martes, 30 de marzo de 2010

De la vida retirada

El dolor se puede traducir en música. Instrumentos que participan en la melancolía son palabras en tránsito de un acontecer menos caótico hacia la vereda que remite a la pausa más deseada, todo ello para saborear, aunque sea por un instante, la frágil sensación de la vida misma.

César Arístides (Ciudad de México, 1967) lo sabe de primera mano, lo palpa en los versos de De la vida retirada, poemario con fortaleza entrelazada, cada una de las secciones tiene el peso idóneo que desestabiliza la balanza que duda al dictar veredicto.

“La anunciación”, “El hundimiento” y “La buenaventura”, guardan unidad gracias a la sensibilidad y al lenguaje decido, el mismo que llama la atención a veces por propio en otras por repulsivo. Movimiento y emoción, coraje en forma de idea, insulto que de nuevo está en camino de destinatario.

El primer reflejo es un llamado a la duda (“qué hará tu sombra en ese instante/ dónde se entibiarán tus manos estropeadas”), para más tarde cercar la santidad estropeada: (“la santa misa y el puto día del juicio final/ Señor lejano y misericordioso”), y llegar al recuerdo del abandono en primera persona: “despierto jalonado por la hilaridad y el frío/ entumido por el sol que dibuja las ausencias/ asumo la intensidad de tu recuerdo/ al borde de tu risa despeñada”.

Por su parte, “El hundimiento” es una sección que por instantes recuerda la compilación Bestiario inmediato (Ediciones Coyoacán, 2000), con la referencia de animales que conforman la escenografía, con elementos que hacen de la naturaleza un actor decidido que le da un aire diferente a los versos.

Y si bien en aquél Arístides sólo publicó suyos dos o tres poemas, la estructura y la idea son un tema que le ha sido inherente desde hace años, por eso no extraña que lo retome ahora en su reciente cita literaria, la cual incluye por supuesto la realidad que sólo percibe el sensible deleite que procura el que mira detenidamente al infinito: “el desaliento resbala/ y mis dedos dibujan en el polvo la caída”.

Al final “La buenaventura” resulta ser ese sanatorio en forma de fotografía, donde un segundo se detiene todo y queda atrapado el dolor, como el remordimiento a veces físico y en otras moral (“los recuerdos en el suelo quebrados por el frío/ abro un libro viejo y las palabras me desprecian”), es el esfuerzo psiquiátrico de la consulta, del medicamento que espera entrar a la escena para darle vigor a un cuerpo.

César Arístides es un poeta con hechura y trabajo, lo demuestra al manejar las formas puras de la rima como el endecasílabo, incluso en su ejemplar anterior, Labios del abismo y la fractura (Conaculta, 2007) dedica un apartado “Fervores y elegías” para acuñar esta disciplina que luce; igual que su manejo en los sonidos y pausas del verso libre, con un enfrentamiento con los signos de puntuación donde el poeta resulta el triunfador.

No hay nada seguro en los gustos, subjetivos como son, los parámetros con los que se lea De la vida retirada pueden ser dispares, pero en lo que sí coincidirán es que provoca, intriga, contagia, y sabe que de su oficio se pueden generar nuevas emociones.


César Arístides. De la vida retirada, Agrupación para las Bellas Artes, México, 2009, pp. 104.

Texto aparecido en la Revista Siempre¡ de esta semana.

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