domingo, 4 de septiembre de 2011

La sangre erguida

Enrique Serna es de los escritores más originales y emblemáticos de la literatura mexicana desde hace años. Su prosa atrapa, contagia con buen ánimo, con sentido del humor, con trama bien atada con nudos sólidos, y sobre todo, con personajes que se transforman en memorables.

En esta ocasión Enrique Serna (Ciudad de México, 1959) llega con La sangre erguida, un cántico a la sexualidad, un tratado del viagra en esta época, conformada por tres historias que se enlazan de maneras naturales en una escenografía que eligió Barcelona porque allí, caminando por Las Ramblas todo puede pasar.

Ferrán Millares, 47 años, es un solitario que desde su primer intento de relación sexual quedó marcado por la poca funcionabilidad de su miembro. Desde una cárcel en el viejo continente narra su pasado: “Yo no tengo atenuantes ni disculpas: soy el único arquitecto de mi desgracia íntima de un cobarde que nunca tuvo agallas para batirse a duelo con sus complejos”.

Aunque también se da tiempo para la filosofía: “Supongo que el sexo, en condiciones ideales, debe ser un alegre abandono a los caprichos voluptuosos del inconsciente”. Ferrán descubre gracias a una madura compañera indirecta de trabajo que todavía puede ejercer como hombre.

Sin embargo sólo es gracias a la ayuda de la pastilla azul como puede tener erecciones, y gracias a la buena combinación de su galanura con su facilidad de palabra seductora y una excelente administración del medicamento consigue triunfos que de otra manera sólo en sueños hubiera visto.

Ligar ya era parte de su manera de ser, tenía el poder que quería, incluso se lió con la esposa de uno de los más importantes accionistas de la empresa donde laboraba, lo cual al inicio le llevó a recibir premios como un lujoso automóvil en compensación a su esfuerzo físico; además se dio tiempo de fraguar venganza de aquella mujer que le paralizó la hombría cuando eran jóvenes.

Quién le vendía el producto era Bulmaro, un veracruzano que tenía una familia y era dueño de un taller mecánico, pero que dejó todo por Romelia, una cantante centroamericana que de gira por el puerto flechó a quien le puso casa y lo que tenía de ahorros a su disposición para alcanzar su sueño de ser cantante, pasos que los llevaron a Cataluña.

Allá, Bulmaro no tenía le dinero suficiente para montar un negocio y mientras estaba en casa realizaba todas las tareas que en su anterior hogar nunca realizó: limpiar, lavar, guisar, entre otras, perdiendo de a poco su voluntad. Lo dominaba su profundo deseo sexual por esa mujer que con un solo roce le hacía vibrar.

Romelia se la pasaba en la mañana durmiendo, para posteriormente hacer algo de ejercicio e ir trabajar en un bar donde cantaba con un grupo musical, lugar hasta al que un día llegó un supuesto productor que le haría su sueño realidad, despertando los más altos celos de Bulmaro, pero no ejercía mayor presión por temor a que lo dejara, aunque cuando él tomó la decisión, ella lo controló de inmediato y con los mimos sexuales lo tenía más que a la mano.

El negocio de la venta ilegal de viagra tenía sus riesgos y el peso de la ley le cayó encima al chino que le vendía el producto a Bulmaro y luego a éste después de tomarle la medida varios días. Ya lo venían siguiendo, incluso se tuvo que refugiar sin pedir permiso en la casa de Juan Luis.

Argentino, estrella del cine porno, aunque ya en la etapa final de su carrera, Juan Luis Kerlow llegó a Barcelona porque un productor lo quería en sus filas como actor exclusivo y además le publicarían sus memorias. Desde los diez años tuvo el poder Juan Luis de manejar con la mente sus erecciones, dando placer a las cientos de mujeres con las que se había acostado ya sea por trabajo o por placer.

Consejos de un actor porno como “El sueño dorado de toda mujer era alzar la varita del mago con el magnetismo de su belleza”, dejan ver algunas de sus páginas, que primero fueron tecleadas por un fantasma, aunque luego cobraron vida de su puño y letra, así como también cobró vida su miembro al verse enamorado de una chica sencilla en un contexto de lo más casual.

Luego de ese encuentro su vida profesional sufrió las consecuencias de la realidad, no pudo tener erecciones en sus filmaciones, y ¿de qué sirve un actor de cine pornográfico si no puede tener el miembro erguido?, si no es para blanco de críticas y burlas, que fue precisamente lo que le sucedió a Juan Luis. Al notar su cambio físico, decidió darle cause al amor y dejar de lado todo, arreglando lo posible para no dejar tirada la película.

La relación de Juan Luis con Bulmaro se debía a sus respectivas parejas, quienes iban juntas a hacer ejercicio y, posteriormente el actor le iba a facilitar el recurso económico a Bulmaro para montar su taller mecánico en Barcelona, pero todo se derrumbó inmediatamente después de la boda de Juan Luis con Laia al enterarse ésta de la profesión que ejercía su ahora esposo.

Con un ritmo ascendente, con capítulos redondos que van haciendo de la trama interesante cuál ágil, y con finales que pueden parecer predecibles pero no dejan de sorprender, La sangre erguida de Enrique Serna comprueba la hechura de una novela que atrapa, que habla de las cosas reales, que tiende a hacer partícipe al lector y andar por esas calles o esos bares de España. Y que lleva en el lenguaje a un partícipe más de la trama.

Enrique Serna, La sangre erguida. Seix Barral, México, 326 pp.

Texto aparecido en la Revista Siempre¡

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