lunes, 30 de septiembre de 2013

La gran Marivián

Antíbula es el escenario a donde ahora nos lleva la pluma de Fernando Aramburu (España, 1959), y Marivián es la protagonista y el alma de la historia. Todo gira alrededor de ella, un territorio donde el gobierno lo ejerce el partido colectivista, al más puro estilo de premiar a los suyos, mantener a raya a los adversarios y dar sólo lo necesario para que la gente no proteste. O al menos es lo que suponemos a través de la historia que nos va narrando un periodista que ha sido despedido por una causa menor, pero se toma como el detonante para que su olfato periodístico navegue entre las más diversas entrevistas, encuentros, viajes al pasado con tal de saber un poco más de Marivián. Empecemos de atrás para adelante. Ella muere faltando trece días para cumplir cuarenta años. El cortejo fue de lujo, con ceremonia oficial, las clásicas esquelas, los discursos de mayor aplomo, nada extraordinario para como la tenía acostumbrada el establishment, pero pocos, muy pocos gozaban de esos beneficios. Su nombre real era Acfia Fenelina Benjamel, pero el mundo la llamó siempre Marivián, la bautizó así quien fuera su maestra y gran influencia, Sera Behe. “Lo he dicho siempre que me lo han preguntado. Yo he tenido desde el principio de mi carrera tres maestros esenciales: la profesora Behe, el director Amel y el Teatro Bolshói de Moscú”, esto es declaraciones reveladas a la Revisa de Actualidad y Espectáculos, cuya revisión hemerográfica estuvo a cargo del periodista despedido. La belleza de Marivián no aceptaba comparativos, la destreza de Aramburu para plasmarlo en su narrativa merece la cita: “La naturaleza había dotado a Acfia Fenelina de unos pechos erguidos de dimensiones generosas, con unos pezones oscuros y redondos que se le marcaban en la blusa, por lo que, en épocas de ropa ligera, cuando iba por la calle dejaba de costumbre tras de sí un reguero de caras risueñas y ceños reprobatorios”. Bien a bien ella era un producto más que una persona, el sistema la trató siempre con los destellos de estrella que decía ser y así se sentía, ni impuestos, ni filas, ni trámites engorrosos, todo llegaba a su domicilio, hasta las identificaciones que la acreditaban como miembro del partido oficial. Su primera actuación pública fue en Coliseo Nacional, donde presentaron la ópera Aida de Guiseppe Verdi, allí se las ingenió para que un reseñista la hiciera sobresalir, el texto signó: “una obrilla tan abstrusa como intrascendente, que nada aporta al pueblo y de la cual lo único que se nos ocurre resaltar son las piernas de la hermosa actriz que hacía de criada”. La trama nos lleva al primer matrimonio de Marivián con Mlaco Derf y la vida de padecimientos que sufrió. Buena parte de la intriga se sostiene gracias a la variedad y al ritmo narrativo que se alterna entre recortes periodísticos y varios personajes, por ejemplo Mel Amel, el director que tuvo a bien llevarla a la pantalla grande, él la describe como “una mujer vacía. Estaba hueca por dentro. Como lo oyes. Era aire rodeado de piel”. Fueron en total siete largometrajes los que realizó Marivián, y al menos dos matrimonios, el segundo con Bolsio Demonce, a quien le reiteraba su amor incondicional luego de que él falleciera, decía: “Yo a Bolsio, mientras me dure la vida, lo llevaré conmigo dentro de mi corazón”, también en declaraciones a la Revista de Actualidad y Espectáculos. El amor es uno de los hilos que no podía faltar en la vida del personaje, pero ser amante de ella era firmar la responsiva de suicidio, porque era vigilada por todos, una gracia de superestrella que bajaba de las nubes sólo para ser pisoteada, esa vida fugaz que brinda la belleza del momento, porque terminada la física entonces se derrumbaba todo, tal como lo confesó Lurbia Duendud quien en una visita a la estrella le contó que “toda la noticia consiste en una patraña urdida por el Gobierno”. Marivián es un personaje en busca de autor, fuerte, amoroso, con mucha gracia, nacida de la pluma de alguien que nos hace enamorarnos de ella a partir de su sufrimiento y luego acompañarla en las bondades de su vida, ya sea sexual, ya con premios y regalos al por mayor. En el más puro estilo de Aramburu, acostumbrados como nos tiene a que sus personajes sobreviven de los zulos luego de ser capturados por integrantes de la ETA, ahora es Marivián quien de a poco se extingue en el mismo dolor, en el mismo desgaste de todo ser humano que se siente vigilado todo el tiempo. Con un gran ritmo y una riqueza de voces narrativas, el guiño del periodista no pasa inadvertido, Fernando Aramburu nos regala en La gran Marivián un pretexto para darnos cuenta de que toda la belleza puede extinguirse en un solo momento y que es mejor disfrutar de las cosas buenas que nos presenta la vida. Fernando Aramburu, La gran Marivián. Tusquets, México, 2013; 280 pp. Texto aparecido en la Revista Siempre¡ del domingo 29 de septiembre de 2013.

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