martes, 18 de octubre de 2011

El día sin Blackberry

En días recientes, seguramente como a muchos, me sorprendió la “caída” del servicio del aparato de comunicación llamado Blakcberry. Sin poder enviar mensajes ni recibir correos más otras funciones, el aditamento se reducía a lo que en su momento fue la razón de su éxito: teléfono móvil y envío de mensajes en la vía tradicional o SMS.

Al inicio vi y viví la angustia de sentirme incomunicado, hice lo que casi todos imagino hicieron al menos una vez: quitarle la pila pensando que eso resolvería la falla. Cabe señalar que esa práctica la tenemos los mexicanos en muchos de los aparatos que acompañan nuestras vidas cotidianas, recuérdese la televisión cuando empieza a perder la señal o el reloj cuando deja de caminar el segundero, en el acto reciben un golpe pensando que con eso se tendrá la solución deseada.

Al inicio fue angustia solitaria, pero al ver que los colegas, compañeros y amigos tampoco tenían los servicios mencionados, pasó a ser angustia compartida. La sensación de que podríamos estar sin información de algo sumamente trascendental empezó a embargar a algunos y a contagiar a los demás.

Las pláticas sobre cómo ese medio de comunicación se ha vuelto parte de nuestro mecanismo no sólo ya de trabajo sino de la vida personal, fue de lo más común. Con el paso de las horas la angustia fue terminando e incluso las llamadas telefónicas cobraron más vida de lo normal. Algunos volvimos a utilizar el radio del Nextel que cada día utilizamos menos.

Las llamadas tienen algo que los emoticones (esas figuras que pueden acompañar a las letras de los mensajes entre las blackberrys) no tienen: sentimiento y veracidad. Escuchar una sonrisa no se compara con leer un “jaja”, las emociones que transmiten las llamadas nos regresaron esa parte de humanos que comenzamos a perder de manera gradual. Cabe la pregunta: ¿hoy en día hablamos o nos escribimos más con los contactos del teléfono?

Antes de que regresara el servicio también tuvimos una avalancha de mensajes en cadena de todo tipo, desde aquellos que supuestamente enviaba la compañía trasnacional, o el consejo que se dijo en el programa de radio, o un mensaje con claves para que no perdieras tu servicio. Todos por supuesto falsos y todos por supuesto molestos, pero esperanzadores porque si mensaje ese había llegado, seguramente otros podrían empezar a llegar.

Al final de la travesía en la recuperación del servicio también se pudo respirar en algunos ambientes esa parte de la no presión, de saber que todos teníamos la misma falla, de que podíamos tener perdón al no responder, de que el correo sería revisado llegando a la oficina o casa, de que las llamadas sí eran para comunicar algo y no sólo por compromiso, como quizá haya muchas.

Lo cierto es que el mundo no se detuvo con la “caída” del servicio y que en las siguientes presentaciones además del llamado PIN, también pediremos el número telefónico. Pero lo más importante es que por unos instantes sentimos la dependencia a un aditamento que hace pocos años no existía en nuestras manos, bolsas o ni siquiera imaginación.

Hoy aceptamos esa dependencia, lo cual dice mucho de nosotros como sociedad, y que puede ser también un elemento de debate para comprender las conductas de los grupos sociales que aquí existimos, de las dinámicas de trabajo en equipo, de perfiles de algunos individuos que pueden confundir la soledad con el asilamiento y de las relaciones más básicas del ser humano que comienzan con un buen apretón de manos.

Aparecido en La Voz de Michoacán

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