jueves, 17 de abril de 2008

Lo ameno del análisis

En los estantes y referencias existen obras difíciles de ubicar por su variado perfil. Muchas veces ello se debe a que la pluma que les dio vida también luce en distintos reflectores, y en casi todos logra influir, o al menos que su voz sea escuchada y, sobre todo, respetada.

Tal es el caso de Paralelos y meridianos de Guillermo Sheridan (1950), obra que nos lleva de análisis en análisis de manera clara, acogedora, divertida, solidaria. Compañero de la lectura, el autor nos hace saber sus autores, sus artistas, su mundo en porciones indiferentes para que lo habitemos de a poco, con él. Y entrar juntos pues a esa “Locura en continuo estado de verbalización” como se refiere al Quijote.

Junto a la creación de Cervantes, Margit Frenk y Colón dan forma a los Remotos, sobre éste último viene el comentario: “La identidad latinoamericana aparece como un ente desconcertado que bebe ilustración francesa con boca indígena y semi-española; las herencias de la misión oficial española, la ‘verdadera religión’ y la lengua castellana se han convertido en vehículos para el envilecimiento”. La historia y su estudio como constante, cual fuerza creadora.

La sección de Artistas es inaugurada por Manuel Álvarez Bravo, cuyo trabajo a decir de Sheridan “sufre la paradoja de esos artistas cenitales que, a pesar de su longevidad, dejan una obra tan perfectamente acabada como inconclusa”. Quizá allí devenga ese ojo duradero del fotógrafo, esa óptica abierta y dispuesta a la acción. Abel Quezada y Ángel Zárraga son los otros invitados al festín. Zárraga, el mismo protagonista de la vida cultural mexicana, en cuyo trabajo obtuvo Sheridan el aprendizaje que requiere todo ser humano sobre la belleza y el arte, la elaboración escrupulosa de la obra, de la razón y su obra sumada al talento natural.

Borges es el primero de la lista de En prosa, pero esta vez es el Borges que va al cine, el que sabe “que uno de los más refinador placeres del cine consiste en ver mal cine y hablar de él, y suele echar mano de una ironía inencontrable en la crítica literaria, siempre reservada para el entusiasmo”. Le sigue Carlos Fuentes con Gringo vejo, que es a decir de Sheridan, “un recetario de identidad mexicana adquirido en el mercado de pulgas intelectual de la década de los cincuenta y de su traslado —autorizado por el ánimo pedagogizante que también caracterizó a la cultura ‘revolucionaria’— a la forma más accesible de la narrativa”. Siendo esta una de las características del también profesor de la Facultad de Filosofía y Letras, que combina la lucidez con lo lúdico, dando paso a la lectura suelta de una escritura bien lograda que ubica el pulso, lo mide, lo calibra y luego entonces, lo comparte, como buen maestro.

Alguien que también abanderó el tono de divertimento crítico fue Jorge Ibargüengoitia, de quien señala: “A diferencia de otras culturas en las que la risa, la sátira la ironía son un ingrediente necesario para el correcto funcionamiento de la cosa pública, en México podía ser un desacato, una irresponsabilidad o una enfermedad”. Para luego abundar, merece la pena leerlo in extenso: “¿Qué puede hacer el humor ante un estado de cosas si su propia capacidad de operar como un agente crítico es rebasada por la monstruosidad del objeto a criticar? La cultura humorística del país se halla tan subdesarrollada con la cultura crítica, y es igual de cautelosa, convenenciera y acomodaticia”

En este mismo apartado se da cita José Vasconcelos y sus ensayitos, visto así por el contraste de la grandeza, pues “Pocas veces un hombre creyó encarnar en tal medida una cultura, una manera de ser, de pensar y de sentir nacionales, y pocas también alguien ha pagado en forma la conciencia de que no había sido cierto”.

Por su parte, con Salvador Elizondo hace una pausa, y recuerda; pero es como si lo volviera a vivir, como si regresara (de hecho lo hace) a las páginas, a los párrafos exactos de Farebeuf, donde nace esa sensación del vértigo a punto de la caída, de la flama antes de la explosión, del adverbio colocado con alevosía y ventaja.

Después de andar en prosa se llega En verso, con el recientemente celebrado colombiano Álvaro Mutis como primer fichaje, y el mexicano José Luís Rivas poeta extenso de quien Sheridan escribe: “Frente a la poesía cerebral y especulativa, trizada e irónica de la urbe, Rivas se arriesga a hollar la materia prima de un lirismo febril”, y es que a su parecer, el autor de Raz de marea “ha precisado los contornos de su experiencia originaria a fuerza de preservarla dentro de sí y de ser el expedicionario de sí mismo; ha acudido, como pocos a las duermevela de la infancia porque ha logrado preservarla sin explotar a la memoria; conoce la barbarie hiperactiva del inconsciente porque ha desdeñado sus fáciles recompensas”.

La lista prosigue con Julio Trujillo, Genaro Estrada, el gordo, quien fue “más una vida que una obra” y Antonio Deltoro, poeta de alta factura, cuya “singular manera de percibir, un percibir bizarro, una imaginación impredecible”, sea a decir de Sheridan posiblemente lo mejor de él.

La sección final se titula Unos raros, y allí pasan lista José Moreno Villa, experto en la materia lingüística (“El país del lenguaje abunda de apartes y recodos y a nada le cuesta más trabajo reconocerse que a lo semejante”), Antonio Alatorre (“…la sabiduría literaria, esa luz inteligente que un buen crítico logra hacer vibrar sobre un escrito. Y otra fidelidad no menos relevante: la de obligar a nuestra responsabilidad a atarearse frente a aquello que sólo la literatura provoca, aquello que le es propio e incompatible”).

También aparecen Louis Panabière, Mariana Frenk-Westheim, Francisco Hinojosa (“El raro clásico es el que logra que su libertad funcione en la estrechez de los cánones”) y Hugo Hiriart, “un inquilino de su propio lenguaje. Se trata de uno de esos escritores aventureros en perpetuo sabático; no un colonizador, sino un barretero; no un comerciante, sino un gambusino solitario. Un personaje que suma a sus letras una presencia, una conversación y una leyenda en formidable armonía”.

Paralelos y meridianos es el conjunto bien labrado de ensayos que analizan y comparten, que sacrifican el tedio y ponen al servicio del conocimiento las herramientas de hechura, la porcelana ya abrillantada de los artistas que se comunican de una nueva forma a través de una mirada sagaz, pulcra, lúdica, contundente como la de Guillermo Sheridan. Si bien no libro de cabecera, seguro sí un libro referencial, que pone al ensayo de nueva cuenta como un arma de precisión cuando el resto de la mercancía literaria da tumbos a diestra y siniestra.

Guillermo Sheridan. Paralelos y meridianos, Pértiga (UNAM), México, 2007, pp. 284.
Publicado en Siempre¡ (2856) del 11 de marzo de 2008.

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