domingo, 1 de abril de 2012

La nostalgia del Atari y los GI Joe

Tenía 23 años, estaba por salir de la universidad y ya me preguntaba qué hacer con mis juguetes y los gadgets de mi infancia y adolescencia. Sí, esos mismos que teníamos la mayoría de los que vimos en los años ochenta el avance tecnológico y el entretenimiento que personificaban el Atari, el walkman, la colección de G.I. Joe o los PlayMobil (imagino que en el caso de las chicas eran las Barbies), así como las revistas de superhéroes, por citar los ejemplos más comunes.

En la secundaria mis mejores amigos iban a casa y ponían sus casetes con música que luego supe se llamaba rock urbano (como hasta la fecha), y conocí a esos grupos con nombres mezclados y canciones que repiten un estribillo que a la fecha escucho y, sin proponérmelo, acabo tarareando.

Les ponían una etiqueta con el nombre del grupo o las canciones que incluían, y ese mismo lo llevaban y traían cada día, por supuesto que variaban, algunos me los regalaron, otros los fui adquiriendo. Juntos dimos el salto a los discos compactos, y de nueva cuenta el rito del estuche con el nombre para identificarlo. Hasta allí todo bien.

La nostalgia vino después.

Una llamada puede cambiarlo todo. Esa plática tan breve y tan temida por muchos. Ya lo había escuchado en algunas charlas de bares y de otros colegas un poco mayores que yo, pero como todos, pensé que “a mí no me pasaría”.

Sin embargó, me sucedió. La voz de mi madre lo dijo todo: “necesito que desocupes unas cajas de la casa”. Luego de las preguntas y saludos de rutina colgó y el eco en el celular permaneció.

Fui a casa, no sé si otros integrantes de mi generación estaban preparados para tales circunstancias pero yo al menos no. Abrí las cajas polvosas y por supuesto que miré con cuidado y cierto romanticismo su contenido, a esas alturas lo de menos eran esos estuches al igual que la música que resguardaban cual centinelas esos casetes y CD’s. Más allá de los ritmos y sus recuerdos es una parte de la historia propia la que allí se almacena.

Todo cabe en un usb

Ahora, en la era digital, todo cabe en una usb sabiéndolo acomodar. Los gustos musicales fueron variando, como otras actividades, y la misma caja me lo hizo saber. Saqué el viejo Atari, que siendo francos quien más lo disfrutó fue mi hermano, así como el Nintendo, pensé que en alguna vida nos encontraríamos a Pacman o a Mario Bros. (aunque mil veces hubiera preferido encontrarme con Chun-Li, la de Street Fighter II, sobre todo cuando le hicieron su película y la protagonizó Kristin Kreuk, a quien se pudo ver también en la serie de televisión Smallville).

Y justo como en escena de Toy Story ahora debo dejar libre este espacio. Pienso que la basura no debe ser el mejor destino para el vetusto walkman que tanto le pedí a mi papá me comprara y que ahora no vale mucho pues no llega a antigüedad. Sin embargo dudo que alguien lo quiera y seguro que donde ahora vivo irá a otra caja.

Inevitable recordar que en la preparatoria los gustos musicales y mis nuevos amigos me llevaron a escuchar música pop y en inglés, esa que cantas sin saber lo que dice, que pronuncias mal pero a todo volumen nadie lo percibe, que le regalaba a las compañeras para quedar bien y ellas escuchaban ya en un Discman.

En la Universidad los ritmos musicales de nueva cuenta cambiaron, igual que los gadgets. En esa época tuve mi primera computadora, y adquirí mis primeros libros. Era más sonoro que visual. Hablando de gadgets, recuerdo que una vez llevé un balero a la Facultad y fue la sensación, organizamos un torneo que terminó pasadas las once de la noche, para algunos fue toda una novedad, nunca habían visto uno, para otros fue confirmar que la madera sigue siendo un elemento digno del entretenimiento.

Pero todo esto viene a colación por la caja que debo llevarme de la casa de mis papás y no sé qué hacer con ella. Dónde poner tantos casetes, tantos CD’s, algunos que sinceramente ya no quiero tener. Quizá deba pertenecer (aunque creo que me tocará fundar y eso complica un poco la agenda) una tribu urbana que se identifique por esta característica u ocupación de vaciar cajas añejas.

Hace poco mi mejor amigo puso en su face que quería deshacerse de su colección de figuras de StarWars, imposible no identificarme (por la acción, la película nunca fue mi favorita y me generó algunas diferencias con amistades sinceras). Ello en el marco de su reciente mudanza, ahora él vivirá con su esposa, aun sin hijos, dando el paso de un departamento a una casa, razón suficiente para que no lleguen todos los elementos de la historia pasada. Digamos pues, otra caja que vaciar y otra nostalgia que añorar.

Quizá no ser el único en esa circunstancia ayude a la decisión, pero es sincera mi preocupación, desconozco dónde poner lo que hay en la caja, pues a final de cuentas, apelando a la tolerancia, a la diversidad, y la mera verdad, ya no quiero llevar todo conmigo. Que comiencen nuevos recuerdos y otras músicas.

Texto aparecido en el suplemento CAMPUS Milenio el jueves 29 de marzo de 2012

No hay comentarios: