Sin ser leyenda, se cuenta que en un poblado no muy lejano de aquí las noches son más oscuras que las normales, y que durante el día hay una casa en particular en donde se puede apreciar por los resquicios de puertas y ventanas un extraño brillo. Los que saben de esas cosas dicen que doña Alicia, dueña de todo el predio, es quien regentea a las estrellas de esta parte del cielo y no las deja salir por las noches si no cubren la cuota que se estableció desde hace años.
Tres monedas de oro cada mes deben darle, mismas que sólo se consiguen en el viejo arroyo que no tarda en extinguirse, cercano a la pradera donde Jaime, el anciano, todavía vende alas nuevas (y de segunda mano también) a todos los pájaros que cuando dejan de cantar se ven en la necesidad de cargar con su propio corazón.
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