nimias de una vida”. Kalach nos habla del fuego y la tiniebla (“Calcíname de amor en largo abrazo”), para desde allí brindar con la óptica de los cielos, de los dioses, para confesar que el sueño se agota en su propia exuberancia. Luego viene “Del cuerpo y su cercanías” que bien pudo haberse llamado “Del cuerpo y sus colores”, pues con excelente tino coloca tonalidades al dolor, lo ve y lo siente, es un instante calibrado pues así también se pueden cargar pesares de antaño. Mismas molestias que se llevan como tatuaje o cicatriz, la declaratoria no espera, es directa: “Esperas por siempre a que el pastel se infle, a que el doctor se desocupe, a que te quieran […] Deambulas sobre un puente suspendido; habitas un paréntesis”. Grito en silencio, con juego de ayeres, con saberes de hoy. Allí su fuerza, allí su voluntad por seguir. Una de las últimas secciones, “La Luz”, es el reencuentro con lo que de suyo viene a ser su emblema, el color de las cosas, la descripción acertada por certera: “El resplandor de las jacarandas incide. El mundo se vuelca en lilas y moradas. Los rayos solares hacen alarde de todo lo que tocan: bugambilias que descuelgan de un balcón, azaleas rojas y blancas que se yerguen en los patios, jazmines de aromas enervantes”. Esos jazmines de olores calificados como enervantes son los mismos que se hallan en el andar de los versos y de la vida, las cotidianidades al servicio de las letras, la fuerza de una poesía testimonial que deja su registro en el ritmo y en la pupila, pues los de Kalach son versos visuales que tocan y transforman, con el espíritu de la dama que no se deja, que en algunas líneas se instala en el rencor para tomar vuelo y mirar desde arriba la perspectiva total, las mareas en su conjunto y luego su reflejo, como el del espíritu mismo. Regina Kalach Atri, Espejo de mareas. Editorial Praxis, México, 2011; 134 pp. Texto aparecido en la Revista Siempre¡ del domingo 12 de agosto de 2012

martes, 7 de agosto de 2012

La perfecta de las nalgas frías

Tatana es el alma y corazón de la historia. Ella es como la heroína moderna, mujer políglota educada para soportarlo todo, incluso la llegada del recuerdo y hacerle frente al amor para no dejarse vencer a la primera. Tatana tiene la belleza de un arcángel terrible, citando a Rilke. Su historia nace de la venganza, de querer recuperar lo que nunca fue suyo, de hacer un homenaje a la memoria de sus muertos, y para ello tiene que internarse en los nervios de la mafia, el pasaporte que utiliza: su figura y forma sensual de bailar en el table dance. Así llega a los líderes de La Firma, una de las organizaciones criminales más temidas, comandado por la triada variopinta de Iván, ruso ex agente de la KGB, Lazca, contrabandista búlgaro y Manolo, español encargado de varias cosas más. Fácil le resulta a Tatana convencerlos para que la dejen ir de Europa Central a Estados Unidos, donde podrá hacer más dinero. Sin mucho revuelo llega a Atlantic City, donde de inmediato, como lo había hecho ya en los lugares del viejo continente, se da a notar. Su papel en la pista era un imán para clientes que pagaban grandes cantidades por tenerla cerca. Allí es donde conoce a Ricardo Vásquez, prototipo del joven rico, que sabe lo que es ganarse el dinero y todavía mejor, sabe gastarlo, disfrutarlo. El amor a primera vista no existe pero se presenta de vez en cuando, esa es la lógica con la que toma de la mano a estos dos personajes para llevarlos a diversos países en fugaz amor cual fin de semana largo. El camino de ella marca Las Vegas para pasar luego por San Diego y Tijuana para entrar a México, su destino final. Ante su ausencia en el lugar de trabajo, se les notificó a sus “dueños”, lo cual desata las acciones previsibles pero no por ello obvias de esta trama, misma que conlleva en Pablo Sabines a ese personaje que no sabe uno bien a bien qué papel juega pero no estorba, no cae mal, incluso su desfachatez lo hace amigable. De dónde viene su relación con Tatana también es misteriosa, pero ella lo protege, lo mima, él es locutor y anunciador de peleas estelares en lugares de mucho brillo, pero sabe en el fondo que “Los cobardes no somos tan cobardes como la mayoría de los hombres suponen, simplemente postergamos las decisiones para un mejor momento”. Tatana es todo remolino, a tal grado que manda a un lejano papel secundario a Ricardo Vásquez, un personaje interesante por varios costados, pero que se ve rebasado por la mujer. Él es un hombre, que como ya se dijo, conoce el poder del dinero y de sus formas de gastarlo, pero incluso cuando Tatana tiene un problema, ella le pide a él no participar, sino en su lugar enviar a uno de sus lugartenientes. La otra historia que se entreteje, digamos el pretexto primero, el hilo que ata la muerte de la madre de Tatana es el padre Józef, quien se sabe de a poco que jugó “un papel central para obligar al gobierno comunista a negociar con Lech Walesa y otros líderes sindicales a fin de convocar a elecciones de las que resultó ganador Tadeusz Mazowiecki”. Su pago por la lealtad no será menor. De ritmo interesante, con una cadencia que va de la aventura a la intriga, pasando por el amor, en las páginas de La perfecta de las nalgas frías, título por demás llamativo aunque poco atinado para la obra, se conoce también los sobresaltos de filosofía del autor, por ejemplo confiesa que “El único sentido de la vida reside en la obsesiva búsqueda por sí misma y no por los eventuales hallazgos”. La primera entrega de Felipe Chao es pues una novela redonda, tiene fuerza, trama, personajes memorables, momentos de humor, ratos de intriga. Es una novela que se disfruta desde su primera lectura. Por cierto, lo que al inicio parece ser un hilo de la trama, el olor de la ciudad, en el caso del Distrito Federal olor a mierda, se vuelve intrascendente después. Tal vez sale sobrando, o tal vez, es el preámbulo de una próxima entrega. Felipe Chao Ebergenyi, La perfecta de las nalgas frías. Ediciones sin nombre, México, 2012; 150 pp. Texto aparecido en la Revista Siempre¡ del 5 de agosto de 2012

lunes, 16 de julio de 2012

El azul de Van Gogh

Testigo y partícipe de los acontecimientos cotidianos que en ocasiones se vuelven trascendentales, así ha sido y es David Martín del Campo (Ciudad de México, 1952) en sus colaboraciones periodísticas que a lo largo de su carrera nos brinda en este tomo atinadamente titulado El azul de Van Gogh, porque es justo allí en el color del infinito donde toda historia tiene su comienzo. Labrado a fuerza de vivencias lo mismo en paisajes de México como de Europa, particularmente España, donde fue corresponsal, pero también integrante de diversas aventuras, esta obra compila en cinco apartados bien delineados lo que puede ser un mapa de ruta en su formación de lector, escritor y personaje. Abre “Cosas de la vida”, y como bien señala Mauricio Carrera en la introducción: “Lo diario, lo cotidiano, lo perecedero que permanece, es lo que encontramos aquí”, y es que por igual Martín del Campo nos habla del viejo automóvil conocido coloquialmente como el vocho, que de la muñeca Barbie, que de la letra x, es donde la imaginación del narrador se desenvuelve con mayor soltura. Sigue “Por sus obras”, donde los perfiles se entrecruzan con los homenajes. Allí es el espacio que cede a los otros, a los que de alguna manera lo han marcado, cuenta historias propias, como la de María Luisa Puga, cercana, atractiva, como el de Lady Di, a quien nunca estrechó la mano pero le cede un texto que se sostiene porque como la gran mayoría de los que salen de la pluma del también autor de Alas de Ángel, buscan, bifurcan otros ángulos por donde llevar y llegar a esas personalidades. “Pasaporte en mano” nos lleva a esos viajes ilustrativos, la visita a los sitios que son parte del itinerario de muchos, pero desde la óptica de quien sabe narrar y compartir. Es una de las partes más descriptivas, rescata al reportero que lo mismo camina La Habana, Nueva York, Porto Alegre, San Francisco, Montreal que su adorado Madrid. Allí también encuentra asilo el texto que le da nombre al volumen, en esa tierra donde el pintor heredó sus últimas y más sentidas obras. “Pompa y circunstancia” es muy parecida a la primera sección, nos habla de las cosas cotidianas, las que podemos encontrar, personajes que entablan comunicación con la realidad a partir de una existencia efímera, vemos por caso a la chica Perisur (la que se entretiene viendo aparadores), e invita a perdernos en los ojos de Kimberly, una gringa que debe aparecer en la lista de anécdotas de todo buen charlador. La última sección “Hermosa provincia mexicana” es un homenaje a México, o más aún a esos sitios con los personajes adecuados, de tal forma que Martín del Campo va de Tijuana a Yucatán, de Monterrey a Sonora, pasando por Jalisco, Coahuila y su amado Mazatlán. En cada punto ubica la manera más amable de enfrentar la realidad, nos descubre con ese sello personal la geografía pero sobre todo las circunstancias que le dan sentido a ese pequeño territorio nacional. En suma El azul de Van Gogh es una compilación de textos periodísticos nacidos a la vieja usanza, con las prisas del periodismo sí, pero también con la pausa del escritor que sabe manejar la pluma con destreza al conjugar todos los sentidos y compartirlo. David Martín del Campo, El azul de Van Gogh. CONACULTA (colección: Periodismo cultural), México, 2011; 337 pp. Texto publicado en la Revista Siempre¡ el 14 de julio de 2012

El Político

Inmersos ya en el trajín de las campañas electorales en México, resulta necesario una vez más echar un vistazo al pasado, a la historia, para aprender de ella, en este caso es en el volumen El político firmado por Azorín, cuyo verdadero nombre fue José Martínez Ruiz (España 1873-1967). Dicho ejemplar vio la luz por primera vez en 1946 y recientemente el Fondo de Cultura Económica en su colección Cenzontle lo puso en circulación, seguramente en la coyuntura y efervescencia política que vivimos. Azorín es directo en cada uno de los 47 “consejos, insinuaciones y recomendaciones” (como bien señala la breve introducción) que le dan vida al libro. Va desde el vestir llegando hasta el actuar, incluso toca esa sensible y siempre dolorosa etapa de la despedida, el ocaso del poder, la sugerencia para la partida del político. Arranca con la contundencia de lo básico, así: “La primera condición de un hombre de Estado es la fortaleza”. Quien no se sabe fuerte para esta disciplina mejor que busque otra opción de vida. Pues como dice el mismo autor: “Si el político duda de sí, ¿cómo no han de dudar los que le miran?”. Azorín sabe aquilatar así como diferenciar lo valioso y la vanidad (“lo que mucho se ve, se estima poco”), sin embargo es cauto y preciso al señalar el peso y el volumen de lo necesario, de lo justo: “El elogio de los admiradores es lo que más pone a prueba la fe y la constancia de un artista”, o esta otra perla: “La vanidad es el exceso por más; la modestia es el exceso por menos”. Se requiere en algunos casos la relectura de estos breves capítulos, se necesita atención pese a las prisas, las frases se deben digerir de a poco, es como aquéllas que se comprenden con las relaciones de otras lecturas u otras vivencias, sobre todo de la experiencia, pues “La ingenuidad no resiste al tiempo; la experiencia se va formando lentamente de desengaños”; es como cuando el político debe comprender y “no mostrar impaciencia en los comienzos de su carrera; no se precipite; no quiera recoger el fruto cuando aún no está maduro”. Una parte fundamental del desempeño del político es en el momento del discurso, para tales fines Azorín da el siguiente consejo: “La mejor preparación del discurso es conocer bien la materia de que se va a tratar”, sabemos que hoy en día se requiere mucho más que eso, pero sin duda que ese punto es, digamos, el primero, el esencial, no ha cambiado, sino que se ha perfeccionado. Por último, cuando el político está en la plenitud del gobierno debe tener claro que más allá de las cifras, los dichos e incluso los hechos, el pensador español recomienda algo más a la mano, tampoco fácil de conseguir, pero de una importancia que a veces se olvida: “Sepan los que pretender reconstruir un pueblo, y sepamos todos, que el primero, el más hondo y fundamental de nuestros deberes como hombres es la alegría”. Lectura que bien puede ser referencial para la clase política que hoy en día en México como en otras partes del mundo donde se disputan el poder. Ojalá que esta vez, tarde que temprano el resultado que arroje sea más allá de vencedores y vencidos. Texto aparecido en la Revista Siempre¡ el 30 de junio de 2012

El futuro no será de nadie

Las relaciones personales, las contemporáneas de parejas, con las características propias de la época, es de lo que nos habla la novela de Óscar de la Borbolla (Ciudad de México, 1959) El futuro no será de nadie, pero va más allá. Es una historia con un narrador todopoderoso, a veces cruel, a veces irónico, quien decide la trama de cada integrante. Pocos son los que aparecen en la historia: Pablo y Nadia, un matrimonio con quince años de costumbre y pesar, “su relación era la relación de dos soledades”, en un México, como bien dice el autor, donde la nostalgia tampoco es individual. Se le suman Lola, pintora sin lograr el despegue, aunque la esperanza muere al último. Atada a un cordón umbilical invisiblemente fuerte, quien en ocasiones parece encontrar la inspiración en sus actos a partir de echárselo en cara a sus padres, su madre sobre todo, que por su propia felicidad profesional. La monotonía de sus vidas sólo puede ser distraída por cambios significativos, tales con un encuentro fortuito entre Lola y Pablo en el sistema de transporte metro, el día menos pensado, a la hora indicada y con los elementos que de suyo son parte ya de la escenografía. Luego la búsqueda, el coqueteo, la aventura. Por su parte Nadia ubica el punto de quiebre en la muerte inesperada de su jefe en uno de sus constantes viajes a España, a donde ella lo acompañaba, nunca sabremos si en calidad solamente de secretaria. Allí la vida a partir de un fallecimiento puso en alerta su vulnerabilidad. Estos dos hechos son los ejes de la novela, a partir de allí se pueden sacar conclusiones. “La vida es eso: una circunstancia precisa, repleta de pormenores que sólo son importantes para uno y porque son los de uno” es una de las lecciones que se aprenden en las páginas, y De la Borbolla nos lo dice porque son las mismas relaciones humanas las que mantienen el equilibrio del universo mismo. ¿Que va a pasar en el amanecer siguiente?, no lo sabemos, como tampoco sabe Lola con certeza si la noche que más lo necesitaba Pablo durmió con ella, él dice que sí, ella no lo recuerda, cosas del amor, cosas del desamor también. “Porque eso era el amor: un simple estar como si nada que permite que cada palabra, cada gesto, cada decisión, elección o acción resulte pertinente; un sentido de la oportunidad que el otro regala”. El matrimonio de Nadia y Pablo (con los rastros en el viejo colchón que marca un territorio propicio en ocasiones para la desgracia y otras para el llanto), tiene similitudes con las pinturas que Nadia trazó (incluida esa carga de blanco en un cuadro que sólo ella entendía), pues en esas pequeñas cosas, que a la larga son las que más pesan, se refleja el temperamento de los humanos al compartir un pedazo de vida. Las páginas de El futuro no será de nadie soportan la lectura, hallan también en la Ciudad de México y algunos pasajes de España, elementos para un mayor contagio que no logra darse del todo, quizás allí radique esa ausencia de magia que tienen otras obras de Óscar de la Borbolla, de quien siempre se esperan grandes libros. Óscar de la Borbolla, El futuro no será de nadie. Plaza y Janés, México, 2011; 181 pp. Texto aparecido en la Revista Siempre¡ el 9 de junio de 2012.

martes, 29 de mayo de 2012

Érase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina

Uno de los referentes de la literatura actual rusa es Luidmila Petrushévskaia (Rusia, 1938), quien presenta una colección de cuentos titulada Érase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina acreedor del Premio Mundial de la Fantasía 2010. Dividido en cuatro secciones: Canción de los eslavos orientales, Alegorías, Réquiem y Cuentos de hadas, esta obra advierte un paseo por los límites de la realidad y la fantasía. La figura de los fantasmas atraviesa de buena forma algunas de las historias, sin embargo no es así en lo general. Toma circunstancias de heroísmo o suspenso como la del rescate, de tal suerte que los fantasmas regresan al mundo terrenal para influir en la fortuna de los que todavía caminamos en este mundo. En la introducción podemos leer: “su figura de enemiga de toda banalidad y de fantástica habilidad para revelar la crudeza de la existencia humana la mantienen en el gusto del público no sin polémica y detractores: hay quienes no perdonan la descarnada agudeza con la que retrató a los habitantes de un mundo que ha quedado en blanco y negro, así como otros se azoran ante su polifacética actividad artística”. No comparto del todo lo allí lo escrito por Jorge F. Hernández y menos cuando dice que los cuentos de la rusa son un “túmulo funerario que va del manto de espumas con el que los mares arropan sus ahogados al terror verídico y palpable de saber que hay alguien en casa cuando podríamos jurar que estamos solos”, lo cual es excesiva pirotecnia para quien de por sí ya lleva en sus cuentos parte de ese sello. Sino porque no todos los cuentos se ciñen a un rigor esperado por alguien que se considera heredera e insignia de la tradición oral para contar historias. Porque el talento desplegado en “Venganza”, el mejor de los cuentos, la sorpresa, la intriga, la inteligencia se nota en el borde de las frases, en el nudo que elabora y en el sentimiento que despierta con el final, es desgarradoramente tierno. Y resulta pues una figura poco recurrente porque pensamos que lo sabemos todo y cuando menos lo esperamos la autora sorprende con un guiño forjado con la tradición y el trabajo. Mas por desgracia es sólo allí, quizás en un par más, pero el resto queda a deber, se vuelven pajas de páginas donde los mecanismos llegan a repetirse, y las salidas conocidas, repetitivas. Se esperaba más, quizás a otros no decepcionen sus narraciones, habrá que leer otros títulos de su obra para tener un juicio más profundo. Luidmila Petrushévskaia, Érase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina. Atalanta, España, 2011; 247 pp. Texto aparecido en la revista Siempre¡ en su edición de esta semana.

lunes, 14 de mayo de 2012

El cuerpo en que nací

Su nombre ya venía sonando constantemente entre las promesas literarias de México, su colección de cuentos Juegos de artificio (1993), pero sobre todo Pétalos y otras historias incómodas (2008) la hicieron objeto de halagadores comentarios, lo cual, sabía la propia autora, era un compromiso con sus siguientes obras. Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) dio el salto en medio de esas dos obras a la novela con El huésped (2006), y ahora regresa a esa arena narrativa para presentar El cuerpo en que nací, una obra completa, adictiva, que provoca y contagia. A través de un largo monólogo la narradora y personaje principal nos cuenta el proceso de su infancia y adolescencia, los variopintos escenarios de sus aventuras, el retrato familiar, las escapadas, el crucifijo de la duda existencial con el que carga y duda sobre si “los comportamientos adquiridos durante la infancia nos acompañan siempre”. Parte de un problema en un ojo desde niña, y es allí cuando el lector queda a la intemperie, pues sabe que sólo le queda como escapatoria para esa sensación seguir acompañando a la narradora, y lo hace con gusto, pues de a poco, se refleja en lo que de suyo es el concepto de la amistad distante, pues la protagonista y narradora bien puede ser esa niña de figura normal y aspecto tradicional que va en el mismo autobús que nosotros y que pasa tan inadvertida como el cambio de color en un semáforo. Esa niña para algunos “rara” encontraba en pequeños trozos la felicidad, por ejemplo en las narraciones que compartía en clase y donde colocaba a los compañeros que se llegaban a burlar de ella como protagonistas: “Aquellos relatos eran mi oportunidad de venganza y no podía desperdiciarla”. Dos figuras son emblemáticas en el desarrollo de la obra, por un lado la Doctora Sazlaski, quien suponemos es su terapeuta, la que escucha, quien no hace preguntas pero las provoca; y la otra es su abuela materna, como las de esa generación que en el momento preciso te retiraban el apoyo cuando más lo necesitabas, o bien daban la cara para defenderte de cualquier mal. Sobresaliente la escena en que la abuela defiende a la nieta con una carta para que pueda jugar en un equipo de futbol donde sólo lo hacían los varones. El buen sabor de boca que van dejando las páginas es de llamar la atención, pues son resultado de una mezcla que atraviesa por igual los sentidos y los sentimientos: “Al final nos quedaba siempre esa sensación de nostalgia por lo que podíamos haber sido y no hubiéramos llegado a ser, pero era mejor que nada”, y tal vez con eso muchos se sientan salvados. Todos los personajes que se dan cita en la trama tienen su peso justo, Lucas su hermano, sabe el momento en que debe salir a escena, como en ese viaje a Sonora, donde en un campamento simulado todos son parte de la misma familia, o como Ximena, la única con la que se identifica la narradora pues “dejó una impresión muy profunda en mi historia”, Ximena termina con su vida en un suicidio, nos enteramos páginas después. Volvemos a ella en forma de recuerdo en un viaje a Sudamérica de la protagonista más adulta, y en la tierra natal de la familia de Ximena, adonde encuentra un cuadro pintada por la exvecina y cómplice que a su vez es una de las muchas respuestas a los diferentes por qué que se plantea la narradora. La lucha contra ella misma es el inicio, el constante respirar intranquilo por la persecución de no saber qué sigue. Lo cierto es que en el monólogo disfrazado de entrevista sin preguntas, la protagonista nos lleva por diversos sitios, incluido su estancia en Francia. Un estilo más cosmopolita, con pasajes que vislumbran lo que le dará más contorno a su forma de pensar, como esa aventura que le robó su amiga Sophie, aventura que le tocaba a la narradora vivir con un hombre pero que no fue. Mención aparte, guiño de satisfacción es cuando la protagonista en su monólogo confiesa, en un recuerdo que conlleva enervantes, que está escribiendo una novela sobre su infancia, todo hace indicar que son las señas particulares que Nettel deja a manera de rastros de identidad. Pero de pronto el viaje nos lleva a las visitas que le hacía a su padre al Reclusorio Norte, a donde fue a dar luego de delitos de cuello blanco. Su padre, es una figura que si bien no pesa como tal en el recuerdo, sí impulsa muchos de los cambios en la escenografía. La última parte es la más cercana a la actualidad, ya nos menciona a su hijo, de diez meses de nacido, ya nos habla de un pasado más inmediato, ya nos obliga Guadalupe Nettel a hacer un ejercicio similar, a pensar si el pasado nos afectó y nos afecta en las actividades que realizamos de manera cotidiana hoy en día. La confesión a manera de grito de salvación llega en la conclusión: “después de un largo periplo me decidí a habitar el cuerpo en que había nacido, con todas sus particularidades”, para no dejar espacio a la duda: “El cuerpo en que nacimos no es el mismo en el que dejamos el mundo”. De tal forma que El cuerpo en que nací se posiciona como una de las mejores novelas recientes, pero también como una muestra del trabajo de una generación donde sobresale su autora Guadalupe Nettel, pues además de provocativa, esta obra se vuelve entrañable, como la narradora, como la narración. Un libro completo, se sostiene en la lectura y se aprecia en la relectura. Guadalupe Nettel, El cuerpo en que nací. Anagrama, México, 2011; 196 pp Texto aparecido en la revista Siempre¡ del domingo 13 de mayo 2012

lunes, 16 de abril de 2012

El verdadero precio de leer

La función del libro no queda sólo en esa primera lectura sino que va más allá, nos acompañará a lo largo de nuestras vidas y podremos recurrir a él cada que queramos, siempre nos será útil, si se le sabe aprovechar.

La charla fue así: “A ver, el fin de semana le compramos un libro a mi hija que va en tercero de primaria, pagamos 150 pesos, lo leyó esa misma tarde, pero ¿y luego?, ¿qué más se puede hacer con él?”, la voz pertenece a una joven madre, entre los treinta y 35 años, que como muchas seguramente se debaten en las cuestiones del gasto familiar para poder complacer lo más posible a los integrantes de la familia sin desfalcar o dejar que el agua llegue hasta el cuello a fin de mes.
Hoy en día es un hecho, y quien no lo quiera entender así estará probablemente en un error, que el libro compite con productos del entretenimiento: televisión, juguetes, cine, videojuegos. El costo es similar, pero quizá lo que nos haga falta para cerrar la brecha es hacer extensivo que el verdadero valor y placer de un libro no se ubica solamente en la inmediatez de su lectura.
Una película llega a más gente, se puede platicar en la escuela o en la oficina sobre su trama, sobre sus héroes, y se disfruta más la charla en medida que los demás la hayan visto. Se presume que el esfuerzo es menos complicado que la lectura, dos horas en una sala oscura disfrutando palomitas y refresco, o quienes lo prefieren en la comodidad de la sala con un DVD o Blu-Ray. Y para quienes en esa charla se sienten fuera de lugar por no haberla visto, tienen opciones para formar parte del ritual, ya se sabe lo que hay que hacer.
Esto tal vez con una lectura no se da igual. Complicado parecería intercambiar puntos de vista sobre un libro que pocos han leído, pero quizá la clave radica no ya en contar exactamente la trama del libro, ni la de la película, ni la de la obra de teatro, ni la de la serie de televisión, sino en los contenidos, en los valores que expresa, en la manera de ver la vida y las circunstancias; y eso, por supuesto, sin necesidad de que todos hayan visto la película, escuchado la canción, jugado en el Play-Station o leído el libro, lo podemos hacer.
Es allí entonces cuando los 150 pesos que costó el libro cobran un valor diferente, se entiende que un juguete o videojuego, con la magia de la repetición hacen que el reto se convierta en una adicción en quien lo utiliza. Pero también puede ser un reto el completar la lectura de un libro, y todavía más el comprenderlo y compartirlo de alguna forma.
El placer y el valor de la lectura de una obra se lleva por siempre, se puede recurrir a él en cualquier momento, no nada más para la cita académica, para el cumplimiento de una labor escolar, sino para un uso práctico, cotidiano. Es un ingrediente más en la suma de experiencias que se acumulan en la mente del individuo.
La relectura da un placer diferente también. Ni el libro es el mismo ni quien lo vuelve a leer es el que lo leyó la primera vez, ahora el lector ha acumulado un nuevo conjunto de elementos en su mente y comprenderá de manera diferente su contenido. Igual sucede con una película y el placer de volverla a ver, quizá no pase lo mismo con un videojuego, tal vez la moda ya haya pasado o fue desplazado por una versión nueva.
De tal suerte que la función del libro no queda sólo en esa primera lectura sino que va más allá, nos acompañará a lo largo de nuestras vidas y podremos recurrir a él cada que queramos, siempre nos será útil, si se le sabe aprovechar. ®

Texto aparecido en la Revista Replicante en su edición de abril 2012.

sábado, 14 de abril de 2012

El mal de origen

Lector que olfatea, escritor que se recarga en el ensayo para darle vuelo a la imaginación, narrador de una realidad que a veces parece rebasa la verdad, así es Sergio González Rodríguez, hombre de letras cual periodista nato, su libro Huesos en el desierto lo posicionó como referencia en el tema de las muertas de Juárez y su leída columna en el suplemento El Ángel del periódico Reforma confirma cada semana el pulso de la literatura nacional y extranjera.

Esta vez traspasa el mostrador para en 31 textos breves, interpretar un escenario disímbolo por naturaleza: la ciudad, y elegir de ella los elementos que a su parecer en la modernidad deben ser debatidos, retomados, incluso refrescados para su nueva maduración.

Con el volumen El mal de origen. Ensayo de metapolítica, el también autor de El hombre sin cabeza llega literalmente hasta las azoteas, pues ubica desde allí un espacio de definición terrenal. Y es que a su parecer, como el de muchos, “Una azotea deja en las noches al menos el susurro, la confidencia, los aromas del guiso entrañable bajo el brillo opaco de las estrellas”.

Ese elemento, también descrito como observatorio de arrabal o de suburbio, es inherente a la metrópoli definida como el territorio de las imperfecciones, pues a final de cuentas “la mejor forma de imaginar una ciudad es haber vivido en una a plenitud”.

La brevedad de los textos ayuda al ritmo, sin duda el galope de las afirmaciones necesita un espacio para el respiro, el autor exige, pues toma como referencia el marco de la distracción en el que hoy en día nos desenvolvemos.

En las páginas de esta obra conviven muchas respuestas pero a veces las preguntas se olvidan. Como en la vida misma se presenta el constante cambio en el empleo, en las relaciones de pareja, en las aficiones, se refleja de igual forma en los pensamientos que deberían ser más profundos, como los valores por ejemplo.

Quienes conocen la pluma de González Rodríguez podrán notar con mayor precisión, cómo de manera natural, quizá por el texto número diez el autor deja lucir de mejor forma su conocimiento literario, sus lecturas y relecturas, donde sus análisis y referencias literarias hallan acomodo.

Siempre pendiente del contexto que se da del otro lado de la ventana, allí donde el desempeño de algunos sólo alcanza para la vaguedad, para el señuelo, para lo bajo. Hace público que los chismes “de mayor interés son los que bordan sobre los amores. En el ámbito de la política, los chismes más exitosos tienen que ver con el riesgo criminal: enriquecimientos ilícitos, negocios fraudulentos, nepotismo, asociaciones delictuosas. Cuando se juntan ambos, se fabrica una bomba. El que es primero en el tiempo, es primero en el chisme: un chisme que no se cuenta como primicia, se vuelve noticia o se evapora”.

La prisa por la exclusividad de lo efímero, de la fama inmediata, del reconocimiento con pocos méritos, exigencia que debe erradicarse de diversos campos de convivencia humana. Quizás al terminar de leer El mal de origen quede la sensación de haber tenido en las manos un libro diferente y diverso, original y vertiginoso, con rigor y con mensaje, y se transmita ese sabor que queda como elemento que acompaña a las soledades.

Es de sensaciones el libro también, se pueden dar esos ruidos como los de la noche por encima del techo, o la imagen de quien levanta la mano en el salón de clase y nunca le dan la palabra, o de esa pareja que se besa a lo lejos y quien los mira se muerde el labio inferior pues sabe que todo puede ser mejor, y que la realidad es diferente por designio.

Sergio González Rodríguez, El mal de origen. Ensayo de metapolítica, Libros Magenta, México, 2011; 171 pp.

Texto aparecido en la Revista Siempre¡ del domingo 15 de abril de 2012.

domingo, 1 de abril de 2012

El vigilante del fiordo

Nacido en San Sebastián, en el País Vasco de España, donde el concepto del grupo armado eta es más que una constante amenaza, Fernando Aramburu ha sabido desde siempre navegar con una prosa fuerte, directa, con sentimiento de confianza. Los peces de la amargura es una muestra clara de su trabajo como cuentista y ahora con El vigilante del fiordo, colección de ocho cuentos, renueva su compromiso con esas buenas formas de narrar.

El dolor se siente, pero sobre todo es la percepción de los nervios, del pasado que transmite una quemadura que más bien parece una cicatriz de cuerpo entero, es eso lo que lleva a su personaje del cuento que da vida al libro a la locura, al recuerdo constante en el sueño para cumplir su cometido, porque de lo contrario el grupo terrorista para el cual trabaja le cobrará cara la factura.

Aramburu describe a las víctimas de los atentados como sus personajes, no siempre es el que recibe el ataque de manera frontal, en ocasiones toma a la familia cercana, a los amigos, y desde diferentes ópticas logra contarnos esas historias que hay alrededor de la desgracia.

En sus párrafos se sienten esa aceleración en el pulso, la identificación de un signo que rememora el miedo, el temblor en esa otra orilla, a tal grado que el también autor de Fuegos con limones llega a crear un personaje que nos narra su propio entierro.

La locura es un signo de comportamiento en estos cuentos, pero la locura direccionada por un recuerdo vivo, transparente a fuerza de golpes; sin necesidad de decir que hay un fantasma, los espectros recorren las páginas, o peor aún los sueños y las realidades de los personajes, el escenario es propicio para la remembranza, esa es la magia y la fuerza de los cuentos de Fernando Aramburu.

Sin duda El vigilante del fiordo es en primera instancia un recuerdo de las víctimas de actos terroristas, pero la desgracia puede venir desde cualquier flanco y allí es donde estos cuentos cobran una vida especial, un empuje y una fuerza digna de ser leídas.

Fernando Aramburu, El vigilante del fiordo. Tusquets Editores, México, 2011; 184 pp.

Texto aparecido en la revista Siempre¡ en su edición del domingo 1 de abril de 2012.

La nostalgia del Atari y los GI Joe

Tenía 23 años, estaba por salir de la universidad y ya me preguntaba qué hacer con mis juguetes y los gadgets de mi infancia y adolescencia. Sí, esos mismos que teníamos la mayoría de los que vimos en los años ochenta el avance tecnológico y el entretenimiento que personificaban el Atari, el walkman, la colección de G.I. Joe o los PlayMobil (imagino que en el caso de las chicas eran las Barbies), así como las revistas de superhéroes, por citar los ejemplos más comunes.

En la secundaria mis mejores amigos iban a casa y ponían sus casetes con música que luego supe se llamaba rock urbano (como hasta la fecha), y conocí a esos grupos con nombres mezclados y canciones que repiten un estribillo que a la fecha escucho y, sin proponérmelo, acabo tarareando.

Les ponían una etiqueta con el nombre del grupo o las canciones que incluían, y ese mismo lo llevaban y traían cada día, por supuesto que variaban, algunos me los regalaron, otros los fui adquiriendo. Juntos dimos el salto a los discos compactos, y de nueva cuenta el rito del estuche con el nombre para identificarlo. Hasta allí todo bien.

La nostalgia vino después.

Una llamada puede cambiarlo todo. Esa plática tan breve y tan temida por muchos. Ya lo había escuchado en algunas charlas de bares y de otros colegas un poco mayores que yo, pero como todos, pensé que “a mí no me pasaría”.

Sin embargó, me sucedió. La voz de mi madre lo dijo todo: “necesito que desocupes unas cajas de la casa”. Luego de las preguntas y saludos de rutina colgó y el eco en el celular permaneció.

Fui a casa, no sé si otros integrantes de mi generación estaban preparados para tales circunstancias pero yo al menos no. Abrí las cajas polvosas y por supuesto que miré con cuidado y cierto romanticismo su contenido, a esas alturas lo de menos eran esos estuches al igual que la música que resguardaban cual centinelas esos casetes y CD’s. Más allá de los ritmos y sus recuerdos es una parte de la historia propia la que allí se almacena.

Todo cabe en un usb

Ahora, en la era digital, todo cabe en una usb sabiéndolo acomodar. Los gustos musicales fueron variando, como otras actividades, y la misma caja me lo hizo saber. Saqué el viejo Atari, que siendo francos quien más lo disfrutó fue mi hermano, así como el Nintendo, pensé que en alguna vida nos encontraríamos a Pacman o a Mario Bros. (aunque mil veces hubiera preferido encontrarme con Chun-Li, la de Street Fighter II, sobre todo cuando le hicieron su película y la protagonizó Kristin Kreuk, a quien se pudo ver también en la serie de televisión Smallville).

Y justo como en escena de Toy Story ahora debo dejar libre este espacio. Pienso que la basura no debe ser el mejor destino para el vetusto walkman que tanto le pedí a mi papá me comprara y que ahora no vale mucho pues no llega a antigüedad. Sin embargo dudo que alguien lo quiera y seguro que donde ahora vivo irá a otra caja.

Inevitable recordar que en la preparatoria los gustos musicales y mis nuevos amigos me llevaron a escuchar música pop y en inglés, esa que cantas sin saber lo que dice, que pronuncias mal pero a todo volumen nadie lo percibe, que le regalaba a las compañeras para quedar bien y ellas escuchaban ya en un Discman.

En la Universidad los ritmos musicales de nueva cuenta cambiaron, igual que los gadgets. En esa época tuve mi primera computadora, y adquirí mis primeros libros. Era más sonoro que visual. Hablando de gadgets, recuerdo que una vez llevé un balero a la Facultad y fue la sensación, organizamos un torneo que terminó pasadas las once de la noche, para algunos fue toda una novedad, nunca habían visto uno, para otros fue confirmar que la madera sigue siendo un elemento digno del entretenimiento.

Pero todo esto viene a colación por la caja que debo llevarme de la casa de mis papás y no sé qué hacer con ella. Dónde poner tantos casetes, tantos CD’s, algunos que sinceramente ya no quiero tener. Quizá deba pertenecer (aunque creo que me tocará fundar y eso complica un poco la agenda) una tribu urbana que se identifique por esta característica u ocupación de vaciar cajas añejas.

Hace poco mi mejor amigo puso en su face que quería deshacerse de su colección de figuras de StarWars, imposible no identificarme (por la acción, la película nunca fue mi favorita y me generó algunas diferencias con amistades sinceras). Ello en el marco de su reciente mudanza, ahora él vivirá con su esposa, aun sin hijos, dando el paso de un departamento a una casa, razón suficiente para que no lleguen todos los elementos de la historia pasada. Digamos pues, otra caja que vaciar y otra nostalgia que añorar.

Quizá no ser el único en esa circunstancia ayude a la decisión, pero es sincera mi preocupación, desconozco dónde poner lo que hay en la caja, pues a final de cuentas, apelando a la tolerancia, a la diversidad, y la mera verdad, ya no quiero llevar todo conmigo. Que comiencen nuevos recuerdos y otras músicas.

Texto aparecido en el suplemento CAMPUS Milenio el jueves 29 de marzo de 2012

jueves, 23 de febrero de 2012

Reflexiones de Alfonso Nieto sobre cómo son los estudiantes*

Las nuevas tecnologías han hecho que el comportamiento de los jóvenes estudiantes universitarios tenga modificaciones con respecto a las generaciones pasadas. Según Alfonso Nieto, exrector de la Universidad de Navarra, “los jóvenes acceden a la universidad con una preparación que difiere bastante con aquellos que accedían hace diez años; en ese sentido, hoy ingresan con conocimientos superiores en cuanto al conocimiento de técnicas o de herramientas que permitan una mejor comprensión de lo que es la comunicación en el mundo”.
Se refiere concretamente a mayores conocimientos de informática y de idiomas, dos herramientas fundamentales en el ámbito de la comunicación. Sin embargo acota: “Me parece que en el uso del lenguaje en el uso de la escritura y de la capacidad de expresión verbal, la preparación es inferior, porque hoy el estudiante –a lo largo de sus estudios previos- escucha más que ve, y ve más que lee. Hoy se lee poco, se ve bastante y se escucha mucho”.
Cierto es que a la radio, la televisión y la prensa –los medios tradicionales de comunicación- se han sumado algunos soportes en los que la inteligencia opera de una manera distinta que un medio tradicional de información: “opera sobre la base del entretenimiento. Me parece que internet o los juegos en línea están cumpliendo un papel de educación de la mente muy concreto. No digo que sea buena o mala esa educación, porque educar se puede bien o mal educar, pero para el ámbito de la información no necesariamente es la mejor preparación”.
Sin embargo el mayor problema lo ubica en que las instituciones de educación superior deben “preparar a la gente para que sepa comunicar, y comunicar es la capacidad de expresarse, y uno se expresa por escrito o por palabra, o se expresa por imágenes. Pero el fluir de la comunicación me parece que hoy va en otra línea: por la línea de los contenidos”.
La razón por la cual los estudiantes llegan con esa diferencia a las aulas universitarias es el mercado. “El mercado de la comunicación hoy es en un 80% de entretenimiento y juego, el concepto de juego que va vinculado a la niñez, a la juventud y a las personas adultas. Juegan porque jugar es una manera de proporcionar alegría a la vida, un juego triste no es un juego. La distracción actualmente supone un empeño más de la inteligencia y sobre todo una mayor rapidez de las decisiones, y eso es lo peligroso: hoy vivimos en la educación con un tiempo acelerado”.
Aunque en el fondo se percibe que esto va más allá del juego como tal –ya sea real o virtual-, incluso del entretenimiento mismo, lo que hay que analizar ahora es “la batalla por la autonomía de la inteligencia, la cual es mucho más dura que hace años. Hoy la inteligencia de un estudiante, de un profesor o de cualquier persona está acosada por ofertas, por requerimientos de tiempo con una frecuencia que antes no había”.
Para Alfonso Nieto, “la vida de la inteligencia no es arar un campo, sino profundizar un pozo, esa es la vida de la inteligencia para que tenga autonomía, para que esté afincado y tenga buenos fundamentos, lo otro es superficie”. Además, es importante señalar que actualmente se está acelerando la inteligencia de los individuos, y pareciera que se hace más dependiente de lo que otros dicen, salvo en espacios muy pequeños en las que el mismo individuo se especializa, como lo es en el ámbito profesional.
La existencia de un videojuego de nombre Warcraft en el cual participan siete millones de personas en el mundo, si bien no a la vez, pero sí en el mismo juego, es una clara muestra de una concentración de tiempo que antes no existía. “Se está acelerando el tiempo porque la oferta de productos que demandan tiempo cada vez es mayor. La publicidad o los programas de televisión o los videojuegos buscan audiencia, y frente a eso hay una resistencia natural”.

El valor del tiempo
Pareciera por momentos que mientras más herramientas de comunicación existen más se deshumaniza la comunicación. Ante esto, el exrector argumenta que “si uno pierde autonomía, se deshumaniza la comunicación. Si yo sirvo a la tecnología y la tecnología no me sirve a mí… Para eso está la universidad, para que uno use el tiempo y no el tiempo lo use a uno. Está para que yo no tenga que cambiar de modelo cada vez que sale un modelo”.
Comparte una anécdota que viene al caso: “Luego de seis años cambié de teléfono celular porque me di cuenta de que entre él y la palm tenía que viajar con siete instrumentos: cargador, adaptador… Porque son de hace seis o siete años y hoy todo eso ya viene en un solo aparato y con un solo cable. Ofertas de teléfonos hay todos los días, y uno compra, pero ya hay uno nuevo. Ahí está la resistencia, la autonomía del pensamiento. Que yo intente dominar a la oferta que me hacen. Vivimos en una economía de oferta, y cada uno tiene que pensar que tiene que vivir en una economía de demanda: yo pido lo que necesito, no necesito lo que me dan. Lo publicistas muchas veces dicen voy a hacer que esta cabeza se convenza de que necesita esto. Y allí está la lucha, una lucha de la inteligencia”.
Cómo aprovechan el tiempo los jóvenes… “Para los que quieren por ejemplo el deporte, que es muy bueno, o las que se dedican a jugar, a la música, lo que resulta difícil es meter a la cabeza que el poder de los medios está en el poder de las personas que ofertan tiempo, que si yo no oferto tiempo para leer ese periódico no se lee, en cuanto a mí se refiere claro, entonces el valor del tiempo sólo se valora en medida de que uno no lo tiene para hacer algo que debe hacer, no para hacer algo que le guste que para eso siempre tiene tiempo”.
Con esto, bien se puede calificar el tiempo como un bien escaso, “lo más escaso que hay, ya por naturaleza el tiempo es un bien incierto, uno no sabe cuánto tiempo va a vivir, es un bien que siempre mira al pasado, y que desde el presente para el futuro tiene la maravilla de saber gozar cada segundo, pero claro, dejar pasar el tiempo es matarlo poco a poco, es dilapidarlo, malgastarlo, con el tiempo no hay que jugar al gasto, hay que jugar a la inversión. Y lo peor son aquellas personas que se quejan de que no tienen tiempo, y viven aceleradas, porque además de todo atropellan el tiempo ajeno”.

*Publicada en la revista “Nuestro Tiempo” de la Universidad de Navarra #629, noviembre 2006.

rafaelvargaspasaye@gmail.com
@rvargaspasaye

jueves, 16 de febrero de 2012

El buen recuerdo de don Alfonso Nieto

Ya había sido Rector de la Universidad de Navarra ubicada en Pamplona (España) cuando lo conocí, por eso tenía tiempo para darnos clase a ese grupo multidisciplinario y multinacional que se conjuntó en septiembre de 2006 en uno de los Másters que promueve la institución. Vestido siempre con su impecable traje, con una corbata que resaltaba su inteligencia, de frases cortas y explicaciones claras, ese era Alfonso Nieto, quien falleció el pasado jueves 2 de febrero.

Disfrutaba el momento en el aula, se le notaba con los miles de estudiantes con quienes trató. Fue un adelantado de su época, el fenómeno de la prensa gratuita que vivimos de manera reciente en países sobre todo de Europa, él lo dejó en blanco y negro en su libro “La prensa gratuita” aparecido en 1984.

Generoso ubicaba el consejo, respondía personalmente los correos electrónicos y postales que sus múltiples amistades y exalumnos le escribían, manejaba varios idiomas y le encantaba viajar, Japón era uno de sus objetivos más claros, algo tenía.

En octubre de 2006 me dio la oportunidad de entrevistarlo, con un gran humor compartió que en uno de sus primeros viajes al lejano oriente le sorprendió que le tomarán muchas fotografías; al final le preguntó a alguien de su confianza el por qué, le respondió que era porque los orientales ven a todos los occidentales igualitos.

Pero más allá de la anécdota plasmó muy en su estilo algo que procuró compartir a donde se paraba: el valor del tiempo. Del cual decía “sólo se valora en medida de que uno no lo tiene para hacer algo que debe hacer, no para hacer algo que le guste que para eso siempre tiene tiempo”.

Ese era el tema de su vida, llegar a tiempo a la cita con el destino, ser un adelantado de nuestro tiempo, ese bien escaso, sentenció aquella vez: “dejar pasar el tiempo es matarlo poco a poco, es dilapidarlo, malgastarlo, con el tiempo no hay que jugar al gasto, hay que jugar a la inversión”.

El anuncio de su muerte fue como lo es hoy en día, a través de un correo electrónico, sumado a un mensaje en las redes sociales de una compañera de aquél grupo multinacional, los cuales leí en el teléfono celular; esto último no era gratuito pues en la ya citada entrevista también dijo que enfocáramos los esfuerzos en entender que el futuro estaría en las pantallas de esos aparatos, y una vez más tuvo razón.

Si bien la tristeza de su partida la llevamos muchos, también es cierto que esos mismos debemos celebrar el haberlo conocido y disfrutado. Porque don Alfonso Nieto más allá de su legado plasmado en clases y libros (claro que tengo uno con su firma, el cual no es mi favorito), vive en el espíritu de bien de sus amigos y alumnos, que nos contamos por centenas, de sus oyentes y aprendices que tenemos la responsabilidad hoy de seguir con sus enseñanzas.

rafaelvargaspasaye@gmail.com

Texto aparecido en el suplemento CAMPUS de Milenio Diario el jueves 16 de febrero de 2012.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Un día todo cambiará

Las más reciente colección de cuentos de Jaime Muñoz Vargas (Durango, 1964) lleva por nombre Las manos del tahúr [Ficticia Editorial-Gobierno del Municipio de Durango, 2011] y tiene su punto de mayor identidad en la fuerza de sus personajes, llevados por un narrador de bajo perfil, a veces periodista discreto, siempre observador del entorno inmediato.

La cadencia del narrador, para retomar el lugar común, hace más ágil la lectura, pero el descubrimiento de a poco de los personajes tanto en su fortaleza como en su psicología es lo que amerita el viaje.
Justo es señalar que no todos los cuentos están bien logrados, por ejemplo “Medio litro de vodka” resulta repetitivo, fallido, y “Viaje sobre un epitafio”, con el enamoramiento de la bailarina de prostíbulo, sumado al llamado de sangre, hacen previsible lo irremediable.

Pero el resto bien vale el libro; el tópico de la vida familiar lo ubicamos en tres historias, el que abre la colección con una trama sobre la idiosincrasia de que podemos cambiar a la gente titulado “Diez años de ingenuidad”, y los últimos de la obra: “Mamá te habla” y “Récord con papá”. Uno que comparte el amor fraterno, el de los hermanos que se saben insuficientes, complementarios y que sólo utilizan el recuerdo de la progenitora aún viva para pedirse favores. Mientras que el segundo hallamos una relación frustrada como muchas entre un padre y un hijo universitario que reciben un poco de respiro y cabida a una vida alterna en los monólogos de un profesor.

“Narrar a media noche” es ese espacio donde muchos han ingresado sin permanencia voluntaria, trabajar en un hotel en el turno de la noche para conocer los secretos que allí aguardan, y “Hans al teléfono”, con un piromaníaco que devela sus incrédulos secretos que pronto irán a parar a las primeras planas de los medios internacionales.

Justo es señalar que no todos los cuentos están bien logrados, por ejemplo “Medio litro de vodka” resulta repetitivo, fallido, y “Viaje sobre un epitafio”, con el enamoramiento de la bailarina de prostíbulo, sumado al llamado de sangre, hacen previsible lo irremediable.
Con ese oficio encontramos los mejor logrados en las tramas de un vagabundo (“Hacer Coca”) que sabe y prepara la fórmula del refresco más famoso del mundo, al cual sabiamente cambia el nombre por “Gómez-Cola” y lo vende de forma artesanal, con pasos que llevan a quien nos narra a los límites de la locura, haciendo un movimiento ágil, redondo, muy bien logrado, pues mantiene en tensión y en atención cada página.

El otro es “Luces de encierro”, donde un escritor incomprendido por su familia lucha con ese estigma de pensar que “la locura es no tener el refugio de las palabras”. Vive con la esperanza de que un día todo cambiará, pero le reconforta y da seguridad comprobar que todo sigue igual. Hasta que sus padres descubren otra cosa y él a su vez se percata que ellos guardaban su mayor triunfo.

La colección Las manos del tahúr es un libro que vale la pena leer, son cuentos que tienen emoción y sentimiento, escritos con buena prosa y que trasmite el poder de los personajes, que a final de cuentas nada nos aleja de que habiten entre nosotros. ®

Texto aparecido en Revista Replicante de febrero 2012.

lunes, 13 de febrero de 2012

Crónicas de pasión y crimen

Al más puro estilo de la nota roja que no respeta la delgada e invisible línea entre el periodismo y la literatura, Giovanni Fuentes (1976) entrega Crónicas de pasión y crimen, colección de relatos cimentados en la investigación perfectamente incrustados en la escenografía de una modernidad que no concede respiro acompañado de tranquilidad. Fuentes dibuja una serie de personajes que pasan de la desgracia a la tragedia. Llevando siempre el símbolo de la mala fortuna, e incluso más de uno atravesando el camino por el que pasó el diablo.

Tras el telón que esconde la ciudad de Morelia, capital de Michoacán, el alma reporteril de Giovanni Fuentes lo llevó de a poco y seguramente sin oponer resistencia, a conocer a estos artífices de la vida sangrienta, que combinan la droga con el alcohol con las apuestas por la vida, ésas donde el premio cuando se gana es seguir su andar la mañana siguiente.

También están esas historias de desgracia que hacen corto circuito con el amor, con el engaño, con los celos, como esa mujer que no le bastó quitarle el marido a la hermana, sino que al no poder quedarse totalmente con ese hombre, decidió acusarlo de violación.

La mejor compañía que pudo hallar el periodista fue la calle, donde se encuentran los personajes, de allí todo parte, el bar, el ministerio público, la cárcel, el panteón, en el fondo un reflejo de la sociedad, de esta suerte de lotería: el valiente, el suicida, la viuda.

Crónicas de pasión y crimen es una compilación que nos habla del trabajo de un reportero nato, del que huele en la realidad y en su alrededor lo que de suyo se sabe incierto: la mentalidad del ser humano. Y de allí se desdoblan las 21 historias que nos dejan un eco en la conciencia, pues todos somos parte de la solución como del problema.

El libro tiene altibajos, las historias muy bien logradas que no se dejan contaminar por aquéllas donde las prisas se impusieron. Sin embargo, el factor sorpresa permanece intacto a lo largo de las páginas de una obra que será comentada y bien recibida.

Giovanni Fuentes, Crónicas de pasión y crimen.
Edición de autor, México, 2011; 192 pp.

Texto aparecido en la revista Siempre¡ del domingo 12 de febrero 2012.