sábado, 24 de enero de 2009

La pala (cuento)

Dónde habrá quedado la pala que el viejo usaba cada vez que hacía limpieza en el jardín; y la soga, esa misma que del puro hecho de recordarla me duelen los brazos enteros de tanto nudo que por cierto tiempo fueron una extensión de mi cuerpo. Pero ya acabó todo eso, ahora el que ríe soy yo, a ver, quiero ver que de nuevo me ponga la mano encima, que se atreva siquiera a verme feo, no puede, ahora ya no puede.

Por fin la encontré, justo detrás del sable oxidado que ya no sé ni para qué lo guarda el viejo, ah, pobre, ahora ya ni cargarlo puede. Ni modo, todos sabíamos que iba a llegar este día, merecido lo tiene. Dónde será bueno, dónde podré cavar tan hondo para que ni se note y tampoco haga tanto ruido, creo que allá, sí, junto al roble seco es la mejor opción, además con este calor, la sombra del árbol me vendrá bien.

Ah que pala tan tramposa, no llevo ni medio metro de profundidad y ya empezó a hacer de las suyas, lo malo que es la única, con ella habré de acabar. Así como la vieja acabó con mi sonrisa luego de tanto amarrarme a la puerta de mi cuarto sólo porque me portaba mal, eso no se vale, eso no es querer a su retoño, como le gustaba llamarme, eso es salvajismo, pero le dije que me lo cobraría, se lo advertí, nunca me creyó pero ahora, a ver, quiero ver qué dice, mírala, tirada allí, con la boca abierta como si estuviera comiendo una de sus tantas galletas que ya me tenían hastiado, eran más importantes sus pinches galletas que alimentar a su hijo, que educarlo, que quererlo.

Vieja, lo siento, te lo buscaste, mira qué bien te ves junto a tu maridito, anda bésalo, dile algo, no puedes verdad, la lengua no te la encuentras, lo siento, pero eso fue en venganza de tantas palabras que me dijiste y que fueron a dar directo a mi orgullo y a mi corazón, el cual de paso te digo aunque ya no me escuches, lo hiciste pedazos, lo rompiste, en lugar de ayudarlo a crecer y a madurar, no, para nada, qué fácil fue para ti dejar al niño en el internado y regresar como la única, como la solitaria dueña de la casa, esperanzada a que el viejo llegara, te besara a la fuerza, te diera dinero y nada de amor, ese, al fin y al cabo, ya ni te importaba. Cuál amor podrías dar si ya no te quedaba nada en el alma.

Mira, palada tras palada y no veo que este maldito agujero se haga grande, algo he de hacer mal, claro, jamás podría competir en ese aspecto con el viejo, dejando que su pequeño se fuera a casa de sus supuesto amigos, y allí, sin siquiera pasar los quince años, fumara, bebiera, conociera el sexo con mujeres que nunca le cobraban porque el viejo ya había pagado la cuenta, aunque nunca conociera bien a bien al pobre niño, de sus juegos sexuales con sus amiguitos, de quitarse la ropa cuando se iba a bañar a casa de quienes sí tenía que pagarles a cambio de sus servicios; consentido el niño que sin siquiera abrir la regadera se regodeaba con esas cosas que al viejo le darían asco o envidia, nunca lo sabré.

Parece que con eso es suficiente para los tres cuerpos, ah, ahora sí viejo, vieja, ni modo, ustedes se lo buscaron, tendré que cobrar la factura de las peripecias de la vida, lo siento mucho, se los advertí, conste que nunca me creyeron, que decían este niño está loco, nunca se atreverá a hacer algo de su vida, tenían razón, la tienen. Querían un niño, lo tuvieron; querían un hombrecito, lo tienen enfrente; querían a alguien que hiciera algo que nunca se olvidaran de ello, están a punto de tenerlo. De la vida, de esta miseria que llamamos vida, lo único bueno que encontré además de esta pinche pala y la soga que en estos momentos se agarra de sus cuellos, fue el revólver que hoy pone fin a nuestra amorosa vida familiar. Ojalá quepamos los tres en este agujero que por lo que veo nadie encontrará al menos hasta que el sol vuelva a salir o que el pájaro que canta en la parte alta del estúpido roble vaya de chismoso.

Escribo más poesía que narrativa (o al menos lo intento), pero este cuento lo tengo desde hace años y quise darlo a conocer para saber su opinión, gracias.

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