martes, 19 de mayo de 2009

Las tinieblas del corazón

Manuel Echevarría (Ciudad de México, 1940) es un elemento de quiebre en el mundo literario nacional. Sin presentaciones con publicidad para sus libros, con pocas, contadas entrevistas a los medios, su obra no llega a las masas pero bien ha labrado un grupo de lectores fieles que se incrementa como el público cuando escucha hablar de una buena obra y llena el teatro.
Esta vez presenta Las tinieblas del corazón, la cual, con un esmerado trabajo en las formas y los tiempos, arranca digamos, a la mitad, con la muerte con todos los tintes propios de un asesinato de Alejandro Valenti, uno de los empresarios más temidos, envidiados, pero también respetados y admirados del gremio mexicano, conocido también como la ballena blanca, es el inicio de una trama sagaz, inteligente, ágil y por demás intensa que sale de la pluma de uno de los mejores narradores mexicanos de los últimos años.
Victoria Valenti, su esposa y ahora viuda, es la principal testigo y por ende sospechosa directa de este crimen. Declaraciones ministeriales, descripciones pormenorizadas de los detalles que a otros parecen banales pero que en las obras de Echeverría cobran sentido siempre, se traducen como espacios disponibles para el buen gusto y el recuerdo clarificador de que esta ciudad tuvo y tiene momentos para el gozo.
En las páginas del también autor de La sombra del tiempo, uno de los personajes centrales es un abogado, profesión también de Echeverría, quien aprovecha sus conocimientos para pulir y darle un brillo especial tanto a los litigantes que portan trajes a la medida y de marca reconocida, como aquellos que tienen oficinas en el centro de la ciudad y que apenas completan para la renta.
Esa última descripción se adapta a Jaime Falcón y Saturnino Dávalos, quienes montaron un despacho, el segundo por pago a su mejor amigo quien al morir le encargó a su hijo, el primero por no tener más opciones, por cerrarse a lo poco que tenía con la gracia de quien sale a la calle y sabe que ese día debe ser peor que el anterior.
El punto donde se unen las historias de la millonaria acusada de asesinato y el despacho de bajo rango es el mismo que lleva a la juventud de Falcón y de Victoria, cuando fueron pareja, y ella lo dejó porque no se atrevía a más, y cayó seducida por el poder de Alejandro Valenti y ahora se dedicaba a su casa, a sus asuntos filantrópicos y a buscar aventuras amorosas con jóvenes que le dieran placer, como lo era René Conde, el brazo derecho de su marido.
Alejandro Valenti empezó a sospechar de su mujer por algunos gastos que se incrementaban en su cuenta, por ello pidió a René Conde su ayuda para contratar a un detective y que éste siguiera a Victoria para saber esa verdad que no quería ver pero quizá sí comprobar.
Conde contrató a Arturo Niebla, el detective que siguió con su equipo a la señora Valenti a todos los lugares a donde se dirigía, incluyendo aquellos hoteles de mala muerte a donde se quedaba de ver con Conde, quien para esos momentos había recibido de ella, además de las caricias de las mujeres maduras y hambrientas, una maleta con información sobre su jefe, que según su amante, de pasarle algo a ella, allí vendría toda la información, pero no podía abrirla sino hasta llegado el momento.
Todos estos son elementos de buena factura, de nudos bien logrados, de momentos altos de gozo para el lector, por eso este tipo de libros gusta tanto a ese público que busca no sólo entretenimiento sino también comprensión, lo primero por el placer de leer y lo segundo porque ubica un autor que sabe cómo contar la trama.
Otro bastión de este volumen es el entretejido estratégico del brazo derecho de Máximo Arenas, el otro empresario que busca por todos los medios alcanzar la gloria de un gran negocio con el gobierno federal y que pelea con Alejandro Valenti, pues sabe que quien logre ese proyecto ganará además de una buena suma de dinero, el prestigio y el respeto de todo el clan. Esta clase de empresarios son comprendidos sólo si se lee su biografía: “Máximo Arenas era el tercer vástago de un linaje de empresarios victoriosos y no era lo mismo cobrar en las ventanillas de la historia que llegar a la cúspide sin más aliados que el hambre y el instinto de grandeza”.
Allí es un momento interesante para disfrutar la preparación de una jugada de ajedrez, y de ver cómo las cantidades que parece estratosféricas cobran sentido al ser pagadas, y también cómo el alma humana tiene un precio, una cantidad que cuelga en la parte más visible de la conciencia. Acciones que puede llevar a cometer o a ser objeto de otro tipo de crimen.
Los problemas económicos de Jaime Falcón contagiaron también su vida personal, de hecho su ex mujer y su hija sufrieron un atentado por culpa de un cliente insatisfecho que está en prisión. Por eso cuando Saturnino Dávalos, sin decir que es él le hace llegar una cantidad de dinero patrocinado por la señora Valenti, desata dos demonios: el interno de Falcón para seguir apostando en lugares que parecen atrapados sólo en la literatura como el frontón de mujeres (o los noticieros en el cine). Y el otro es el del cambio de velocidad en la trama misma de esta obra.
Al leerse el testamento de Alejandro Valenti los asuntos de familia salen a la luz, las envidias porque a la esposa le ha quedado la mayor parte de la herencia, y eso las hermanas del difunto no lo aceptan, no lo aprueban y mucho menos lo dejarán así. Victoria es mal asesorada jurídicamente y entra a prisión, pero antes colocará a René Conde en la Dirección General, dejando correr los rumores. Y este mismo Conde será el que días previos al asesinato pagara al detective Niebla para que la investigación se fuera con otra información al señor Valenti, pues eso hubiera sido quitarle la batería a un marcapasos.
El desenlace se antoja previsible pero no es así, sorprende con una fuerza que satisface y comparte. A uno le da gusto terminar un libro así, pues siente que por momentos le ha sido prestada una nostalgia y un motivo. Esta es una obra de las que se guardan con cariño, y desea encontrarse con algún otro lector para intercambiar ideas y compartir el gusto.
Las tinieblas del corazón es una obra que debe leerse por su ritmo y personajes, por su manejo de tiempos y espacios, por sus escenarios y lenguajes, por su constante apego a la buena hechura y porque ya es tiempo (desde hace algunos libros) de que Manuel Echeverría vuelva a ser objeto de premios (si rechazó en 1974 el Premio Villaurrutia fue por las razones suficientes que se saben), pues con toda sinceridad coincido con mi maestro y compañero de páginas Ignacio Trejo Fuentes, al señalar que es uno de los mejores narradores de México y de lengua española. Verdad que duele por su apellido y por su carencia de grupo, total, no le hace falta.

Manuel Echeverría, Las tinieblas del corazón. Océano, México, 2008; 445pp.

Texto aparecido en la revista Siempre¡ de esta semana