sábado, 17 de agosto de 2013

Cuando mentimos

Todos pensamos que somos inteligentes y en esa medida intuimos que no nos podrán engañar ni mucho menos mentir, que tenemos una preparación especial para detectar a quienes ya no digamos lo hacen, sino siquiera lo intentan. Todo lo cual es un error. A decir del investigador Robert Feldman los seres humanos mentimos en diferentes niveles, pero siempre mentimos, y vale la pena ponerlo con ejemplos contundentes como los de cualquier día. Recordemos si mentimos en la charla de café en la mañana, en el trabajo, con la familia, en la llamada telefónica o en la computadora, allí hay una primera aproximación. El experto se­ñala que “las mentiras corrientes en la vida cotidiana puede que no nos hagan daño de un modo fácilmente mesurable. Pero producen el efecto de hacer la vida cotidiana mucho menos amigable. Éste es el coste de vivir en una sociedad tan propensa al engaño en tantos de sus aspectos: nuestra vida se mancha con frecuencia”. Y es que parecen cosas lógicas pero en ocasiones no las vemos, por ejemplo: “Si una mentira sale bien, alguien siempre resulta engañado. Y, cosa crucial, aunque el receptor de la mentira no lo sepa, el que miente sí lo sabe”. Además, cometemos un error al pensar que quien miente se siente culpable por ello, Feldman dice que no existe culpabilidad en el mentiroso. Porque ellos, o nosotros, los mentirosos pues, no hacen nada en particular cuando mienten o mentimos. Incluso en las líneas el miembro de la American Psychological Association señala que “una vez que reconocemos que es posible disfrutar con una mentira con intención, esta forma de engaño enseguida se vuelve más comprensible y más compleja. No sólo importa la función de la mentira. La forma también importa”. Ahora bien, bajo el supuesto de que cada mentira tiene un precio. También es cierto que “no todas las mentiras tienen intención de hacer daño”, damos por hecho que la mentira existe, y está entre nosotros, aunque a su vez, como remata el autor su obra: “Puede que la sinceridad no sea una política perfecta, aplicable de forma universal, pero sigue siendo la mejor política”. Aunque no aclara para quién. He allí el juego de las mentiras, del daño en sus diferentes grados, las que son con fines dañinos y las que no, las que se dejan pasar por fines sociales o de convivencia, pero el caso es que esa mancha puede crecer hasta opacar toda situación. Una lectura necesaria en este tiempo donde la inmediatez parece ganar terreno sobre la veracidad. Roberto Feldman, Cuando mentimos. Las mentiras y lo que dicen de nosotros. Urano, España, 2010; 317 pp. Texto aparecido en la Revista Siempre¡ del domingo 18 de agosto 2013.

lunes, 12 de agosto de 2013

Barack Obama en sus propias palabras

Nada más contundente que las palabras que van quedando para la posteridad para saber qué tan coherentes han sido algunos personajes de la vida pública moderna, por ejemplo el hoy Presidente de Estados Unidos Barack Obama. Alguien que se ha especializado en este ejercicio de la recopilación es Lisa Rogak, quien tiene en su haber volúmenes similares sobre políticos como Colin Powell y Howard Dean. Pero en el caso que nos ocupa es necesario señalar, como afirma la compiladora, que “los estadunidenses rara vez han tenido la experiencia de un candidato presidencial cuyo estilo retórico fuera tan crucial para su plataforma política”. Ella hace su afirmación poco antes de noviembre de 2008, cuando todavía no entraba a los libros de historia Barack Obama como el primer presidente de color de Estados Unidos. Lo cierto es que el actual mandatario llama la atención cada vez que emite una comunicación, ya sea en la forma, en el fondo, con sus frases, con sus imágenes, siempre comunica. De allí que este cofre de sus propias palabras sea un interesante ejercicio que demuestra su ideario, su perfil, su forma de tomar decisiones, por ejemplo cuando era Senador por Chicago, incluso en un momento que no todos lo tenían en el registro para competir ya no digamos por la silla presidencial sino por la candidatura, comento en tono de crítica al gobierno de George W. Bush: “No es la magnitud de nuestros problemas lo que más me preocupa. Es la pequeñez de nuestra política. Estados Unidos ha enfrentado grandes problemas, pero hoy, nuestros líderes en Washington aparecen incapaces de trabajar juntos de un modo práctico, guiado por el sentido común. La política se ha vuelto tan amarga y tan partidaria, tan trabada por el dinero y la influencia, que no podemos abordar los grandes problemas que exigen solución”. Cada intervención iba colocando ese granito de arena que con el paso de los días le ha dado forma a un perfil que resulta inspiración para muchos, porque conlleva también una alta proporción de sinceridad, lo cual de paso atrae a la confianza. Señala, por ejemplo: “Mi actitud general es que, si estoy haciendo un buen trabajo ahora, puedo tener la oportunidad de aspirar a un cargo superior. Si no estoy haciendo un buen trabajo y estoy prestando demasiada atención a lo que pueda ocurrir en el camino, no estará esa opción abierta para mí”. La lógica de la razón, de lo que el ciudadano entiende y quiere escuchar. Y es que en esa parte del sueño y la esperanza, el “Yes we can” que enarboló en su primer campaña presidencial, en el paso del “Change” al “Fordward” que le siguió cuatro años después, siempre mantuvo la coherencia en sus años previos, por ejemplo cuando en una declaración afirmó: “No es que la gente común haya olvidado cómo soñar. Es sólo que sus líderes lo han olvidado”. En las líneas del mandatario podemos percibir confianza en sí mismo (“No me presentara si no pensara que puedo ganar”), frases para que la gente lo apoye (“Respuestas directas a preguntas fundamentales. Eso es lo que no tenemos en este momento”), tips de campaña electoral (“Uno no vota por alguien por la forma en que se ve. Se vota por aquello que representa”), y por si fuera poco, consejos para aquellos políticos que les da por escribir sus libros también tiene unas palabras: “Me sentiría muy incómodo poniendo mi nombre en algo que ha escrito otro, o que he coescrito o dictado. Si mi nombre está ahí, me pertenece”. Al final Barack Obama es personaje de sí mismo: “Descubrí que la mejor forma de abordar la ‘construcción de la imagen’ es ser yo mismo y dejar que todo el mundo sepa lo que pienso. Y de ese modo no termino tropezando por decir una cosa y hacer otra”. Así, dibujado de propia mano, con sus mismas palabras se puede ver a un Obama en su punto y en su interior, con la pausa para releer lo que dijo, para ubicar su forma de pensar y de actuar, el movimiento pues, de sus palabras. Lisa Rogak, Barack Obama en sus propias palabras. Aguilar, México, 2012; 156 pp Texto publicado en la Revista Siempre del domingo 11 de agosto 2013.

jueves, 1 de agosto de 2013

Las muchas indignaciones

Las redes sociales tuvieron otro momento álgido en días recientes cuando circuló (y llegó a medios tradicionales) un video donde se ve claramente que dos inspectores del municipio de Centro, cuya cabecera es Villahermosa, en el sureño estado de Tabasco, hacen que un niño que labora como vendedor ambulante, tire su mercancía al suelo entre sollozos. Los comentarios sobre el inspector Juan Diego López Jiménez a estas alturas son por demás conocidos. Pero pareciera que la indignación de las masas está mal dirigida, pues fue mayor la molestia por el racismo y aires de superioridad del empleado de gobierno municipal, con todo lo que conlleva ese hecho, que la indignación porque un niño de 8 años tenga que trabajar. A ciencia cierta las lágrimas que presenciamos a través de la pantalla, nos dicen que el niño fue lastimado, pero no debemos descartar que su llanto también se pudo deber al miedo que le representaba al pobre infante regresar con quien maneja el negocio y decirle que su mercancía le fue robada (como con los cigarros claramente robados), y entonces el regaño o incluso maltrato físico del verdadero dueño de la canasta era una de las fuentes de origen de esas lágrimas. Nos indigna de hecho que un inspector, como cualquier servidor público de todo nivel, robe o despoje de un producto que vende el niño, pero pareciera que no nos indigna como sociedad en esa misma medida que el infante y otros de su tipo tengan la necesidad de salir al peligro de las calles para buscar un sustento. La historias tienden a aderezarse conforme se van contando, por eso en días posteriores ya se conocía el nombre y origen del infante: Feliciano Díaz (aunque antes se dijo que su nombre era Manuel) de Chiapas, incluso su pertenencia al grupo étnico de los tzotziles, pero más allá, para calmar a la hambrienta causa de la justicia social que gritaba en redes sociales y ya también en medios tradicionales, se nos dijo que el niño trabajaba para pagar sus útiles escolares. Un guión de telenovela pues. Más allá de si es verdad o no esa afirmación es precisa y necesaria la pausa para saber cómo es que llegamos a este momento (este sí indignante) donde una familia tenga la necesidad de que un niño de 8 años salga a trabajar. Y cómo unas autoridades de gobierno le pongan trabas a un niño que desconoce sus derechos, y cómo una sociedad se indigna no porque esto pase, sino porque un empleado de gobierno con criterio del tamaño de un chorlito, simplemente provoque las lágrimas que a todo México le hicieron indignarse, pero no reflexionar, he ahí la diferencia. El guión sigue, aparece el gobernador de Tabasco y señala que además de ayuda psicológica el ahora ya famoso niño Manuel (o Feliciano) recibirá una beca escolar (no se sabe cómo se le hará llegar si es que vive en otra entidad federativa). Buenos reflejos, pero por qué no aprovechando la circunstancia el mismo mandatario ordena levantar un censo, sin importar las siglas o colores del gobierno estatal, de los niños que trabajan en la capital de su estado y les ofrece una beca a todos y cada uno de ellos, ¿o necesitamos la existencia de otros videos para responder a la circunstancia? A esto debemos sumar el comportamiento de la otra inspectora que ya tuvo su castigo administrativo, una persona de nombre Carmen Torres Díaz cuyo silencio cómplice también daña, y también se puede tomar como un reflejo de muchos que ven atropellos y prefieren hacerse a un lado, evitar participar, el cómodo “yo no vi nada”, que también fragmenta a la sociedad mexicana. Mucha indignación pero poca reflexión tuvimos con esta experiencia. Ojalá en algo haya cambiado la forma de pensar de algunos, allí empiezan los grandes movimientos, en la manera de pensar y de actuar. Texto publicado en el suplemento CAMPUS de Milenio Diario le jueves 1 de agosto de 2013.