miércoles, 10 de marzo de 2010

Secuestrados

Es sin duda el temor más grande que se siente en toda la sociedad mexicana, ya no importa la clase social ni los dígitos en la cuenta bancaria, el secuestro es una marca que nubla el tránsito diario de los habitantes de este país. Un virus que recorre cada arteria y que día a día se lee, escucha, mira.
El periodista da cuenta de lo ocurrido, se acerca al hecho y cuando puede a los protagonistas, pero llega el momento en que también es noticia, y cuenta lo que ocurre en primera persona. Tal es el caso de Julio Scherer García, quien en su más reciente entrega Secuestrados abre con lo que sólo sus allegados tuvieron noticia.
Esa madrugada de julio de 1998 fue secuestrado su hijo Julio Scherer Ibarra, y una llamada cambió la perspectiva de la vida. El precio por la libertad era de trescientos mil pesos, y estaba naciendo un sábado; por ello su otro hijo Pedro (quien se hizo cargo de toda la negociación y luego fue quien entregó el dinero y recogió a su hermano ya liberado) y el periodista sólo reunieron cuatro mil pesos en su casa. El teléfono fue la respuesta ante la desesperación.
Recuerda crudamente cómo “me sentía desplazado, inútil, y vi claro que la impotencia quiebra el carácter y lesiona a la persona. Sin culpa, me sabía pequeño y la náusea me invadía”. Las demostraciones de afecto materializadas en dinero empezaron a llegar a su casa, en poco tiempo, con mucho esfuerzo, se integró la cantidad debida. Se hizo todo como lo pidieron los secuestradores. La libertad se transformó una vez más en abrazo fraterno a las pocas horas.
Hasta que lo vivió supo de lo que hablaban algunos de sus entrevistados: “El sadismo es el mal, había aprendido en los libros. Ahora lo padecía en mí mismo. Los secuestradores gobernaban el juego del poder, absoluto en su circunstancia: ‘Me escuchas cuando te lo ordene y te callas cuando me dé la gana. Eres nada’”.
Seguido de este capítulo visto desde el ángulo paterno, recrea el propio en el colindante Guatemala (luego de no hallar vuelo desde El Salvador hacia México y trasladarse en carretera), donde un comandante lo reconoció como periodista internacional y lo dejó en libertad, luego de haber sido retenido por uniformados que tenían en mente acabar con su existencia a la brevedad.
Los siguientes capítulos son breves estampas de las muchas que por desgracia ya ha captado la lente del secuestro tanto en Latinoamérica como en México. Personas y familias enteras que en un momento de un mal día cambia su vida, huyen de la desgracia, o al menos lo intentan porque saben que “en los ojos que miran y se saben mirados suele encontrase el incierto temor de una delación”.
Los índices no mienten, y pese a que no todos los casos llegan a ser un expediente, la creciente industria del secuestro pone a temblar a quien escribe y a quien lee. El análisis puntual del periodista lo señala así: “Es terrible mirar cómo nos vamos pareciendo a la Colombia de las peores épocas, las de la incorporación de los niños a delitos como el robo, el chantaje y el secuestro, sin pasar por alto a los pequeños sicarios, aquellos que asesinaban por encargo a cambio de unos dólares”. Y es que el problema se está dando en las ciudades mexicanas.
No todos los esfuerzos tienen finales felices, las organizaciones criminales tienen en sus filas a gente de pocos escrúpulos, atrevidos y desgarrados. Tal es el caso de quienes mutilan dedos, orejas y otras partes del cuerpo de la persona secuestrada para hacérsela llegar a su familia y decirle que es en serio, que no se tocarán el corazón si no reciben lo pactado.
Incluso los desenlaces dulces tampoco dejan muy satisfechos a muchos, el testimonio de un comandante de la policía es único: “A mí me ha tocado vivir cosas como éstas: me abraza un señor, siento la contención del papá cuando rescato a su hijo sin un dedo y le digo: ‘Aquí está, jefe, no completo’. Y el señor me abraza con una emoción, con un sentimiento ahogado, con un llanto que quiere reprimir por su condición de padre. Eso me conmueve, me compensa de muchos sufrimientos, sacrificios que yo hago con mi familia. Para eso me pagan, ésa es mi pasión, lo sé”.
Secuestrados es un libro que duele a cada página por la impotencia, que sabe de su utilidad, de su necesidad y el cual no desea tener segundas partes. En él pasa lista de algunas de las bandas como la del Mochaorejas, de los Montante, de Carlos, o del Coronel. Secuestrados no debe tener secuelas, Julio Scherer García tenía la necesidad y el deber periodístico de escribirlo, lo ha hecho a su estilo personal y profesional, se nota el balance de su pluma y el grosor de sus calificativos. Volumen de novedad por el tema, el valor periodístico hará que perdure más allá de las modas.


Julio Scherer García, Secuestrados. Grijalbo, México, 2009; 175pp.

Texto aparecido en al revista Siempre¡ de esta semana.

No hay comentarios: