jueves, 18 de agosto de 2011

¿Y usted de qué se queja?

La pregunta tiene sentido, pues no es un reclamo. Es una simple cuestión y en ese tono debe leerse. ¿Usted de qué se queja hoy? Ello inspirado en que pareciera que en la sociedad contemporánea se respira un ambiente de reclamo, que inicia a veces desde lo que pareciera más pequeño.

Si bien en cuanto a gustos contamos ya sea con un equipo favorito, o alguna película de moda de la cual en las reuniones cotidianas hablamos, todo hace indicar que la modernidad exige la pertenencia de una queja para formar parte de los diferentes círculos sociales.

La queja la escuchamos en todos los niveles socioeconómicos, es como un requisito para ingresar a las diferentes dinámicas grupales: quienes se quejan del jefe, del vecino, quienes tienen un listado de puntos en contra de un profesor, las de la ex pareja o, más aún, la de la familia de la ex pareja. O las ya tan gastadas contra los gobernantes. Como sea, el caso es que vivimos con la queja de cada día, aunque esto a veces no sea del todo cierto.

Me refiero a que a veces mentimos en nuestras quejas o las exageramos por quedar bien, por no estar apartados, por estar in y no out de la discusión. Hoy, incluso, es tan común, que buscamos en los recovecos de mayor agrado para encontrar la queja a un hecho que tal vez no lo ameritaba, y es que si se habla bien al 100 por ciento de algo, no lo cree el espectador que escucha atento y espera, ya acostumbrado, la queja por venir.

Hemos generado incluso canales para recibir estas quejas: allí están los buzones que intentan despistar anunciando que también reciben reclamos, sugerencias y felicitaciones, recuérdese los supermercados o aeropuertos; en algunos vehículos que transportan productos de marcas de prestigio colocan de manera visible un número telefónico para llamar si tiene alguna queja contra la forma de conducir del operador de esa unidad (claro, se debe tomar el número de la unidad y, ya de paso, la dirección y horario para sustentar la queja).

Ese marco pareciera obligar a que hoy en día adoptemos o generemos una queja cada día, incluso en las relaciones de pareja, cuando no hay ningún problema a la vista, alguno de los dos integrantes de la relación piensa que ése en sí es un problema. Traducción: el problema es que no hay problema. Se piensa erróneamente, la mayoría de las veces, que después de la calma vendrá la tempestad. Inevitable recomendar la lectura de Amor líquido del filósofo Zygmunt Bauman.

Otro ejemplo de las quejas comunes se da en los diversos foros académicos cuando el expositor, al concluir su ponencia, inquiere a los integrantes del auditorio si tienen algún comentario o pregunta, a lo cual no falta aquel que quiere hacer su propia exposición basada en alguna queja sobre la ponencia del experto. Todo concluye con un aburrimiento y con la ausencia de la pregunta o comentario y ésa sí genera queja de los demás espectadores.

Las dolencias físicas son el botón de mayor muestra de la queja cotidiana. Las nuevas generaciones no aguantamos estoicos como las de antes el dolor físico, se han generado medicamentos para contrarrestar el malestar; por ello, ante una cortadura leve, dolor de cabeza y no se diga dolencia de muelas, parece que el mundo se le vino encima al doliente, y de inmediato pide licencia, permiso, incapacidad y misericordia de quienes lo rodean.

La recomendación en todo caso no es ya aguantarse el dolor —si se tiene, consulte al experto —, sino que en el continuo de quejas que a diario esbozamos, veamos cuáles valen la pena exponer y cuáles en verdad no ameritan llamarlas quejas.

Haga un esfuerzo este día, observe y escuche a su alrededor, las charlas grupales pueden ser un gran foro, allí habrá quejas contra el presidente, contra algún equipo o deportista de moda, contra el programa de televisión que aún no ha visto pero ya calificó, alguna contra el modus vivendi de un familiar, contra lo alto que están los precios. Sopese si eso vale la pena calificarlo como queja, luego mire si no es usted la persona que los enunció, o sea, el quejoso.

De tanto quejarnos, luego no nos quejemos de que alguien se queje de nosotros. Y esto es más que un juego de palabras. A final de cuentas hablar de algo es una forma de desearlo, y si habla todo el tiempo de quejas qué cree usted que obtendrá.

Texto aparecido en CAMPUS de Milenio Diario el día de hoy jueves 18 de agosto de 2011.

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