lunes, 16 de julio de 2012
El azul de Van Gogh
Testigo y partícipe de los acontecimientos cotidianos que en ocasiones se vuelven trascendentales, así ha sido y es David Martín del Campo (Ciudad de México, 1952) en sus colaboraciones periodísticas que a lo largo de su carrera nos brinda en este tomo atinadamente titulado El azul de Van Gogh, porque es justo allí en el color del infinito donde toda historia tiene su comienzo.
Labrado a fuerza de vivencias lo mismo en paisajes de México como de Europa, particularmente España, donde fue corresponsal, pero también integrante de diversas aventuras, esta obra compila en cinco apartados bien delineados lo que puede ser un mapa de ruta en su formación de lector, escritor y personaje.
Abre “Cosas de la vida”, y como bien señala Mauricio Carrera en la introducción: “Lo diario, lo cotidiano, lo perecedero que permanece, es lo que encontramos aquí”, y es que por igual Martín del Campo nos habla del viejo automóvil conocido coloquialmente como el vocho, que de la muñeca Barbie, que de la letra x, es donde la imaginación del narrador se desenvuelve con mayor soltura.
Sigue “Por sus obras”, donde los perfiles se entrecruzan con los homenajes. Allí es el espacio que cede a los otros, a los que de alguna manera lo han marcado, cuenta historias propias, como la de María Luisa Puga, cercana, atractiva, como el de Lady Di, a quien nunca estrechó la mano pero le cede un texto que se sostiene porque como la gran mayoría de los que salen de la pluma del también autor de Alas de Ángel, buscan, bifurcan otros ángulos por donde llevar y llegar a esas personalidades.
“Pasaporte en mano” nos lleva a esos viajes ilustrativos, la visita a los sitios que son parte del itinerario de muchos, pero desde la óptica de quien sabe narrar y compartir. Es una de las partes más descriptivas, rescata al reportero que lo mismo camina La Habana, Nueva York, Porto Alegre, San Francisco, Montreal que su adorado Madrid. Allí también encuentra asilo el texto que le da nombre al volumen, en esa tierra donde el pintor heredó sus últimas y más sentidas obras.
“Pompa y circunstancia” es muy parecida a la primera sección, nos habla de las cosas cotidianas, las que podemos encontrar, personajes que entablan comunicación con la realidad a partir de una existencia efímera, vemos por caso a la chica Perisur (la que se entretiene viendo aparadores), e invita a perdernos en los ojos de Kimberly, una gringa que debe aparecer en la lista de anécdotas de todo buen charlador.
La última sección “Hermosa provincia mexicana” es un homenaje a México, o más aún a esos sitios con los personajes adecuados, de tal forma que Martín del Campo va de Tijuana a Yucatán, de Monterrey a Sonora, pasando por Jalisco, Coahuila y su amado Mazatlán. En cada punto ubica la manera más amable de enfrentar la realidad, nos descubre con ese sello personal la geografía pero sobre todo las circunstancias que le dan sentido a ese pequeño territorio nacional. En suma El azul de Van Gogh es una compilación de textos periodísticos nacidos a la vieja usanza, con las prisas del periodismo sí, pero también con la pausa del escritor que sabe manejar la pluma con destreza al conjugar todos los sentidos y compartirlo.
David Martín del Campo, El azul de Van Gogh. CONACULTA (colección: Periodismo cultural), México, 2011; 337 pp.
Texto publicado en la Revista Siempre¡ el 14 de julio de 2012
El Político
Inmersos ya en el trajín de las campañas electorales en México, resulta necesario una vez más echar un vistazo al pasado, a la historia, para aprender de ella, en este caso es en el volumen El político firmado por Azorín, cuyo verdadero nombre fue José Martínez Ruiz (España 1873-1967). Dicho ejemplar vio la luz por primera vez en 1946 y recientemente el Fondo de Cultura Económica en su colección Cenzontle lo puso en circulación, seguramente en la coyuntura y efervescencia política que vivimos.
Azorín es directo en cada uno de los 47 “consejos, insinuaciones y recomendaciones” (como bien señala la breve introducción) que le dan vida al libro. Va desde el vestir llegando hasta el actuar, incluso toca esa sensible y siempre dolorosa etapa de la despedida, el ocaso del poder, la sugerencia para la partida del político.
Arranca con la contundencia de lo básico, así: “La primera condición de un hombre de Estado es la fortaleza”. Quien no se sabe fuerte para esta disciplina mejor que busque otra opción de vida. Pues como dice el mismo autor: “Si el político duda de sí, ¿cómo no han de dudar los que le miran?”.
Azorín sabe aquilatar así como diferenciar lo valioso y la vanidad (“lo que mucho se ve, se estima poco”), sin embargo es cauto y preciso al señalar el peso y el volumen de lo necesario, de lo justo: “El elogio de los admiradores es lo que más pone a prueba la fe y la constancia de un artista”, o esta otra perla: “La vanidad es el exceso por más; la modestia es el exceso por menos”.
Se requiere en algunos casos la relectura de estos breves capítulos, se necesita atención pese a las prisas, las frases se deben digerir de a poco, es como aquéllas que se comprenden con las relaciones de otras lecturas u otras vivencias, sobre todo de la experiencia, pues “La ingenuidad no resiste al tiempo; la experiencia se va formando lentamente de desengaños”; es como cuando el político debe comprender y “no mostrar impaciencia en los comienzos de su carrera; no se precipite; no quiera recoger el fruto cuando aún no está maduro”.
Una parte fundamental del desempeño del político es en el momento del discurso, para tales fines Azorín da el siguiente consejo: “La mejor preparación del discurso es conocer bien la materia de que se va a tratar”, sabemos que hoy en día se requiere mucho más que eso, pero sin duda que ese punto es, digamos, el primero, el esencial, no ha cambiado, sino que se ha perfeccionado.
Por último, cuando el político está en la plenitud del gobierno debe tener claro que más allá de las cifras, los dichos e incluso los hechos, el pensador español recomienda algo más a la mano, tampoco fácil de conseguir, pero de una importancia que a veces se olvida: “Sepan los que pretender reconstruir un pueblo, y sepamos todos, que el primero, el más hondo y fundamental de nuestros deberes como hombres es la alegría”.
Lectura que bien puede ser referencial para la clase política que hoy en día en México como en otras partes del mundo donde se disputan el poder. Ojalá que esta vez, tarde que temprano el resultado que arroje sea más allá de vencedores y vencidos.
Texto aparecido en la Revista Siempre¡ el 30 de junio de 2012
El futuro no será de nadie
Las relaciones personales, las contemporáneas de parejas, con las características propias de la época, es de lo que nos habla la novela de Óscar de la Borbolla (Ciudad de México, 1959) El futuro no será de nadie, pero va más allá.
Es una historia con un narrador todopoderoso, a veces cruel, a veces irónico, quien decide la trama de cada integrante. Pocos son los que aparecen en la historia: Pablo y Nadia, un matrimonio con quince años de costumbre y pesar, “su relación era la relación de dos soledades”, en un México, como bien dice el autor, donde la nostalgia tampoco es individual.
Se le suman Lola, pintora sin lograr el despegue, aunque la esperanza muere al último. Atada a un cordón umbilical invisiblemente fuerte, quien en ocasiones parece encontrar la inspiración en sus actos a partir de echárselo en cara a sus padres, su madre sobre todo, que por su propia felicidad profesional.
La monotonía de sus vidas sólo puede ser distraída por cambios significativos, tales con un encuentro fortuito entre Lola y Pablo en el sistema de transporte metro, el día menos pensado, a la hora indicada y con los elementos que de suyo son parte ya de la escenografía. Luego la búsqueda, el coqueteo, la aventura.
Por su parte Nadia ubica el punto de quiebre en la muerte inesperada de su jefe en uno de sus constantes viajes a España, a donde ella lo acompañaba, nunca sabremos si en calidad solamente de secretaria. Allí la vida a partir de un fallecimiento puso en alerta su vulnerabilidad.
Estos dos hechos son los ejes de la novela, a partir de allí se pueden sacar conclusiones. “La vida es eso: una circunstancia precisa, repleta de pormenores que sólo son importantes para uno y porque son los de uno” es una de las lecciones que se aprenden en las páginas, y De la Borbolla nos lo dice porque son las mismas relaciones humanas las que mantienen el equilibrio del universo mismo.
¿Que va a pasar en el amanecer siguiente?, no lo sabemos, como tampoco sabe Lola con certeza si la noche que más lo necesitaba Pablo durmió con ella, él dice que sí, ella no lo recuerda, cosas del amor, cosas del desamor también. “Porque eso era el amor: un simple estar como si nada que permite que cada palabra, cada gesto, cada decisión, elección o acción resulte pertinente; un sentido de la oportunidad que el otro regala”.
El matrimonio de Nadia y Pablo (con los rastros en el viejo colchón que marca un territorio propicio en ocasiones para la desgracia y otras para el llanto), tiene similitudes con las pinturas que Nadia trazó (incluida esa carga de blanco en un cuadro que sólo ella entendía), pues en esas pequeñas cosas, que a la larga son las que más pesan, se refleja el temperamento de los humanos al compartir un pedazo de vida.
Las páginas de El futuro no será de nadie soportan la lectura, hallan también en la Ciudad de México y algunos pasajes de España, elementos para un mayor contagio que no logra darse del todo, quizás allí radique esa ausencia de magia que tienen otras obras de Óscar de la Borbolla, de quien siempre se esperan grandes libros.
Óscar de la Borbolla, El futuro no será de nadie. Plaza y Janés, México, 2011; 181 pp.
Texto aparecido en la Revista Siempre¡ el 9 de junio de 2012.
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