viernes, 12 de diciembre de 2008

La invasión de los garbanzos


Paciencia, perseverancia, puntualidad, prontitud. Valores que hablan por sí mismos de la persona que los enarbola. En los oficios y las profesiones también es así: la paciencia y la perseverancia se premian, un proverbio que suelen repetir quienes tienen experiencia. En la arena literaria de México los jóvenes escritores, aquellos nacidos en la década de los setenta, producen efectos que conducen a una cantidad desproporcionada de textos pero poca literatura de valía. Una vez más, hay que repetir aquello de que la cantidad no puede suplir a la calidad.

Dos son acaso las actitudes más notorias: por un lado la soberbia y por el otro las ganas de trascender de manera rápida. Muchos escritores se sienten hechos y tocados por la mano de un ser superior, no oyen consejos de mentores, de hecho, a veces niegan a sus maestros, los desconocen o anuncian a los cuatro vientos que su hechura es cosa propia, lo cual tristemente se refleja en sus textos, sin guía, sin ideas, sin rigor.

Asombra ver la falta de autocrítica, pues todas las fuerzas se hallan enfocadas hacia otro rumbo: apurados y ansiosos, se afanan en coloquios, charlas, presentaciones, cenas, desayunos, comidas, reuniones y la vida social en general, muy lejos de la reflexión personal. Cuidan y pulen más las relaciones públicas que sus escritos, por lo común olfateando algún patrocinio, que se traduce en becas o comisiones en el gobierno local o federal.

Codician la luz de los reflectores, ver sus nombres en todas las revistas conocidas o no. Armando González Torres, autor de Teoría de la afrenta, hace un par de señalamientos en su texto “De inhibiciones”, (revista Crítica, junio-julio 2008): “La inhibición no es una actitud grata en un mercado cultural donde lo importante para el autor no es sólo la calidad de lo que escribe sino su productividad, aptitud capaz de traducirse en presencia constante en las listas de novedades, medios de comunicación y familiaridad con los lectores”.

Aquí surge el segundo punto, las ganas de trascender de manera inmediata pero con pocos argumentos. Hay casos donde con una sola obra publicada pero, eso sí, con una cantidad de inéditos sorprendente (aprovechando las nuevas tecnologías como blogger, hi5, facebook y wikipedia) pretenden reclamar la atención y el reconocimiento del gremio entero. En “Un montón de lápices chatos” (El Ángel, 22 de junio) Rafael Lemus afirma: “Basta asomarse a la mesa de novedades de cualquier librería para descubrir, entre bostezos, una nutrida pila de basura y excremento”. Tiene razón, falta de cuidado en obras, pobreza en el lenguaje, carencia de recursos estilísticos, incluso problemas con las tramas y los esquemas conceptuales son sólo algunas de las características que pueden destacarse.

Con un libro en el currículo cualquiera piensa que ya tiene lo necesario para cosechar honores. Existe un exceso de premios literarios en nuestro país, donde es posible participar en varios al mismo tiempo, con conocidos o amigos en el jurado que van a facilitar la lectura final. Con poca obra y menos trabajo, reclaman títulos nobiliarios, se dan el lujo de preparar antologías, selecciones de lo mejor, lo más representativo, obviamente lo hecho por ellos y sus cuates o lo poco que conocen, ya que todo lo demás es silencio, simplemente no existe. Uno de los casos más recientes es Grandes hits, vol. 1. Nueva generación de narradores mexicanos (Almadía, 2008), donde el compilador, Tryno Maldonado, eligió a quienes a su insondable parecer son representantes de un espacio temporal en las letras mexicanas.

El resultado está a la vista, más allá de quienes aparecen o no en la obra (algunos autores consolidados y de los que se esperaría mejores resultados), es inevitable distinguir al amigo, la ex novia, el actual jefe, entre otros, en un conjunto del que se habla más a su alrededor que por su contenido. Es un fenómeno que repercute de manera constante, autores quienes hablan más de ellos y su obra que su obra de sí mismos, lo cual es ya un tropiezo. Bien dice Geney Beltrán en “No narrarás” (Nexos, julio 2008): “En este escenario, numerosos escritores se decantan por la redacción de libros sin consistencia artística, novelas ligeras que se leen como quien toma un vaso de agua y nada pasa”. Carencia de contenidos que tiene explicación en muchas vertientes, pero es un fenómeno que se repite, por desgracia; también Lemus lo señala: “De pronto, ante la mayoría de los libros, meras mercancías, no es ya necesaria aquella lectura lenta y concentrada a que nos obligaban las obras modernas. Apenas si es necesaria, de hecho, la lectura: una rápida hojeada es muchas veces suficiente”.

Se trata de una constante en las nuevas generaciones de escritores mexicanos, el poco espacio para la autocrítica, con nulo análisis sobre los tiempos modernos, con una pérdida de piso al ser ganadores de un premio no importa cómo se llame. Si se sigue por este camino el único horizonte que es posible avizorar es una literatura, como bien apunta Alfonso Reyes en El Deslinde, únicamente en el sentido técnico de la palabra.

Texto aparecido en la Revista Replicante.

No hay comentarios: