domingo, 17 de enero de 2010

Hieles en la academia*

En los campus universitarios el talento, la paciencia y la perseverancia suelen ir juntos. Con mucho, es la mejor argamasa intelectual del quehacer científico de sus académicos.

La fusión de esas categorías genera méritos, construye carreras y prestigios y el reconocimiento se funda en el constante trabajo y en la vocación para forjarlo. Hay recompensas intramuros.

Sin embargo, estos son otros tiempos. El mundo universitario se ha vinculado más a la sociedad. Un nuevo entorno ha creado otros estímulos para el trabajo académico y los méritos se revelan en otros ámbitos. La comentocracia es uno de ellos. También reconoce y prestigia. Ésta, además, produce ingresos al académico que llega a la radio, a la prensa y a la televisión. Cierto que muchas veces y en varios casos es requerido por los auditorios a razón del espectáculo, más que por la esencia de sus opiniones. Pero ése es otro asunto.

Lo que tiene la comentocracia es que también fragmenta a la academia. Los de siempre, los serios y pacientes que no abandonan sus propósitos científicos, y que ni sufren ni se acongojan con los académicos que se van con poco o buen prestigio a los medios, que son unos cuantos elegidos, están por un lado; y los otros, los que ven muy lejos a ambos, son otros.
Para estos últimos, paciencia y perseverancia, dedicación responsable y ética distan de su temperamento.

Estos académicos hablan mucho y producen poco. Y lo que producen son textos llenos de citas, generalmente referidas en inglés en el pie de página para presumir el idioma. Y lo hacen pensando en ganar puntos en el escalafón o para el Sistema Nacional de Investigadores (SNI), o para presumir en sus charlas y clases, no para el debate o la riqueza del conocimiento, sino más bien para la pose, el reconocimiento del superior y la palmada de éste en el hombro.
En otras palabras, la presunción va por delante de la utilidad de la reflexión.

Muchas veces la prisa por hacer públicas algunas de sus ideas las deja endebles; se les olvida que la cantidad no puede suplir a la calidad. Estos académicos son fáciles de ubicar, parece que llevan marca: son soberbios, imperativos y forjan un pequeño feudo para citarse mutuamente.

Algunos de ellos se sienten tocados por la mano de un ser superior; es normal: es su falta de autocrítica; fundan su actividad en dogmas, en tres o cuatro ideas de las cuales viven toda su vida. Con ellas se afanan en coloquios, seminarios, presentaciones, cenas, desayunos, comidas, reuniones y la vida social académica en general.

Eso les da para ser esmerados y cuidadosos con las relaciones públicas y la institucionalidad universitaria en sus propuestas, por lo común olfateando algún apoyo, patrocinio, no importa que venga del gobierno local, federal, del sector privado o del extranjero. O de la propia autoridad universitaria que lo tiene a la mano.

Pero su gran drama es que en su fuero interno codician la luz de los reflectores, ansían ver sus nombres enmarcados y su foto en los espectaculares y en las páginas de los diarios. Pero lo que Salamanca no da, Salamanca no presta.

Además, se molestan con los comentócratas, esos académicos, por lo general, con presencia mediática notable, a quienes critican con acritud. Condenan sus argumentos a priori y les resultan repelentes. Y es que los mediáticos le hacen ver su mediocridad y de ahí su incordio. Es envidia.

En consecuencia, en su círculo cerrado se asfixian, se vuelven herméticos, generan amargura y el valor de su obra se tiñe de bilis.
Lo más preocupante es que sus posturas normativas y pedantes permea en los alumnos, ven a estos profesores-investigadores académicos como referente, siguen sus pasos, copian sus formas y modos. Van derecho a la mediocridad de su mismo mentor. Y, aunque no lo crea, no son pocos.

* Uno de estos académicos que me sirvió de modelo es de la UNAM. Pero amigos míos de instituciones privadas y otras del DF me confirmaron que los tienen de profesores.

Texto aparecido esta semana en CAMPUS de Milenio Diario

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