viernes, 19 de octubre de 2012

Entre tono de gris

Las historias sobre las desgracias humanas no son nuevas. Se requiere de un talento especial para no caer en el lugar común, en esta ocasión es la autora norteamericana Ruta Sepetys quien demuestra su talento narrativo en Entre tonos de gris. Esta novela galardonada con el Premio de la American Booksellers Association al mejor libro 2012 tiene una buena combinación entre la desgracia y ese hilo de esperanza que va atando cada capítulo, encadenando los latidos de los personajes. Lina es la voz que nos da a conocer el paso de los días desde que la sacaron de su casa con lujo de violencia junto a su mamá y su pequeño hermano en Lituania hasta el gélido desenlace en el Polo Norte más de cuatrocientos días después. Es cierto que la realidad supera a la ficción, pero sin llegar a ser una magistral obra, Entre tonos de gris se sostiene de pie y con fuerza con cada golpe de página. Quizá su mayor sostén radica en la singularidad de los personajes que se van dando cita y que construyen un reflejo de la solidaridad, camaradería y traición que en todo grupo social podemos encontrar. Kostas Vilkas, el papá de Lina, es rector de la Universidad pero se sabe, gracias a las escenas que rememoran los días previos a la desgracia, que también un luchador social que cuenta con sus seguidores, su esposa Elena es el vivo reflejo de la abnegación total por sus hijos, en ningún momento se da por vencida, siempre piensa en el bien común, ayuda sin pedir nada a cambio, su deceso duele incluso a los guardias que cuidan de los infortunados. Un personaje parece robar escena, su nombre es Andrius, cuya mamá tiene que trabajar sirviendo en todos los sentidos a los encargados de la violencia, Andrius goza de ciertas prebendas, su buen corazón le hace llevar comida a los necesitados, inevitablemente Lina se enamora de él. Esa parte del amor es la que da ciertos gritos de esperanza en la trama, esos pequeños brillos que también se notan en Jonas, el hermano pequeño de Lina, o en la señora Grybas a quien no le permitían dar clases a los niños por evitar firmar los papeles que les pedían a todos hacer para legitimar su esclavitud por veinticinco años. El lado del dramatismo se puede ubicar en el señor Stalas, un calvo que se quejaba de todo lo bueno y lo malo, pero que en el fondo no se queda afuera de la acción, y en Ona, una mujer que apenas dio a luz la subieron a ese sucio vagón para ver morir a su recién nacido y empezar su propia muerte. Las pulsaciones también hallan asilo en un interesante personaje como lo es Kretzky, el guardia que cuida la mayor parte del tiempo al grupo que componen los involucrados en la trama, donde buena parte de la violencia que puede sufrir el ser humano se cifraba ya en costumbre, pero como se preguntaban ellos mismos: “Acostumbrarse ¿a qué? ¿A ese sentimiento de rabia incontrolada? ¿O a una tristeza tan honda que era como si te hubieran arrancado el corazón y luego te lo dieran a comer flotando en la cubeta de bazofia?”. La templanza, la voluntad, el último aliento por sobrevivir es el mayor aprendizaje de Entre tonos de gris, una novela completa que nos deja en claro que al lado oscuro no se le debe dar ningún tipo de gratificación o pago, ni siquiera una señal, vaya, ni siquiera tu miedo. Por cierto, atinado el título pues Sepetys toma el dibujo, en la imaginación de Lina, para hacer llegar sus mensajes, y esa es una de las claves del arte: comunicarse con los demás. Ruta Sepetys, Entre tonos de gris. Maeva Ediciones y Editorial Oceáno, España, 2012; 287 pp. Texto aparecido en la Revista Siempre! del domingo 14 de octubre 2012.

lunes, 8 de octubre de 2012

Justicia

Conocedor de los pasillos que se circulan entre la impartición de la justica en México, Gerardo Laveaga entrega una ágil historia que sorprende por su crudeza y su reflejo de una realidad contemporánea que lastima. Son varias las aristas de la trama que se atan entre sí, con un punto común que por supuesto es la búsqueda de la justicia o quizás el anhelo por tenerla, el puente de perseguirla, la esperanza de que no esté desparecida. Sin embargo al terminar queda la duda, qué nos hace tan atractiva la lectura de este libro, acaso es la narración del taxista con sus modismos y sus quejas sobre algo tan cotidiano como lo es el tráfico o el abandono de una ciudad por la violencia. Acaso es el asesinato de la joven adolescente cuyo cuerpo fue dejado en un parque público justo en el momento en que le Jefe de Gobierno rendía su informe de labores con toda la parafernalia que se estila para la ocasión. Tal vez la figura de Emilia, joven abogada que desea por todos los causes convertir la figura de la justicia en algo nuevamente puro, que reclame su espacio en todas las áreas de comportamiento del ser humano, aunque cuando se trata de amores con Fer no puede sino ocupar su papel de domada, de fiera dormida, aunque sabe de sus atributos, y los maneja para convencer a propios y extraños con el poder de sus piernas, como al Ministro Carlos Ávila. O a lo mejor es el testimonio de Rosario Sánchez quien da a conocer la historia del asesinato de su amiga y compañera de secundaria Lucero Reyes, y su interminable debate con ella misma hasta que se decide en denunciar al verdadero asesino con las consecuencias terribles del caso. Quizá la vida, si se le puede llamar así, de Eric Duarte, pieza de ajedrez que acomodan a su libre albedrío las autoridades penitenciarias para poder salir al paso ante la opinión pública. Quien en un acto de fe llegó a la prisión, pero en otro acto de mala fortuna supo lo que era el infierno de la cárcel. Incluso la correspondencia insulsa (sin duda la parte más floja de la narrativa) entre Mar y el Senador Diego de Angoitia, donde incrédulamente se desvelan los pormenores de una trama y se dejan en pocas líneas los secretos del amor prohibido. Como sea, y cualquiera que se elija como pretexto, “Justicia” es el recordatorio de lo que le falta a la sociedad para ser mejor, es la colección de vicios que entorpecen el pleno juicio de impartición de justicia y es que, “Si cada persona se hacía justicia por propia mano se volvería a la selva, el caos”, lo sabe Laveaga, lo dicen los personajes a través de su historia, y lo conoce de primera mano el lector, y eso, esa complicidad y cruda desolación es lo que al final aterra. Gerardo Laveaga, Justicia. Alfaguara, México, 2012; 334 pp. Texto aparecido en la Revista Siempre! del domingo 7 de octubre 2012.