sábado, 24 de noviembre de 2012

Te lo juro por Saló

Testigo de la realidad que comparte con un estilo propio y original, Arturo J. Flores (México, 1978) ha venido llamando la atención con libros como Provocaré un diluvio, una colección de crónicas sobre las vivencias de un grupo de rockeras y su manager, protagonizado por el mismo autor, fórmula que repite con éxito en su nueva entrega, Te lo juro por Saló. Galardonada con el Premio Nacional de Novela Justo Sierra O’Reilly 2011, éste es un libro irreverente, que se atreve, que apuesta y sale ganando. Una divertida historia donde más de uno se puede identificar tanto en imaginación como en realidad. La trama comienza con el típico sueño de todo adolescente mexicano por irse al otro lado para triunfar, aunque en este caso el objetivo planteaba antes un reto mayor: encontrar a Clint Eastwood para que hiciera una película del guión en el que dos años habían estado trabajando Michelle y Luke, quienes se enamoraron a primera vista, o a primer performance, pero desde ese día su pacto quedó sellado. De allí en adelante fue buscar la manera de llegar a la meca del cine. Con el poco dinero que le dejó a Luke su abuelo al morir, decidieron emprender la aventura. El inicio no fue fácil, el viejo hotel donde empezaron a hospedarse se convertía en una cárcel, no podían exponerse mucho por miedo a que los deportaran, pero tampoco estaban avanzando en el camino de localizar al auténtico cowboy que a su parecer era Clint Eastwood (se hace presente el recuerdo de Volver al futuro, ni modo que no hubiera referencias cinematográficas si es un libro que se hizo a fuerza de golpes de pantalla y de música). Las coincidencias de la vida siempre sirven para mejorar o empeorar la situación. La basta experiencia de ambos en filmes de todo tipo, incluyendo por supuesto los pornográficos hizo que un día en el hotel viendo una película de esa clasificación notaran que la distribuidora que viene en los créditos al final era la misma que quedaba cerca de donde ahora habitaban. Llevar el currículum era el siguiente paso. Sólo que hay que ser original en todo, en este caso el mejor trabajo fílmico como actores que tenían Michelle y Luke era una película casera que grabaron mientras tenían relaciones en el viejo sillón de una tienda de videos llamada ED (homenaje a Ed Wood, el mejor peor director de cine). Pascual Mosqueda, propietario de la marca reconoció de inmediato tanto en la vida real como en el video el potencial que había en Michelle como actriz porno. Allí comienza la trepidante aventura, el cambio de ritmo en las vidas, el aparente desvío en el objetivo del viaje porque como muchos saben “la pornografía es un asunto de amor a primera vista”, y de eso iba el trabajo, o al menos así comenzó, haciendo de Luke y Michelle profesionales del filme porno, la escena vale la cita: “La primera escena iba a comenzar. Ya estábamos todos desnudos y yo, para variar, tenía problemas para que se me parara. Rey Toro, Old Tommy, además de otros dos nuevos convocados, Mare Magnum y John Dick, parecían hechos de concreto. Me sentía ridículo junto a ellos, no por el tamaño de mi arma, sino porque los cuatro superaban el metro ochenta de estatura y presumían muchas horas de gimnasio. Yo, con mis lentes de fondo de botella, un metro con sesenta y tres de alto y el cabello revuelto, debía lucir como el Woody Allen del porno”. Con su imaginación Luke halló su mejor papel en el de guionista de películas porno, la belleza de Michelle era su principal aportación, la otra sus múltiples viajes referenciales a filmes mexicanos y música de todo tipo (no es gratuito que cada apartado abra con una cita musical). Para una pequeña compañía como la de Pascual era todo un hallazgo que sus filmes empezaran a consumirse de esa forma. Michelle dejó de ser Michelle, ahora era Frida Ixtab, la nueva diosa del cine porno (“el porno era el infierno donde ardían los sueños americanos”) grabaron algunos filmes, el más conocido Cocabduced, el cual los lanzó al estrellato, a tales grados que fueron invitados a una afamada convención que tenía lugar en Las Vegas. Ese viaje iba a darle un nuevo rumbo a las cosas, pues allí Luke conoció a Jordi Starr director/editor de la revista Bloody Bunny, la más prestigiada del gremio, quien le abrió otras posibilidades y otros alcances. Por ejemplo cumplir su mayor fantasía sexual con la integrante de un grupo musical. La idea de Starr era sumar a su equipo a Luke, pero sabía lo que esto significaba, entre otras cosas poner en riesgo su vida con Mosqueda, quien les había conseguido documentos falsos a Luke y a Michelle para tener un mayor control de su gente. Pero las intenciones de Starr iban más allá, luego de convencer a Luke y a Michelle para que ella fuera la portada de Bloody Bunny, y justo cuando hacían las fotografías, Starr intentó besar a Luke quien lo rechazó, primero se escudó en que fue un error y que lo disculpara, pero poco después tomó la amenaza como bandera, contaba con el video donde se mostraba a Luke con la chica del sueño erótico teniendo relaciones, y advirtió al guionista que si no se acostaba con él ese video le llegaría a Michelle. Ese tercer momento es donde viene el desenlace, al igual que el resto de la obra es trepidante, el cambio de páginas confirma la agilidad de la lectura y comprendemos que “la vida no se parece a las películas. El reproductor del destino no tiene un botón de pausa, ni mucho menos de stop. La película corre hasta el final”. La nueva entrega de Arturo J. Flores resulta ser una bocanada de distracción y entretenimiento muy válida en nuestra literatura, el lenguaje lo hace además de cotidiano muy cercano, por ejemplo más de uno ha utilizado la expresión verpelis, pero en el caso de Flores lo llevó a hacerlo verbo. Es una lectura que se vuelve adictiva, la descripción de sus escenas y el peso de cada personaje están justificados plenamente. Por momentos las escenas de sexo van de la lujuria erótica a lo pornográfico pero siempre sale adelante, el ritmo musical de fondo ayuda en el cometido. Te lo juro por Saló seguramente comenzó como el fallido guión de Luke y Michelle titulado “Sexo, drogas y tú”, pero termina siendo un reencuentro con la nostalgia como esa canción que nos hace reír y llorar a la vez, pero sobre todo una lección de que en la vida se apuesta y en esa medida se gana y se pierde, pero si te toca la segunda, hay que saber perder con estilo. Leer la nueva entrega de Arturo J. Flores es como ver una película o escuchar una canción pasada mientras comemos palomitas, pues en algún momento nos refleja, y en otro nos provoca. Arturo J. Flores, Te lo juro por Saló. Ediciones B, México, 2012; 225 pp. Texto aparecio en Revista Siempre del domingo 25 de noviembre 2013.

jueves, 22 de noviembre de 2012

En memoria del Dr. Delhumeau

Creces con las frases que te marcaron, más de alguna de esas palabras que llevas en la vida fue dicha por un maestro de los que recuerdas con gusto, de los que, como dicen los clásicos, te quitas el sombrero. Pero a decir verdad tú no usas sombrero, nunca lo has hecho, sin embargo la idea de poder hacerlo te entusiasma. Lees el volumen de título atractivo: “El hombre teatral” (que en ocasiones colocan en la sección de teatro y no de sociología en las librerías de usados), de nueva cuenta tu mente viaja a esa primera clase en que escuchaste que él, tu mentor, lo había escrito, que era uno de sus varios libros, pero sin duda el más famoso, el más buscado, el más leído. Recuerdas que cuando lo compraste en algún establecimiento por las calles del Centro histórico de la Ciudad de México te llenó de gusto y al día siguiente lo llevaste a la Facultad para que te lo firmara, pero en vez de eso, entraste a una clase que no era la tuya, él al frente de sus alumnos a quienes les contó sobre el libro, les habló de tu empeño por buscarlo y leerlo y, en corto, te pidió se lo regalaras pues no tenía ejemplares, si ya habías conseguido uno podrías conseguir otro, dijo. Y lo conseguiste, en el mismo lugar, el mismo precio, pero ahora no pensabas regalárselo, y no hacía falta, el regalo vendría de él para ti, la exagerada e injusta todavía dedicatoria donde signa que espera mucho de ti, que te quiere ver triunfar. El compromiso era alto desde entonces, sigue siéndolo, te lo recordó el día que hiciste tu examen profesional, pues él fue Presidente del jurado, ya para entonces decano de la carrera, exdirector de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, y excelente conversador. Su consejo a tiempo: “para escribir un artículo basta un tema, dos ejemplos, tres cuartillas”. Sus clases fueron (no todas) de las más recordadas, y cuando te tocaron las brillantes (pocas pero suficientes) ingresó de golpe y porrazo a la lista de profesores que te marcaron. Cuentas a quien quiera escuchar que dos entrevistas te dio, una para la tesis y otra para el suplemento Campus Milenio, que versó sobre los medios de comunicación y su comportamiento en el acontecer nacional; él que fue editorialista, analista, voz respetada, que dejó póstumo “La Razón Apasionada”, ese otro gran libro que encontraste como si te buscara, entre otros ejemplares tirados afuera de una estación de metro pese a haber sido editado apenas unos meses atrás por la misma institución donde lo conociste, la UNAM. Y de nuevo el recuerdo, y de nuevo el agradecimiento, y otra vez sus frases: “Esto no lo digo por presumir, sino tan sólo para presumir”, o cuando leyó la tesis por primera vez y te dijo que nunca habías sido un alumno muy brillante pero que era tu empeño el que te sacaría adelante y te ayudaría a conseguir cosas en la vida. Te enteraste que el 16 de noviembre de 2010 murió, la enfermedad a cuestas ya lo había mermado, su habano en la mano, a veces encendido pareció oler a la distancia, sonó su voz en el aula como en la conferencia, su hábitat natural, y otra vez notaste su manera de perder un gramo de alegría como cuando falleció su amigo querido de apellido Careaga y nombre Gabriel. Escuchas, lees y ves testimonio de sus amigos, colegas, alumnos y demás que lo recuerdan, cada uno lo hace con gusto. Y navegas por la red para ver si hay más indicios de él y te percatas de que es poco lo que Google lo conoce. Que la relación es más íntima, más cercana. Hoy recuerdas que hace un año abandonó este mundo terrenal el Doctor Antonio Delhumeau Arrecillas y sabes que no estás solo, más de uno le debe también un consejo, una frase, una clase, una sonrisa, una lectura o un perfil distinto para ver la vida. Y en una de esas él también te lee. Texto aparecido en el suplemento CAMPUS de Milenio diario, el jueves 22 de noviembre de 2012.

martes, 20 de noviembre de 2012

El vacío y el aburrimeinto

Figura del periodismo mexicano desde hace décadas, Julio Scherer García ha dejado su testimonio personal en diversas obras, que podemos dividir en tres etapas, sin duda la más lúcida la primera con La piel y la entraña (1965), colección de crónicas a partir de encuentros y visitas en el reclusorio al muralista David Alfaro Siqueiros; Los presidentes (1986); El poder, historias de familia (1990); Estos años (1995) y Salinas y su imperio (1997). Luego vino una serie de volúmenes que escribió de manera conjunta con Carlos Monsiváis: Parte de guerra I (1999); Parte de guerra II (2002) y Tiempo de saber (2003). Ejercicio memorioso de los acontecimientos en Tlatelolco en aquel octubre de 1968 y una explicación más del llamado “golpe a Excélsior” el 8 de julio de 1976 en Reforma 18. Y la tercera, la actual, que habla de sus últimos temas recurrentes, sin dejar de ser el periodista, el entrevistador, ahora de nueva cuenta solo con su pluma, nos habla de sus recuerdos como en La terca memoria (2007), dibuja personajes extraordinarios como en La Reina del Pacífico (2008) y Secuestrados (2009), para luego pasar a la denuncia pública, ya en primera persona, donde ahora el personaje es él, pasa de la crónica a la memoria para ser juez y parte como en Historias de muerte y corrupción (2011), Calderón de cuerpo entero (2012) y la más reciente, Vivir (Grijalbo, 2012). Desde el título, que parece tomar prestado de su admirado Gabriel García Márquez, sólo que el colombiano quería Vivir para contarla, y parece que el periodista mexicano desea únicamente cumplir, y cumple sobre todo con él, con esos retazos que le quedaron de historias pasadas, sus recuerdos, a su modo de verlos, su versión de los hechos. Sin una estructura clara, a modo de diario íntimo, es un libro para quienes han seguido la trayectoria y la obra de Scherer García, de otra forma se complicaría más su comprensión. Va de los temas que ha tratado en obras anteriores, y quizá la mayor parte del morbo radique en su breve explicación de por qué se inclinó por Rafael Rodríguez Castañeda como director del semanario Proceso. Una vez más se comprueba que mientras el personaje público se esmera en estar en la palestra, disminuye la figura del mito, lo cual le resta para la perdurabilidad. Vivir es un libro flojo en general que no aporta a la obra del autor. Por momentos parece que ahora su función ya no es informar, sino acusar y acosar. A manera de golpes de memoria, de aclaraciones a sucesos pasados, Vivir es un conjunto de páginas formadas de otros textos (tres páginas de citas del libro Mis tiempos, de José López Portillo por ejemplo), las múltiples citas que desfilan pueden prestarse al exceso, y por momentos parece que la única intención de la obra es el reclamo, el testimonio se disuelve con la acusación, y de pronto aparecen sus fobias. Una vez más se comprueba que mientras el personaje público se esmera en estar en la palestra, disminuye la figura del mito, lo cual le resta para la perdurabilidad. Vivir es un libro flojo en general que no aporta a la obra del autor. Por momentos parece que ahora su función ya no es informar, sino acusar y acosar. Y en el inconsciente quizá se halle la explicación, él mismo afirma que “Las horas sin vida pueden resumirse en un vacío que convoque al aburrimiento”, o “No soy un intelectual ni aspiro a la erudición. Soy persona que existe a partir de los sentidos, no de mi inteligencia”. Pero incluso en esos momentos de trabajo final se puede ver una mala jugada de la memoria: cuando habla del trato del entonces presidente Vicente Fox hacia Proceso, en la página 111 del libro, Scherer García nombra la figura de “publicidad legítima denegada” (inevitable relacionarlo con un término que cerca de seis años escuchamos: el “legítimo” en forma de apellido de una “Presidencia”), cuando fue una batalla de todos los días, y ahora resulta que la publicidad oficial gubernamental era algo legítimo pero al mismo tiempo obligatorio, y eso no funciona así, como él mismo lo sabe. Al final de la obra Julio Scherer narra un encuentro con el Nobel de Literatura García Márquez, pretexto perfecto para añadir un cuento, “El Pirata”, que no tiene un final como tal a recomendación del autor de Cien años de soledad, y quizá Scherer quiso que así fuera también Vivir, terminar sin terminar, pero por mala fortuna no fue como le recomendó el escritor colombiano, sino que este volumen última termina como empieza, trastabillando. ® Texto aparecido en Revista Replicante de noviembre 2012.

Espacios vacíos, personas ausentes

Un buen debut es el que logra César Tejeda (Ciudad de México, 1984) con su novela Épica de bolsillo para un joven de clase media [Planeta, 2012], una trama en la que más de un adolescente se puede reflejar, porque si bien habla del amor, también lo hace sobre esa insoportable soledad de muros invisibles que nos creamos a partir de provocaciones poco convencionales. Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas de la actual generación, Tejeda nos comparte la vida de Julio, o mejor dicho las dos semanas, día a día, en que su novia Clara le pide un espacio en su relación luego de vivir juntos un tiempo. Julio se ve sorprendido e incluso rebasado por las circunstancias y allí comienza su peregrinar por sobrevivir. Ello porque sabe que “La soledad es un asunto de espacios vacíos, no de personas ausentes”. El recuerdo camina a la par que los desesperantes días donde siente que le falta el oxígeno, en lo que llega el momento de que Clara le diga si continúan o es mejor dejar la página hasta allí escrita. A manera de diario, los martes son los días asfixiantes por excelencia, Julio ya nos hace partícipes de sus exnovias (Samanta bien podría ser ella sola una novela), aventuras, escapadas a los table dances o al menos intentos, aunque el común denominador son sus carentes dotes de conquistador; confiesa que “siempre he sido estúpido para entablar conversación con mujeres que no conozco y con el paso del tiempo esa incapacidad ha emigrado también hacia las que ya frecuento”. Parece por momentos un fiel reflejo de la realidad, como por ejemplo cuando califica a los Sanborns como la mejor escenografía para romper con las parejas, ese fetiche que a más de uno le sonará familiar, logra contagiar de buen humor la lectura. Épica de bolsillo para un joven de clase media es el inicio de una carrera de la que se esperan buenas cuentas, por lo pronto, con ritmo y una trama bien lograda, César Tejeda nos hace ver que lo cotidiano siempre cabe sabiéndolo acomodar en los estantes de la literatura. ® Texto aparecido en Revista Replicante, noviembre 2012.

El pueblo que no quería crecer

Libro que causó polémica cuando salió en 1996 firmado como Polibio de Arcadia, El pueblo que no quería crecer es una crítica dura, por momentos necesaria, por instantes no del todo precisa, pero con argumentos que desvelan a un observador de la realidad, a un admirador de la circunstancia, pero a la vez a un analista, en veces reportero en otras personaje de un contexto contundente: México a finales de la segunda mitad del siglo XX. A la vuelta de los días nos enteramos que ese personaje y narrador es una mujer venida de Damasco, con formación y conocimientos humanistas muy fundamentados, aderezada con esa visión de la aventura que tienen quienes deciden emprender el viaje. Ikram Antaki (1948-2000) se ganó un lugar así como el respeto de muchos gracias a su sabiduría y su manera de ejercerla. La frase precisa va más allá de la ocurrencia, siempre es consolidada con la razón: “Encontré un pueblo dedicado a producir presentes, olvidándose del tiempo y del futuro”, se refiere al pueblo mexicano, a la circunferencia de nuestra realidad, a ese momento y a ese espacio que nos refleja como nación. Quien se hiciera famosa en sus participaciones en radio, también comparte: “Los mexicanos no viven, no luchan, no trabajan: juegan. Pero el juego de la muerte ha matado el juego mismo. Es así como empezaron a encontrar la muerte en el juego”. Eso lo dijo hace casi veinte años, cuando todavía no nos imaginábamos que pasaríamos de la ceremonia y del altar de la muerte a las portadas de los medios, a la cotidianidad de las fosas y las matanzas. El ritmo de sus apuntes parecen por momentos bombardear debido a su rapidez: “La mentira recita una lógica tan empobrecida que todo cabe en ella”, y sabe que tiene razón en buena parte de ellos: “El discurso se pretende real porque sus partes son hechos reales: aquí estamos frente a un sistema de ideas donde nada es más que pretexto”. Afirma que a los mexicanos no nos gusta la colaboración, para muestra las muchas ocasiones que nos toca trabajar en equipo, de allí que se brille más en la individualidad que en el conjunto, y ya también se preveía ese elemento en peligro de extinción, el elemento tiempo: “La velocidad es elegante a la vez que patética. Estamos apurados porque nuestra vida es breve. Pero confundimos generalmente el tiempo con la medida del tiempo”. Aunque muchos argumentos pueden adaptarse a todo terreno: “El conocimiento es lo suficientemente profundo para comprender que la vida es más profunda que él”. El pueblo que no quería crecer es un libro que puede leerse de corrido, pues atrapa por su forma y su contenido, también es cierto que las frases saltan de las páginas e invitan a la reflexión, y es allí donde radica el valor de su intromisión. Sabedora que la coyuntura no es limitativa para el actuar del ser humano en otras partes del orbe, ratifica que “Se puede mentir para engañar a los hombres y dañarlos, como se puede mentir para el bien de los hombres: para impedir los disturbios, calmar las pasiones y las emociones”, pues a final de cuentas “La vida es viaje y el viaje es historia”. Se recomienda su lectura sin pasiones, aunque se acabará apasionado de algunos párrafos, con ganas de debatir, de rebatir y de aprender. Ikram Antaki, El pueblo que no quería crecer. Joaquín Mortíz, México, 2012; 166 pp. Texto publicaod en la revista Siempre¡ del domingo 18 de noviembre de 2012.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Largas filas de gente rara

Nacido en Coahuila en 1977, Luis Jorge Boone es sobre todo poeta y narrador. Complicado manejar ambos géneros con tan buen tino, y máxime que en ambos consolide su propia voz, su propio estilo. En su faceta de narrador entrega ahora Largas filas de gente rara, y desde la primera página descubrimos quienes son esos raros: los escritores, los literatos, los creadores. Y antes de seguir el lector bien puede pensar que allí encontrará pensamientos en voz alta que Boone decidió poner en blanco y negro, tal vez un momento autobiográfico que le dio para estas narraciones, o quizás una crítica a ese mundo que se piensa fascinante y desdichado. Pero no es así, o quizá no del todo. El volumen está dividido en tres secciones: “Gente rara”, “Intermedio: la larga fila del desempleo” y “Que nunca se acaba de escribir más y más libros, y el mucho estudiar fatiga el cuerpo”. De ellas, la sección de en medio llama la atención porque rompe con el conjunto del volumen. Esto se debe a que si bien es interesante en su forma, es más cercana su hechura al comentario o al ensayo con grados de humor y obvio, sumado el perfil biográfico por las labores del autor, mas no así en la de cuento como tal. Lo cual no interrumpe la lectura, de hecho se encuentra uno con las confesiones del escritor y las solapas o el Escritor Autobiográfico quien está “siempre atento a las cuartas de forro y las solapas de los libros de los demás, siempre en busca de nuevas fórmulas para operar milagros, la multiplicación de los panes (pero en libros) y la trasmutación del agua en vino (de su vida en la vida de un escritor de verdad)”. Y de allí al escritor y los malos entendidos, los demasiados libros, la belleza ajena o las causas perdidas, como El Escritor Minoritario quien “ha hecho de la lamentación y el berrinche un género literario. Para él, todos miran en la dirección equivocada”. La última sección contiene dos historias de la hechura más cercana al Boone de La noche caníbal (FCE, 2008) donde sin lugar a dudas encontró su voz, su ritmo y su tema, el de la angustia, el del llamado de auxilio, el de los nervios a manera de lamentación, como la pieza “En el nombre de otros”, donde el grito parece no llegar, pues se sabe que “lo único más fácil que borrar la vida de un hombre era borrar la vida que las sombras nunca tuvieron”. Por su parte, en la primera sección del libro convergen tres cuentos que muestran al lado lector del autor, con confesiones de diversa especie, por ejemplo la del poeta que hace homenaje a los poco leídos y menos reconocidos Mario Santiago Papasquiaro y Julio Roel, o en el cuento “Cómplices” donde bien pueden trasladarse a una charla en alguna mesa donde se ubiquen más de dos escritores: “En la vida real, para hacerse amigo de alguien sólo hay que caerse bien mutuamente, una sola casualidad que vale millones. Entre escritores, además de eso, es necesario no tener prejuicios sobre el trabajo ajeno, y lo más difícil, gustar de él”. La crítica a los tiempos modernos, por ejemplo en “De este mundo”, donde juzga de manera rotunda con respecto a Internet: “La red se parece a ese zoológico sin jaulas donde el animal más histérico se echa encima de los turistas nomás porque nada se lo impide”. En suma, la colección de cuentos Largas filas de gente rara es un libro que cumple, que contagia, que agrada en general, pues se logra una comunión con el lector para llegar hasta el fin, hasta las últimas consecuencias, pues como dice el mismo Boone: “¿quién puede trazar con mano firme la débil línea que separa al testigo fascinado del cómplice activo?”. Luis Jorge Boone, Largas filas de gente rara. Fondo de Cultura Económica (Colección Letras Mexicanas), México, 2012; 118 pp. Texto aparecido en la Revista Siempre¡ del domingo 4 de noviembre de 2012.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Suicidio perfecto

Petros Márkaris (1937) es un escritor que cuenta historias y lo hace parecer fácil. Pero no es así, para llegar a ese nivel donde las páginas se dejan de sentir en su cantidad debido a la capacidad de seducción se tuvieron que recorrer muchas letras, sobre todo leídas. Con el oficio y el olfato, nuestro autor generó desde hace algunos volúmenes un personaje que se vuelve entrañable, el comandante Kostas Jaritos, quien en sus múltiples aventuras continúa la saga de un héroe que bien puede estar en medio de Sherlock Holmes y el extraordinario Péter Pérez del mexicano Pepe Martínez de la Vega. Y es así porque sabe que va a descifrar los vericuetos de la trama, pero el camino se hace entretenido, intrigante, los nudos bien logrados, los saltos de capítulos así como los cierres tienen un claro por qué, incluso la vida normal que llega a tener el comandante Jaritos, con su esposa Adrianí, que lo procura al exceso, con su hija Katerina, que le hace ver su suerte más que algunos delincuentes pero la quiere por sobre todas las cosas. Jaritos se encuentra de incapacidad médica cuando se suscita un acto que cambiará el ritmo de lo que se supone era su descanso, el suicidio de Iásonas Favieros, empresario de gran peso en el gremio y en la nación, sobre todo en el contexto de la construcción de la Villa Olímpica que puso a disposición Grecia para los Juegos Olímpicos del año 2004. Además, el empresario lo hizo en horario estelar en televisión, para que nadie se perdiera detalle del hecho. A la par una biografía del mismo Favieros empieza a circular en librerías, es la única madeja que empieza a seguir Kostas, quien a petición de su jefe Guikas, tiene que regresar a su labor pero primero con un bajo perfil, digamos de manera extraoficial, y para ello le asignan a Kula, secretaria de su jefe, pero que en el corto tiempo demostrará virtudes que la pueden lanzar al estrellato en la investigación en futuras entregas. Ese sería el primer suicidio, le seguirían el del político Stefanakos y por último, con apenas días de diferencia del periodista Vakirtzís. ¿Qué tenían en común esos tres eventos además de que en los tres casos hubo una biografía firmadas con el seudónimo de Minás Logarás? Eso era lo que debía resolver Kostas Jaritos y para ello no contaba con mucho tiempo y sí estar abierto a todas las posibilidades, incluidas las relaciones con los diferentes actores políticos (de todos los colores y filiaciones) a lo largo de su carrera. El humor está presente a lo largo de la trama, ya sea cuando habla con su esposa: “Recurro a esta respuesta vaga porque, si empezamos a discutir, la retahíla de tonterías sería interminable”, o cuando piensa en voz alta sobre la situación actual en Grecia, “el griego que no piensa que el Estado le roba y no se cree en el deber de desquitarse, o está loco o no es griego”, o cuando sabe de lo que habla, “pero ahora nos encontramos con una historia muy desagradable entre manos, cuando hubiéramos podido hacer lo que hace todo político que se precie en Grecia: nada”. Los recovecos de su investigación lo van llevando de a poco a sustentar una posible hipótesis que tiene que ver obviamente con el autor de las biografías, con el juego que lo tenía a él como personaje, con las personas que su mente ubicaban en otros contextos pero que ahora, como la vendedora de bienes raíces Yanneli, tiene mucho que decir. Bajo la lógica o filosofía de que “Empeorando la situación, mejora”, Kostas Jaritos consigue de nueva cuenta descifrar el embrollo que le depara el destino, y de paso confirmar que su creador Petros Márkaris es un excelente narrador que transmite y que sabe construir buenas historias. Petros Márkaris, Suicidio perfecto. Tusquets Editores (colección Andanzas), México, 2012; 400 pp. Texto aparecido en la revista Siempre¡ del 28 de octubre de 2012.