lunes, 19 de diciembre de 2011

Mundo Twitter

Tres secciones dividen el libro Mundo Twitter, del profesor de la Universidad de Navarra José Luis Orihuela, por una parte la explicación si bien del académico que es, también del usuario y del investigador de los fenómenos sociales, de quien le explica no ya al alumno sino al compañero de vuelo, a quien quizá todavía no entra o a quienes han entrado para no quedar fuera, pero ahora saben que se le puede sacar mucho jugo a esta actividad.

Precisamente sobre eso versa el prólogo de Alejandro Pisictelli, académico de la Universidad de Buenos Aires, quien afirma: “La fuerza de Internet está precisamente en que deja explorar el poder de las conexiones a distancia con un efecto contundente. Sus mejores logros se están viendo en los campos de la innovación, la colaboración interdisciplinaria, la coordinación de acciones entre compradores y vendedores y las funciones logísticas del mundo de las citas. Pero los lazos débiles difícilmente lleven ni hagan posible un activismo de alto riesgo”.

Orihuela tiene en su haber la experiencia de otras obras, pero sobre todo de ser un constante consumidor y protagonista de las redes sociales, por eso comprende a cabalidad que “Twitter tiene que integrarse a la estrategia de comunicación de las organizaciones, con todo el rigor de un nuevo medio de comunicación, pero adaptando la táctica al lenguaje, al estilo y a la etiqueta que distinguen a Twitter de los otros medios”. Consejo que no deben despreciar aquellos políticos o aquellas instituciones que sólo pretenden acceder a las redes sociales para no quedar fuera, para “saber qué está pasando” mas no así para participar.

Difícil será su incursión si no comprenden que desde la óptica del también autor de La revolución de los blogs “Twitter son personas conversando con personas y creando vínculos con personas. Gente hablando, escuchando y respondiendo. Twitter es personal y es comunidad”, y por ende “La presencia de una organización en Twitter tiene que responder a una estrategia global de comunicación”.

La primera parte es de lo básico o lógico a lo fundamental, lo que se debe saber, lo que de saberse siempre cae bien repasarlo. Para luego llegar a las prácticas de la sociedad, a saber cómo se puede influir en un mayor impacto de Twitter en las organizaciones, pues no sólo basta estar sino hay que lograr consolidarse. Disfrutar el viaje, sentir el latido pero sin que llegue la adicción.

Entre la segunda y la última sección hay un paréntesis largo, una antología de twits que al parecer de José Luis Orihuela vale la pena compartir, y es allí donde podemos encontrar perlas como: @inroyo: ¡Se me acaba de caer la tostada encima del pantalón, y no por el lado de la mantequilla! ¡Ja! Murphy, ¡te gané! @LuisCarlos: Yo no sé por qué cada vez hay más noticias si cada día hay menos país. @albertomontt: En las librerías, junto a la sección de auto-ayuda, debería estar una de auto-crítica. @AlbertoPedro: Algunos diputados podrían procurar ser buenas personas antes de autoproclamarse semidioses. @suenosdelarazon: ¿Por qué la gente que siempre llega tarde siempre tiene prisa?

La última sección es la del investigador que deja su huella, recomendaciones de usuarios, de cuentas por temas, son anexos que ayudan a la claridad, como bien señala “fuentes de información sobre twitter en la red”; sobre todo recursos y herramientas para sacarle mayor provecho a la herramienta, incluso cierra con un glosario para quienes en ocasionas manejan el término sin siquiera conocerlo.

Necesario señalar que Mundo Twitter es mucho mejor que Twitter de Miguel Carbonell, quien sólo narra cómo llegó él a esta red social, y luego agrega una cantidad exagerada de twits tanto de su autoría como de otros usuarios sin una temática contundente, como divertimento digamos que el volumen de Carbonell pasa, mientras que el libro de Orihuela resulta una referencia obligada ya para hablar de la materia.

José Luis Orihuela, Mundo Twitter. Alienta editorial, España, 2011; 266 pp.

Aparecido en la Revista Siempre¡

La Navidad se adelanta

La Navidad acostumbra llegar en diciembre y arribar por completo la noche del 24; sin embargo, ahora parece que su presencia la tenemos antes.
Es por demás común observar, en tiendas departamentales sobre todo, un notorio despliegue de productos alusivos a las fiestas decembrinas desde mediados del mes de septiembre, en el caso mexicano que celebramos la independencia con el famoso grito de dolores la noche del 15 de septiembre, es muy fácil mirar en los centros comerciales las banderas de México junto con los primeros indicios de la Navidad.
Las cenas de fin de año que normalmente se celebraban en la segunda quincena de diciembre, empezaron a recorrerse para inicios de ese mes puesto que cada vez más se complicaba por las vacaciones o por los compromisos sociales de los integrantes de esos grupos.
Pero ahora, es a mediados o finales de noviembre cuando inician estas llamadas convivencias de finales de año, cuando todavía no concluye el onceavo mes. Esto es, estamos celebrando el término de algo que todavía tiene mucho que darnos. A este paso celebraremos antes del 24 de diciembre la Navidad.
Hay casos en los cuales algunas dependencias públicas, por ejemplo Secretarías de Estado, hacen esas reuniones, pongamos por caso un desayuno con los periodistas que cubren su fuente, y se dan regalos, abrazos y buenos deseos, sin embargo, aunque no se crea, todavía se tienen contemplados en la agenda uno o dos eventos donde se requiere la participación de los integrantes de los medios de comunicación.
Cabe la pregunta: ¿Qué se debe hacer en tal caso, se vuelve a dar el abrazo de fin de año, se darán dos o tres más? Pregunta lógica que no viene en el Manual de Carreño de buenos usos y costumbres. Cuestionamiento natural a planteamiento cada vez más frecuente.
Ahora bien, en este ejemplo al menos la convivencia se nota cotidiana. Porque tal parece que la comunicación moderna exige mayor participación a través de canales tecnológicos por encima de la presencia física. Traducción, usamos más el teléfono que las reuniones presenciales.
Esta noticia tampoco debe tomarse para tirarnos a la tragedia, sino para la reflexión. Existe cierta percepción de que cada vez más convivimos menos tiempo con ciertas personas, entonces ese tiempo que nos obsequiamos debe ser de calidad. Llevemos este ejemplo a cualquier esfera social o familiar, además la época decembrina es un buen catalizador pues es cuando el pretexto para las reuniones sociales, laborales y sobre todo familiares se presenta.
Celebramos reunirnos dentro de los marcos de lo automático, se da por descontado que será con la familia o los seres que queremos donde pasaremos las fiestas decembrinas, al menos físicamente, porque mentalmente seguro más de uno estará en otro sitio, y es que cada vez más actuamos así.
El alumno que está en clase pero en su mente y en su teléfono está en otro mundo. El egresado que está buscando empleo con la esperanza de que al conseguirlo y obtener su primer pago pueda salir a algún lugar deseado. El empleado con la imaginación puesta en otro trabajo y no dando el cien por ciento de su desempeño en donde actualmente se le paga. El ama de casa que está en el mercado pero su pensamiento se dirige a otras estaciones. Distracción es la palabra que estamos buscando.
Aunque quizá sea más allá de la concentración o ubicación. También se requiere ánimo y complicidad para que sea mayor el disfrute de las pequeñas cosas que al final se transforman en las que nos marcan como ciudadanos.
El tema que nos convoca es la Navidad, que a muchos nos gusta y la celebramos el 24 de diciembre, como nos enseñaron, cuando debe ser. La inmediatez no debe forzarnos a celebrarla cuando todavía no es el tiempo. La temporalidad de la Navidad y de otras celebraciones importantes puede tomarse a la ligera si seguimos así.
Dice el filósofo Zygmunt Bauman, y tal vez tenga razón que “La cultura moderna líquida no tiene ningún ‘pueblo’ al que pueda ‘cultivar’. Lo que sí tiene son clientes a los que puede seducir”. Luego entonces podemos hablar de los propósitos de año nuevo.

domingo, 4 de diciembre de 2011

La Biblia Vaquera

Cuando ganó el XXI Premio Nacional de Cuento Magdalena Mondragón en el año 2005 por la pieza “La Biblia Vaquera” y apareció como libro bajo el sello del Fondo Editorial Tierra Adentro en 2008 no tuvo los grandes reflectores que ameritaba, o tal vez muchos lectores no estábamos preparados para recibirlo. La lectura a final de cuentas es de gusto y momentos.

Luego su autor nos entregó La marrana negra de la literatura rosa en 2010 y fue allí cuando su confirmó de lo que hablaba en serio y que su material valía la pena.

El relanzamiento de La Biblia Vaquera en una editorial de mayor penetración y presencia en medios como lo es Sexto Piso hace que más lectores tengan esa oportunidad (primera o segunda) de encontrarse con unas páginas explosivas, originales, ruidosas.

Por principio de cuentas la estructura es tradicional, mas no así la narrativa. Todos cuentos, todas crónicas, todas canciones, la percepción al leer esta obra es similar a la que se vive cuando se escucha la radio en un transporte público, con mil escenarios, con mil reflejos, pero con algo que se vuelve adictivo, que ata a la narración, que comulga con una rapidez por el contagio y termina con la soledad del individuo que se baja en la siguiente esquina.
Pareciera que tiene fetiches y lugares comunes, tal vez las referencias hacen pensar eso, no en balde aparece sin quererlo del todo Valentín Elizalde, el también conocido como Pico de oro asesinado ídolo de la música grupera contemporánea, o la arena de lucha libre se transforma en un escenario de mil batallas arriba y abajo del ring.

Creando su propia atmósfera: PopStock, Carlos Velázquez nos habla de las cosas que entran por los ojos y los oídos, la música, los corridos, los reality shows, pero no ya en forma demostrativa, sino recurriendo al caso, a la vivencia del personaje que a su vez se vuelve trama, porque nunca se descubre del todo qué es la Biblia Vaquera, si un protagonista, un objeto, o el llavero de la buena suerte que carga siempre su autor.

Incrusta en las páginas temáticas contemporáneas como la droga o el narco (“Bien me lo decía mi madre, nunca confíes en un narco y menos en uno que de chiquito tuvo puras canicas de agua”), con pasajes históricos como un 2 de octubre moderno, a la par que transmite un divertimento muy bien logrado pocas veces visto, sin caer en el chiste barato y haciendo que el lector no se pierda en el mar de sus términos y lenguajes disímbolos.

La lucha libre es un pretexto y una referencia constante, el fantasma que atraviesa sus páginas es un luchador de nombre Espanto, quizá tomando como esa figura heroica que prepara el terreno de la sobrevivencia también para los demás personajes que se dan cita en esta peculiar obra.

Al leer La Biblia Vaquera, por momentos no se sabe si se está viendo una película (la referencia de El Día de la Bestia, filme de Alex de la Iglesia no sale sobrando más bien es una nota al pie de página), escuchando el radio, viendo pasar la vida en una esquina céntrica, o todo al mismo instante pues el continuo movimiento de sonidos y furia hace que reaccionemos de manera diferente.

Es un libro que tal vez no conmueve pero sin duda sí mueve. Incluso a manera de recomendación este volumen de Carlos Velázquez puede leerse teniendo como fondo musical a los Cadetes de Linares o al grupo Bronco, tal vez sea una experiencia digna de intentarse.

Carlos Velázquez, La Biblia Vaquera (Un triunfo del corrido sobre la lógica). Sexto Piso, México, 2011; 105 pp.

Texto aparecido en la revista Siempre!

jueves, 24 de noviembre de 2011

Miedos modernos

Los tiempos actuales traen consigo diferentes miedos. Ya el filósofo alemán Zygmunt Bauman desde hace años viene hablándonos de cómo lo sólido (retomando a Marshall Berman) se desvanece en el aire, y, también se vuelve líquido para dejar de ser lo que era. Ahora la flexibilidad juega un papel crucial.

En esta flexibilidad y con los accesorios que conllevan nuevos mecanismos de comportamiento e interacción humana, percibimos algunas modificaciones en lo que antes parecía cotidiano.

Por ejemplo, parece por momentos que los jóvenes hoy en día tienen miedo al éxito, y es que en la formación académica el alumno más aplicado, el llamado cerebrito, el que siempre saca 10 de calificación es relegado, no es el más popular, esas coincidencias casi no se presentan.

Y se contrapone con el miedo a reprobar, no tanto ya por la pérdida de tiempo que implicaría repetir un año escolar, sino por el rechazo social, por el reclamo familiar, por las críticas que conllevará a quienes se enteren de esa línea en el currículum.

En el mismo escenario escolar el maestro contemporáneo por momentos pareciera que tiene miedo a perder el empleo (situación que se extrapola a cualquier profesión u oficio en países como México), lo aleja de su concentración total para ejercer el magisterio, sumado a que debe buscar otras maneras de manutención para completar el pago de sus servicios y nivel de vida.

Este mismo personaje en ciertos casos concibe la actualización como una manera segura de permanencia más que de aprovechamiento y buen uso en su clase. Una muestra similar la ubicamos en los diferentes estudios que se han hecho en alumnos de posgrado, quienes llegan con carencias de lectura, análisis y escritura. Ellos cumplen el requisito de titulación, publicación de textos u otros sólo para incrementar su puntuación y salario.

Fuera del aula, los padres también comparten el miedo de perder sus fuentes de ingreso e imaginan escenarios diversos donde sus hijos caen en problemas de drogadicción y violencia. La violencia cotidiana en diversas ciudades de nuestro país.

Y es que pareciera que hoy en día ya no es el miedo a morir, sino a la manera de cómo moriremos. Luego del bombardeo en diversos canales de comunicación y charlas familiares, de amigos y conocidos, donde el punto común es haber sido parte o conocer casos cercanos de violencia, contagian que puede ser latente ser atacado por un grupo armado o quedar en medio de una balacera.

No en balde hemos visto simulacros de evacuación en casos de violencia con niños de preescolar; testimonios como el video que circuló en Internet donde vimos cómo una maestra tranquilizaba a sus pequeños estudiantes cantando una canción, mientras afuera de la escuela un estruendo de balas reclamaba la atención.

En otra faceta que se vive actualmente, y el miedo que puede transmitirse están las relaciones juveniles de pareja, donde se presentan situaciones de violencia verbal y física. De allí que el rompimiento de una relación amorosa, más allá de la explicación psicológica y emocional que pueden dar los expertos, es un miedo constante por dos flancos: el que representa una posible represalia, y el ya no tener a ese ser amado cerca o consigo.

Es un miedo que se traduce también en quedar aislado, que va en ocasiones de la mano al miedo al castigo. Quedar aislado o ser relegado es un miedo constante, ya no formar parte del grupo está latente.

Hoy buena parte del miedo radica en quedarse “desconectado” del mundo. Por ejemplo, sin crédito en el celular, o peor aún, sin batería, ese tiempo que dura el “aislamiento” y que anteriormente no se vivía, hoy pone en verdadera psicosis a los jóvenes, y no tan jóvenes profesionistas, que tienen la “necesidad” de estar conectados para saberse útiles, pues piensan que seguramente justo cuando la pila se agote recibirán la llamada o el mensaje que estaban esperando, el que cambiará sus vidas.

Antes se llegaba a casa y se preguntaba si alguien había llamado, si ese alguien había dejado algún recado, y todavía más, si ese mismo alguien había dejado un número dónde localizarlo. Hoy eso, que no es tan pasado, suena tan añejo y hace que aparezca el miedo al arrepentimiento. Miedo al “por qué no”, por qué no hice, por qué no dije, por qué no supe.

Quizá incluso no estemos errados al pensar que algunos jóvenes tengan miedo a ser felices. Puesto que basan su nivel de felicidad a partir de la queja constante y de sentirse mal. Miedos actuales que debemos enfrentar cada día.

Texto aparecido en CAMPUS de Milenio Diario

miércoles, 16 de noviembre de 2011

¿Qué demonios se oye?


Entrevista con Carlos Velázquez, autor de La Biblia Vaquera

Hay autores que arriesgan y son los que llaman la atención, hay libros que mueven y son los que se leen con gusto, tal es el caso de La Biblia Vaquera, obra de Carlos Velázquez (1978), coahuilense que sabe lo que ha creado y que se siente orgulloso de ello.

Envalentonado, Velázquez dice haber creado un espacio llamado PopStock para burlarse de una cartografía que puso de moda la llamada generación del Boom, la cual le parece despreciable, y la del Crack, la cual le es vomitiva. Salvo tres excepciones: en el primer grupo El perseguidor y Rayuela, de Julio Cortázar, y en el segundo En busca de Klingsor, de Jorge Volpi.

Pero a pregunta directa repara, se detiene, reflexiona para calificar a su libro dentro del popart, digamos más cercano a un cómic que a un corrido, y es una respuesta que deja dudas, pues la música es algo que le llama, que le llena, que le guía.

Hay un cuento en la obra que sobresale, lleva por título “Ellos las prefieren gordas”, que bien podría ser heredero en alguna línea del gran Enrique Jardiel Poncela o del maestro Jorge Ibargüengoitia, aunque Velázquez confiesa a manera de sacrilegio que no ha leído a Jorge Ibargüengoitia: “Cuando me hacen el referente no puedo saberlo. Pero las influencias no siempre llegan de manera directa. No soy un conocedor de su obra”.

Pero el también autor de Cuco Sánchez Blues tiene buena pulsación para lograr que la historia no caiga en el chiste barato ni en la anécdota cotidiana, él argumenta que “la estructura lo sostiene todo, el conflicto del personaje mantiene esa figura en función del cuento. Cada una de las palabras está expuesta para cumplir cierta función, la suma de todas ellas hace que el entramado semántico se mantenga”.

Lenguaje que no tienen nada de parecido al que aparece en las páginas de La Biblia Vaquera, donde se puede leer vertiginosos llamados a la inmediatez, telúricos aconteceres de un segundo, palabros onomatopéyicos escritos en español de un inglés que no le es ajeno.

Uno de sus fetiches favoritos es el luchador de nombre El Espanto, de hecho su fantasma atraviesa la obra, tiene su explicación: “Para nosotros El Espanto es el ejemplo de trascendencia, es uno de los primeros laguneros exitosos, fue uno de los mejores rivales de El Santo; que aparezca en el libro es un homenaje, además su máscara es sensacional, elegante, es un personaje único”.

También la atmósfera donde se contemplan las vivencias del luchador lo es, esa Arena de Lucha Libre, templo de lo que quieras ser, del héroe o del antihéroe, de lo que se requiera.

Uno de sus fetiches favoritos es el luchador de nombre El Espanto, de hecho su fantasma atraviesa la obra, tiene su explicación: “Para nosotros El Espanto es el ejemplo de trascendencia, es uno de los primeros laguneros exitosos, fue uno de los mejores rivales de El Santo; que aparezca en el libro es un homenaje, además su máscara es sensacional, elegante, es un personaje único”.
Carlos Velázquez ganó el Premio XXI Premio Nacional de Cuento Magdalena Mondragón en 2005, para 2008 apareció La Biblia Vaquera bajo el sello del Fondo Editorial Tierra Adentro, el cual no pasó inadvertido, pero es ahora en la edición de Sexto Piso cuando lo conoce más gente. “Al libro en esta edición definitiva se le añadió un cuento y un epílogo, y tiene por fin la circulación que merece; mucha gente me escribía para ver dónde comprarlo, el libro es más visible, creo que el libro se lo merecía porque empezó a ser demandado, solicitado, la gente quería comprarlo, digamos que el libro estaba necesitando una distribución mayor que la que Tierra Adentro podía ofrecerle”.

Perteneciente a la generación de los setenta, que a su parecer es la que mantiene actualmente la fama de la literatura coahuilense en este momento. Cita dos ejemplos: Julian Herbert, autor de Cocaína (Manual de usuario), y Alejandro Pérez Cervantes, de Saltillo, con su obra Murania, la cual tiene cierta correspondencia con La Biblia Vaquera.

“No perseguimos intereses particulares, simplemente cada quien quiere brillar con luz propia. Coahuila es un estado que tiene mejores escritores nacidos en los setenta, es complicado saber por qué u ofrecer un diagnóstico, pero lo simplifico diciendo a que se debe al hambre que tenemos”.

Las influencias en la mayoría de este grupo son las lecturas de la literatura estadounidense como Cormac McCarthy, o en el caso particular de La Biblia Vaquera que tiene al parecer de Velázquez una deuda con La pesca de trucha en Norteamérica, de Richard Gary Brautiga, y es que “quería hacer mi versión, trasladar los mismos motivos pero desde el aspecto norteño”.

Y dio como resultado una obra original que mueve; en voz de su creador es un libro de juventud, se puede notar al leer La marrana rosa de la literatura negra, donde sin perder su estilo transmite un narrador más maduro, uno que, digamos, ya empieza a pagar su derecho de piso.

Los próximos proyectos son una novela en la misma editorial para el siguiente año, y un libro de cuentos, donde todo gira alrededor del músico Celso Piña: “Son historias de hijos perdidos de Celso Piña, hijos que buscan a su padre”; otra vez la influencia de la música, otra vez el elemento del que no se puede sustraer, del que forma parte el autor.

“Hubo un tiempo en que me metí mucho a la clásica y al jazz, pero me zafé, ahora escucho rock, pero obviamente también música norteña. Del rock general clásico mi grupo favorito son Manic Street Preachers, de Gales, y su disco Holy Bible”.

La televisión casi no la menciona, dice que no la ve, y lo que narra en sus páginas han sido momentos con los que se ha topado, con cosas como los reality shows: “Cuando estaba casado la televisión era lo que estaba prendida en la casa. Me gusta más el cine, La Biblia Vaquera está más influenciada por el cine, aunque esperemos pronto tener una canción, estamos en pláticas con algunos grupos”. ®

Entrevista aparecida en la edición de noviembre de la Revista Replicante.

martes, 15 de noviembre de 2011

Crónica de un grupo de metaleras

En su momento se llamó “nuevo periodismo”, sus máximos exponentes Truman Capote, Tom Wolfe y Norman Mailer; en México: Vicente Leñero. En fechas más recientes en nuestro país muchos periodistas organizaron su trabajo de reportajes y crónicas en libros, los temas del narcotráfico o los escándalos políticos era lo que más sobresalía (¿sobresale todavía?) en las mesas de novedades.

En ese contexto y con esa escuela aparece Arturo J. Flores (Ciudad de México, 1978) con un lúdico encuentro con una atmósfera que por momentos olvidamos que sigue allí, más viva, más explosiva y más luminosa que nunca.

Tomando la crónica como bandera, el reportero, labrado en revistas de corte musical en su mayoría, se vuelve narrador y personaje en un mundo poco explorado, el del heavy metal y todavía más particularmente en el heavy metal que tiene a un grupo de cuatro chicas como exponentes.

Las Mystica Girls nacen en un bar, se reproducen en los conciertos y no mueren porque perdurarán en sus canciones y en las páginas de este libro que se lee con sentimiento, se vuelven entrañables las Jane, Sofía, Alice y Cinthya, y sólo debajo de ellas el Chico Migraña, locutor del programa Sangre de Metal en la 7 Diez de AM, que sin proponérselo del todo se convierte en el fantasma que aparecerá como eje de la obra.

Sólo él conoce a los héroes de esa religión para llevarlos incluso al reino de las Mysticas, como lo es en la Zona Rosa el lugar llamado Yuppie’s; sólo él quiere trascender en la música sin ser rockstar; sólo él quiere mantener vivo el sentido y el rumbo de los de esta especie, por ello, quién mejor si no él para organizar el concurso de bandas cuyo premio es convertirse en el primer grupo mexicano que participaría en el afamado Wacken (sin gastos pagados) en Alemania, que según los conocedores es donde se marca un antes y un después en la vida del metal.

Sin llegar a los extremos, sino recurriendo cuando es justo a frases como: “En la fe cristiana, a uno suelen bautizarlo con agua. En el rock, te bautizan con sangre o algún fluido corporal equivalente”, la agilidad en la lectura del también autor de Cuentos de hadas para no dormir, transmite emoción al recordar cómo un grupo de chicas le piden ser su representante musical, con ambas partes sin experiencia previa en ese ámbito, pero con toda la actitud por recorrer el camino juntos.

Aceptada la comisión, las páginas y los capítulos señalan la bitácora del mánager (“No hay que olvidar que en el universo del metal todas las bandas alguna vez fueron la banda equis”), así vemos y vamos a conciertos en lugares de la Ciudad de México y de provincia: Querétaro, Estado de México, San Luis Potosí, los traslados, el movimiento del equipo, los otros grupos, la convivencia misma con los demás, las cosas que se viven detrás del show es lo que nos narra un autor que comparte sus gustos y conocimientos musicales.

Bien dice Flores que “Si no se puede escribir algo sobre una estrella de rock que no involucre a la música, entonces no es estrella de rock”. Por eso él deja Provocaré un diluvio (el nombre es en honor a la canción estelar de las Mystica Girls) como testimonio de su paso en el metal como mánager, ese papel que pocos saben desempeñar y del que seguramente muy pocos salen bien librados.

Justo es decir que las Mysticas por separado son personajes completos, no llegamos a conocerlas del todo y eso lo hace mágico, quererlas conocer más, como grupo son una explosión en la pluma de Flores, no es gratuito que los capítulos donde ellas no aparecen sean los más cercanos al periodismo tradicional, por la cantidad de información que proporciona y por el tono en que la ofrece.

Cuando están ellas presentes se nota el cariño, el afecto. Con ellas fuera es diferente. Provocaré un diluvio [México: Fondo Editorial Tierra Adentro, 2011] es un libro que bien puede traducirse como esa canción que deseas escuchar y que sabes no te aterra volver a oír con el paso de los días, su estructura de crónica y bitácora se vuelve ágil, de tal forma que los viajes a provincia o a Europa no son distantes, los encuentros con las grandes personalidades son célebres pero no ceremoniosos.

Una lectura agradable con un tema que se vive más allá de las grandes urbes, pues en cualquier lugar se puede estar incubando la siguiente banda que marque historia en la música, y por momentos pasa inadvertido. ®

Resña aparecida en la Revista Replicante de Noviembre de 2011.

sábado, 29 de octubre de 2011

Soñador a sueldo

Grados Richter
Al ritmo de tus caderas
se mueve el mundo.
Mi país con tu silueta,
la ciudad con tu silencio,
mi casa con tu sombra
y esta pluma trémula
con cada uno de tus gestos.


Souvenir
Bajo la influencia de Kavafis

He regresado del viaje con algo para ti.
Ojalá te agrade:
es una Ítaca.
La ciudad que no existe, pedazo de sueño.
Un regalo mayor que el recuerdo.
Un obsequio para presumir.


A un costado
Ahora coloca la razón de nuestro lado
tan sólo para que sea diferente
el convivio veraniego. Para divertir
al gato que muere de aburrido en una esquina
de esta casa estrecha, que ya no cambia,
que se aterra, que aprieta, que no quiere
porque sabe que la razón está de su lado,
por eso te pido colocar la fortuna en mi bolsa,
la hueca, la vacía que grita dañada
porque la idiosincrasia de una plebe no supo
nunca valorar su verdadero peso. Justo el día
en que el grito de auxilio se quedó apagado,
al mismo tiempo en que copulaban las hormigas
en terreno adverso. Justo ahora en que he pedido
un favor casi cualquiera: que te permitas
colocar la razón de nuestro lado.


Gracias por tu visita
Para Eduardo Mateo, en Pamplona

Lo sabes. Tengo un pendiente
con la historia que llevamos a cuestas,
un recuerdo enfermo que no llega a ceniza,
y sigo en espera de que ésta sea
la promesa cumplida que tanto deseaste.

Gracias por tu visita,
ahora sé que fueron innecesarios los brindis
que a salud de un muerto propuse.


De cómo no soy
Y otra vez quería ser para ti
la palabra adecuada en los días de fiesta,
o la del discurso cuando se obtiene un galardón,
la de las compras en la agonía económica,
la del amor cuando se escabulle en el páramo
esa candidez de tu sonrisa.
Y otra vez quería ser para ti
la mañana austera, la del agotamiento
o el hartazgo, la disciplinada carente de nubes,
la que viene con ventisca, la que no sabe,
la enamorada de la noche, la perdida.
Y otra vez quería ser para ti
esa voz indecente que ya no sabe qué tono usar
cuando solicita favores carnales,
la que utiliza el niño cuando llora y tiene hambre,
la del anciano que mide sus pasos
en la profundidad de la tierra, la de la musa
que pierde belleza de tanto verla,
la del arroyo que nadie ha visitado,
la de una autoridad que no se respeta.
Y de nuevo tan sólo quería ser para ti
eso que se lleva en la mano
y se recurre a ella cuando la vida
ya no sonríe como antes.
Y tan sólo, de nuevo, quería ser para ti
esa prueba de hombría
que está en peligro de extinción. ®

Poemas publicados en la Revista Replicante

jueves, 27 de octubre de 2011

El cuento de la crítica

Son 39 plumas las que analiza el catedrático de la Universidad de Yale, quien desde la introducción nos deja ver las rutas que sigue cuando de criticar cuentos se trata: “Yo acepto únicamente tres criterios de grandeza en la literatura de imaginación: esplendor estético, poder cognitivo y sabiduría”.

Existe un halo de misticismo que envuelve a los críticos literarios. Sobre todo a aquellos a los que la fama y el trabajo los hacen conocidos y sus opiniones pueden catapultar o derribar carreras o perfiles. Tal es el caso de Harold Bloom (1930), un crítico de referencia obligada en la literatura mundial contemporánea.
Acostumbrado a los títulos que engloban dictamen y sentencia más allá del debate (pues no se presta para la negociación a más actores en escena), llega ahora Cuentos y cuentistas. El canon del cuento [Madrid: Páginas de Espuma, 2009], que es un libro sí necesario, sí referente, pero sobre todo para los lectores de literatura anglosajona y todavía más, para los de literatura estadunidense; el índice es una guía para comprobarlo.

Son 39 plumas las que analiza el catedrático de la Universidad de Yale, quien desde la introducción nos deja ver las rutas que sigue cuando de criticar cuentos se trata: “Yo acepto únicamente tres criterios de grandeza en la literatura de imaginación: esplendor estético, poder cognitivo y sabiduría”. Guiado por el reconocimiento y la apreciación, sabe que la crítica literaria es al mismo tiempo un modo individual y colectivo, por eso comparte lecturas, autores, e irremediablemente, aunque trata de esconderlo, sentimientos y emociones.

Los nombres en su mayoría son clásicos de siglos recientes como Alexander Pushkin, Nathaniel Hawthorne o Hans Christian Andersen; de hecho, en el texto dedicado al autor de cuentos como El patito feo o El soldadito de plomo, Bloom se da tiempo de hacer un examen a la comercialización que hoy vivimos: “J.R. Rowling y Stephen King son escritores igual de malos, oportunos titanes de nuestra nueva Era Oscura de las Pantallas: ordenadores, películas, televisión”.

Aunque tal vez, hombre clásico, no mida del todo el hecho de que algunos lectores de los escritores que para él (como quizá para algunos más) resultan malos, pueden dar el salto de esas obras a otras escritas por quienes Bloom en otro momento puede calificar como “buenos”.

Son 39 plumas las que analiza el catedrático de la Universidad de Yale, quien desde la introducción nos deja ver las rutas que sigue cuando de criticar cuentos se trata: “Yo acepto únicamente tres criterios de grandeza en la literatura de imaginación: esplendor estético, poder cognitivo y sabiduría”

Los nombres continúan con Edgar Allan Poe, Nicolái Gógol, Iván Turgueniev, Herman Melville, de quien toma para su comentario el cuento “Benito Cereno”, el cual califica como la obra maestra de la narrativa corta de Melville, “una historia maravillosa y enigmática”. Resulta significativo que para el caso de Gógol destina pocos párrafos, como también para O. Henry, Cynthia Ozick, William Faulkner, John Cheever, Sherwood Anderson y John Updike.

La razón de esto es porque el trabajo en El canon del cuento no es analizar el conjunto de la obra cuentística de los autores, sino tomar una o dos narraciones y de allí analizar el género a partir de la pluma. Por ejemplo, para Thomas Mann es igual de breve, pero no requiere mucho espacio para decir lo que quiere, para estructurar con tino (aunque de nuevo con el recurso de las oraciones en forma de epitafio): “La facultad que tenía de transformar su penetrante ironía en mil cosas distintas. La ironía de Mann no es tanto la propia condición del lenguaje literario en sí mismo como la metáfora amalgamada de su ambivalente actitud hacia el individuo y la sociedad”.

Algunos de los nombres que aparecen en el libro tal vez no resulten de fácil identificación entre los lectores nacionales, pero hay otros que más de uno ha leído y releído, tal es el caso de Lewis Carroll (“Es la locura del drama, la dulce locura de Carroll, una defensa frente a locuras tenebrosas”), de Mark Twain (“Un ataque a Dios, sea cual fuere la interpretación que se le dé a Dios, es una base muy complicada para el humor, como Twain se dio cuenta. Habiendo sobrepasado los límites de su arte, Twain cedió a la desesperación”), Italo Calvino, con los cuentos “La aventura de un automovilista” y “El caballero inexistente”, Henry James, Ernest Hemingway, Guy de Maupassant y Joseph Conrad.

Significativo que para el autor de “Bola de cebo” deje estas líneas: “Pero Maupassant es el mejor de los cuentistas realmente populares, muy superior a O. Henry (que podía ser bastante bueno) y sumamente preferible al abominable Poe. Ser un artista de lo popular es en sí mismo un logro extraordinario”, mientras que para Conrad signe que “El corazón de las tinieblas siempre podrá ser un campo de batalla en la crítica entre aquellos lectores que lo consideran un triunfo estético y aquellos otros que, como yo mismo, ponen en duda su capacidad para rescatarnos de su oscurantismo sin esperanza”.

Antón Chéjov es de sus favoritos, lo delinea de una manera contundente: “Casi un siglo después de su muerte Chéjov sigue siendo el más influyente de todos los cuentistas”. Y va más allá al calificarlo de “shakespeariano hasta la médula, aprovechó sus cuentos para hacer lo que ni siquiera sus obras de teatro podían: iluminar el lugar común sin exagerarlo ni distorsionarlo”.

Rudyard Kipling no escapa de la ironía, pues para Bloom “escribe en un estilo medio que parece atemporal pero que por descontado inaugura una forma consciente del inicio del siglo XX. Aparentemente es una prosa llana que participa de una vacilante oscuridad”. Mientras que a Jack London lo delinea a partir de cierta adoración por lo salvaje, “y he ahí la razón principal del permanente atractivo que ejerce sobre lectores de todo el mundo”.

Significativo que para el autor de “Bola de cebo” deje estas líneas: “Pero Maupassant es el mejor de los cuentistas realmente populares, muy superior a O. Henry (que podía ser bastante bueno) y sumamente preferible al abominable Poe. Ser un artista de lo popular es en sí mismo un logro extraordinario”.
De Stephen Crane rescata su narración “La insignia roja del valor”, pues a su parecer es la principal contribución a la literatura americana de este autor. También pasa lista de presente a D. H. Lawrence, Katherine Anne Porter, James Joyce, John Steinbeck e Isaac Bábel, quizá sea éste último con quien más se nota un trabajo de olfateo en sus cuentos y personajes, por ejemplo, toma de las líneas de “Así se hacía en Odesa” del mismo Bábel la frase: “Todos cometen errores. Hasta Dios”, y de allí analiza incluso el comportamiento humano; ése es su mejor trabajo, la labor del crítico, analizar para compartir su lectura, esa otra lectura que se da después del placer de la narración per se.

Con Franz Kafka, quizá el texto más extenso, se deja ver una de sus mayores querencias: “Cuando Kafka se muestra más auténtico resulta que nos proporciona una capacidad de invención y una originalidad que nada tiene que envidiarle a Dante y que verdaderamente puede desplazar a Proust y a Joyce como el autor occidental más influyente de nuestro siglo”.

Se regodea con quienes considera puntos de quiebre; de F. Scott Fitzgerald señala, “Después de El gran Gatsby, lo mejor de Fitzgerald se encuentra en muchos de sus relatos. Al igual que ocurre con las odas y los fragmentos épicos de Keats, los cuentos y las novelas de Fitzgerald son parábolas de la elección, de logros o fracasos en las rigurosas pruebas de la imaginación a la que se ve como una fuerza tremendamente capaz de destrucción”.

Pero con quien más sorprende es con Eudora Welty, y sorprende porque contagia la dedicación, la atención y el cariño que Bloom transmite al rememorar sus lecturas. “La verdad del universo de la ficción de Welty a pesar de toda su delicadeza preternatural consiste en que el amor siempre viene primero para, a continuación, ceder su lugar a una separación irremediable”. Incluso la calificación de pronto nos puede hacer tambalear porque no la esperábamos: “La mayor definición que alcanza Welty está en que, en ella, las declaraciones son tan fantasmales y los sonidos tan finos como en los más grandes narradores contemporáneos suyos: Faulkner y Hemingway”.

Uno de los mayores placeres que ejerce Harold Bloom al hacer sus críticas es el humor impregnado de sarcasmo, como lo muestra en varios casos. Con Shirley Jackson, del cuento “La lotería” dice que “no aguanta una relectura que es —en mi opinión— la piedra de toque de la literatura del canon. Jackson sabe demasiado bien y de forma precisa lo que está haciendo, y nosotros también al releerla”. De J. D. Salinger escribe: “Puede que la contemplación sea un modo de ser y de existir muy digno, pero no tiene historia alguna que contar”.

Mismo caso con Flannery O´Connor, en un texto de largo aliento remata: “Aunque siendo piadosos admiradores suyos por el contrario, O’Connor nos habría legado novelas y relatos aún mejores, de la eminencia de los de Faulkner, si hubiera sido capaz de contener su tendenciosidad espiritual”. Y con Raymond Carver no se queda atrás: “Carver, a quien puede que hayamos sobrevalorado, murió antes de poder ver realizadas las posibilidades aún mayores que su arte encerraba”.

Con Franz Kafka, quizá el texto más extenso, se deja ver una de sus mayores querencias: “Cuando Kafka se muestra más auténtico resulta que nos proporciona una capacidad de invención y una originalidad que nada tiene que envidiarle a Dante y que verdaderamente puede desplazar a Proust y a Joyce como el autor occidental más influyente de nuestro siglo”.

Dejé al final las referencias más directas de los lectores de lengua castellana: Jorge Luis Borges y Julio Cortázar; en el caso del segundo Harold Bloom pareciera que evita meterse en aprietos y coloca una larga cita del cuento “Bestiario”, incluso más larga que su propio comentario sobre el autor de “Autopista del Sur”. Mas en el caso de Borges inicia un rico diálogo señalando que es, “desde el punto de vista de la imaginación un gnóstico pero intelectualmente es un escéptico y un humanista naturalista”. Confiesa su gusto y preferencia, lo coloca en un punto alto de la narrativa mundial.

Harold Bloom es de la idea de que la influencia literaria es un “proceso paradójico y antiético acerca del cual seguimos sabiendo muy poco” (lo señala en el texto dedicado a Ernest Hemingway), y sí es cierta esta sentencia de quien ve a Samuel Johnson como su ídolo; pero más allá de las influencias literarias que puedan tener sus páginas, resulta necesarias leerlas, saber el pulso de lo que dice el crítico literario estadounidense, el peso que representa en el ánimo de las letras mundiales.

Ello porque en una sociedad apurada por la competencia se recurre a nuevos mecanismos de medición que ya no se bastan con el de las ventas, sino ahora se recurre por ejemplo al de las referencias o citas, al de las reseñas, al de las menciones en la red o en medios audiovisuales, digamos el lado cuantitativo, aunque por fortuna para el cualitativo están los ensayos, comentarios y críticas de mayor profundidad que le dan más sentido y dirección a una cabal comprensión de lo que refleja el campo literario de los años recientes.

No hay nada nuevo bajo el sol, “lees y relees necesariamente a costa de otros libros”. Hallaremos pues en la siguiente entrega de Harold Bloom nuevas coordenadas que serán conocidas, pero las mejores siempre serán las que lleguen por sorpresa como muchos de los nombres que ahora enlista el también autor de Cómo leer y por qué, a quien debemos agradecer ese espíritu que siempre tiene ánimo de invitar al encuentro con la lectura, con las obras que mueven y conmueven. Cuestiones subjetivas de gusto quedan bien para la tertulia de café, el análisis riguroso es lo que encontraremos en este nuevo canon. ®

Texto aparecido en la Revista Replicante de octubre.

De las redes a la calle

Mucho se ha hablado de los movimientos que comienzan en las redes sociales. Se generan hastags, etiquetas, perfiles falsos o trolles. Ya hay cursos intensivos, no faltan los expertos que creen que porque se la pasan más horas en la computadora que en la vida real, saben de redes sociales

Pero lo cierto es que la clave del paso cumbre o verdadero de movimiento en redes al movimiento social es la toma de las calles, del cambio que puedan ejercer cuando se logra la movilidad real, tangible, en las plazas, en los espacios públicos.

Cuando se toma la calle, se tiene la posibilidad de medir realmente un efecto que se presume nació en internet. Bien lo señala Nicolás Cabral en el número septiembre-octubre de la revista La Tempestad: “para transformar el espacio público en espacio común los cuerpos deben producir eventos, que van de la apropiación a la subversión”.

Ahora bien, ¿cómo llega un comentario en internet a volverse tema general o trend topic (para decirlo en sus palabras) y no desfallecer con la avalancha de las otras noticias? Quizá allí radica el éxito.

Si no se toma la calle, se corre el riesgo de que le siguiente e inmediato trend topic opaque al que hace unos instantes ameritaba llamado mundial. Tómese por caso un triunfo en algún campeonato del deporte que se guste. Si no se celebra de inmediato, el efecto no será el mismo, la efervescencia habrá descendido, el ánimo y las ganas se habrán casi extinguido.

Los recientes movimientos en Medio Oriente y en Europa resultaron exitosos y llamativos. Sin duda, las redes sociales fueron las grandes herramientas, los perfectos puentes para incentivar una movilización que no sólo tuvo como combustible el llamado, sino la indignación, el repudio por malas prácticas y pésimas decisiones que rebasan a lo económico y se incrustan en órdenes de justicia social y equidad.

Un punto a resaltar también es la distancia que ha demostrado ante estos movimientos las clases gobernantes. Los políticos que si bien están participando en internet, todavía muchos no han logrado manejar o comprender que se trata de una herramienta de comunicación y que exige en esa misma medida tiempo, atención y participación.

Estos movimientos sociales que aprovecharon las redes sociales contagiaron a ciudades emblemáticas de Estados Unidos y empezaron a cobrar vida con una razón que a todos los afectaba: el vacío en los bolsillos. It´s the economy, stupid, era una de las frases más recordadas. Y de nuevo con la etiqueta de indignados (término atinado, incluso romántico porque no quiere esa gente perder la dignidad, sino muy al contrario, mantenerla y agrandarla), el llamado hecho en internet cobró realidad en los puntos más emblemáticos de las urbes.

La rapidez con la que se mueve el mundo digital obliga a también ser eficaz en la comunicación, pero sobre todo certero y atractivo para que los seguidores continúen en esa tónica.

Hallar el punto de unión es la fórmula del triunfo, los indignados lo tienen muy claro, no se trata de una protesta más, ni de una protesta porque sí, esa indignación mantienen vivo el espíritu del movimiento, y como no se vislumbra una salida al menos en el corto plazo a las crisis financieras de varios países, el tema les dará para unos días más a esos grupos que supieron ubicar en las redes sociales un excelente canal de comunicación para la convocatoria, la respuesta y la alimentación de los eventos y del movimiento como tal, ya es otro logro.

Texto aparecido en CAMPUS de Milenio Diario el jueves 27 de octubre de 2011.

martes, 18 de octubre de 2011

El día sin Blackberry

En días recientes, seguramente como a muchos, me sorprendió la “caída” del servicio del aparato de comunicación llamado Blakcberry. Sin poder enviar mensajes ni recibir correos más otras funciones, el aditamento se reducía a lo que en su momento fue la razón de su éxito: teléfono móvil y envío de mensajes en la vía tradicional o SMS.

Al inicio vi y viví la angustia de sentirme incomunicado, hice lo que casi todos imagino hicieron al menos una vez: quitarle la pila pensando que eso resolvería la falla. Cabe señalar que esa práctica la tenemos los mexicanos en muchos de los aparatos que acompañan nuestras vidas cotidianas, recuérdese la televisión cuando empieza a perder la señal o el reloj cuando deja de caminar el segundero, en el acto reciben un golpe pensando que con eso se tendrá la solución deseada.

Al inicio fue angustia solitaria, pero al ver que los colegas, compañeros y amigos tampoco tenían los servicios mencionados, pasó a ser angustia compartida. La sensación de que podríamos estar sin información de algo sumamente trascendental empezó a embargar a algunos y a contagiar a los demás.

Las pláticas sobre cómo ese medio de comunicación se ha vuelto parte de nuestro mecanismo no sólo ya de trabajo sino de la vida personal, fue de lo más común. Con el paso de las horas la angustia fue terminando e incluso las llamadas telefónicas cobraron más vida de lo normal. Algunos volvimos a utilizar el radio del Nextel que cada día utilizamos menos.

Las llamadas tienen algo que los emoticones (esas figuras que pueden acompañar a las letras de los mensajes entre las blackberrys) no tienen: sentimiento y veracidad. Escuchar una sonrisa no se compara con leer un “jaja”, las emociones que transmiten las llamadas nos regresaron esa parte de humanos que comenzamos a perder de manera gradual. Cabe la pregunta: ¿hoy en día hablamos o nos escribimos más con los contactos del teléfono?

Antes de que regresara el servicio también tuvimos una avalancha de mensajes en cadena de todo tipo, desde aquellos que supuestamente enviaba la compañía trasnacional, o el consejo que se dijo en el programa de radio, o un mensaje con claves para que no perdieras tu servicio. Todos por supuesto falsos y todos por supuesto molestos, pero esperanzadores porque si mensaje ese había llegado, seguramente otros podrían empezar a llegar.

Al final de la travesía en la recuperación del servicio también se pudo respirar en algunos ambientes esa parte de la no presión, de saber que todos teníamos la misma falla, de que podíamos tener perdón al no responder, de que el correo sería revisado llegando a la oficina o casa, de que las llamadas sí eran para comunicar algo y no sólo por compromiso, como quizá haya muchas.

Lo cierto es que el mundo no se detuvo con la “caída” del servicio y que en las siguientes presentaciones además del llamado PIN, también pediremos el número telefónico. Pero lo más importante es que por unos instantes sentimos la dependencia a un aditamento que hace pocos años no existía en nuestras manos, bolsas o ni siquiera imaginación.

Hoy aceptamos esa dependencia, lo cual dice mucho de nosotros como sociedad, y que puede ser también un elemento de debate para comprender las conductas de los grupos sociales que aquí existimos, de las dinámicas de trabajo en equipo, de perfiles de algunos individuos que pueden confundir la soledad con el asilamiento y de las relaciones más básicas del ser humano que comienzan con un buen apretón de manos.

Aparecido en La Voz de Michoacán

lunes, 10 de octubre de 2011

Un hombre toca a la puerta bajo la lluvia

Rodolfo Pérez Valero es un escritor cubano (1947) que se ha hecho de su nombre a base de golpes certeros. Ha ganado el Primer Premio de Cuento de la Semana Negra de Gijón en cinco ocasiones, y esas narraciones las ha conjuntado, sumado algunas más para darle vida a Un hombre toca a la puerta bajo la lluvia, colección que llama la atención por diversos flancos.

Primero, tomemos por caso el cuento “Sinflictivo”, tal vez el más cercano a las vivencias de su nacionalidad, el que mayor reflejos tiene de las vivencias de la isla, pero también una de las narraciones de mayor carga eléctrica con los que cuenta el escritor, pues si bien “Es una historia terrible, morbosa y, por tanto, irresistiblemente atractiva”, nos lleva de la nación comandada por los Castro a la otra parte de esa patria, donde sabe que “vivir en Miami se tornó riesgoso para mí: mucho extremismo político, demasiada gente conflictiva”.

La percepción de lo propio se pierde de a poco: “Aquí, si tú vienes de Cuba en una balsa, sin ningún documento, hecho mierda y rojo como una langosta y dices que eres Yurisleidis Fernández, de Guanabacoa, te dan la tarjeta de Social Security con ese nombre y eres Yurisleidis Fernández para el resto de tu vida, sin importar tu pasado”. No es tanto el juego de la doble personalidad, es más bien el significativo encuentro consigo mismo cuando ha dejado de ser quien en algún momento pensó era.
El juego de emociones hacen complemento de la intriga, sabe de anécdotas y de filosofía. De pensamiento claro, de certeras acusaciones, siempre con un paso de lado para dejar respirar quien lee: “La impotencia es la madre de la tristeza”.

“Ella murió” es una narración que sobresale, el manejo de personajes es su mejor carta de presentación, una trama que aparenta sencillez pero ata de un solo golpe la humildad con el robo, la soledad con el deseo y la perfecta espiral de un momento dado, de una coincidencia con la mala suerte de una decisión acertada de la persona que no convenía. El investigador que debe ser otro, incluso en el amor, lo cual siempre resulta caro.

“Lección 26”, por su parte, resulta ser ese exceso de pedagogía de parte del autor, es un cuento que sobra pues pareciera que expone las razones de su escritura, los ejercicios que realiza en su trabajo personal, sus secretos relevados en forma de presunción, pero que por supuesto a alguno puede agradarle.

Mientras que el cuento que le da nombre a la obra nos recuerda que la sorpresa lleva el ritmo, es de las tres o cuatro piezas que bien pueden tener cabida en una antología, desobedece el patrón establecido, a la intriga suma la extraña no coincidencia, ciñéndose a las cualidades más radicales que tiene, la velocidad de los movimientos instintivos.

Un hombre toca a la puerta bajo la lluvia es un libro que se disfruta, que tiene sus cuentos memorables y otros no tanto, pero sin duda en el veredicto final pasa la prueba pues las piezas recomendadas brillan, tienen magia, toque especial, complicidad que no se alcanza tan fácilmente, y eso siempre es lo que se busca cuando de leer se trata.

Rodolfo Pérez Valero, Un hombre toca a la puerta bajo la lluvia. Plaza y Janés, México, 2010, 191 pp

Texto aparecido en la Revista Siempre¡ de esta semana

lunes, 12 de septiembre de 2011

El 11 de septiembre

La historia se escribe de manera conjunta. No se puede separar la historia propia y la historia del mundo. El 11 de septiembre de 2001 estaba en clases cuando sucedió el atentado que acabó con la pureza y perfecta seguridad de una nación que por primera vez sintió miedo y lo transmitió a varias partes del orbe.

Esa mañana estaba con mis compañeros de la carrera de Ciencias de la Comunicación en alguna de las aulas de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, el profesor era el periodista Jorge Meléndez Preciado, quien comentó que un avión se había estrellado contra una de las Torres Gemelas de Nueva York pero como la nota la había dado un payaso nadie lo había tomado en serio.

Se refería al noticiero “El Mañanero” que conducía Víctor Trujillo en su caracterización del payaso Brozo en el extinto CNI Canal 40 en el valle de México. Antes de terminar la clase ya un compañero me había escrito un mensaje al teléfono celular para preguntarme si estaba viendo la televisión. Al terminar la sesión, nueve de la mañana, el movimiento en los pasillos era mayor del normal y gracias a dos aparatos de televisión que tenían los “compañeros” del Comité General de Huelga uno adentro y otro afuera de su cubículo pudimos muchos ver cómo la segunda torre se venía abajo.

Los comentarios seguía de un lado a otro, la decisión de subir al avión Air Force One al Presidente George W. Bush parecía lógica luego de que empezaron a confirmarse los ataques al Pentágono. Una voz dijo que luego del inmueble de seguridad y lo simbólico de la economía con las grandes torres, los siguientes objetivos serían Disneyand y la Casa Blanca.

Los compañeros del turno vespertino llegaron con los periódicos de la tarde, hacía mucho que una edición vespertina no era tan solicitada. Como muchos, no sólo compré ese ejemplar, sino casi todos los diarios del día siguiente, iban a ser históricos por decir lo menos, muchos museos los llevarían a sus salas para escribir el nuevo capítulo de la moderna humanidad, la historia del terror.

Con ese atentado, enmarcado por lo visual que resultó para todos mirar en videos y fotografías cómo caían seres humanos quienes habían decidido saltar desde los altos pisos con tal de no ser devorado por las llamas o aplastados con el colapso de los pisos del edificio, así como el polvo que tardó días en ser desprendido de la Gran Manzana, nos quedó a todos claro que una nueva forma de convivencia tendríamos por delante: la de la desconfianza, la del odio, la de la venganza.

Las palabras del Presidente Bush fueron más que claras. Vendría a la violencia más violencia. Hizo un llamado a la guerra para salvar a la humanidad, puso rostro y nombre al enemigo, todo lo demás no importaba. Las conjeturas no se hicieron esperar, algunas voces señalaban que con ese acto también se lograba apuntalar la economía estadounidense que ya iba en picada con el gran movimiento que significa el armamento y sus contextos.

Las historias de héroes también tienen cabida en este gran libro. Muchos anónimos que cedieron una parte de sí para que otros tuvieran algo de dónde agarrarse. Es claro que si bien muchos perdieron la vida ese día, otros tantos más perdieron un pedazo de su vida y aún hoy siguen caminando entre nosotros.

Conocí Nueva York y esa llamada Zona Cero en febrero de 2007, sería dudoso decir que no se siente nada, pero también es cierto que en ese entonces muchos lucraban con las lágrimas ajenas pues hacían un negocio el paso de los turistas. Hoy con la nueva fisonomía desconozco si será un punto de venta, seguramente sí.

¿Qué nos deja 10 años después esta lección? Más allá de los controles en los aeropuertos, de una prolongada guerra que ya no sabe identificar al enemigo, en un contexto marcado por las crisis económicas que no respeta abolengo en los países, en una sociedad que transmite y produce información (no siempre fidedigna) a la velocidad de la inmediatez gracias a la tecnología de las redes sociales y los teléfonos celulares sin olvidar los ipads, laptops, etcétera.

¿Nos hemos hecho más humanos luego del 11 de septiembre de 2001? ¿Nos sentimos más seguro en Nueva York, en México, en Centro y Sudamérica, en Europa? ¿Las fronteras que cada día son más frágiles necesitan otro tipo de pasaportes? ¿La economía del mercado favorece a todos, se invierte más en educación o en seguridad? ¿Tenemos claro el rumbo a seguir?

Quienes estuvimos en aquella aula esa mañana terminamos la carrera, con cierta frecuencia nos encontramos, rara vez tocamos este tema pues ya nos queda muy lejos y otros más inmediatos como la violencia propia nos requiere más atención. Pero sin duda, a todos nos desagradó la noticia y de forma directa o indirecta nos afectó.


Texto aparecido en le periódico La Voz de Michoacán el lunes 12 de septiembre.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Dónde dejamos el respeto

En qué momento desapareció el respeto, la distinción, las buenas maneras de conducirnos en sociedad. No piense ya en un refinado protocolo como si estuviéramos en la Casa Real, sino simplemente en el hablar o el escribir cotidiano.
En una rápida lectura de la clase opinadora del país podemos observar que ya no se utiliza colocar el cargo o la profesión que tiene la persona a la que hacen referencia, el ejemplo más contundente es el Presidente de la República el Licenciado Felipe Calderón, ahora todo se reduce a llamarlo por su apellido.
Pocos son los que en alguna charla utilizan el título o el cargo de alguien, no existe al arquitecto, biólogo, físico Fulano de Tal. Los años de estudio de un posgrado se reducen o desaparecen cuando en el teléfono alguien que no es de confianza tutea a la persona que se encuentra del otro lado del auricular y le llama por su nombre de pila, y el “Doctor” desapareció.
Hay quienes no gustan del protocolo social, pero eso es diferente a que no se les brinde las características del caso. Cuando una secretaria presenta a una visita con “jefe, lo busca el señor Martínez”, el jefe de esa secretaria puede tener incompleta la información pues no se dude de que el señor Martínez sea subsecretario, abogado, maestro, o representante de algún organismo internacional.
En la serie en televisión West Wing (traducida como El ala oeste de la Casa Blanca) cuando el Presidente Bartlet contrata nueva secretaria, al revisar su documentación aparece en una prueba que ella realizó una afirmación en relación a que de estar en sus manos atentaría contra el Presidente Bartlet si este hacia una acción concreta, en la escena se ve cómo el mandatario lee el texto en voz frente a ella, solo están los dos en la Sala Oval, y él decide contratarla; cuando ella pregunta el por qué, pues pensaba que por la misma idea firmada sería lo contrario, el personaje caracterizado por Martin Sheen le dice, además de sus cualidades, es porque aun cuando expresa una idea de esa naturaleza, ella lo trató con respeto, le dijo ‘Presidente’.
En las líneas de La era del vacío Gilles Lipovetsky está planteada la crítica de la siguiente forma: “La sociedad posmoderna es aquella en que reina la indiferencia de masa, donde domina el sentimiento de reiteración y estancamiento, en que la autonomía privada no se discute, donde lo nuevo se acoge como lo antiguo, donde se banaliza la innovación, en la que el futuro no se asimila ya a un progreso ineluctable”.
Es recomendable evitar la confusión entre la caballerosidad y el respeto, abrir la puerta o ceder el paso es táctico si se quiere conquistar a una mujer, pero es más provechoso cuando se hace por buena costumbre, por contagio, por marcar un ejemplo, claro que esto último inconscientemente, no como objetivo sino como deseo.
La idea no es ya tanto regresar a lo barroco y al romanticismo sino simplemente hacer más amable el trato, devolverle el lugar que se merece al respeto, decir buenos días/tardes/noches al entrar a un lugar, porque todos merecemos más respeto en todos los lugares. Ello sin meternos de fondo a las conversaciones de los jóvenes que intercalan artículos con adjetivos siendo mayormente utilizadas las recurrentes wey, pinche, hijo de su madre, por citar las comunes.
O el colmo de la falta de respeto que se percibe en los cajones de estacionamiento reservados para los minusválidos en los centros comerciales, donde se los apropian quienes no los requieren, sumado al ya famoso truco de hacerse el dormido en el transporte público con tal de no mirar a la embarazada, anciana o madre cargando al bebe, para evitar ceder el asiento.

La sangre erguida

Enrique Serna es de los escritores más originales y emblemáticos de la literatura mexicana desde hace años. Su prosa atrapa, contagia con buen ánimo, con sentido del humor, con trama bien atada con nudos sólidos, y sobre todo, con personajes que se transforman en memorables.

En esta ocasión Enrique Serna (Ciudad de México, 1959) llega con La sangre erguida, un cántico a la sexualidad, un tratado del viagra en esta época, conformada por tres historias que se enlazan de maneras naturales en una escenografía que eligió Barcelona porque allí, caminando por Las Ramblas todo puede pasar.

Ferrán Millares, 47 años, es un solitario que desde su primer intento de relación sexual quedó marcado por la poca funcionabilidad de su miembro. Desde una cárcel en el viejo continente narra su pasado: “Yo no tengo atenuantes ni disculpas: soy el único arquitecto de mi desgracia íntima de un cobarde que nunca tuvo agallas para batirse a duelo con sus complejos”.

Aunque también se da tiempo para la filosofía: “Supongo que el sexo, en condiciones ideales, debe ser un alegre abandono a los caprichos voluptuosos del inconsciente”. Ferrán descubre gracias a una madura compañera indirecta de trabajo que todavía puede ejercer como hombre.

Sin embargo sólo es gracias a la ayuda de la pastilla azul como puede tener erecciones, y gracias a la buena combinación de su galanura con su facilidad de palabra seductora y una excelente administración del medicamento consigue triunfos que de otra manera sólo en sueños hubiera visto.

Ligar ya era parte de su manera de ser, tenía el poder que quería, incluso se lió con la esposa de uno de los más importantes accionistas de la empresa donde laboraba, lo cual al inicio le llevó a recibir premios como un lujoso automóvil en compensación a su esfuerzo físico; además se dio tiempo de fraguar venganza de aquella mujer que le paralizó la hombría cuando eran jóvenes.

Quién le vendía el producto era Bulmaro, un veracruzano que tenía una familia y era dueño de un taller mecánico, pero que dejó todo por Romelia, una cantante centroamericana que de gira por el puerto flechó a quien le puso casa y lo que tenía de ahorros a su disposición para alcanzar su sueño de ser cantante, pasos que los llevaron a Cataluña.

Allá, Bulmaro no tenía le dinero suficiente para montar un negocio y mientras estaba en casa realizaba todas las tareas que en su anterior hogar nunca realizó: limpiar, lavar, guisar, entre otras, perdiendo de a poco su voluntad. Lo dominaba su profundo deseo sexual por esa mujer que con un solo roce le hacía vibrar.

Romelia se la pasaba en la mañana durmiendo, para posteriormente hacer algo de ejercicio e ir trabajar en un bar donde cantaba con un grupo musical, lugar hasta al que un día llegó un supuesto productor que le haría su sueño realidad, despertando los más altos celos de Bulmaro, pero no ejercía mayor presión por temor a que lo dejara, aunque cuando él tomó la decisión, ella lo controló de inmediato y con los mimos sexuales lo tenía más que a la mano.

El negocio de la venta ilegal de viagra tenía sus riesgos y el peso de la ley le cayó encima al chino que le vendía el producto a Bulmaro y luego a éste después de tomarle la medida varios días. Ya lo venían siguiendo, incluso se tuvo que refugiar sin pedir permiso en la casa de Juan Luis.

Argentino, estrella del cine porno, aunque ya en la etapa final de su carrera, Juan Luis Kerlow llegó a Barcelona porque un productor lo quería en sus filas como actor exclusivo y además le publicarían sus memorias. Desde los diez años tuvo el poder Juan Luis de manejar con la mente sus erecciones, dando placer a las cientos de mujeres con las que se había acostado ya sea por trabajo o por placer.

Consejos de un actor porno como “El sueño dorado de toda mujer era alzar la varita del mago con el magnetismo de su belleza”, dejan ver algunas de sus páginas, que primero fueron tecleadas por un fantasma, aunque luego cobraron vida de su puño y letra, así como también cobró vida su miembro al verse enamorado de una chica sencilla en un contexto de lo más casual.

Luego de ese encuentro su vida profesional sufrió las consecuencias de la realidad, no pudo tener erecciones en sus filmaciones, y ¿de qué sirve un actor de cine pornográfico si no puede tener el miembro erguido?, si no es para blanco de críticas y burlas, que fue precisamente lo que le sucedió a Juan Luis. Al notar su cambio físico, decidió darle cause al amor y dejar de lado todo, arreglando lo posible para no dejar tirada la película.

La relación de Juan Luis con Bulmaro se debía a sus respectivas parejas, quienes iban juntas a hacer ejercicio y, posteriormente el actor le iba a facilitar el recurso económico a Bulmaro para montar su taller mecánico en Barcelona, pero todo se derrumbó inmediatamente después de la boda de Juan Luis con Laia al enterarse ésta de la profesión que ejercía su ahora esposo.

Con un ritmo ascendente, con capítulos redondos que van haciendo de la trama interesante cuál ágil, y con finales que pueden parecer predecibles pero no dejan de sorprender, La sangre erguida de Enrique Serna comprueba la hechura de una novela que atrapa, que habla de las cosas reales, que tiende a hacer partícipe al lector y andar por esas calles o esos bares de España. Y que lleva en el lenguaje a un partícipe más de la trama.

Enrique Serna, La sangre erguida. Seix Barral, México, 326 pp.

Texto aparecido en la Revista Siempre¡

jueves, 18 de agosto de 2011

¿Y usted de qué se queja?

La pregunta tiene sentido, pues no es un reclamo. Es una simple cuestión y en ese tono debe leerse. ¿Usted de qué se queja hoy? Ello inspirado en que pareciera que en la sociedad contemporánea se respira un ambiente de reclamo, que inicia a veces desde lo que pareciera más pequeño.

Si bien en cuanto a gustos contamos ya sea con un equipo favorito, o alguna película de moda de la cual en las reuniones cotidianas hablamos, todo hace indicar que la modernidad exige la pertenencia de una queja para formar parte de los diferentes círculos sociales.

La queja la escuchamos en todos los niveles socioeconómicos, es como un requisito para ingresar a las diferentes dinámicas grupales: quienes se quejan del jefe, del vecino, quienes tienen un listado de puntos en contra de un profesor, las de la ex pareja o, más aún, la de la familia de la ex pareja. O las ya tan gastadas contra los gobernantes. Como sea, el caso es que vivimos con la queja de cada día, aunque esto a veces no sea del todo cierto.

Me refiero a que a veces mentimos en nuestras quejas o las exageramos por quedar bien, por no estar apartados, por estar in y no out de la discusión. Hoy, incluso, es tan común, que buscamos en los recovecos de mayor agrado para encontrar la queja a un hecho que tal vez no lo ameritaba, y es que si se habla bien al 100 por ciento de algo, no lo cree el espectador que escucha atento y espera, ya acostumbrado, la queja por venir.

Hemos generado incluso canales para recibir estas quejas: allí están los buzones que intentan despistar anunciando que también reciben reclamos, sugerencias y felicitaciones, recuérdese los supermercados o aeropuertos; en algunos vehículos que transportan productos de marcas de prestigio colocan de manera visible un número telefónico para llamar si tiene alguna queja contra la forma de conducir del operador de esa unidad (claro, se debe tomar el número de la unidad y, ya de paso, la dirección y horario para sustentar la queja).

Ese marco pareciera obligar a que hoy en día adoptemos o generemos una queja cada día, incluso en las relaciones de pareja, cuando no hay ningún problema a la vista, alguno de los dos integrantes de la relación piensa que ése en sí es un problema. Traducción: el problema es que no hay problema. Se piensa erróneamente, la mayoría de las veces, que después de la calma vendrá la tempestad. Inevitable recomendar la lectura de Amor líquido del filósofo Zygmunt Bauman.

Otro ejemplo de las quejas comunes se da en los diversos foros académicos cuando el expositor, al concluir su ponencia, inquiere a los integrantes del auditorio si tienen algún comentario o pregunta, a lo cual no falta aquel que quiere hacer su propia exposición basada en alguna queja sobre la ponencia del experto. Todo concluye con un aburrimiento y con la ausencia de la pregunta o comentario y ésa sí genera queja de los demás espectadores.

Las dolencias físicas son el botón de mayor muestra de la queja cotidiana. Las nuevas generaciones no aguantamos estoicos como las de antes el dolor físico, se han generado medicamentos para contrarrestar el malestar; por ello, ante una cortadura leve, dolor de cabeza y no se diga dolencia de muelas, parece que el mundo se le vino encima al doliente, y de inmediato pide licencia, permiso, incapacidad y misericordia de quienes lo rodean.

La recomendación en todo caso no es ya aguantarse el dolor —si se tiene, consulte al experto —, sino que en el continuo de quejas que a diario esbozamos, veamos cuáles valen la pena exponer y cuáles en verdad no ameritan llamarlas quejas.

Haga un esfuerzo este día, observe y escuche a su alrededor, las charlas grupales pueden ser un gran foro, allí habrá quejas contra el presidente, contra algún equipo o deportista de moda, contra el programa de televisión que aún no ha visto pero ya calificó, alguna contra el modus vivendi de un familiar, contra lo alto que están los precios. Sopese si eso vale la pena calificarlo como queja, luego mire si no es usted la persona que los enunció, o sea, el quejoso.

De tanto quejarnos, luego no nos quejemos de que alguien se queje de nosotros. Y esto es más que un juego de palabras. A final de cuentas hablar de algo es una forma de desearlo, y si habla todo el tiempo de quejas qué cree usted que obtendrá.

Texto aparecido en CAMPUS de Milenio Diario el día de hoy jueves 18 de agosto de 2011.

lunes, 15 de agosto de 2011

La insoportable levedad del casi

Casi el total del marco referencial que utilizamos los seres humanos requiere de unidades de medición: hora, día, kilómetros, kilogramos, litros, entre muchos otros. Sin embargo, integrantes de la sociedad mexicana, aunque por supuesto no excluye a otras que también lo tienen o lo han adoptado, hemos generado una variación que acentúa, para los fines que sean necesarios, un elemento distintivo que le da un giro diferente, incluso intrigante.

Me refiero a la figura del “casi”, una palabra que cambia el sentido de la medida y genera duda, confusión, incluso molestia llegado el caso. Tomemos, por ejemplo, las labores escolares, donde la ubicamos en dos facetas: primero en la gestación.

En la casa, la madre dice al hijo: “¿pollito, ya hiciste la tarea?” —puede modificarse el sustantivo subrayado por uno de mayor uso o gusto—, a lo cual dirá el estudiante: “ya casi mamá, nada más me faltan unos problemas de matemáticas y dos cosas de lectura”. Y allí sí que no sabemos cuánta tarea tenía el alumno, pero si dijo que casi, seguramente era más que ésa que señaló. Confiemos así sea.

Pero ahora vayamos a la escuela, la otra faceta del “casi escolar”, cuando el profesor dice: “a ver, jóvenes, espero que traigan su tarea completa”. Y si el personaje que conocemos como pollito dice: “híjole, profe, casi no tuve tiempo, pero hice hasta donde pude, es más, casi la completo”, notamos, para empezar, que el alumno ya sabe usar muy bien la figura del casi, pues la colocó como excusa de sus múltiples actividades y luego para generar una especie de defensa de lo mucho o poco que sí hizo, pero no lo exime de que no la terminó.

Vamos a otro escenario de mayores riesgos, pongámoslo ya en un trabajo normal, donde no extrañaría oír un diálogo similar al siguiente: “licenciado Medina, ¿tiene usted el informe que se le pidió hace dos semanas?”, preguntará el jefe inquisitivo, a lo cual obtendrá por respuesta: “claro, jefe, ya casi lo tengo, nada más lo estamos detallando”. Dejando Medina abierto ese espacio de duda que genera ahora el verbo “detallar”. Explosiva mezcla entre detallar y casi. Seguro que más de un jefe la ha escuchado y ahora recuerda a algún empleado o ex empleado.

Pero el casi tiene una vida propia y prolija que también podemos ubicar con facilidad en la vida cotidiana. Por ejemplo, he escuchado más de una vez a las mujeres señalar que un hombre es “casi perfecto”, la mayoría de las veces no es por falta de galanura, exceso de peso, color de piel, religión que profesa, series de televisión o equipo de futbol de su preferencia; no, la razón es más directa: el caballero en cuestión es “casi perfecto” porque está casado con alguien que no son ellas. Ese, digamos, es un casi existencial.

Incluso, en esta misma rueda de la fortuna el casi de la suerte es el que vive en los jugadores de lotería y siempre se alimentan de buenos deseos: “casi me la gano esta vez”. Seguirán jugando, aunque su medida de acertar sea distante para ellos, en el deseo de ganar, siempre va a ser casi el que salga con el premio mayor.

Uno que no podemos dejar fuera es el “casi deportivo”, digamos el sinónimo del “por poquito”. Ejemplo suficiente es, en un juego de futbol, cuando el balón pega en el poste del equipo rival y no entra a gol, allí se escucha luego de un “¡ah!”, el típico casi o la figura ya mencionada del por poquito, aunque el marcador siga igual.

De tal suerte, el casi es una figura que existe y se puede percibir con facilidad y con provocaciones menores. No obstante, su abuso puede entorpecer el desarrollo de una nación y bien se podría agregar a la larga lista de pretextos de la clase gobernante. Ejemplo: “casi salimos de la pobreza”, traducción: “estamos igual o peor que antes”. Allí sí, odiamos el casi y su insoportable levedad.

Texto aparecido en el suplemento CAMPUS de Milenio Diario.

domingo, 14 de agosto de 2011

La Señora Rojo

Para la literatura mexicana Antonio Ortuño fue en el 2007 una de sus principales figuras gracias a su novela Recursos humanos, muchos nos entusiasmamos con esa narrativa que para utilizar el lugar común, lograba transmitir un lenguaje propio, algo siempre complicado en el mundo del arte.

Ese mismo año presentó El jardín japonés, una colección de cuentos que tampoco pasó inadvertida entre sus seguidores. Para finales de 2010 reaparece en la escena con una nueva colección de cuentos bajo el título La Señora Rojo, la mayoría publicados en sus primeras versiones en diversas revistas literarias.

Dividido en dos partes: “La Carne” y “El Mundo”, La Señora Rojo como toda colección tiene hallazgos y ejercicios fallidos. Dentro de éstos últimos está “Agua corriente”, que goza de una buena trama, ritmo inteligente pero un final fallido, genera altas expectativas que no se cumplen, pues no cierra el círculo. Similar ocurre con “El día del amor”, una historia de sexo más que de amor que resulta en anécdota con personajes comunes en situaciones previsibles.

Un paréntesis puede ser “Masculinidad”, cuento que se coloca en el punto medio porque es el más tradicional de las narraciones de Ortuño, tiene la fuerza suficiente para considerarlo en la colección, exige relectura quizá por diferente al resto. Con una historia bien contada, digamos un cuento con la estructura más lograda, pero frío.

Dentro de los hallazgos sobresale el que le da título a la obra “La Señora Rojo” que tiene ritmo, sorpresa, no sé si se logre catalogar dentro del grupo selecto de lo original, pero sí cabe en el espacio reservado a los perturbadores.

Pero el cuento que más vale la pena de la colección es “El Grimorio de los Vencidos” con un personaje de antología: El Mago Que Hace Nevar. Y tal vez es el mejor resuelto porque es el de más largo aliento, y es que Antonio Ortuño está hecho para las narraciones largas, la brevedad de los cuentos le resulta ajena por momentos, y si bien las apariencias engañan, su fortaleza narrativa radica en mayor medida en los nudos que logran atrapar al lector, en la decisión unánime más que en el golpe certero.

Cierto es también que por momentos los temas del sexo, la infidelidad a bocajarro resulta repetitiva en algunos cuentos, pero la independencia que guardan entre ellos hacen que se respete en su individualidad.

La segunda parte del libro tiene dos cuentos que llaman la atención en su hechura, por un lado “Historia” y por el otro “Boca pequeña y labios delgados”, ello porque ambas tienen divisiones para su lectura, esto es, la primera está dividida bajo un orden numérico que puede interpretarse como el lenguaje tecnológico de hoy en día en las redes sociales, obviamente atados por el consecutivo numeral.
Mientras que en el otro es a través de la lectura e interpretación de cartas como se conforma el cuento, un recurso muy socorrido, pero que logra superar la prueba por su trama y, es que en el fondo quizá todos estamos atrapados: “No estoy preso, como otros, por no creer, sino por creer demasiado”. Allí, Ricardo Bach es el doctor y de las cartas que le hace llegar el paciente arma un entramado mental donde entra el lector para tomar partido.

Las últimas dos narraciones, “Pavura” y “Héroe”, más allá de su hechura o trama, es el reflejo de nueva cuenta de esos juegos mentales observados en varios de los personajes que da vida Antonio Ortuño, sin perder de vista que muchas de ellas cobran vida en la realidad cotidiana, pues de qué otra manera se identifican los diferentes complejos que le dan forma al ser humano. Y es que en algunas batallas que se libran en el interior de algunos, con el pasado sobre todo, tienen por finalidad aparecer algún día en los libros de historia, de nueva cuenta la búsqueda del reconocimiento.

Así son los cuentos de Antonio Ortuño, bien hechos pero algunos con finales mal logrados, sobre todo. Reitero que es un autor completo que se mueve mejor en el terreno de la narrativa de largo aliento como son las novelas, pero es cierto que su sello impregna cada cuento de éste título que continúa su búsqueda por entender y descifrar cada vez más la hechura de los humanos, un tema que maneja a la perfección el autor.

Antonio Ortuño, La Señora Rojo. Páginas de espuma, México.

Texto aparecido en la revista Siempre¡ del 14 de agosto.

lunes, 31 de enero de 2011

Las noches difíciles

Si hay un escritor dueño de la sensibilidad irónica que viste el tema de la intriga y la muerte es Dino Buzzati (1906-1972), quien un año antes de su muerte publicó Las noches difíciles, un conjunto de relatos en su estilo más puro, ése que tiene acostumbrado a su público lector.
La narrativa en estado de germinación, pues de él brotan las emociones y sentimientos más encontrados del ser humano, difícil es leer a Buzzati sin que se mueva algo en la mente de quien lo percibe, complicado si no es imposible que paseen inadvertidas sus letras.
Ya en Sesenta relatos (también editado por Acantilado) pudimos darnos un festín de sensaciones, ahora esta reciente entrega confirma lo que de suyo le pertenece al autor, una magia de buenas coincidencias, de trabajo esforzado en tramas, personajes, elementos que para otras plumas no causan tanta penetración y que en el también autor de El colombre simplemente toman rumbo definitorio.
El juego de elementos variados es parte de su formación, de dimensiones que no aparecen más allá de unas cuantas líneas, explota su gusto por la narración breve para ponernos en una encrucijada: “¿Era un sueño? ¿O era una verdad? Aunque pudiera contarlo o escribirlo, nadie me iba a creer”. Y es cierto, por qué creerle, en qué basa su pregunta, hace pensar a quien comparte la lectura.
Como “Alias en la vía Sesostri”, una narración impecable, con el sarcasmo a flor de piel, en un juego de rutinas que se rompen para cambiar el curso de la vida: “Confieso que también yo me sentía profundamente turbado. Si un hombre de valía tan venerado y digno caía de golpe en el fango y el aprobio, ¿en qué se podía creer ya?”.
Ésa es una pregunta certera, en qué creer, ya no tanto en quién (imposible evitar señalar “El médico de las fiestas”, que como su nombre lo dice es un especialista en rescatar festejos para alegría de la gente). Acaso dependerá del emisor, como en “El ermitaño” que señala: “Las tentaciones te las manda el cielo justamente para que te dejes arrastrar por ellas y te hundas en el lodo y que tal abyección te traiga amargas lágrimas”.
Esto es, va de lo festivo a lo crudo, de la fantasía, como su propia versión de la Cenicienta, hasta el recuerdo de la realidad más anhelada como el primer párrafo de “Mosaico”: “Milagro: cada vez pasan menos coches, ya no se oye ladrar a los cláxones, hay un cielo límpido, por la mañana el automóvil aparcado junto a la acera no está sucio de esmog, el teléfono no está sonando continuamente, el buzón está casi vacío. ¿Qué sucede? Qué alivio, qué paz, qué silencio. Pero, ¡ay, qué bonitos eran aquellos tiempos!”.
“Relato a dos” es un ejercicio literario que debería proponerse como opción en la instrucción básica para que los estudiantes empleen de mejor forma la imaginación. Mientras que en “Invenciones” se vive el padecimiento de un hospital de una manera diferente todos allí son enfermos, el doctor, enfermeras, administrativos, todos padecen algo. Y lleva por moraleja una sentencia que seguramente más de uno hemos vivido: “Lo más desagradable de un hospital es ver que todos los demás no están enfermos”.
En Las noches difíciles podemos ubicar varias historias dentro de un título. Y es que en su variedad se fundamenta una de sus fortalezas, pero sobre todo en el viaje a uno mismo, como “La alienación”, donde debe encontrarse sin que los demás lo vean a él, siendo el escenario cualquier lugar, siendo la profesión tal vez la que ejerza el lector.
El reflejo pues de lo que podemos ser como humanos, de lo que somos como personas, de lo que aspiramos a ser, y eso en sí ya es un gran elemento de diferenciación que tiene Buzzati del resto de escritores. Sin duda un gran narrador que siempre deja enseñanza más allá de un rato de entretenimiento.

Dino Buzzati, Las noches difíciles (traducción de Ataliare), España, 2010, 318 pp.

Texto aparecido en la revista Siempre¡ de esta semana

domingo, 16 de enero de 2011

Oscura monótona sangre

Julio Andrada es el protagonista de Oscura monótona sangre, pero es sin duda Daiana el corazón de la trama, el fantasma que atraviesa cada página ya sea en su búsqueda o en su hechura. Pues de la tranquilidad que brindaba la repetición de lo cotidiano a Andrada, dio un paso de costado para transformar su vida, y de paso la de otros integrantes de la escenografía bonaerense.
Un día al salir de su ruta acostumbrada y comer en un lugar de aquellos que no frecuentaba desde que tenía mucho menos poder adquisitivo, el empresario escuchó una charla entre camioneros que conllevaba las señas de lo más normal: cuestiones mecánicas o lugares donde frecuentar chicas, por citar dos ejemplos contundentes, y le pareció que ese mundo no debía serle tan ajeno.
Se dirigió a las coordenadas que creyó eran las brindadas en la charla de los camioneros y halló lo que buscaba: una jovencita de nombre Daiana que cobraba 20 pesos por el oral y 30 con penetración, él dejó en sus manos mucho más dinero de ese y ella realizó las labores convenidas en el mismo vehículo sin darse cuenta que habría atrapado a una presa diferente.
Sorprendido consigo mismo con los resultados de su aventura, no tardó demasiados días en regresar al lugar donde había dejado a Daiana, raro en él pues “alejarse de la pobreza era lo único que le producía una auténtica tranquilidad interior”. Decidido la buscó, pero la desolación era la marca de esa calle, de esa Villa 21, a quien sí encontró fue a Luli, una joven más grande que Daiana y más experimentada, quien realizó el mismo trabajo pero con menos gusto.
Andrada lo notó, además con tan mala suerte que a la lluvia que caía en ese momento se le sumó un intento de robo, al cual puso resistencia, estaba en juego su orgullo, no podía decir que lo asaltaron en ese rumbo, cómo podría justificar su estancia allí. La violencia se intensificó al enfrentar cuerpo a cuerpo a un ladrón a quien le dio muerte.
La vida real y pública de Julio Andrada se dividía en la fábrica que dirigía y en los asuntos familiares del edificio que habitaba, donde además era gente de respeto pues le daba solución a todos los conflictos y para ello contaba con la ayuda de Atilio un antiguo policía que ahora era el escudero de ese inmueble así como de los secretos de Andrada.
La convivencia con Daiana en la fábrica fue indescriptible, una primera vez para ambos, entre las necesidades más obvias como la alimentación hasta la más carnal. Pero el recuerdo no lo dejaba libre de culpas, “su hija, su mujer y Daiana formaban parte de su mismo universo. Él lo veía ahora claro y no le importaba lo que pensaran los demás. Él podía hacer convivir esa escena familiar con su boca besando el sexo de la chica sobre una grúa”.
Sin embargo también las páginas de Olguín se dan espacio para agregar la parte más secreta del amor, la más callada cuando Andrada ve desnudo el cuerpo de su esposa “no le parecía una mujer de cincuenta años. Cuando se está muchos años con otra persona, el otro no envejece. La memoria lo transforma en un cuerpo siempre igual a sí mismo. Se congela fuera de toda agresión del tiempo”.
Andrada en el fin de semana que convivió en la fábrica con Daiana enloquece y le pide a su eficiente secretaria que le busque un departamento donde se la llevará a vivir, recuerda cómo su hija Florencia le ha avisado también de su mudanza a un espacio pequeño donde vivirá con su amiga Carla.
Los nervios son quienes traicionarán en la última curva de decisiones a Andrada, quien al mandar a Arizmendi a buscar a Daiana se lleva la sorpresa de que éste ha sido asesinado, y al encontrar en el departamento alquilado a la jovencita ella le dice que su cabeza tiene precio pues en su villa saben que fue quien mató al chico aquella vez que se lio con Luli, desatando un sorpresivo final.
Oscura monótona sangre fue premiada a finales de 2009 con el V Premio Tusquets Editores de Novela con un jurado integrado por Almudena Grandes, Jorge Edwards, Élmer Mendoza y Beatriz de Moura, teniendo por presidente a Juan Marsé.
Aunque más allá del premio su lectura vale por la provocación que ejerce en el lector, un ritmo en constante cambio, un personaje que juega con las elucubraciones y que de la cotidianidad sólo le queda el recuerdo, anunciándonos de nueva cuenta que en la cabeza de cada uno es un mundo diferente, pero también en la mirada de los diferentes individuos que caminan en la calle puede estarse encubando el próximo hecho que cambie la vida.


Sergio Olguín, Oscura monótona sangre. Tusquets editores, México, 2010; pp. 184.
Texto aparecido en la Revista Siempre¡ de esta semana

lunes, 3 de enero de 2011

El complot de los románticos

Hacer una reunión con invitados tan disímbolos nunca llevó tanto trabajo y tan buenos resultados literarios. El Parnaso es un congreso que sirve de pretexto para darle vida a El complot de los Románticos de Carmen Boullosa quien además de obtener el Premio de Novela Gijón 2008, levanta la mano para decirle al lector exigente que aquí hay una autora mexicana con ganas de contar una historia fresca, ágil, divertida, pero no por ello fácil o carente de recursos.
Muy al contrario, y se nota desde la principal voz narrativa y la trama. La primera con una presidenta de un congreso que no sabe bien a bien por qué pero debe llegar a buen término, escritora con poca obra y menos fama, pero ahora le ha tocado organizar este muestrario de vanidades y estilos tan diferentes como las épocas en que vivieron, porque los integrantes son almas, son muertos. Y la segunda porque en algún momento participamos en los festejos.
De hecho es la misma narradora (por instantes cercana a la línea de la decadencia: “No existo. Google no reconoce mi nombre”) quien nos inmiscuye en cada reflejo de la misma trama gracias a su lenguaje, ese tono narrativo que por momentos le habla directamente al lector, resulta en sonrisas cómplices de la amistad, y qué mejor que sea una conocida quien nos lleve por esa aventura, que recuerda los caminos recorridos para llegar al festejo.
Guiños de cultura general y formación literaria son los nombres de los participantes en el congreso, escritores de diversas épocas, incluso un integrante de la excursión para elegir lugar (que incluyó México, Estados Unidos y Madrid, ésta última la ganadora) es Dante Alighieri. Y ya elegido el lugar, ahora viene la conmemoración y premiación de quien se llevará la gloria ese año.
Un galardón por lo demás arreglado, trabajado por las relaciones públicas de su autor Melville, cuyo nombre era La isla de la Cruz, “El premio era suyo por legítimo derecho, porque el premio es de quien lo trabaja, pero no por los méritos literarios del manuscrito”; acción que no fue bien recibida por un grupo de literatos llamados los Románticos, quienes en pleno Teatro de la Zarzuela defendieron otro libro, el cual al parecer de la narradora no estaba nada mal.
Esta es la parte central de la obra. El recorrido por diferentes ciudades fue el prefacio de la batalla y rebelión, del llamado complot que ayuda a mirar de otra forma la hechura de un proceso que ya marchita o que toca cambiar por su figura desgastada. Y es que en ocasiones resulta tan frío y tan gris el mecanismo y ceremonial de la entrega de galardones que sólo de esta forma parece darle color.
El complot de los Románticos viene a ser un entretenido ejemplar de la literatura de exportación, con toques sensibles de la novela que sabe narrar, que comprende que ahora el libro compite en espacios no sólo de cultura sino también de entretenimiento y esta obra se atreve logrando una buena factura que habla por sí sola, no requiere defensores puritanos, sino exige lectores.


Carmen Boullosa. El complot de los Románticos. Ediciones Siruela (Nuevos Tiempos), España, 2009; 264pp.A

Aparecido en la Revista Siempre¡ de esta primera semana de 2011.