jueves, 1 de agosto de 2013

Las muchas indignaciones

Las redes sociales tuvieron otro momento álgido en días recientes cuando circuló (y llegó a medios tradicionales) un video donde se ve claramente que dos inspectores del municipio de Centro, cuya cabecera es Villahermosa, en el sureño estado de Tabasco, hacen que un niño que labora como vendedor ambulante, tire su mercancía al suelo entre sollozos. Los comentarios sobre el inspector Juan Diego López Jiménez a estas alturas son por demás conocidos. Pero pareciera que la indignación de las masas está mal dirigida, pues fue mayor la molestia por el racismo y aires de superioridad del empleado de gobierno municipal, con todo lo que conlleva ese hecho, que la indignación porque un niño de 8 años tenga que trabajar. A ciencia cierta las lágrimas que presenciamos a través de la pantalla, nos dicen que el niño fue lastimado, pero no debemos descartar que su llanto también se pudo deber al miedo que le representaba al pobre infante regresar con quien maneja el negocio y decirle que su mercancía le fue robada (como con los cigarros claramente robados), y entonces el regaño o incluso maltrato físico del verdadero dueño de la canasta era una de las fuentes de origen de esas lágrimas. Nos indigna de hecho que un inspector, como cualquier servidor público de todo nivel, robe o despoje de un producto que vende el niño, pero pareciera que no nos indigna como sociedad en esa misma medida que el infante y otros de su tipo tengan la necesidad de salir al peligro de las calles para buscar un sustento. La historias tienden a aderezarse conforme se van contando, por eso en días posteriores ya se conocía el nombre y origen del infante: Feliciano Díaz (aunque antes se dijo que su nombre era Manuel) de Chiapas, incluso su pertenencia al grupo étnico de los tzotziles, pero más allá, para calmar a la hambrienta causa de la justicia social que gritaba en redes sociales y ya también en medios tradicionales, se nos dijo que el niño trabajaba para pagar sus útiles escolares. Un guión de telenovela pues. Más allá de si es verdad o no esa afirmación es precisa y necesaria la pausa para saber cómo es que llegamos a este momento (este sí indignante) donde una familia tenga la necesidad de que un niño de 8 años salga a trabajar. Y cómo unas autoridades de gobierno le pongan trabas a un niño que desconoce sus derechos, y cómo una sociedad se indigna no porque esto pase, sino porque un empleado de gobierno con criterio del tamaño de un chorlito, simplemente provoque las lágrimas que a todo México le hicieron indignarse, pero no reflexionar, he ahí la diferencia. El guión sigue, aparece el gobernador de Tabasco y señala que además de ayuda psicológica el ahora ya famoso niño Manuel (o Feliciano) recibirá una beca escolar (no se sabe cómo se le hará llegar si es que vive en otra entidad federativa). Buenos reflejos, pero por qué no aprovechando la circunstancia el mismo mandatario ordena levantar un censo, sin importar las siglas o colores del gobierno estatal, de los niños que trabajan en la capital de su estado y les ofrece una beca a todos y cada uno de ellos, ¿o necesitamos la existencia de otros videos para responder a la circunstancia? A esto debemos sumar el comportamiento de la otra inspectora que ya tuvo su castigo administrativo, una persona de nombre Carmen Torres Díaz cuyo silencio cómplice también daña, y también se puede tomar como un reflejo de muchos que ven atropellos y prefieren hacerse a un lado, evitar participar, el cómodo “yo no vi nada”, que también fragmenta a la sociedad mexicana. Mucha indignación pero poca reflexión tuvimos con esta experiencia. Ojalá en algo haya cambiado la forma de pensar de algunos, allí empiezan los grandes movimientos, en la manera de pensar y de actuar. Texto publicado en el suplemento CAMPUS de Milenio Diario le jueves 1 de agosto de 2013.

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