domingo, 29 de diciembre de 2013

Campanario de luz

La sensacional y terrible noticia no pasó inadvertida en ese entonces. Una señorita se arrojó desde una de las torres de la Catedral en la Ciudad de México. Era 31 de mayo de 1899, su nombre pasaría a formar parte de la mitología citadina: Sofía Ahumada. El suicidio fue la hipótesis concluyente, pero su fallecimiento dio paso a la leyenda. Dos carteros y una vendedora de billetes presenciaron el hecho. Y contrario a la era moderna a donde casi cualquier muerte se relaciona con el narcotráfico, en aquél entonces todavía cupo la duda, el morbo, por saber si fue por amor. La escena quedó descrita por un grabado de José Guadalupe Posada, y diversos medios la colocaron en el altar de los mitos de nuestra capital y es que no cualquier señorita elegantemente vestida tomaba una decisión de esa magnitud. El episodio ha sido analizado desde diferentes órdenes y por supuesto que el literario no podía quedar fuera, de allí que Jesús Francisco Conde de Arriaga (1983) comparta en Campanario de luz un nuevo perfil de este suceso que sigue vigente. El pequeño volumen está dividido en cinco apartados, y puede leerse como un diálogo y un testimonio, con la riqueza de una prosa que de pronto tiene ritmo poético, tal vez heredado de la pluma de su padre el poeta (y también cronista y ensayista) José Francisco Conde. La interrogante abre el debate: “¿Qué causas impulsaron a la desventurada Sofía a matarse? ¿Estamos frente a un suicidio excepcional o ante un delito horrible?”. Pero también en el inicio de la disertación del autor con la historia, consigo mismo, con la fallecida, y con el lector. Esto cobra vida en la suma de diálogos que de pronto se ve sorpresivamente en medio de ciertos octosílabos, baste por muestra “Pareciera que en tu espalda se diluyen mis palabras. Capitulo: el reclamo no vertido deconstruye con descaro tu figura e improbables ojos negros”. La belleza como carta de presentación de la suicida, del personaje que es alma de la trama y pretexto de la disertación, el enamoramiento tardío, el halago a destiempo. Por momentos desvela demasiado el autor su amor por la suicida. Sus cánticos dan luz de ello: “Instintivamente, en cada línea de tu voz, aprendimos a nombrarnos, a crear juntos un código primario, a reconocernos en la sílaba original: sí”. Pero lo que soporta la trama es la fe de hallar una explicación, el tránsito hacia lo inexplicable. El tramo que conmueve, la lectura ágil que tiene cadencia, que no atiborra de adjetivos, que reflexiona sobre un acto y le da vueltas para saberse vivo o al menos no tan muerto pues sabe que una parte de él quedó en otro mundo luego de que Sofía Ahumada dejó la existencia física. Y es que todos los elementos de aquella lejana escena dan pie para muchas secuencias. Baste por muestra la carta que se encontró entre su ropa al suicidarse: “He nacido para sufrir. Mi último pensamiento va dirigido a Homero. No quiero que el hombre a quien he amado suponga que él es la causa. Me mato porque se me da la gana”. Narrativa, testimonio y algo de poesía que más de un artista desea tomar para interpretarlo con una versión diferente. Este libro es el resultado de esos felices casos donde el tema aborda al autor, pues Conde de Arriaga había tenido contacto desde que fue becario bajo el mando de Miguel Ángel Castro en la Universidad Nacional y en ese periodo cobró vida la obra “El de los claveles dobles. Ni amor al mundo ni piedad al cielo. El suicidio de Sofía Ahumada”, por eso ahora, de manera natural, adopta un tema que se le impregnó en el imaginario. Excelente pretexto es Campanario de luz para hablarnos de un pedazo de la historia de nuestra gran ciudad (del que en su momento también dejaron testimonio Amado Nervo y Rubén M. Campos), y a la vez ser el libro debut de Jesús Francisco Conde de Arriaga, quien si bien ya dejaba ver su trabajo en libros colectivos, así como suplementos y revistas, ahora salta en el paracaídas del nombre solitario para aterrizar de buena forma. Jesús Francisco Conde de Arriaga, Campanario de luz. Universidad Autónoma Metropolitana (colección “los gatos sabrán…”), México, 2013; Texto aparecido en la Revista Siempre¡ del domingo 29 de diciembre de 2013.

sábado, 14 de diciembre de 2013

¿Cuánta globalización podemos aguantar?

El libro apareció hace casi diez años, en 2004 en la colección Ensayos, y ahora aparece en la colección Fábula de la misma casa Tusquets Editores, la intención, refrescar el debate actual con una relectura necesaria, la del filósofo alemán Rüdiger Safranski con su ensayo ¿Cuánta globalización podemos soportar? Y es que la cuestión no se iba a responder en una plática de café, es un paradigma que debe tratarse en diversos foros pero sobre todo en el día a día, con el cambiante y diverso acontecer del ciudadano moderno. Quizá sigan vigentes su diferenciación entre “globalización” y “globalismo”. Siendo esta última la posibilidad de seguir repensando y volviendo a plantear la pregunta original. Y es que de eso va la obra de pensar, en lo global y en el individuo porque “la carrera del hombre como ser racional comienza con el primer paso de la salida de sí mismo, con el acto de trascender”. Porque los límites son diversos, puede ser que mientras más conozcamos el entorno, el grado de confianza nos juegue la contra, como dice Safranski, puede representar la debilidad. Se da espacio para la crítica a la inmediatez, a la fugacidad del conocimiento mismo, a la característica humana de perder el tiempo intentando evitar perder el tiempo, señala: “El que se dirige demasiado deprisa a cualquier lugar no está en ningún lugar. Se cuenta de los primitivos habitantes de Australia que, si han tenido que viajar haciendo largas marchas a pie, antes de entrar en un lugar de destino se sientan algunas horas, para que el alma tenga tiempo de llegar”. El alma como figura simbólica de algo más: “La verdadera revolución es la del alma. El centro dinámico está en el interior”. Libro lleno de autores, de citas, de imágenes y símbolos, pero que resulta un viaje interesante a una reflexión urgente, continua, porque como señala, “en el diluvio de información estamos perdidos sin un sistema eficiente de filtros. Y sólo podemos proporcionárnoslo si sabemos qué queremos y qué necesitamos”. Y a veces no lo sabemos. ¿Cuánta globalización podemos soportar? de Rüdiger Safranski es una lectura (o relectura) necesaria, los vertiginosos párrafos del autor nos hacen ver que por mucha inmediatez que se tenga siempre un respiro se agradece y más cuando se aprovecha para saber si cabemos en este tren hacia el lugar que supuestamente vamos, o viramos de dirección o de plano, mejor nos bajamos. Y se agradece que de nueva cuenta la filosofía y la ética vuelvan a estar en el debate como partícipes centrales, ya que como señala nuestro autor: “El desarrollo de la tecnología ha hecho que las preguntas sobre moral y ética se vuelvan más urgentes que antes”. Rüdiger Safranski, ¿Cuánta globalización podemos soportar? Tusquets editores (Colección Fábula), México, 2013; 120 pp. Texto aparecido en al Revista Siempre¡ del domingo 15 de diciembre 2013.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Contar las noches

Narrador nato, eso es Vicente Alfonso (Coahuila, 1977), tanto en la novela (para muestra Partitura para mujer muerta), como en el cuento, para muestra el volumen Contar las noches. Vicente se mueve con naturalidad, pues sabe explotar a la perfección las cualidades del periodista que también lleva consigo: la observación y saber escuchar, de allí que las voces narrativas, los personajes que cobran vida en sus páginas sean naturales, sin falsas poses. En estas páginas nos lleva por el juego de la memoria y las imágenes, de la imaginación y el qué será, como en las dos primeras piezas “Perder en lotería” y “Señas particulares”, cortadas con la misma tijera pero cada una independiente, una llevada por el engaño en despoblado, incluso con la complacencia de las amigas, mientras el otro con la eterna figura del fantasma, del reflejo, la historia de una búsqueda que concluye con el nuevo empeño. Le sigue “Latitud 32” con un ritmo vertiginoso, narrado con la finura de la segunda persona, la dualidad se presenta al mismo que la realidad. El volumen exige atención debido a la contundencia, es como la pieza que lleva ese título precisamente, esa necesidad de la realidad alterna, de lo que se pierde por el delirio, de la libertad que se gana a costa de la distracción del otro. Por su parte “Ojos borrados” es la voz de provincia, de una zona donde se muere o se mata, donde las órdenes están por encima de la razón, de la lógica, del orden. “Alquimia sin luz” parece no compartir el ritmo de los demás, es más lento, con la misma vía, pero desprendiendo otros recovecos narrativos. “Un muerto en la emboscada” es una breve crónica de un engaño, disfrazada con una ráfaga de imágenes, el ritmo vibrante y su desenlace por demás afinado acelera el pulso y la lectura. “Epidemia” es la figura de la plaga en un escenario controlado, un barco, con el tic tac ensordecedor que hace eco en los personajes. “Para soñar tu insomnio” resulta la trama más sensual, Sara es la figura erótica, combinada con el alto clima del café recién tostado (o al gusto de quien va a tomarlo), un homenaje a la belleza y a la sensualidad. “Operativo” es una mezcla de ficción y realidad que a veces la prensa de México lo lleva en sus titulares de manera recurrente, otra vez la vena periodística de Vicente Alfonso, el lector no se sorprende con la trama pero sí con la hechura. “Volver al polvo” es un homenaje del autor a su raíz, pero no exclusivo de la gente de La Laguna (esa región que comparten Coahuila y Durango), sino que bien puede hallar asilo en otros rincones, y hacer de ella la mejor manera que tiene el ser humano para enfrentar el día. Va muy de la mano con “Enroque”, una mezcla de pasiones del autor: la música y el futbol sobre todo, con un destino que tiene bajo la manga los desenlaces inverosímiles. Cierra el volumen “Trago amargo”, una historia tras la historia, un convaleciente escucha en voz de su padre la desgracia propia, la cercana, la que lo descarna. En suma, Contar las noches es una colección de cuentos que refrenda el alto nivel de Vicente Alfonso, un volumen que además de obtener el Premio María Luisa Puga en 2009 encontrará sin duda un caudal de lectores ávidos de buenas narraciones, de personajes bien formados, de tramas sostenidas, de literatura de calidad. Vicente Alfonso, Contar las noches. Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México, 2011; 92 pp. Texto publicado en la Revista Siempre¡ del 23 de febrero de 2013.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Instrucciones para una ola de calor

La historia parece sencilla: un padre que se ausenta, una esposa que pierde muy seguido la pista, un hijo varón que por momentos desearía no aparecer tanto y dos hijas tan diferentes que por eso mismo tienden a parecerse. Pero llevada a la literatura por Maggie O’Farrell (Irlanda, 1972) resulta una trama entretenida, con buenas formas, diálogos lógicos y personajes entrañables. La autora ya había llamado la atención con La extraña desaparición de Esme Lennox, pero es ahora con Instrucciones para una ola de calor donde se siente más plena, más suelta, con la confianza que le brinda saberse dueña de la historia y del pulso de la misma. El pretexto es la carencia de agua que se da en el Reino Unido en 1976, por lo que se genera la Ley de Emergencia contra la sequía, pero sin duda la esencia y el fantasma que atraviesa todas las páginas es Robert Riordan y su osadía de marcharse a un sitio desconocido (aparentemente) por su familia. La búsqueda no es nada agradable, y en ella, van de por medio las diferencias que de suyo los hacen familiares. La situación comienza a volverse trémula, porque de a poco la madre, Gretta, comienza a dar detalles que para los hijos eran desconocidos. Y es que ya de por sí cada uno cargaba su propia cruz, por un lado Aoife la más chica tenía problemas de vista y por ello era incapaz incluso de leer, Monica (que aparece sin acento) lucha por el amor, o mínimamente por el afecto de las hijas de su marido, quienes no la ven como su madre y mucho menos la tratan como tal. Mientras que Michael Francis está decidido a salvar su vida matrimonial aunque en ello se le vaya la vida. El matrimonio de los padres se veía frágil, pero no para que Robert abandonara a Gretta, y no falta quien vea las similitudes con el compromiso de Michael Francis y Gina Mayhew, pues para algunos lo que le sucede al hijo de Riordan tiene su razón: “Le parece de lo más apropiado que haya pasado eso. Le parece algo totalmente acorde con su actual situación en la vida: un hombre con una mujer que parece odiarlo, un hombre cuya familia está fragmentada, en crisis, un hombre acosado por el calor, por la sequía, por las restricciones de agua, un hombre cuyo padre ha desaparecido sabrá Dios dónde”. Incluso el ritmo al inicio tiende a parecer desesperante, pues la ausencia de un ser querido no se debería tomar tan a la ligera como en ocasiones parece en las escenas donde se les informa a los hijos. Ya juntos, reunidos para tratar de descubrir a dónde fue papá, se saben hechos de la misma sangre pero no por ello iguales, por ejemplo, la hija mayor, Monica, quien recuerda que cuando entra a la casa siente cómo “La risa y la charla se interrumpen, devoradas por el silencio, tal como ella sabía que pasaría. Es la desventaja, reflexiona, de ser la favorita. Te consideran una de ellos, una espía de los padres. Cuando están juntos te toleran, pero jamás te incluyen”. Y el recuerdo de los años de niñez y juventud no se deja esperar, todo tiene el péndulo de los años, por ejemplo Aoife quien “no sabe por qué las tardes con su familia la hacen sentir así: insoportablemente inquieta, encerrada, atrapada, ansiosa por escapar a toda costa”. Pero la constante es la misma, que debe suceder lo que el destino marque, o como dice la narradora: “Lo que haya que ser, será, y por lo general sin obedecer a razón alguna”. Instrucciones para una ola de calor es una novela hecha con el deseo de contar una historia donde varios personajes soportan la trama, donde la carencia de agua es la carencia del padre, donde como dice el dicho, el que busca encuentra, y en ocasiones más, mucho más de lo que se pensaba en un inicio, y eso no siempre es bueno, sobre todo para los que tienen en su imaginario una trama común y pensaban que si no era perfecta al menos sí más cercana. Maggie O’Farrell, Instrucciones para una ola de calor. Traducción de Sonia Tapia. Salamandra, España, 2013; 313 pp. Reseña aparecida en la Revista Siempre¡ del domingo 24 de noviembre de 2013.

martes, 12 de noviembre de 2013

Geografías

En 1984 se publicó la primera edición de Geografías, de Mario Benedetti (1920-2009), escritor nacido y fallecido en Uruguay, pero sin duda de calidad y penetración universal. En esas páginas dejaba ver sus primeros reflejos de una etapa marcada por el exilio, el recuerdo, la memoria y el sentimiento. Cuida no llegar a la exageración, evita la lágrima fácil. Es más un acto de reflexión, de defensa a favor del reconocimiento de uno y los suyos en un momento, de la casa familiar que queda lejos, y de la casa que habita que no siente del todo suya. Un libro compuesto por la fórmula no siempre feliz del poema y la narración. El escritor que de nuevo se presenta a sus lectores (viejos y recientes) a partir de una nueva edición, donde inicia con un epígrafe que cita versos de Rafael Alberti y Jaime Sabines. Se puede leer como novela y también como narraciones individuales, pues es un ejercicio conjunto de poema más narración. Abre “Erosiones”, y desde el primer latido se puede sentir el exilio, tanto en el verso, que cree en los rumores, como en la narración, que inventa juegos, como el de geografías, que no es otra cosa que preguntar acerca de un referente de la tierra que se dejó, un sitio representativo, una tienda, una heladería, un edificio, algo que haga sentir a quien lo juega un poco más cerca, quizás un poco menos lejos. Luego del Golpe de Estado en Uruguay en 1973, el escritor partió al exilio teniendo en Buenos Aires la primera escala. Le seguirían Perú, Cuba y España, en total diez años en las afueras de su tierra natal. En 1983 vuelve a Uruguay, las memorias del exilio en forma de literatura cobraron vida en Geografías presentado en 1984. Esta reedición siente de igual forma cómo la latitud personal se ha modificado: “Todos los paisajes cambiaron, en todas partes hay andamios, en todas partes hay escombros. Eso es lo que dice. Mi geografía”. Se siente un canto de universalismo en los versos, como en “Patria es humanidad”, pero de igual forma se hace íntimo el diálogo, baste por muestra “Como Greenwich” (en “Meridianos”) donde la jovencita confiesa al hombre maduro sus intenciones de suicidarse y lo hace porque “es demasiada noticia para llevarla a solas”. Cada apartado es un viaje nuevo, a veces de ida, en ocasiones de regreso y es que “un pasado así era demasiado para una sola memoria”, por ello el continuo escape, la repetición de lo inverosímil (“la impunidad del eco” bien dice el autor), o de plano la fortuna sonriendo, “sólo entonces comprendió que, de puro distraído, se encontraba de nuevo en su patria”. Sobresale en el apartado “Nadir” la “Fabula con Papa”, donde hace que la figura de Juan Pablo II se vuelva terrenal, todo con ayuda de la imaginación y con el fin de lograr el bien común. Pero sin duda el peso de las confesiones inclina la balanza, como en “Escrito en Überlingen” donde se siente el ambiente familiar, la certeza y la dureza, eso que a veces no se nombra por respeto o se grita por despecho. Los múltiples viajes, las diferentes casas, los sueños en continuo traslado, de eso va Geografías, que tiene un ritmo diferente en cada apartado, que convoca al lector a que viaje y acompañe en esos días de exilio que parecen no tan lejanos. Como dice en “Quiero creer que estoy volviendo”: “hay tanto siempre que llega nunca/ tanta osadía tanta paz dispersa/ tanta luz que era sombra y viceversa/ y tanta vida trunca”. Y al final sabe que es eso, que ese sabor que da la nostalgia no debe pasarse en un solo trago, se absorbe para el disfrute, como la costra que se quita esperando que vuelva a nacer: “Sin embargo, la patria se le fue armando como un rompecabezas, hallando aquí un rostro que se correspondía con una esquina, allá una cometa que buscaba su nube. La patria se le fue componiendo sin bandera, sin himno, sin escudo”. Buena idea editar de nuevo Geografías, para que los lectores de Mario Benedetti ubiquen una etapa más personal de quien conocen y admiran sobre todo por sus poemas, ya que algunas de sus piezas se inspiraron en un suelo lejano, propio cual ajeno, pero distante de su raíz. Mario Benedetti, Geografías. Alfaguara, México, 2013; 201 pp. Reseña aparecida en la Revista Siempre¡ del domingo 10 de noviembre de 2013.

martes, 22 de octubre de 2013

El matrimonio de los peces rojos

Es de las narradoras mexicanas que más ha llamado la atención en fechas recientes, y con justa razón. Guadalupe Nettel (1973) es dueña de un estilo propio que se logra a base de trabajo, signos de identidad que se agradecen, y que mantiene la fórmula que hace pensar al lector en sí mismo y en su posición en este mundo. Ahora nos presenta El matrimonio de los peces rojos, volumen acreedor al Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, formado por cinco piezas con independencia en la fuerza y con fortaleza en su conjunto. Abre el que le da título a la obra y nos muestra las vivencias de un matrimonio joven que por regalo de una amistad de pronto son dueños de un pez rojo que, piensan, requiere compañía. La pregunta salta: “¿Podría hablarse del destino en el mundo de los peces?”, y es que los problemas de la pareja de peces y la del matrimonio joven parecen reflejarse: falta de espacio, molestias que incrementan con ganas de deshacerse del otro. La trama es un toma y daca que presagia lo peor. Le sigue “Guerra en los basureros”, donde un adolescente es enviado a casa de sus tíos por problemas económicos de sus padres, desde esa tribuna tratará de descifrar el mundo ajeno de sus primos, de sus compañeros en la escuela, y sobre todo de la chica del aseo, quien vive junto con su madre en la planta alta de la casa familiar, sitio donde también le hallaron asilo al sobrino arrimado. La trama lleva a la cucaracha en espíritu y forma de lucha, la fumigación de la plaga es la aventura y la decisión. La cucaracha, para algunos es el simbolismo de la nada, es a final de cuentas una especie de protección hacia todo lo desconocido (“¿O fue acaso la sensación de familiaridad la que me produjo el rechazo?”). Es una repetición constante, pues por alguna razón para el protagonista de este cuento las cucarachas “casi siempre terminan convirtiéndose en una obsesión”. El tercero es “Felina”, una especie de confesión de una universitaria, para usar el lugar común, con todo el futuro por delante, pero que por una aventura de una sola noche con Ander, su compañero de piso durante apenas un mes, tiene que hacer una pausa para replantearse lo que quiere. Lo impactante son las similitudes que conlleva su embarazo con el de Greta, su inseparable gata quien junto con Milton, pareja de la minina, le dan el toque de familia a un departamento testigo de los altibajos emocionales de ambas. El embarazo es un pretexto para atestiguar la manera en que se copian patrones y vemos la realidad en otros ojos. Como signan las líneas de la trama: “Los vínculos entre los animales y los seres humanos pueden ser tan complejos como aquellos que nos unen a la gente. Hay personas que mantienen con sus mascotas lazos de cordialidad resistida”. Por eso tampoco sorprende el papel de la asesora universitaria, Marisa, en veces mamá, en otras amiga, el perfecto balance con la vida real. Quizá la trama más predecible, pero no por eso de menor calidad. Prosigue “Hongos”, un cuento que en el nombre mismo genera morbo, va de un matrimonio maduro sin hijos donde por coincidencias de la vida, ella tiene que salir de viaje de trabajo y en ese lapso conoce y se enamora de un destacado músico. La infidelidad se presenta, sobre todo bajo el razonamiento de que “Cuando una relación tiene una fecha de caducidad tan clara como la nuestra, ni siquiera perdemos el tiempo en juzgar al otro”. Es allí precisamente cuando toma un nuevo ritmo la trama, en las ganas de ella de olvidarlo, y en los tantos pretextos para saludarse, enviarse mensajes, mails, usar los más viejos trucos de seducción. Ella pone en riesgo su propio matrimonio, y posteriormente también su propia forma de ver el mundo, mientras que el músico sigue con su vida de casado, problemas cotidianos y esa especie de hongo que le ha crecido en diversas partes del cuerpo porque sabe que “Erradicar un hongo puede ser tan complicado como acabar con una relación indeseada”. La pieza que cierra el libro es “La serpiente de Beijín”, donde de nuevo es a partir de una búsqueda por las raíces familiares, que incluyen un viaje al lejano oriente, donde un padre y al parecer abnegado esposo encuentra la infidelidad. Pero rompe la dinámica cuando en la casa familiar levanta más sospechas que construya una pagoda en la parte de arriba y que adopte actividades que incluyen rituales orientales y una serpiente rara. Las sospechas de la madre y las pesquisas del hijo dan por resultado un final inesperado, el conjuro para deshacerse del recuerdo y la complicidad para que esto suceda. Llevando al reptil como símbolo de fortaleza, un ritual encadenando trampas al sentido. Todos los cuentos nos hacen recordar por momentos a la Nettel de El cuerpo en que nací, donde un desgarre, una cicatriz con su sangre emanando es también el confín de satisfacciones quizás únicas del personaje. Sin duda, El matrimonio de los peces rojos es un libro que se recomienda lectura y relectura, y es que la literatura de Guadalupe Nettel se vuelve peligrosamente adictiva. Guadalupe Nettel, El matrimonio de los peces rojos. Páginas de espuma, México, 2013; 120 pp. Texto publicado en la Revista Siempre¡ del domingo 20 de octubre de 2013.

miércoles, 16 de octubre de 2013

La buena tiniebla

Una muer desnuda y en lo oscuro genera un resplandor que da confianza de modo que si sobreviene un apagón o un desconsuelo es conveniente y hasta imprescindible tener a mano una mujer desnuda entonces las paredes se acuarelan el cielo raso se convierte en cielo las telarañas vibran en su ángulo los almanaques dominguean y los ojos felices y felinos miran y no se cansan de mirar una mujer desnuda y en lo oscuro una mujer querida o a querer exorciza por una vez la muerte. Mario Benedetti en "Geografías"

lunes, 7 de octubre de 2013

De decisiones apresuradas

Puede ser debido a la crisis, quizá el momento, tal vez el contexto es el que influye, pero lo cierto es que sin importar la variabilidad de la razón, el resultado es similar: estamos tomando diversas decisiones apresuradas en nuestras vidas. Y se empieza a notar con resultados comprometedores, con ajustes sobre la marcha por la mala planeación, porque al construir las bases se hizo olvidando el espacio para la reflexión, el análisis necesario. Las acciones de gobierno por ejemplo, ponen a algunos en la disyuntiva del todo o nada, están a favor o en contra, pero en ocasiones ni siquiera han brindado el lapso para la lectura, el análisis, llega la negativa antes que la reflexión. Evitar el debate es promover la falta de argumentos y de consensos. Los medios de comunicación igual figuran en esta parte como actores. Pues privilegian estos opuestos, no hay espacio para el “depende” y su gran poder. Se necesita un respiro para analizar la información, darle credibilidad al argumento, tener claro a lo que se quiere llegar con lo que se está diciendo. De pronto pareciera que lo conveniente es estar con las mayorías, y algunos se recargan en demasía en el proceso de adaptabilidad con tal de quedar bien, verifican el tamaño de la ola y buscan la manera de subirse, sobre todo en cuanto a rumorología se trata. No se hace un pequeño hueco para verificar la información o siquiera para saber si lo que en redes sociales virtuales por ejemplo, se va a compartir o a decir, es medianamente cuerdo. Lo que impera e impacta ahora es la inmediatez, se va tan deprisa que no importa si es erróneo, nadie lo notará porque pasará inadvertido en cuestión de instantes. La inmediatez consume. La suma de instantes no está construyendo ni dejando un legado certero en nuestro presente. Cuando los hombres y mujeres del mañana quieran analizar nuestro época habrá toneladas de cifras, frases, cantidades exageradas de testimonios, pero poca información de calidad, y no toda será la adecuada para darse una idea del pasado. La cuestión es ¿Cómo entonces nos vamos a definir? En la generación de la inmediatez, de los contenidos rápidos (como la comida y el tiempo para comer), la fugacidad de los deleites. Pocas rendijas estamos dejando para la definición, la construcción de identidades (si ahora el avatar y el perfil falso conviven al lado nuestro). Baste como botón de muestra un espectáculo público como lo es un concierto donde se pueden ver a cientos o miles de espectadores grabando o captando las mejores imágenes con sus teléfonos inteligentes, desde donde miran el espectáculo y desean compartirlo a la brevedad. No disfrutan lo que ven en vivo, sino disfrutan (quizá presumen) el contenido del que de alguna u otra forma, están siendo parte. Y el disfrute es fugaz, al término de ese concierto ya se piensa y planea la asistencia al siguiente, no ha pasado tiempo para estructurar la anécdota narrativa, quizá la visual sí a partir de las tanta fotos levantadas, pero ya fue, es historia, lo que importa es lo siguiente, elevar el récord personal. Las modas son distintas porque el proceso para llegar a serlo también lo es. El tiempo que se llevaba la generación del anhelo, aquel que nacía con la expectativa de obtener algo y posterior a ello, tenerlo, ahora es rebasado porque la moda cambia de manera más rápida, y cuando apenas el individuo ha juntado el recurso para adquirir el modelo reciente del teléfono inteligente de moda, resulta que anuncian uno más nuevo. Tiene que ver también con la forma de valorar lo que poseemos. La generación de necesidad, el camino para la obtención de lo deseado, lo que entre otros el poeta griego Constantino Petras Kavafis nos legó en su “Ítaca”, el camino se disfruta tanto como la llegada, el esfuerzo tanto como el logro. Y sobre todo la emoción, el disfrute de la sensación de esperar, un oficio que empieza a perderse, el de la paciencia, el de no hacer nada, el de respirar con calma, el de disfrutar el instante de soledad, cerrar los ojos y sentirse único. Que ahora se ve rebasado vertiginosamente por la pantalla del celular, el ruido de los vehículos que corren en la vía y la preocupación por “hacer” algo, por moverse, porque el ritmo de vida así lo exige. Es importante que regrese el espacio para la reflexión, incluyendo la propia, que evite las prisas para tomar mejores decisiones, que sean a mediano y largo plazo y no en el constante cambio que en ocasiones no genera desarrollo ni mucho menos bienestar o felicidad. Texto aparecido en Suplemento CAMPUS de Milenio Diario el jueves 3 de octubre de 2013.

domingo, 6 de octubre de 2013

De la idea a la práctica

Pocos lo ubican por su trabajo en el Gobierno de Michoacán como coordinador del gabinete social hace algunos años. Pero de allí saltó a formar parte activa en el gobierno del presidente Felipe Calderón en funciones clave en la alimentación y salud de los mexicanos, es Salomón Chertorivski, quien en De la idea a la práctica comparte a título personal algunas de las actividades que más le han ayudado en su paso en diferentes espacios de la función pública donde le ha tocado estar. Esta experiencia en la administración pública en el ámbito federal comenzó en Diconsa, siguió en el Seguro Popular y culminó en la Secretaría de Salud (actualmente se desempeña como Secretario de Desarrollo Económico en el Gobierno de la Ciudad de México), y la plasma en seis capítulos ordenados de manera cronológica en el ámbito del servicio público, desde la llegada hasta la transición. Salomón Chertorivski nos habla de cuestiones de liderazgo pero también de la realidad que se vive ya en el terreno de batalla, donde los errores pesan más. Intercala algunas declaraciones de gente que ha trabajado con él, como el Director de Desarrollo de Diconsa, quien señala: “Se trata de un trabajo político, no de la política relacionada con el poder, sino del convencimiento, de leer a la gente y de que te lean. Se tienen que dar cuenta de que tú no vienes a quitar, sino a ofrecer”. Uno de los consejos más contundentes que brinda, luego de su paso por algunos cargos, es el siguiente: “el funcionario prefiera siempre obtener resultados que marquen diferencia y no transformaciones marginales”, porque a su modo de ver “es importante que los resultados no sólo sean precisos, sino además visibles”. Sin embargo, en la lectura también podemos observar que en ocasiones sus “ejemplos muy significativos” así como sus expresiones del tipo “transformación profunda” son como baches para la lectura misma. El ritmo de superación personal puede ser engañoso, como riesgosas algunas líneas que pueden hacer que el lector deje el ejemplar: “aprendí que la cooperación con las diversas instituciones es una forma útil de contribuir a la continuidad de un proyecto”. Pero quitando las obviedades, es un libro que sin duda es útil para aquellos novatos en la función pública, es también un material de lectura recomendada para quienes trabajan desde hace años con los mismos patrones y aspiran a salir de su área de confort. Es pues una exposición clara y sustentada de una experiencia personal, que se agradece deje su testimonio. Salomón Chertorivski, De la idea a la práctica. Experiencias en administración pública, Random House Mondadori, México, 2013; 173 pp. Texto aparecido en Revista Siempre¡ del domingo 6 de octubre de 2013.

lunes, 30 de septiembre de 2013

La gran Marivián

Antíbula es el escenario a donde ahora nos lleva la pluma de Fernando Aramburu (España, 1959), y Marivián es la protagonista y el alma de la historia. Todo gira alrededor de ella, un territorio donde el gobierno lo ejerce el partido colectivista, al más puro estilo de premiar a los suyos, mantener a raya a los adversarios y dar sólo lo necesario para que la gente no proteste. O al menos es lo que suponemos a través de la historia que nos va narrando un periodista que ha sido despedido por una causa menor, pero se toma como el detonante para que su olfato periodístico navegue entre las más diversas entrevistas, encuentros, viajes al pasado con tal de saber un poco más de Marivián. Empecemos de atrás para adelante. Ella muere faltando trece días para cumplir cuarenta años. El cortejo fue de lujo, con ceremonia oficial, las clásicas esquelas, los discursos de mayor aplomo, nada extraordinario para como la tenía acostumbrada el establishment, pero pocos, muy pocos gozaban de esos beneficios. Su nombre real era Acfia Fenelina Benjamel, pero el mundo la llamó siempre Marivián, la bautizó así quien fuera su maestra y gran influencia, Sera Behe. “Lo he dicho siempre que me lo han preguntado. Yo he tenido desde el principio de mi carrera tres maestros esenciales: la profesora Behe, el director Amel y el Teatro Bolshói de Moscú”, esto es declaraciones reveladas a la Revisa de Actualidad y Espectáculos, cuya revisión hemerográfica estuvo a cargo del periodista despedido. La belleza de Marivián no aceptaba comparativos, la destreza de Aramburu para plasmarlo en su narrativa merece la cita: “La naturaleza había dotado a Acfia Fenelina de unos pechos erguidos de dimensiones generosas, con unos pezones oscuros y redondos que se le marcaban en la blusa, por lo que, en épocas de ropa ligera, cuando iba por la calle dejaba de costumbre tras de sí un reguero de caras risueñas y ceños reprobatorios”. Bien a bien ella era un producto más que una persona, el sistema la trató siempre con los destellos de estrella que decía ser y así se sentía, ni impuestos, ni filas, ni trámites engorrosos, todo llegaba a su domicilio, hasta las identificaciones que la acreditaban como miembro del partido oficial. Su primera actuación pública fue en Coliseo Nacional, donde presentaron la ópera Aida de Guiseppe Verdi, allí se las ingenió para que un reseñista la hiciera sobresalir, el texto signó: “una obrilla tan abstrusa como intrascendente, que nada aporta al pueblo y de la cual lo único que se nos ocurre resaltar son las piernas de la hermosa actriz que hacía de criada”. La trama nos lleva al primer matrimonio de Marivián con Mlaco Derf y la vida de padecimientos que sufrió. Buena parte de la intriga se sostiene gracias a la variedad y al ritmo narrativo que se alterna entre recortes periodísticos y varios personajes, por ejemplo Mel Amel, el director que tuvo a bien llevarla a la pantalla grande, él la describe como “una mujer vacía. Estaba hueca por dentro. Como lo oyes. Era aire rodeado de piel”. Fueron en total siete largometrajes los que realizó Marivián, y al menos dos matrimonios, el segundo con Bolsio Demonce, a quien le reiteraba su amor incondicional luego de que él falleciera, decía: “Yo a Bolsio, mientras me dure la vida, lo llevaré conmigo dentro de mi corazón”, también en declaraciones a la Revista de Actualidad y Espectáculos. El amor es uno de los hilos que no podía faltar en la vida del personaje, pero ser amante de ella era firmar la responsiva de suicidio, porque era vigilada por todos, una gracia de superestrella que bajaba de las nubes sólo para ser pisoteada, esa vida fugaz que brinda la belleza del momento, porque terminada la física entonces se derrumbaba todo, tal como lo confesó Lurbia Duendud quien en una visita a la estrella le contó que “toda la noticia consiste en una patraña urdida por el Gobierno”. Marivián es un personaje en busca de autor, fuerte, amoroso, con mucha gracia, nacida de la pluma de alguien que nos hace enamorarnos de ella a partir de su sufrimiento y luego acompañarla en las bondades de su vida, ya sea sexual, ya con premios y regalos al por mayor. En el más puro estilo de Aramburu, acostumbrados como nos tiene a que sus personajes sobreviven de los zulos luego de ser capturados por integrantes de la ETA, ahora es Marivián quien de a poco se extingue en el mismo dolor, en el mismo desgaste de todo ser humano que se siente vigilado todo el tiempo. Con un gran ritmo y una riqueza de voces narrativas, el guiño del periodista no pasa inadvertido, Fernando Aramburu nos regala en La gran Marivián un pretexto para darnos cuenta de que toda la belleza puede extinguirse en un solo momento y que es mejor disfrutar de las cosas buenas que nos presenta la vida. Fernando Aramburu, La gran Marivián. Tusquets, México, 2013; 280 pp. Texto aparecido en la Revista Siempre¡ del domingo 29 de septiembre de 2013.

martes, 24 de septiembre de 2013

Discurso y contexto

Para muchos estudiantes de comunicación el nombre de Teun A. van Dijk es sumamente familiar, en varias materias es lectura obligada su libro Estructuras y funciones del discurso. El cual da luces teóricas de algo que parece no tener mayor ciencia, pero mientras más se conoce el marco teórico más se descubre su complejidad. El autor nacido en Holanda es una de las voces más calificadas, y lo confirma la constante actualización que hace de sus mismas ideas, por eso ahora presenta Discurso y contexto, un libro necesario hoy en día para comprender mucho de lo que se dice y por qué se dice. Comprendemos todos que una cosa es lo que un emisor genera, pero eso que para él o ella queda claro, no necesariamente es así, del receptor depende que la comunicación tenga un proceso bien llevado. Comienza con un ejemplo de discurso del entonces primer ministro de Inglaterra Tony Blair, y nos pone precisamente en ese contexto parlamentario, y señala: “No es la situación social ‘objetiva’ la que influye en el discurso, ni es que el discurso influya directamente en la situación social: es la definición subjetiva realizada por los participantes de la situación comunicativa la que controla esta influencia mutua”. El también autor de El Discurso como Estructura y como Proceso brinda herramientas teóricas que uno puede identificar plenamente en cualquier oportunidad de lo cotidiano, es la ventaja que ahora propone, modelos contextuales de los participantes bien definidos que inciden de manera activa en la interacción, producción y comprensión del discurso. De la primera afirma, “para que la interacción entre el discurso y el habla sea posible, los participantes tienen que representar las intenciones de los demás participantes, así como las suyas”. Y es que desde su punto de vista, o al menos como tesis de esta obra, “es que el discurso se produce e interpreta bajo el control de los modelos mentales contextuales”. Por ejemplo, como lo dice el mismo Van Dijk “el conocimiento personal o socialmente compartido del hablante (incluido su noción sobre el conocimiento del destinatario) se maneja para producir discursos o interpretaciones apropiados”. Al final anuncia que los próximos textos abundará sobre la teoría de la interfaz que deja entrever, y para decirlo en sus propias palabras: “Podemos concluir a partir de la caracterización informal de la noción de ‘contexto’, que no en­ten­demos a cabalidad los fenómenos complejos sin entender su contexto”. De tal forma que el enfoque sociocognitivo que ahora nos presenta Teun A. van Dijk resulta una especie de retorno a las aulas pero con más experiencia, con más “contexto” y con dudas siempre dispuestas a transformarse en certezas e incluso conocimiento, y eso siempre es bueno si se quiere abrir el debate. Teun A. van Dijk, Discurso y contexto. Un enfoque sociocognitivo. Gedisa editorial, España, 2012; 350 pp. Texto aparecido en la Revista Siempre¡ del domingo 22 de septiembre de 2013.

lunes, 16 de septiembre de 2013

El Pacifista

Nacido en Irlanda en 1971 John Boyne quizá sea un nombre poco conocido a simple vista, pero cuando se descubre que fue él quien escribió El niño con el pijama a rayas (que llevara a la gran pantalla Mark Herman) se nos hace menos lejano. Esta vez el oriundo de Dublín nos entrega El pacifista, una novela con buena hechura, ritmo y personajes entrañables. El autor nos lleva a las diferentes edades del protagonista, y nos cuenta, o mejor dicho, hace que Tristan Sadler nos narre su vida desde que salió de casa para alistarse en el servicio militar (mintiendo porque sólo tenía diecisiete años) hasta el momento en que decide quitarse la vida. Sadler se convierte en una figura entrañable por momentos, desesperante por otros. De su niñez sabemos lo mínimo, pero eso poco es clave para entender su forma de actuar, por ejemplo, la frase que le dice su padre antes de alistarse en las fuerzas armadas: “Lo mejor para todos será que los alemanes te mataran de un tiro nada más verte”. Ese trato lejano y frío de su padre tiene otro momento alto cuando, al terminar la guerra y Tristán regresa a casa, se entera de la muerte de su hermana sucedida muchos meses atrás, su padre de nuevo le dice: “La verdad, Tristán —me dijo haciéndome salir a la calle otra vez—, es que tú ya no eras su hermano, como tampoco eres mi hijo. Ésta no es tu familia. No tienes nada que hacer aquí, ya no”. Y es que el padre conocía y reprobaba algunas actitudes de su hijo, sobre todo en las relativas a las relaciones de pareja. Pero ese detalle a Tristán lo impulsaba a seguir con su vida. Alistado ya en las filas del ejército conoció a Will Bancroft por quien de inmediato sintió admiración, afecto y cariño. Él lo tenía como su cómplice, tocó en suerte que compartieran dormitorio en los días de preparación. En esas horas intensas de preparación, Will y Tristan platicaban de muchas cosas, aunque inteligentemente se reservaban otras. Ambos fueron testigos de cómo el Sargento Clayton a cargo del grupo estaba obsesionado con la guerra y odiaba a quienes no opinaban como él, tal era el caso del soldado Wolf, un pluma blanca declarado desde el inicio, esos que no están de acuerdo con el uso de las armas, con matar a los demás, pero están en el campo de batalla. Las jornadas se volvían una atracción para ver cómo el sargento Clayton hacía los días difíciles a Wolf, pero éste siempre aguantó todo, hasta un día antes de partir al verdadero campo de batalla cuando misteriosamente desapareció, siendo la primera baja del batallón. El de­tonante del recuerdo es el mismo Tristan quien decide, acabada la guerra, ir a donde vivía Will y devolverle a Marian Bancroft las cartas que su hermano le escribió. Allí viene esa nostalgia, ese cambio de ritmo que nos hace ver al Tristan enamorado, al que pierde los estribos por los celos, por la presión, por lo que vivió entre amenazas, muerte, reclamos. El momento del frenesí lo plasmó de buena forma: “Entonces recorre mi cuerpo de arriba abajo, acariciándome por entero, y esta vez me obligo a no escuchar la voz en mi cabeza que me dice que no son más que unos minutos de placer a cambio de quién sabe cuánto tiempo de antipatía por su parte, porque no importa; al menos durante estos pocos minutos podré creer que ya no estamos en guerra”. Ese es el Tristan que veía a Will como su todo, al parecer sólo fue una noche en que unieron sus cuerpos en los días de entrenamiento, pero nunca pudo borrarlo de su mente. La obsesión de Tristan por Will se volvió a su vez una lucha interna, se molestaba cuando se alejaba, en la guerra por días no sabía de él y le preocupaba, hasta que Tristan es herido y permanece varias jornadas en el hospital. Al recuperarse, de forma sobresaliente a decir de los médicos, Tristán tiene una pausa para pensar en los caídos de su batallón, en las figuras que han aparecido en estas jornadas, en Will y su amor por él, en que es momento de dejar la batalla, pero esto último no puede hacerlo, el sargento Clayton lo obliga a regresar. Cuando se encuentra a Will de nuevo, se entera de que éste ha sido confinado al calabozo, etiquetado como un pluma blanca. Sabe allí Tristan que no le quedan muchas esperanzas a quien mira con ojos de amor, pero más allá de eso, Will impulsado por el hartazgo le echa en cara a Tristan cosas que éste no esperaba, palabras que marcarán el fin de la relación. La forma en que Will murió es narrada por Tristan a Marian. La forma en que Boyne nos narra el fin de la historia es un buen guiño, con un personaje ya mayor, afamado escritor de libros, lleno de fama y fortuna pero vacío de amor. Quizás allí estuvo la mayor virtud de su inteligencia, salir bien librado siempre, quizás allí también estuvo la mayor pifia de su batalla: quedarse solo. El pacifista es una obra que habla del amor y de la guerra, de las consecuencias de los celos, de las relaciones familiares y filiales, y de que no es necesario estar en el campo de batalla para librar las luchas contra uno mismo. John Boyne, El pacifista. Ediciones Salamandra (Traducción de Patricia Antón), España, 2013; 284 pp. Texto aparecido en la Revista Siempre¡ del domingo 15 de septiembre de 2013.

sábado, 17 de agosto de 2013

Cuando mentimos

Todos pensamos que somos inteligentes y en esa medida intuimos que no nos podrán engañar ni mucho menos mentir, que tenemos una preparación especial para detectar a quienes ya no digamos lo hacen, sino siquiera lo intentan. Todo lo cual es un error. A decir del investigador Robert Feldman los seres humanos mentimos en diferentes niveles, pero siempre mentimos, y vale la pena ponerlo con ejemplos contundentes como los de cualquier día. Recordemos si mentimos en la charla de café en la mañana, en el trabajo, con la familia, en la llamada telefónica o en la computadora, allí hay una primera aproximación. El experto se­ñala que “las mentiras corrientes en la vida cotidiana puede que no nos hagan daño de un modo fácilmente mesurable. Pero producen el efecto de hacer la vida cotidiana mucho menos amigable. Éste es el coste de vivir en una sociedad tan propensa al engaño en tantos de sus aspectos: nuestra vida se mancha con frecuencia”. Y es que parecen cosas lógicas pero en ocasiones no las vemos, por ejemplo: “Si una mentira sale bien, alguien siempre resulta engañado. Y, cosa crucial, aunque el receptor de la mentira no lo sepa, el que miente sí lo sabe”. Además, cometemos un error al pensar que quien miente se siente culpable por ello, Feldman dice que no existe culpabilidad en el mentiroso. Porque ellos, o nosotros, los mentirosos pues, no hacen nada en particular cuando mienten o mentimos. Incluso en las líneas el miembro de la American Psychological Association señala que “una vez que reconocemos que es posible disfrutar con una mentira con intención, esta forma de engaño enseguida se vuelve más comprensible y más compleja. No sólo importa la función de la mentira. La forma también importa”. Ahora bien, bajo el supuesto de que cada mentira tiene un precio. También es cierto que “no todas las mentiras tienen intención de hacer daño”, damos por hecho que la mentira existe, y está entre nosotros, aunque a su vez, como remata el autor su obra: “Puede que la sinceridad no sea una política perfecta, aplicable de forma universal, pero sigue siendo la mejor política”. Aunque no aclara para quién. He allí el juego de las mentiras, del daño en sus diferentes grados, las que son con fines dañinos y las que no, las que se dejan pasar por fines sociales o de convivencia, pero el caso es que esa mancha puede crecer hasta opacar toda situación. Una lectura necesaria en este tiempo donde la inmediatez parece ganar terreno sobre la veracidad. Roberto Feldman, Cuando mentimos. Las mentiras y lo que dicen de nosotros. Urano, España, 2010; 317 pp. Texto aparecido en la Revista Siempre¡ del domingo 18 de agosto 2013.

lunes, 12 de agosto de 2013

Barack Obama en sus propias palabras

Nada más contundente que las palabras que van quedando para la posteridad para saber qué tan coherentes han sido algunos personajes de la vida pública moderna, por ejemplo el hoy Presidente de Estados Unidos Barack Obama. Alguien que se ha especializado en este ejercicio de la recopilación es Lisa Rogak, quien tiene en su haber volúmenes similares sobre políticos como Colin Powell y Howard Dean. Pero en el caso que nos ocupa es necesario señalar, como afirma la compiladora, que “los estadunidenses rara vez han tenido la experiencia de un candidato presidencial cuyo estilo retórico fuera tan crucial para su plataforma política”. Ella hace su afirmación poco antes de noviembre de 2008, cuando todavía no entraba a los libros de historia Barack Obama como el primer presidente de color de Estados Unidos. Lo cierto es que el actual mandatario llama la atención cada vez que emite una comunicación, ya sea en la forma, en el fondo, con sus frases, con sus imágenes, siempre comunica. De allí que este cofre de sus propias palabras sea un interesante ejercicio que demuestra su ideario, su perfil, su forma de tomar decisiones, por ejemplo cuando era Senador por Chicago, incluso en un momento que no todos lo tenían en el registro para competir ya no digamos por la silla presidencial sino por la candidatura, comento en tono de crítica al gobierno de George W. Bush: “No es la magnitud de nuestros problemas lo que más me preocupa. Es la pequeñez de nuestra política. Estados Unidos ha enfrentado grandes problemas, pero hoy, nuestros líderes en Washington aparecen incapaces de trabajar juntos de un modo práctico, guiado por el sentido común. La política se ha vuelto tan amarga y tan partidaria, tan trabada por el dinero y la influencia, que no podemos abordar los grandes problemas que exigen solución”. Cada intervención iba colocando ese granito de arena que con el paso de los días le ha dado forma a un perfil que resulta inspiración para muchos, porque conlleva también una alta proporción de sinceridad, lo cual de paso atrae a la confianza. Señala, por ejemplo: “Mi actitud general es que, si estoy haciendo un buen trabajo ahora, puedo tener la oportunidad de aspirar a un cargo superior. Si no estoy haciendo un buen trabajo y estoy prestando demasiada atención a lo que pueda ocurrir en el camino, no estará esa opción abierta para mí”. La lógica de la razón, de lo que el ciudadano entiende y quiere escuchar. Y es que en esa parte del sueño y la esperanza, el “Yes we can” que enarboló en su primer campaña presidencial, en el paso del “Change” al “Fordward” que le siguió cuatro años después, siempre mantuvo la coherencia en sus años previos, por ejemplo cuando en una declaración afirmó: “No es que la gente común haya olvidado cómo soñar. Es sólo que sus líderes lo han olvidado”. En las líneas del mandatario podemos percibir confianza en sí mismo (“No me presentara si no pensara que puedo ganar”), frases para que la gente lo apoye (“Respuestas directas a preguntas fundamentales. Eso es lo que no tenemos en este momento”), tips de campaña electoral (“Uno no vota por alguien por la forma en que se ve. Se vota por aquello que representa”), y por si fuera poco, consejos para aquellos políticos que les da por escribir sus libros también tiene unas palabras: “Me sentiría muy incómodo poniendo mi nombre en algo que ha escrito otro, o que he coescrito o dictado. Si mi nombre está ahí, me pertenece”. Al final Barack Obama es personaje de sí mismo: “Descubrí que la mejor forma de abordar la ‘construcción de la imagen’ es ser yo mismo y dejar que todo el mundo sepa lo que pienso. Y de ese modo no termino tropezando por decir una cosa y hacer otra”. Así, dibujado de propia mano, con sus mismas palabras se puede ver a un Obama en su punto y en su interior, con la pausa para releer lo que dijo, para ubicar su forma de pensar y de actuar, el movimiento pues, de sus palabras. Lisa Rogak, Barack Obama en sus propias palabras. Aguilar, México, 2012; 156 pp Texto publicado en la Revista Siempre del domingo 11 de agosto 2013.

jueves, 1 de agosto de 2013

Las muchas indignaciones

Las redes sociales tuvieron otro momento álgido en días recientes cuando circuló (y llegó a medios tradicionales) un video donde se ve claramente que dos inspectores del municipio de Centro, cuya cabecera es Villahermosa, en el sureño estado de Tabasco, hacen que un niño que labora como vendedor ambulante, tire su mercancía al suelo entre sollozos. Los comentarios sobre el inspector Juan Diego López Jiménez a estas alturas son por demás conocidos. Pero pareciera que la indignación de las masas está mal dirigida, pues fue mayor la molestia por el racismo y aires de superioridad del empleado de gobierno municipal, con todo lo que conlleva ese hecho, que la indignación porque un niño de 8 años tenga que trabajar. A ciencia cierta las lágrimas que presenciamos a través de la pantalla, nos dicen que el niño fue lastimado, pero no debemos descartar que su llanto también se pudo deber al miedo que le representaba al pobre infante regresar con quien maneja el negocio y decirle que su mercancía le fue robada (como con los cigarros claramente robados), y entonces el regaño o incluso maltrato físico del verdadero dueño de la canasta era una de las fuentes de origen de esas lágrimas. Nos indigna de hecho que un inspector, como cualquier servidor público de todo nivel, robe o despoje de un producto que vende el niño, pero pareciera que no nos indigna como sociedad en esa misma medida que el infante y otros de su tipo tengan la necesidad de salir al peligro de las calles para buscar un sustento. La historias tienden a aderezarse conforme se van contando, por eso en días posteriores ya se conocía el nombre y origen del infante: Feliciano Díaz (aunque antes se dijo que su nombre era Manuel) de Chiapas, incluso su pertenencia al grupo étnico de los tzotziles, pero más allá, para calmar a la hambrienta causa de la justicia social que gritaba en redes sociales y ya también en medios tradicionales, se nos dijo que el niño trabajaba para pagar sus útiles escolares. Un guión de telenovela pues. Más allá de si es verdad o no esa afirmación es precisa y necesaria la pausa para saber cómo es que llegamos a este momento (este sí indignante) donde una familia tenga la necesidad de que un niño de 8 años salga a trabajar. Y cómo unas autoridades de gobierno le pongan trabas a un niño que desconoce sus derechos, y cómo una sociedad se indigna no porque esto pase, sino porque un empleado de gobierno con criterio del tamaño de un chorlito, simplemente provoque las lágrimas que a todo México le hicieron indignarse, pero no reflexionar, he ahí la diferencia. El guión sigue, aparece el gobernador de Tabasco y señala que además de ayuda psicológica el ahora ya famoso niño Manuel (o Feliciano) recibirá una beca escolar (no se sabe cómo se le hará llegar si es que vive en otra entidad federativa). Buenos reflejos, pero por qué no aprovechando la circunstancia el mismo mandatario ordena levantar un censo, sin importar las siglas o colores del gobierno estatal, de los niños que trabajan en la capital de su estado y les ofrece una beca a todos y cada uno de ellos, ¿o necesitamos la existencia de otros videos para responder a la circunstancia? A esto debemos sumar el comportamiento de la otra inspectora que ya tuvo su castigo administrativo, una persona de nombre Carmen Torres Díaz cuyo silencio cómplice también daña, y también se puede tomar como un reflejo de muchos que ven atropellos y prefieren hacerse a un lado, evitar participar, el cómodo “yo no vi nada”, que también fragmenta a la sociedad mexicana. Mucha indignación pero poca reflexión tuvimos con esta experiencia. Ojalá en algo haya cambiado la forma de pensar de algunos, allí empiezan los grandes movimientos, en la manera de pensar y de actuar. Texto publicado en el suplemento CAMPUS de Milenio Diario le jueves 1 de agosto de 2013.

domingo, 28 de julio de 2013

La mujer de los macacos

Volumen raro por decir lo menos, es La mujer de los macacos que Alejandro Badillo (1977) nos presenta bajo el sello de Libros Magenta. Raro porque el cuentista sale de su esfera para entrar a la del novelista, dando por resultado la sobrevivencia. Es raro por la separación en tres desiguales secciones, raro porque el personaje es raro, y eso, todo eso, hace el libro interesante. Matías Blumfeld es el personaje principal. Vio la luz por primera vez en un cuento llamado “La Señal” que Badillo publicó en el año 2011. Durante un año se fue fraguando su siguiente aventura que ahora viaja a través de esta novela. Badillo, apasionado de Thomas Bernhard, tiene guiños en sus líneas hacia figuras como Samuel Becket o Franz Kafka, e incluso la narración nos hace recordar la temática de “Casa tomada” de Julio Cortázar o “Cua­draturín” de Sigismund Krzyzanowsi en su desconocido cual celebrado libro La nieve roja. Pero más allá de los homenajes y las coincidencias, el peso de la trama se soporta en el personaje, uno contemplativo, que le basta con ser testigo, con formar parte de la escenografía, le cuesta quizá cambiar, moverse, modificar lo cotidiano, de allí su peso específico en la realidad que habita, en el contexto que le da forma, no sale de su bolsa de protección, ¿para qué? Le basta con el deseo. Salir, entrar, sacar a alguien de su departamento es de lo que va la trama, pero en el fondo es el movimiento interior, el de uno mismo. “Pero el problema no era de tamaños o adaptaciones, era el tiempo transcurrido en los dos lugares, en uno breve, muchos años en el otro”. El tiempo como piedra de toque, como el designio, el que se sabe, y por momentos genera cierta impaciencia al tomar el libro en las manos. Y es que si bien es cierto que la rareza le da sustancia a la novela, hay líneas que resaltan por su sentido básico en medio de la jungla: “Sus labios, apretados, parecían contener su silencio”, por ejemplo. Y hace que el rechazo pueda presentarse. Aurora es la mujer de los macacos, o es lo que nos hacen creer, pues conforme vamos llegando al desenlace nos sorprende de nuevo un quiebre verbal que le viene bien a la trama: “la mujer de los macacos era un trazo borroso que se desgastaría aún más con el tiempo. Y tendría una mujer sin ningún atributo especial, una forma pura, un nombre que no diría nada”. Ese es el mejor momento de las páginas de La Mujer de los macacos, las que cargan con la honestidad y el empuje, las que no se limitan, las que el cuentista no se entromete en la forma del novelista. El arriesgue pues tiene su recompensa: “Cuando Blumfeld era niño le gustaba pensar en los peores escenarios para su vida: un accidente mortal de sus padres, una enfermedad incurable, una situación terrible. El objetivo era nunca sorprenderse, encontrar pronto un centro a pesar de lo imprevisto”. Y así como Blumfeld recarga el peso de la buena suerte en la posibilidad de algo nuevo, también Alejandro Badillo apuesta a esa posibilidad que no limita ni encasilla, que logra mantener al lector pese a lo alargado que pueden parecer ciertos pasajes, pero la paciencia premia a ambos. En suma, es una novela que se debe tomar como un afortunado debut en el género para un autor ávido de narrar historias con forma, con fondo y con idea. Un último apunte: en la solapa leemos un párrafo propiedad de Gabriel Granados Bernal donde apuesta al redondel por encima de la concreción, allí señala que Alejandro Badillo por sus temas y formas es cercano al oriundo de Chihuahua, Jesús Gardea, y quizá se refiera al cuentista (como ambos lo son), porque todavía no hay noticias de las dos novelas inéditas que dejó desde su muerte hace más de doce años el nacido en Delicias. Alejandro Badillo, La mujer de los macacos. Libros Magenta / Secretaría de Cultura del DF, México, 2012; 125 pp. Texto aparecido en la Revista Siempre¡ del domingo 28 de julio de 2013.

lunes, 17 de junio de 2013

Filosofía de las emociones

Tiene la apariencia de ser un libro del tipo superación personal, incluso el subtítulo genera desconfianza: 21 rutas para vivir con nuestras emociones, pero si se pasa esa barrera se podrá entrar a una lectura bastante agradable. Porque eso es Una mochila para el universo, una miscelánea donde tarde que temprano se identifica el lector. La autora Elsa Punset logró conjuntar varias de sus colaboraciones en medios de comunicación, sobre todo televisión y radio, para darle vida a un libro divertido, entretenido y sobre todo con un mensaje que no se queda en lo superficial sino que va mezclando el ejemplo, el dato, la ciencia. Incluso alterna citas de diversas investigaciones, con Premios Nobel, con videos en Internet, así como a personajes de la historia que dejaron con su talento una patente de vida, como lo es Thomas Alva Edison, de quien cita su frase: “No he fracasado, sólo he encontrado diez mil soluciones que no funcionan”. Ejemplo de lo que podemos hacer, de que todo el que se atreve, incluso en los errores debe ver el lado bueno, el lado del aprendizaje, el lado de la evolución positiva. La información que salta en las páginas de este libro por momentos parece cobrar vida. Y es cuando uno se pregunta, ¿en verdad se necesitan seis segundos para que un abrazo sea completo?, ¿será cierto que con el control de los primeros noventa segundos ante un enojo se pueden evitar muchas desgracias?, ¿bastan cuarenta y siete segundos para convencer a alguien?, ¿en serio cuando niños reíamos 300 veces al día y ahora de adultos, sólo lo hacemos 17 veces? Porque de eso va esta obra, aderezado con un lenguaje desenfadado pero no por ello menos profesional, un lenguaje que nos trasmite y emociona. Quizá por ello retoma a Maya Angelou quien señala: “La gente olvida lo que dices, la gente olvida lo que haces, pero nunca olvida cómo la haces sentir”. Una mochila para el universo invita a reflexionar sobre cosas comunes (o que parecen comunes) pero que en el fondo poca veces nos detenemos a hacerlo. Quitar el peso excesivo que venimos cargando desde hace años, incluyendo los fracasos y las decepciones, para ello incluye varias recetas, diversos ejercicios para encontrar cierta paz, cierto bienestar. De paso da el consejo para mantener vivo el vínculo amoroso, el cual básicamente debe llegar cuando recuperamos dos elementos: “la conexión emocional y el contacto físico”. Puede ser cierto, dependiendo las culturas, pero el contacto físico instruye, fortalece; mientras que por el otro costado nos dice la misma Punset que “las emociones más intensas, como el desprecio, la ira o la tristeza, se contagian como un virus, porque esas son las emociones que el cerebro cree que más pueden ayudarnos a sobrevivir”. La razón y la pasión, buscando el justo medio, la balanza a favor del bienestar, o mejor dicho de la felicidad, hoy tan de moda, con encuestas, mediciones diversas, con un contexto que parece obligatorio ser feliz o al menos intentarlo, pero siempre es bueno recordar que casi la mitad de nuestra felicidad depende de nuestra actitud. “La felicidad requiere un esfuerzo que no siempre estamos dispuestos a hacer, pero cuando lo hacemos, la recompensa —a la que va ligada un incremento en los niveles de felicidad individuales y colectivos— es llamativa”, señala la autora. Le damos la razón cuando en un momento de encuentro con uno mismo al estar leyendo reafirmamos que: “No merece la pena intentar aferrarse a las emociones sino más bien entrenarse para generar más positivas que negativas, hasta lograr un equilibrio sano entre ambas”. Ese es el tono del libro, que zigzaguea con la bocanada de filosofía y la practicidad de la vida real. Es cierto que en ocasiones nos rebasa la prisa ante lo obvio, y tal vez esa sea la función principal de Una mochila para el universo recordarnos que por muy aprisa que vivamos, siempre es bueno tomar una pausa para confirmar si vamos en el camino correcto, si estamos dando un abrazo como se debe, si somos lo suficientemente felices con lo que nos rodea. Conocer, en suma, un poco más de las emociones y su funcionamiento. Elsa Punset, Una mochila para el universo. 21 rutas para vivir con nuestras emociones, Editorial Diana, México, 2013; 313 pp. Texto aparecido en la Revista Siempre¡ del domingo 16 de junio 2013.

lunes, 3 de junio de 2013

El primer día

Toda librería de viejo que se precie de serlo, tanto en México como en otras importantes plazas como Buenos Aires, debe contar en su acervo con algún ejemplar de Luis Spota. Autor que por momentos parece olvidado, pero es sin duda una figura de gran importancia en la literatura de nuestra lengua. Quizá su obra más reconocida sea Casi el paraíso, sin embargo cada espacio donde se expresó dejó una huella que permea, se mueve, sigue. Sobre todo en lo que respecta al tema del poder y las relaciones de los poderosos como por ejemplo con su serie “La costumbre del poder” donde se incluye el volumen que nos ocupa: El primer día. Publicado en 1977, esta obra ha alcanzado los miles de ejemplares gracias a las reediciones, aunque deberíamos decir que es sobre todo gracias al interés que siempre suscita el tema y que en esta ocasión se conjunta de excelente forma con una pluma fina que hila, construye y genera emociones sobre un tema particular. La fuerza de Spota está en varios pilares: sus personajes, su trama, su lenguaje. Por donde se mire se disfruta. (En su momento la revista Nexos publicó una reseña, que en Internet se puede consultar, donde no deja bien parado al autor, sin embargo el tiempo sigue generando lectores para Luis Spota). Y es que en la trama de El primer día, retrata a una clase política que hoy se encuentra mal calificada, mal evaluada, allí está pues otro motivo para la lectura (o relectura), y es que cómo no va a conmover si de pronto se pregunta el personaje: “¿Hay alguno más débil que el hombre que acaba de entregar a otro la presidencia del país?”. Aurelio Gómez-Anda, el Presidente en su primer día como expresidente, sabe y piensa en voz alta de lo que se trata: “Porque eso es la Presidencia, Fermín: un oficio con sus reglas… un oficio que nadie puede enseñarte; que tienes que aprender tú solo, y únicamente cuando estás arriba… sus libertades son muchas, también lo son sus limitaciones… si eres verdaderamente fuerte puedes ir más allá de esas limitaciones… más allá empieza la dictadura”. A Spota lo flanquean su vida periodística y personal que le dieron mucho material para sus obras. Sin duda su paso por la radio y la televisión, así como por el cine le dan ese toque enigmático de figura que recibe reconocimientos diversos, como la calle que lleva su nombre en la delegación Benito Juárez de la capital del país que en algunas láminas de la nomenclatura está escrita con falta de ortografía, dice “Espota”. Es tal vez por esa variedad de espacios donde se desenvolvía que muchos no lo consideraban pilar de la literatura mexicana, pero el tiempo sigue acomodando todo en su lugar, y el paso del mismo sigue dejando en los estantes de bibliotecas personales y de librerías de viejo, ejemplares de sus obras, el nombre de Luis Spota es recurrente, lo saben los hombres y las mujeres de letras, todos deben haber leído al menos alguna vez al autor de líneas clave para entender el poder el México. El primer día es un repaso de la vida política, una escena multiplicada por cientos de días de quien gobierna y las decisiones que toma, la acciones que toma, que se van desgastando conforme sus horas se agotan. Es también el recordatorio de que el poder no dura para siempre, es sin duda el pulso de un momento particular, de allí que muchos políticos deben recurrir a este ejemplar en particular de la obra de Luis Spota para entender mejor lo que viene, o lo que ya viven. Las reglas de poder son claras, Spota las sabe, las aprendió en su momento de diversas fuentes y las plasma en la obra para que sus lectores tomen nota y no se sorprendan. Es una crónica, un relato, una historia real con fragmentos de ficción o quizá viceversa. El punto es que se disfruta por su alto nivel literario: “Lo preocupó de pronto una sospecha. Lo angustió después una zozobra. Terminó sofocándolo una certeza”. Las lecciones son del siglo pasado, esto es, fueron escritas en ese momento, pero también es cierto que pueden aplicarse a la realidad contemporánea: Por ejemplo: “hazle saber al pueblo con frecuencia que estás haciendo un buen gobierno. Repítelo, repítelo, repítelo, y si lo repites con suficiente convicción, acabarás por creerlo”. De eso va esta novela, de decirnos que “El Poder no se rinde. El Poder se gana: lo hace uno a su medida. El Poder es de quien lo ejerce, del que lo usa para generar más Poder”. Páginas de un gran autor cuya ficha curricular es por todos conocida, y que este 13 julio festejamos un año más de su natalicio. Luis Spota, El primer día. Grijalbo cuarta edición), México, 1977; 582 pp. Texto aparecido en la revista Siempre¡ del 2 de junio de 2013.

sábado, 4 de mayo de 2013

La marrana negra de la literatura rosa

El título del libro llama la atención de inmediato. Si esa era su misión la cumple a cabalidad: La marrana negra de la literatura rosa del escritor coahuilense Carlos Velázquez (1978), quien en su biografía cuenta con dos obra previas: Cuco Sánchez blues (2004) y La Biblia vaquera (2009). Cinco narraciones que rompen los esquemas, que llaman la atención, que atrapan, que absorben. ¿Cómo es que la literatura de Carlos Velázquez logra esto?, porque su más reciente entrega, aventuro una posible respuesta, contiene elementos de rompimiento y de entendimiento con la cruenta realidad. El cúmulo de imágenes que logra en cada página son ideas que tienen color, sensibilidad, acidez, así como una dosis precisa de humor. Contiene algo de diferente al resto y quizá allí radique su mayor voltaje. Abre el libro “No pierda a su pareja por culpa de la grasa”, y tal vez por ser el inicial, el que inaugura la pista, no logra un impacto total en el lector, pero cumple su labor a cabalidad, es el acceso a un mundo alterno. La segunda pieza: “La jota de Bergerac”. La jota en el sentido más puro de lo que eran antes, ahora transmutadas en Drag Queen, trasvestis o similares. Entre recuerdos y sonidos de Marga López en el Salón México, Alexia liga de manera fulminante a Wilmar, la más reciente contratación del equipo local del béisbol, quien la toma como un amuleto, cuando ella va al estadio él se luce, cuando lo que hay es su ausencia, el rendimiento del deportista baja. Ante ello no le queda más remedio al atleta y a la directiva del club que darle un lugar especial a Alexia tanto cuando su equipo juega de local como cuando es de visitante. Tarde que temprano, en un ritmo trepidante Alexia sabrá la verdad: “A una mujer le puedes prometer, le puedes fallar, la decepcionas y siempre estará ahí. Su naturaleza es perdonar. A una vestida tienes que cumplirle. No se trata de amor, es un pacto. Entre hombres”. Así llegamos a “El alien agropecuario”, un cuento que enternece por su dureza. Alucinamos al personaje que no es el protagonista mas sí es el alma de la misma historia que lleva a un grupo de rockeros juveniles que buscaba tener un símbolo de identidad o más bien de identificación, y lo hallaron en un niño con problemas mentales que le alcanzaba para ejecutar un instrumento musical. El ritmo radical de la melodía que entona el autor halla un motivo perfecto en “El club de las vestidas embarazadas”, alucinante viaje de nubosidad por la más dura de las cotidianidades, de la doble cara que necesita espacios para movilizarse y dar a luz a esos deseos humanos que no se imaginan normalmente. Y es que eso es lo que tiene buena parte de la literatura de Carlos Velázquez, lo raro de la realidad, lo crudo de la carne. Cierra la narración que le da título al libro, una bizarra escenografía que tiene en ese animal a su perfecta administradora de emociones, ella sabe lo que quiere y lo que necesita, descubre el amor como animal, satisface sus necesidades como animal, recuerda, olvida y utiliza a los demás como animal. Y así hace recordar de nueva cuenta al humano promedio. Termina uno de leer esta obra y no sabe cómo reaccionar, y no es porque dependa del estado de ánimo, ni de la siguiente página, tal vez ni siquiera de la coyuntura. Uno buscará inevitablemente en la acera de enfrente más elementos para su entendimiento, quedará aturdido pero muy satisfecho, y tal vez también alerta pues los freacks están cerca, demasiado cerca por momentos. El espíritu de la violencia es el eje de las tramas. Violencia personal, física, mental. El ánimo por hacer daño, por transgredir la autoestima, ya sea por el peso de la realidad o por el pretexto de algún recuerdo, como sea, estamos frente a un libro que arriesga y gana, y eso siempre se valora. Carlos Velázquez, La marrana negra de la literatura rosa. Sexto Piso, México, 2010; 134 pp Texto aparecido en la Revista Siempre¡ del domingo 5 de mayo de 2013.

lunes, 29 de abril de 2013

Nada

Perteneciente a lo que se conoce como literatura juvenil, aunque eso de las nomenclaturas se encuentra en constante debate pues los temas de los jóvenes se mueven día a día, llega la novela Nada, de Janne Teller (Dinamarca, 1964), escritora que ha ganado fama por esa extraña combinación de quienes admiran y publicitan su obra, y quienes la prohíben y le dan a su vez más fama de la que debería. Si bien la trama es por momentos lenta, toma ritmo y fuerza en la última parte. Va de un personaje central que está en contra de todo, el típico malasuerte de la escuela, máxime en un tema tan de moda, que no por ello deja de ser peligroso o alarmante como el bullying en países como México, esta novela retrata una parte de las problemáticas de los jóvenes en la etapa escolar, como lo es la falta de sentido en sus vidas, la nula esperanza de futuro. Ese que carga con la mayor responsabilidad de la trama se llama Pierre Anthon, quien desde la cima de un árbol manifiesta su disgusto con todo, la clave y es lo que comunica, es que “Nada importa, hace mucho que lo sé, así que no merece la pena hacer nada, eso acabo de describirlo”. La decepción total, el hartazgo ante la realidad, la combinación con factores como el familiar, y la coincidencia con la ausencia de anhelos. A partir de allí son algunos de sus compañeros quienes le harán ver que sí tiene sentido estar en este lado de la realidad, cada uno de ellos le hará una especie de ofrenda, donde colocan en juego algo simbólico para ellos, algo que significa mucho en sus vidas, y es precisamente la suma de eso lo que la autora llama “Significado”, lo que le da unión y pertenencia al grupo de jóvenes y a su vez, se vuelve la bandera para el traslado del mensaje. Lo de “Significado” es simplemente la suma material de los objetos que cada joven había llevado para decirle a Anthon que la vida valía la pena, y esos objetos juntos conformaban una masa amorfa que poco a poco fue cobrando fama y fortuna, a tal grado que fue catalogada como una obra de arte y llegó a venderse a buen precio. Allí es el giro final y quizá de mayor valor de la trama, allí entra en un nuevo ritmo, en el acto de venganza de Anthon, y en su desenlace fatal. Porque ante la algarabía de sus amigos (“Varios de nosotros estábamos contentos porque el montón de significado estaba a punto de ser completado”), él seguía ensimismado; mientras que ellos ya tenían claro el camino, y su autora de paso la moraleja en perfecta armonía (“¡Si renunciamos al significado, no nos queda nada!”), se da un paso seguro y de buen tránsito al pensamiento del lector atento (“El montón de significado empezaba a ser del dominio público”). El costo de la burla de Pierre Anthon ante el éxito del “Significado” fue su tumba, los demás no iban a dejar contaminarse, él fue declarado culpable por el mismo grupo, y en consecuencia tendrían ahora un mejor futuro. Si bien el espacio natural de esta novela está en el público adolescente, es de esos libros que por el cercano tema a la superación personal, deja un mensaje, una moraleja que funciona, sirve y transmite. El camino para ello es interesante, comienza en: “Y también descubrirás que la fama y el gran mundo están fuera de ti y que tu interior está vacío, y así será hagas lo que hagas”, y culmina en una innecesaria nota de la autora al final de la historia (¿para qué explicar en las mismas páginas el por qué escribes la obra?) donde deja en claro su inspiración: “La gente joven todavía está abierta a las grandes preguntas”. Nada es una buena opción para aquellos que siguen en ese entramado de la literatura juvenil, sin embargo no se culpe si el joven lector lo abandona al inicio, se comprende por la lentitud en la trama, pero si supera la mitad puede apostarse que lo terminará, el final en este caso vale la pena. Janne Teller, Nada. Seix Barral, México, 2011 (Segunda reimpresión 2013); 158 pp Texto aparecido en la Revista Siempre¡ del 3 de abril 2013

domingo, 7 de abril de 2013

Muerte caracol

Una novela que contiene otra novela, una vida que se vive a través de otras plasmadas en otras páginas, y con una combinación donde ambas se complementan para atrapar al lector es lo que Ana Ivonne Reyes Chiquete nos entrega en Muerte caracol, volumen que obtuvo el Premio “Una Vuelta de Tuerca” en 2009. El orden de los capítulos parece no ser lineal, las dos tramas en su independencia se necesitan, pues el personaje-lector, Carlos Sobera, le da vida a la otra trama. En una, digamos la del libro Muerte caracol, se nos presenta un día normal en la vida de Sobera, solitario, distraído, sin grandes sueños, dependiente en una institución de salud gubernamental. Con un futuro insípido y un presente todavía más gris, se mete de lleno a la lectura de El asesino del caracol, la otra historia de la novela. En esas otras páginas, la que sabemos gracias a la lectura de Sobera, se presentan la muerte en forma de asesinato, así como los protagonistas que se dan cita alrededor de un mismo hecho. Incluso, la mayor parte del ejemplar de Reyes Chiquete se soporta en esta segunda trama. El anuncio en el periódico es lo que dispara la acción, ella se anuncia como modelo, miente en la experiencia, miente en la posesión de un portafolios, él miente al afirmar que es un fotógrafo, lo que en realidad resulta ser es un asesino. Se citan, van a la casa de ella (que comparte con otra compañera), y apenas cerrada la puerta él comete el asesinato. La parte más prometedora de la lectura es la manera en que cada personaje de El asesino del caracol cuenta ese momento. Ambientada en el lenguaje del español ibérico, empieza la supuesta modelo, luego la compañera de piso, el agente que llega a la escena del crimen, la reportera que cubre la nota roja, el agente de homicidios. La misma toma vista desde otro ángulo. Las interrupciones que hace Carlos Sobera de su lectura es la misma que hace cualquier lector al tomar un libro, sus pensamientos son similares, como las distracciones que se presentan a diario. Esos descansos para pasar al otro capítulo, son una pequeña distracción para no darse cuenta que sólo tiene la lectura para marcar una diferencia con el día anterior, y el anterior y quizás el anterior también. El saltar de páginas del protagonista es natural en su lectura y es también natural en la nuestra, al terminar la obra se siente con capacidad de escribir, con preparación de escritor y lo hace, empieza a deletrear sus “Crímenes necesarios” (nombre con el que nuestra escritora registró la obra en el concurso citado) que en una imaginación próxima verán la luz porque es una escritura (la de Reyes) que transmite: “Pero el olor a muerto trae de regreso todo lo que uno quiere olvidar”. La escena en El asesino del caracol lo permite, allí digamos se ubica el más radical perfil del asesino de quien escribe, allí tras la sombra de dos alter egos puede lucir eso que no sabe de manera directa: “El hedor del que os hablo es nuestra esencia, no porque nos recuerde que sólo estamos de paso en este mundo, sino porque nos habla de lo que ya somos y habíamos logrado olvidar”. Y esto se presenta de esa forma porque en el fondo Ana Ivonne Reyes Chiquete nos habla de la muerte cercana y de la que se traduce o trasporta a través de los otros. Con dos filtros de por medio la sangre tiene otro tinte, ella misma lo deja en claro: “Las masas están conteniendo a la bestia dentro de cada uno de nosotros”. Plasmó un asesino y un débil lector al mismo tiempo, quizá sean uno mismo al paso del tiempo, pero por lo pronto son los elementos de una novela envolvente, que atrapa de inicio a fin, que se lee en un solo movimiento y se piensa que fue en varios, pues la novela es la de las pausas, la lectura no, pero también en esa confusión nos dejamos caer, a final de cuentas el último lector es quien tiene la palabra al cerrar el libro. Ana Ivonne Reyes Chiquete, Muerte caracol. Instituto Queretano de la Cultura y las Artes / conaculta (colección Guardagujas), México, 107 pp. Texto publicado en la Revista Siempre¡ del domingo 7 de abril de 2013.

domingo, 31 de marzo de 2013

Escritor en busca de autor

Hay casos en el mundo de las letras en los cuales quienes escriben son verdaderos personajes en busca de autor, con todas las características propias de personajes con una historia digna de ser contada, uno de ellos es sin duda Sigismund Krzyzanowsi (Kiev 1887 – Moscú 1950), y quien gracias a una edición de Siruela elaborada por Jesús García Gabaldón, empieza a hacerle justicia una larga historia literaria. Por circunstancias diversas Krzyzanowsi nunca pudo ver en vida una obra suya como tal, digamos con su nombre. Ya tenía en su haber diversos originales, pero era rechazada su obra, o a punto de salir a la luz la editorial se declaraba en quiebra, o el editor se desaparecía, el caso es que la mala suerte se atravesaba en diversas circunstancias, pero su empeño era tal que tomaba esos golpes del destino como un reto para seguir produciendo. También fue guionista de cine, pero en los créditos de los filmes su nombre tampoco apareció. Entró al mundo del teatro, fue abogado, filósofo, poeta, ensayista de teoría del arte, pero sobre todo narrador, cuentista puro. Era experto de la obra de Shakerspeare, de ese tema sí llegó a publicar doce ensayos en diversas revistas de la época. Cada libro, cada obra, dice el dicho, llega al lector cuando tiene que llegar. Gracias al cuidado que hizo su esposa Anna Bovshev (1887-1971) de esos manuscritos, y a uno de los golpes que da la fortuna, a partir de las notas de su muerte sucedida en 1950, un joven estudiante de filología de nombre Vadim Perel’muter hizo que el destino lo alcanzara. Fue este personaje quien empeñoso rescató la obra para que saliera a la luz de quien declaró que toda su vida había sido un escritor “inexistente que ha trabajado de manera honesta sobre la existencia”. Jesús García Gabaldón señala que las obras de Krzyzanowsi “no reproducen una imagen de la realidad, sino que la crean, y es precisamente en esa creación dialéctica de paradójicas imágenes ‘mentales’ de la sociedad de su tiempo donde reside la gran maestría artística del autor de Cuadraturín pues tiene el valor único de revelar la esencia, el espíritu de la época”. Tal es el caso de La nieve roja y otros relatos, colección de siete extraordinarios cuentos que sorprenden gratamente, refrescan al escuchar una voz que se recrea, que divierte y crea, que se recarga en el más puro estilo de contar historias y que sabe que el lector merece algo nuevo en cada párrafo, esa sorpresa que ata, que mantiene el vértigo y la imaginación pegada a la realidad. Abre con “Los dedos fugitivos”, donde precisamente esos elementos de las extremidades de un afamado pianista cobran vida no ya sobre el marfil de las teclas de un pulido piano de cola, sino en las peripecias que tienen que surcar para sobrevivir en la calle con todos los elementos que la naturaleza les presenta. Historia de retos, de lo absurdo que llega a ser algo cotidiano en una perspectiva distinta. Desde las primeras palabras y los primeros acordes, el lector siente y presiente que el ritmo cambiará, y así se llega a “Autobiografía de un cadáver”. El tercer cuento es “Cuadraturín”, una historia redonda, perfectamente circular, lleva al lector por los recovecos de las emociones y de las sensaciones. La pieza de más largo aliento es “Marcapáginas”, su longitud mayor al resto rompe un poco el ritmo, pero se mantiene en la línea de la inverosimilitud. Un elemento de lo más elemental para la escritura, para la hechura de las historias, para el seguimiento de una lectura como lo es el marcador de páginas se vuelve protagonista. Sigue “El codo sin morder”, que es un planteamiento a la perseverancia, pues se sabe que no lo logrará y pese a ello se insiste en hacerlo, se lleva incluso al protagonista a foros de mayor audiencia, un espectáculo por ejemplo, la gente con el aplauso calificará su triunfo o chiflará su derrota. Las mordidas en el brazo son testigos y marcas de su récord. El que le da nombre al volumen, “La nieva roja” desvela elementos de reconocimiento para el ser humano, luce el lado del filósofo que también fue Krzyzanowsi, llega a preguntar “¿Acaso no te has dado cuenta de que desde hace varios años en nuestra vida se ha introducido la inexistencia?”. La respuesta da giros, vuelcos, da vida a Shushashin, personaje en quien vuelca las emociones más diversas, se hace preguntas en voz alta, se responde y se evade, de nueva cuenta el vértigo se presenta en la casa. Cierra “La hulla amarilla”, broche perfecto para la imaginación y el pensamiento que en cada cuento el autor quiere compartir, y es que de la mejor manera nos lleva a preguntarnos por nuevas formas de energía, como por ejemplo la que se junta con la “ira que habita en multitud de individuos”, algo debemos ganar con tanto enojo, piensa el lector, y al fin alguien nos recomienda una salida adecuada. Luego de tantos años, la obra de Sigismund Krzyzanowsi nos llega en español, y es una oportunidad para conocer a un escritor que buscó producir con calidad antes que recibir el halago inmediato, que halló en la barrera un motivo más para seguir creando y que transformó la frustración en postergación para consolidar sus metas. Hoy, La nieve roja y otros relatos, en una edición bien cuidada y una introducción clarificadora, le da eso que siempre buscó: respeto y proyección. Lo cual es lo mínimo que merece por su calidad estilística y su durabilidad pese a la oscuridad de la ignominia donde vivió, y que no hizo sino fortalecerlo. Sigismund Krzyzanowsi, La nieve roja y otros relatos. Ediciones Siruela (colección Nuevos Tiempos), edición de Jesús García Gabaldón, España, 180 pp Texto aparecido en la Revista Siempre¡ en su edición del domingo 31 de marzo 2013.

lunes, 25 de marzo de 2013

La gente se siente desamparada cuando se sabe gobernada por sinvergüenzas

Entrevista con Fernando Aramburu A inicios de febrero dimitió la Ministra de Educación de Alemania Annette Schavan, bajo acusaciones de plagio en su tesis doctoral. No era el primer caso en la administración de Angela Merkel, ya hace dos años el Ministro de Defensa, Karl-Theodor zu Guttenberg, había tomado la misma decisión a partir del descubrimiento de plagios en su tesis para obtener su grado de doctor. En Alemania el título académico puede alcanzar la comparación de los títulos de la nobleza de sus países vecinos, de allí que esta noticia pegue en diversos sectores que componen la sociedad no sólo germana sino allende fronteras pues se percibe que aparentemente lo que se comienza a premiar es la trampa, sin embargo por fortuna cada vez se descubren más. Fernando Aramburu, escritor español, impartió clases hasta 2009 en Alemania para dedicarse en cuerpo y alma a la escritura, desde su óptica lo acontecido con la ahora exministra de Educación “significa un ejemplo pésimo y una ofensa”. Su argumento se centra en los atajos que corrompen: “La circunstancia de que mediante trampas y mentiras se pueda medrar en la sociedad es por desgracia común, particularmente en algunos campos de la actividad humana, como la gestión política, la administración de bienes públicos, etcétera. Pero en la esfera del conocimiento es, además, un fraude peligroso. Y es una ignominia porque echa suciedad sobre el mundo universitario e implica abuso delictivo del esfuerzo ajeno”. El perfil humanista debe rescatarse, evitar que se contamine y eso depende de la calidad humana de cada cual. “Algo falla en la persona que ama los jardines y los cubre de flores de plástico. Quien mire éstas de lejos acaso caiga en la ilusión. El embaucador no tiene esa posibilidad. Logrará objetivos materiales, pero ante el espejo de su casa estará siempre solo con su mirada”. Desde su perspectiva el control de daños de la Primer Ministra fue bueno, y garantiza su gobernabilidad “desde el momento en que los ministros plagiaros dimiten. Otra cosa es que los hubiera mantenido en el cargo después que hacerse pública su conducta fraudulenta. No es este el caso de la canciller alemana, cuya dedicación a la política, como ella misma se encarga de repetir en sus discursos, está vinculada a la defensa de ciertos valores morales”. La reflexión va más allá, pues lo que sucede en la clase política impacta en la clase que gobierna, los valores, la confianza, la comunicación, sufren transformaciones que pueden impactar para bien o para mal. A final de cuentas una crisis es también una oportunidad para salir fortalecido, si quien lo ataja de frente y con estrategia lo aprovecha. Pero otra cosa sucede cuando esto es diferente, en palabras del autor de Los peces de la amargura, “la gente se siente desamparada cuando se sabe gobernada por sinvergüenzas. En tal caso, no es extraño que, movida por la resignación, la gente se desentienda de las cuestiones políticas. Hay opciones, a mi juicio, peores: Una es considerar que tiene derecho a saltarse las leyes como los que las promulgan y se supone que deberían defenderlas. Otra es que, por despecho, por desesperación o por lo que sea, se deje arrastrar por la tentación totalitaria”. Ese es el combustible que la sociedad está tomando como llamado para participar de manera más activa en la toma de decisiones. Ejemplo de ello es la web alemana VroniPlag que se ha especializado en el rastreo de tesis doctorales plagiadas. En ella, signa el escritor, “participan profesores de universidad, estudiantes y todo aquel que lo desee. Tengo entendido que empieza a funcionar a las seis de la tarde, hora europea. Numerosas personas que no se conocen entre sí ni cobran un centavo intercambian datos, se reparten las actividades. Los éxitos cosechados hasta la fecha han animados a otros internautas a sumarse al rastreo”. El daño por venir siempre está latente, al igual que las formas de erradicarlo. “Cuando existen mecanismos eficaces de control, las instituciones tienen la posibilidad de salir más o menos intactas de los casos de fraude. Y lo mismo puede afirmarse de la ley”. El resultado salta a la vista, Aramburu hace el recuento: “A los dos ministros plagiaros de Angela Merkel se les probó la fechoría, se les aplicó la norma y santas pascuas”. Sin embargo, inmediatamente después viene el reclamo en forma de literatura, “Lo horrendo para la cohesión y el prestigio de una sociedad es que las faltas y los delitos queden impunes. Si el suelo está sucio, ¡qué más da tirar otro desperdicio! En cambio, si el suelo brilla de limpieza, uno se lo piensa antes de producir la primera mancha, a menos que sea un sujeto incivilizado, en cuyo caso no hay solución posible”. Texto aparecido en Campus Milenio en su edición 501 del jueves 7 de marzo

sábado, 23 de marzo de 2013

Cuentos a deshora

Perteneciente a la llamada segunda ge­neración del exilio español, Arturo Souto Alabarce nació en Madrid en 1930 y es hijo del pintor Arturo Souto Feijoo. Su nombre aparece en portadas de los libros que integran la colección “Sepan cuantos…” de la editorial Porrúa, pues varias introducciones son de su autoría, así como de la colección “Nuestros clásicos” de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde ha destacado como académico obteniendo incluso el Pre­mio Universidad Nacional. En ese perfil de investigador ha escrito varios títulos de análisis y formación literaria como “El romanticismo” (1965), “Grandes textos creativos de la literatura española” (1968), “Literatura y sociedad” (1972), “El ensayo” (1972) y “El lenguaje literario” (1985). Incluso la Universidad Autónoma Metropolitana en 1998 le otorgó el grado Doctor Honoris Causa. En lo que respecta a su vena narrativa, en 1960 la misma UNAM publicó una colección de cuentos titulada “La plaga del crisantemo”, y desde entonces, no había salido a la luz un volumen con la obra de Souto Alabarce que no fueran piezas sueltas en antologías tanto en español como en otros idiomas. Ahora, Bonilla Artiga editores pone en circulación “Cuentos a deshora”, una reedición de aquel volumen, actualizado y ampliado de este escritor original, serio, con fortaleza en las tramas y que va directo al grano cuando así se requiere, como por ejemplo en “Nunca cruces el parque ni vayas al este”, donde encuentra respiro el recuerdo más duro, el de la guerra española, el de la separación, del olvido, de la distancia, que describe de buena forma en las relaciones humanas: “Pacífico entre feroces, mi amigo era de una generación anterior a la mía y técnicamente le debía respeto, pero en tiempos de violencia y fragmentación como el nuestro, las generaciones se habían fracturado y ya nadie podía saber cuál era la más antigua o la más reciente”. El ser humano que reflexiona tanto en lo interno como en voz alta, el que ata y desata las emociones, el mismo que transmite sentimientos diversos (“El miedo era al vacío, a la ausencia, a la nada, a la absoluta desolación”), así son algunas líneas de Souto, con una prosa limpia, estética, contundente. Los cuentos son en su mayoría cortos, y en cada uno tiende un puente de complicidad con el lector, por ejemplo, “Tenebroso” conlleva cierta dosis de erotismo que le viene bien, mientras que por su parte “In memoriam” nos echa en cara gracias a su final original e inesperado, que la infidelidad sirve para nuevos casos, entre ellos para enaltecer el orgullo. Allí se ubica una descripción exacta de los tipos de personajes que gusta elaborar Arturo Souto: “Pertenecía Justino a esa clase que, sin salir nunca de la más oscura miseria, aborrece todo cambio”. Por su parte el cuento que el da título a su primera obra, “La plaga del crisantemo” se integra de diversos elementos que lo transforman en una gran pieza, va de lo social colectivo a lo personal, el color grisáceo es un misterio que todo se empieza a comer, lo que los ojos alcanzan a ver mutan de color, o mejor dicho lo pierden, y se vuelve todo gris. Allí viene la crítica, pues al ser iguales muchas cosas pierden su valor, o mejor dicho se uniforman, los grupos sociales padecen la más gris de la felicidad. No desperdicia la oportunidad y entre líneas podemos leer mensajes clasistas pero con cierto humor, por ejemplo cuando enlista a la par de la opinión pública o la prensa a “las amantes de los directores de los grandes periódicos”, lo cual parece no tiene nada que ver, pero no está forzada su integración, digamos que es un guiño de pocos genios. Su clásico y más famoso cuento es “Coyote 13”, incluso podríamos decir que es su gran tema, pues también toca otras piezas como “El gran cazador” y “Los lagartos”, donde con tino lleva al ser humano en su constante batallar contra sí mismo, contra la soledad, contra el tedio. Se dibuja la individualidad a la par y con el similar contorno que tiene ese complemento del adversario. El peso que le da a las descripciones a partir del protagonista sobresalen: “Y los ojos diminutos, contraída la pupila por años de blancura solar, eran azulgrises, inocentes y, al mismo tiempo, duros y secos, porque en ellos sólo se reflejaba el desierto, la superficie de inmensas soledades, geométrica y abstracta”. No es difícil prever que el coyote aparecerá tarde que temprano, sin embargo el desarrollo de la trama le da un poder diferente. La capacidad de atracción de los cuentos de Arturo Souto, el magnetismo de algunos de sus personajes y escenas, la descripción de los ambientes, el pulso para dibujar instantes (gran manejo del elemento tiempo), se conjugan de buena forma para conformar un volumen de gran valía. Además, sin duda le da la razón a José de la Colina, quien en el prólogo señala que “Coyote 13” es uno de sus veinte cuentos favoritos. Quizá los seguidores o nuevos lectores de Arturo Souto Alabarce, hallen otra pieza para la colección. Arturo Souto Alabarce, Cuentos a deshora. Bonilla Artiga Editores (número 3 de la colección Las semanas del jardín), México, 2012; 157 pp. Texto aparecido en la revista Siempre¡ en su edición del domingo 24 de marzo 2013.

viernes, 22 de marzo de 2013

Microrrelatario de Ficticia

Hace poco más de una década nació el portal de Internet Ficticia.com, un mundo paralelo que sirvió para lo que hoy es común en la red de redes, pero en ese entonces apenas comenzaba: conocer y dar a conocer cuentos de cualquier parte del mundo hispanohablante. El éxito del naciente sitio web dio pauta a la vida real en papel. Así nació Editorial Ficticia comandada desde entonces por el escritor Marcial Fernández. Una de las mayores atracciones del sitio web era un taller virtual nombrado desde su fundación como “La Marina”. Allí quien quisiera podía compartir un cuento (la mayoría cortos) y el resto de participantes lo comentaba; con mayor orden comenzó a funcionar como taller, y hasta la fecha esa dinámica persiste, gusta, es buscada. El sitio web cuenta con un número bastante respetable de autores reconocidos quienes amablemente permitieron al mundo de Ficticia que publicara de manera virtual alguno o algunos de sus cuentos, por ello el convivio entre los “famosos” y los “novatos” se presenta de manera natural. Como consecuencia de ese gustado taller, hoy sale a la luz Cien fictimínimos. Microrrelatario de Ficticia, compilados por Alfonso Pedraza, personaje central en dicho taller virtual. En el volumen se ubican ese número de relatos breves de la hechura de cuarenta y siete autores de México, España, Argentina, Colombia y Francia, y para muestra algunos botones: Microficción: “Era un hombre de letras. No tenía palabra”, de Gustavo Marcovich. Orden alterado: “Cada mañana saltaba de la cama al baño, del baño a la cocina, de la cocina a la escalera, de la escalera a la calle, de la calle a la oficina y vuelta de nuevo, hasta que un día se quebró la rutina y el destino dispuso que saltara de la cama a la calle, hecho mil pedazos”, de Luis Terregrosa. Paranoia: “Sus tres intentos frustrados de suicidio le provocaron una seria paranoia. La vida lo perseguía implacablemente”, de Jorge Pardo Pedrosa. Aviso oportuno: “Se solicitan fantasmas para devolver capacidad de asombro. Interesados, favor de presentarse sorpresivamente”, de Beatriz Patraca. Anuncio: “Vendo margarita especial, tamaño XL, con amplios, amarillísimos y tersos pétalos, suaves al tacto, infinitos, para que nunca termine tu duda. Uno, para el ‘me quiere’, otro, para el ‘no me quiere…’. Y así hasta la eternidad. Para que te mueras ahogado entre pétalos sin llegar a oír lo que más temes, lo que más te aterra, lo que por nada del mundo quisieras escuchar”, de José Manuel Dorrego Sáenz. Sin retiro: “Cuando la joven, bella y arrepentida prostituta cruzó las puertas del cielo, creyó que había sido absuelta de sus pecados. Ignoraba que en verdad la requerían, clandestinamente, por su oficio”, de Gabriel Bevilaqua. Intuición femenina: “La acarició y la besó antes de colocarla sobre la marca de los once pasos. Mujer al fin y al cabo, la pelota percibió lo falso de aquel acto y fue directa a los brazos del portero”, de José Manuel Ortiz Soto. Y Justicia: “Dado que todas las pistas conducían a él, se entregó a la policía. Ya cometería el crimen cuando saliera de prisión”, de José Luis Sandin. Cada uno de estos microrrelatos son universos que van en una misma sintonía, personajes diversos, voces frescas. Muchos se identifican por haber sido finalistas de múltiples concursos, esos que no llegan al primer lugar pero vale la pena leerlos, esos mundos y esos relatos que merecen ser conocidos, por eso y para eso se creó Ficticia, espacio único donde los habitantes marcan el ritmo de las letras. Lo que unen a estos relatos mínimos son la sorpresa, la brevedad y la calidad, bienvenidos los cien fictimínimos (inevitable recordar al poeta Carlos Pellicer con sus poemínimos), seguro que en el taller “La Marina” se siguen cociendo a fuego lento los demás que darán continuación a este proyecto que salta de la pantalla al papel. Alfonso Pedraza (compilador), Cien fictimínimos. Microrrelatario de Ficticia, Editorial Ficticia (colección Biblioteca de Cuento Contemporáneo, número 34), México, 2012; 113 pp. Texto aparecido en la revista Siempre¡ del domingo 17 de marzo de 2013.