lunes, 10 de septiembre de 2012

Niños en su cumpleaños

Truman Capote (1924-1984) es un autor de referencia obligada, de disfrute, de introducción a mundos extraordinarios. Los que saben dicen bien que no le sobra nada en su prosa (en lo cual colabora de manera significativa la traducción, en el caso que nos ocupa de Juan Villoro). Un ejemplo del estilo más puro de Capote es el cuento Niños en su cumpleaños, un escrito que data de 1948 y que su belleza alcanza altos niveles. El autor de A sangre fría toma como marco su preferido sur de Estados Unidos, en una época de mediados del siglo XX. Inicia con el final, con el recuerdo, con una muerte, y las paradojas hacen que de ese deceso nazca una historia que lleva a la amistad por bandera, así como al sentimiento más profundo de amor. Quizás el reflector más distraído se vaya precisamente hacia ese último estigma, creer que el amor del niño hacia la pequeña dama es lo que pende de los hilos más calibrados de este libro, pero no es así, sino la intriga que se maneja con precisión. El mismo autor envuelve en su ritmo, sabe los momentos precisos en que se debe inyectar un toque maestro: “justo cuando deseábamos que sucediera algo, algo sucedió”. Así nace Miss Lily Jane Bobbit, fantasma que atraviesa cada página en su frescura risueña, llegada desde Memphis Tennessee sabedora de su papel en el desarrollo de la obra, lo cubre a plenitud, cada paso, cada palabra, cada guiño hace que el resto se mueva a su antojo. No en vano su muerte es el inicio y fin de la historia, no en balde su parsimonia es lo que le da el contoneo a esta narración. Capote en ciertas líneas le brinda el sabor de la diferencia con el resto de personajes, el pulimento de sus líneas: “Entonces Miss Bobbit se volvió con expresión adusta; sus ojos, de un color dorado girasol, se ensombrecieron y miraron de lado, como si tratara de recordar un poema”. El lector no puede seguirse de frente, hace pausa, lo obliga el escritor, quien con el mismo manejo empieza a presentar a los demás personajes. Por ejemplo, el primo de quien nos cuenta la historia, quien lleva por nombre Billy Bob Murphy, y es en sí un reflejo de amistad, de la sincera que se construye día a día, de aquella que conocemos sólo pocas veces, de la que se añora cuando no se tiene. La historia mira los flancos de la conquista hacia Miss Bobbit tanto de Billy Bob como del narrador Preacher Star, llevando a una batalla infantil con toques adultos. Siempre en el marco del respeto, siempre en la elegancia de las formas: “habló en un tono tan suave como la luz que había en torno”, como el mismo ramillete de flores que han robado del jardín más preciado de la tía con tal de que la pequeña dama se sienta mejor cuando está enferma. El riesgo siempre es alto, las expectativas crecen en medida del relato, mas no es una historia de amor más, nos lo hizo saber Capote desde la primera línea, sabemos pues de antemano que el camión de las seis que viene de Mobile será el que provoque la muerte de la niña, que tiene una vida especial a lo largo de la obra, quizá porque siempre supo que “hay que amar al Diablo como se ama a Jesús; es muy poderoso y si uno confía en él te devuelve el favor”. Sin embargo, pese a que sabemos el desenlace de la trama nos cae por sorpresa, no es que se olvide, sino que se deja de lado. Truman Capote en su elegancia de sentirse un escritor poderoso, conjuga la presencia de las letras que usa de forma adecuada con la fuerza que imprimen dando por resultado un cuento que rebasa las barreras de lo contemporáneo y se inmiscuye dentro de la mente del lector. Así es Niños en su cumpleaños, y así se recomienda leerse. Truman Capote, Niños en su cumpleaños. Nórdica Libros, España, 2011; 61 pp. Texto aparecido en la revista Siempre¡ del 9 de septiembre de 2012.

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