lunes, 16 de septiembre de 2013

El Pacifista

Nacido en Irlanda en 1971 John Boyne quizá sea un nombre poco conocido a simple vista, pero cuando se descubre que fue él quien escribió El niño con el pijama a rayas (que llevara a la gran pantalla Mark Herman) se nos hace menos lejano. Esta vez el oriundo de Dublín nos entrega El pacifista, una novela con buena hechura, ritmo y personajes entrañables. El autor nos lleva a las diferentes edades del protagonista, y nos cuenta, o mejor dicho, hace que Tristan Sadler nos narre su vida desde que salió de casa para alistarse en el servicio militar (mintiendo porque sólo tenía diecisiete años) hasta el momento en que decide quitarse la vida. Sadler se convierte en una figura entrañable por momentos, desesperante por otros. De su niñez sabemos lo mínimo, pero eso poco es clave para entender su forma de actuar, por ejemplo, la frase que le dice su padre antes de alistarse en las fuerzas armadas: “Lo mejor para todos será que los alemanes te mataran de un tiro nada más verte”. Ese trato lejano y frío de su padre tiene otro momento alto cuando, al terminar la guerra y Tristán regresa a casa, se entera de la muerte de su hermana sucedida muchos meses atrás, su padre de nuevo le dice: “La verdad, Tristán —me dijo haciéndome salir a la calle otra vez—, es que tú ya no eras su hermano, como tampoco eres mi hijo. Ésta no es tu familia. No tienes nada que hacer aquí, ya no”. Y es que el padre conocía y reprobaba algunas actitudes de su hijo, sobre todo en las relativas a las relaciones de pareja. Pero ese detalle a Tristán lo impulsaba a seguir con su vida. Alistado ya en las filas del ejército conoció a Will Bancroft por quien de inmediato sintió admiración, afecto y cariño. Él lo tenía como su cómplice, tocó en suerte que compartieran dormitorio en los días de preparación. En esas horas intensas de preparación, Will y Tristan platicaban de muchas cosas, aunque inteligentemente se reservaban otras. Ambos fueron testigos de cómo el Sargento Clayton a cargo del grupo estaba obsesionado con la guerra y odiaba a quienes no opinaban como él, tal era el caso del soldado Wolf, un pluma blanca declarado desde el inicio, esos que no están de acuerdo con el uso de las armas, con matar a los demás, pero están en el campo de batalla. Las jornadas se volvían una atracción para ver cómo el sargento Clayton hacía los días difíciles a Wolf, pero éste siempre aguantó todo, hasta un día antes de partir al verdadero campo de batalla cuando misteriosamente desapareció, siendo la primera baja del batallón. El de­tonante del recuerdo es el mismo Tristan quien decide, acabada la guerra, ir a donde vivía Will y devolverle a Marian Bancroft las cartas que su hermano le escribió. Allí viene esa nostalgia, ese cambio de ritmo que nos hace ver al Tristan enamorado, al que pierde los estribos por los celos, por la presión, por lo que vivió entre amenazas, muerte, reclamos. El momento del frenesí lo plasmó de buena forma: “Entonces recorre mi cuerpo de arriba abajo, acariciándome por entero, y esta vez me obligo a no escuchar la voz en mi cabeza que me dice que no son más que unos minutos de placer a cambio de quién sabe cuánto tiempo de antipatía por su parte, porque no importa; al menos durante estos pocos minutos podré creer que ya no estamos en guerra”. Ese es el Tristan que veía a Will como su todo, al parecer sólo fue una noche en que unieron sus cuerpos en los días de entrenamiento, pero nunca pudo borrarlo de su mente. La obsesión de Tristan por Will se volvió a su vez una lucha interna, se molestaba cuando se alejaba, en la guerra por días no sabía de él y le preocupaba, hasta que Tristan es herido y permanece varias jornadas en el hospital. Al recuperarse, de forma sobresaliente a decir de los médicos, Tristán tiene una pausa para pensar en los caídos de su batallón, en las figuras que han aparecido en estas jornadas, en Will y su amor por él, en que es momento de dejar la batalla, pero esto último no puede hacerlo, el sargento Clayton lo obliga a regresar. Cuando se encuentra a Will de nuevo, se entera de que éste ha sido confinado al calabozo, etiquetado como un pluma blanca. Sabe allí Tristan que no le quedan muchas esperanzas a quien mira con ojos de amor, pero más allá de eso, Will impulsado por el hartazgo le echa en cara a Tristan cosas que éste no esperaba, palabras que marcarán el fin de la relación. La forma en que Will murió es narrada por Tristan a Marian. La forma en que Boyne nos narra el fin de la historia es un buen guiño, con un personaje ya mayor, afamado escritor de libros, lleno de fama y fortuna pero vacío de amor. Quizás allí estuvo la mayor virtud de su inteligencia, salir bien librado siempre, quizás allí también estuvo la mayor pifia de su batalla: quedarse solo. El pacifista es una obra que habla del amor y de la guerra, de las consecuencias de los celos, de las relaciones familiares y filiales, y de que no es necesario estar en el campo de batalla para librar las luchas contra uno mismo. John Boyne, El pacifista. Ediciones Salamandra (Traducción de Patricia Antón), España, 2013; 284 pp. Texto aparecido en la Revista Siempre¡ del domingo 15 de septiembre de 2013.

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