jueves, 22 de noviembre de 2012

En memoria del Dr. Delhumeau

Creces con las frases que te marcaron, más de alguna de esas palabras que llevas en la vida fue dicha por un maestro de los que recuerdas con gusto, de los que, como dicen los clásicos, te quitas el sombrero. Pero a decir verdad tú no usas sombrero, nunca lo has hecho, sin embargo la idea de poder hacerlo te entusiasma. Lees el volumen de título atractivo: “El hombre teatral” (que en ocasiones colocan en la sección de teatro y no de sociología en las librerías de usados), de nueva cuenta tu mente viaja a esa primera clase en que escuchaste que él, tu mentor, lo había escrito, que era uno de sus varios libros, pero sin duda el más famoso, el más buscado, el más leído. Recuerdas que cuando lo compraste en algún establecimiento por las calles del Centro histórico de la Ciudad de México te llenó de gusto y al día siguiente lo llevaste a la Facultad para que te lo firmara, pero en vez de eso, entraste a una clase que no era la tuya, él al frente de sus alumnos a quienes les contó sobre el libro, les habló de tu empeño por buscarlo y leerlo y, en corto, te pidió se lo regalaras pues no tenía ejemplares, si ya habías conseguido uno podrías conseguir otro, dijo. Y lo conseguiste, en el mismo lugar, el mismo precio, pero ahora no pensabas regalárselo, y no hacía falta, el regalo vendría de él para ti, la exagerada e injusta todavía dedicatoria donde signa que espera mucho de ti, que te quiere ver triunfar. El compromiso era alto desde entonces, sigue siéndolo, te lo recordó el día que hiciste tu examen profesional, pues él fue Presidente del jurado, ya para entonces decano de la carrera, exdirector de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, y excelente conversador. Su consejo a tiempo: “para escribir un artículo basta un tema, dos ejemplos, tres cuartillas”. Sus clases fueron (no todas) de las más recordadas, y cuando te tocaron las brillantes (pocas pero suficientes) ingresó de golpe y porrazo a la lista de profesores que te marcaron. Cuentas a quien quiera escuchar que dos entrevistas te dio, una para la tesis y otra para el suplemento Campus Milenio, que versó sobre los medios de comunicación y su comportamiento en el acontecer nacional; él que fue editorialista, analista, voz respetada, que dejó póstumo “La Razón Apasionada”, ese otro gran libro que encontraste como si te buscara, entre otros ejemplares tirados afuera de una estación de metro pese a haber sido editado apenas unos meses atrás por la misma institución donde lo conociste, la UNAM. Y de nuevo el recuerdo, y de nuevo el agradecimiento, y otra vez sus frases: “Esto no lo digo por presumir, sino tan sólo para presumir”, o cuando leyó la tesis por primera vez y te dijo que nunca habías sido un alumno muy brillante pero que era tu empeño el que te sacaría adelante y te ayudaría a conseguir cosas en la vida. Te enteraste que el 16 de noviembre de 2010 murió, la enfermedad a cuestas ya lo había mermado, su habano en la mano, a veces encendido pareció oler a la distancia, sonó su voz en el aula como en la conferencia, su hábitat natural, y otra vez notaste su manera de perder un gramo de alegría como cuando falleció su amigo querido de apellido Careaga y nombre Gabriel. Escuchas, lees y ves testimonio de sus amigos, colegas, alumnos y demás que lo recuerdan, cada uno lo hace con gusto. Y navegas por la red para ver si hay más indicios de él y te percatas de que es poco lo que Google lo conoce. Que la relación es más íntima, más cercana. Hoy recuerdas que hace un año abandonó este mundo terrenal el Doctor Antonio Delhumeau Arrecillas y sabes que no estás solo, más de uno le debe también un consejo, una frase, una clase, una sonrisa, una lectura o un perfil distinto para ver la vida. Y en una de esas él también te lee. Texto aparecido en el suplemento CAMPUS de Milenio diario, el jueves 22 de noviembre de 2012.

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