domingo, 29 de diciembre de 2013

Campanario de luz

La sensacional y terrible noticia no pasó inadvertida en ese entonces. Una señorita se arrojó desde una de las torres de la Catedral en la Ciudad de México. Era 31 de mayo de 1899, su nombre pasaría a formar parte de la mitología citadina: Sofía Ahumada. El suicidio fue la hipótesis concluyente, pero su fallecimiento dio paso a la leyenda. Dos carteros y una vendedora de billetes presenciaron el hecho. Y contrario a la era moderna a donde casi cualquier muerte se relaciona con el narcotráfico, en aquél entonces todavía cupo la duda, el morbo, por saber si fue por amor. La escena quedó descrita por un grabado de José Guadalupe Posada, y diversos medios la colocaron en el altar de los mitos de nuestra capital y es que no cualquier señorita elegantemente vestida tomaba una decisión de esa magnitud. El episodio ha sido analizado desde diferentes órdenes y por supuesto que el literario no podía quedar fuera, de allí que Jesús Francisco Conde de Arriaga (1983) comparta en Campanario de luz un nuevo perfil de este suceso que sigue vigente. El pequeño volumen está dividido en cinco apartados, y puede leerse como un diálogo y un testimonio, con la riqueza de una prosa que de pronto tiene ritmo poético, tal vez heredado de la pluma de su padre el poeta (y también cronista y ensayista) José Francisco Conde. La interrogante abre el debate: “¿Qué causas impulsaron a la desventurada Sofía a matarse? ¿Estamos frente a un suicidio excepcional o ante un delito horrible?”. Pero también en el inicio de la disertación del autor con la historia, consigo mismo, con la fallecida, y con el lector. Esto cobra vida en la suma de diálogos que de pronto se ve sorpresivamente en medio de ciertos octosílabos, baste por muestra “Pareciera que en tu espalda se diluyen mis palabras. Capitulo: el reclamo no vertido deconstruye con descaro tu figura e improbables ojos negros”. La belleza como carta de presentación de la suicida, del personaje que es alma de la trama y pretexto de la disertación, el enamoramiento tardío, el halago a destiempo. Por momentos desvela demasiado el autor su amor por la suicida. Sus cánticos dan luz de ello: “Instintivamente, en cada línea de tu voz, aprendimos a nombrarnos, a crear juntos un código primario, a reconocernos en la sílaba original: sí”. Pero lo que soporta la trama es la fe de hallar una explicación, el tránsito hacia lo inexplicable. El tramo que conmueve, la lectura ágil que tiene cadencia, que no atiborra de adjetivos, que reflexiona sobre un acto y le da vueltas para saberse vivo o al menos no tan muerto pues sabe que una parte de él quedó en otro mundo luego de que Sofía Ahumada dejó la existencia física. Y es que todos los elementos de aquella lejana escena dan pie para muchas secuencias. Baste por muestra la carta que se encontró entre su ropa al suicidarse: “He nacido para sufrir. Mi último pensamiento va dirigido a Homero. No quiero que el hombre a quien he amado suponga que él es la causa. Me mato porque se me da la gana”. Narrativa, testimonio y algo de poesía que más de un artista desea tomar para interpretarlo con una versión diferente. Este libro es el resultado de esos felices casos donde el tema aborda al autor, pues Conde de Arriaga había tenido contacto desde que fue becario bajo el mando de Miguel Ángel Castro en la Universidad Nacional y en ese periodo cobró vida la obra “El de los claveles dobles. Ni amor al mundo ni piedad al cielo. El suicidio de Sofía Ahumada”, por eso ahora, de manera natural, adopta un tema que se le impregnó en el imaginario. Excelente pretexto es Campanario de luz para hablarnos de un pedazo de la historia de nuestra gran ciudad (del que en su momento también dejaron testimonio Amado Nervo y Rubén M. Campos), y a la vez ser el libro debut de Jesús Francisco Conde de Arriaga, quien si bien ya dejaba ver su trabajo en libros colectivos, así como suplementos y revistas, ahora salta en el paracaídas del nombre solitario para aterrizar de buena forma. Jesús Francisco Conde de Arriaga, Campanario de luz. Universidad Autónoma Metropolitana (colección “los gatos sabrán…”), México, 2013; Texto aparecido en la Revista Siempre¡ del domingo 29 de diciembre de 2013.

sábado, 14 de diciembre de 2013

¿Cuánta globalización podemos aguantar?

El libro apareció hace casi diez años, en 2004 en la colección Ensayos, y ahora aparece en la colección Fábula de la misma casa Tusquets Editores, la intención, refrescar el debate actual con una relectura necesaria, la del filósofo alemán Rüdiger Safranski con su ensayo ¿Cuánta globalización podemos soportar? Y es que la cuestión no se iba a responder en una plática de café, es un paradigma que debe tratarse en diversos foros pero sobre todo en el día a día, con el cambiante y diverso acontecer del ciudadano moderno. Quizá sigan vigentes su diferenciación entre “globalización” y “globalismo”. Siendo esta última la posibilidad de seguir repensando y volviendo a plantear la pregunta original. Y es que de eso va la obra de pensar, en lo global y en el individuo porque “la carrera del hombre como ser racional comienza con el primer paso de la salida de sí mismo, con el acto de trascender”. Porque los límites son diversos, puede ser que mientras más conozcamos el entorno, el grado de confianza nos juegue la contra, como dice Safranski, puede representar la debilidad. Se da espacio para la crítica a la inmediatez, a la fugacidad del conocimiento mismo, a la característica humana de perder el tiempo intentando evitar perder el tiempo, señala: “El que se dirige demasiado deprisa a cualquier lugar no está en ningún lugar. Se cuenta de los primitivos habitantes de Australia que, si han tenido que viajar haciendo largas marchas a pie, antes de entrar en un lugar de destino se sientan algunas horas, para que el alma tenga tiempo de llegar”. El alma como figura simbólica de algo más: “La verdadera revolución es la del alma. El centro dinámico está en el interior”. Libro lleno de autores, de citas, de imágenes y símbolos, pero que resulta un viaje interesante a una reflexión urgente, continua, porque como señala, “en el diluvio de información estamos perdidos sin un sistema eficiente de filtros. Y sólo podemos proporcionárnoslo si sabemos qué queremos y qué necesitamos”. Y a veces no lo sabemos. ¿Cuánta globalización podemos soportar? de Rüdiger Safranski es una lectura (o relectura) necesaria, los vertiginosos párrafos del autor nos hacen ver que por mucha inmediatez que se tenga siempre un respiro se agradece y más cuando se aprovecha para saber si cabemos en este tren hacia el lugar que supuestamente vamos, o viramos de dirección o de plano, mejor nos bajamos. Y se agradece que de nueva cuenta la filosofía y la ética vuelvan a estar en el debate como partícipes centrales, ya que como señala nuestro autor: “El desarrollo de la tecnología ha hecho que las preguntas sobre moral y ética se vuelvan más urgentes que antes”. Rüdiger Safranski, ¿Cuánta globalización podemos soportar? Tusquets editores (Colección Fábula), México, 2013; 120 pp. Texto aparecido en al Revista Siempre¡ del domingo 15 de diciembre 2013.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Contar las noches

Narrador nato, eso es Vicente Alfonso (Coahuila, 1977), tanto en la novela (para muestra Partitura para mujer muerta), como en el cuento, para muestra el volumen Contar las noches. Vicente se mueve con naturalidad, pues sabe explotar a la perfección las cualidades del periodista que también lleva consigo: la observación y saber escuchar, de allí que las voces narrativas, los personajes que cobran vida en sus páginas sean naturales, sin falsas poses. En estas páginas nos lleva por el juego de la memoria y las imágenes, de la imaginación y el qué será, como en las dos primeras piezas “Perder en lotería” y “Señas particulares”, cortadas con la misma tijera pero cada una independiente, una llevada por el engaño en despoblado, incluso con la complacencia de las amigas, mientras el otro con la eterna figura del fantasma, del reflejo, la historia de una búsqueda que concluye con el nuevo empeño. Le sigue “Latitud 32” con un ritmo vertiginoso, narrado con la finura de la segunda persona, la dualidad se presenta al mismo que la realidad. El volumen exige atención debido a la contundencia, es como la pieza que lleva ese título precisamente, esa necesidad de la realidad alterna, de lo que se pierde por el delirio, de la libertad que se gana a costa de la distracción del otro. Por su parte “Ojos borrados” es la voz de provincia, de una zona donde se muere o se mata, donde las órdenes están por encima de la razón, de la lógica, del orden. “Alquimia sin luz” parece no compartir el ritmo de los demás, es más lento, con la misma vía, pero desprendiendo otros recovecos narrativos. “Un muerto en la emboscada” es una breve crónica de un engaño, disfrazada con una ráfaga de imágenes, el ritmo vibrante y su desenlace por demás afinado acelera el pulso y la lectura. “Epidemia” es la figura de la plaga en un escenario controlado, un barco, con el tic tac ensordecedor que hace eco en los personajes. “Para soñar tu insomnio” resulta la trama más sensual, Sara es la figura erótica, combinada con el alto clima del café recién tostado (o al gusto de quien va a tomarlo), un homenaje a la belleza y a la sensualidad. “Operativo” es una mezcla de ficción y realidad que a veces la prensa de México lo lleva en sus titulares de manera recurrente, otra vez la vena periodística de Vicente Alfonso, el lector no se sorprende con la trama pero sí con la hechura. “Volver al polvo” es un homenaje del autor a su raíz, pero no exclusivo de la gente de La Laguna (esa región que comparten Coahuila y Durango), sino que bien puede hallar asilo en otros rincones, y hacer de ella la mejor manera que tiene el ser humano para enfrentar el día. Va muy de la mano con “Enroque”, una mezcla de pasiones del autor: la música y el futbol sobre todo, con un destino que tiene bajo la manga los desenlaces inverosímiles. Cierra el volumen “Trago amargo”, una historia tras la historia, un convaleciente escucha en voz de su padre la desgracia propia, la cercana, la que lo descarna. En suma, Contar las noches es una colección de cuentos que refrenda el alto nivel de Vicente Alfonso, un volumen que además de obtener el Premio María Luisa Puga en 2009 encontrará sin duda un caudal de lectores ávidos de buenas narraciones, de personajes bien formados, de tramas sostenidas, de literatura de calidad. Vicente Alfonso, Contar las noches. Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México, 2011; 92 pp. Texto publicado en la Revista Siempre¡ del 23 de febrero de 2013.