domingo, 31 de marzo de 2013

Escritor en busca de autor

Hay casos en el mundo de las letras en los cuales quienes escriben son verdaderos personajes en busca de autor, con todas las características propias de personajes con una historia digna de ser contada, uno de ellos es sin duda Sigismund Krzyzanowsi (Kiev 1887 – Moscú 1950), y quien gracias a una edición de Siruela elaborada por Jesús García Gabaldón, empieza a hacerle justicia una larga historia literaria. Por circunstancias diversas Krzyzanowsi nunca pudo ver en vida una obra suya como tal, digamos con su nombre. Ya tenía en su haber diversos originales, pero era rechazada su obra, o a punto de salir a la luz la editorial se declaraba en quiebra, o el editor se desaparecía, el caso es que la mala suerte se atravesaba en diversas circunstancias, pero su empeño era tal que tomaba esos golpes del destino como un reto para seguir produciendo. También fue guionista de cine, pero en los créditos de los filmes su nombre tampoco apareció. Entró al mundo del teatro, fue abogado, filósofo, poeta, ensayista de teoría del arte, pero sobre todo narrador, cuentista puro. Era experto de la obra de Shakerspeare, de ese tema sí llegó a publicar doce ensayos en diversas revistas de la época. Cada libro, cada obra, dice el dicho, llega al lector cuando tiene que llegar. Gracias al cuidado que hizo su esposa Anna Bovshev (1887-1971) de esos manuscritos, y a uno de los golpes que da la fortuna, a partir de las notas de su muerte sucedida en 1950, un joven estudiante de filología de nombre Vadim Perel’muter hizo que el destino lo alcanzara. Fue este personaje quien empeñoso rescató la obra para que saliera a la luz de quien declaró que toda su vida había sido un escritor “inexistente que ha trabajado de manera honesta sobre la existencia”. Jesús García Gabaldón señala que las obras de Krzyzanowsi “no reproducen una imagen de la realidad, sino que la crean, y es precisamente en esa creación dialéctica de paradójicas imágenes ‘mentales’ de la sociedad de su tiempo donde reside la gran maestría artística del autor de Cuadraturín pues tiene el valor único de revelar la esencia, el espíritu de la época”. Tal es el caso de La nieve roja y otros relatos, colección de siete extraordinarios cuentos que sorprenden gratamente, refrescan al escuchar una voz que se recrea, que divierte y crea, que se recarga en el más puro estilo de contar historias y que sabe que el lector merece algo nuevo en cada párrafo, esa sorpresa que ata, que mantiene el vértigo y la imaginación pegada a la realidad. Abre con “Los dedos fugitivos”, donde precisamente esos elementos de las extremidades de un afamado pianista cobran vida no ya sobre el marfil de las teclas de un pulido piano de cola, sino en las peripecias que tienen que surcar para sobrevivir en la calle con todos los elementos que la naturaleza les presenta. Historia de retos, de lo absurdo que llega a ser algo cotidiano en una perspectiva distinta. Desde las primeras palabras y los primeros acordes, el lector siente y presiente que el ritmo cambiará, y así se llega a “Autobiografía de un cadáver”. El tercer cuento es “Cuadraturín”, una historia redonda, perfectamente circular, lleva al lector por los recovecos de las emociones y de las sensaciones. La pieza de más largo aliento es “Marcapáginas”, su longitud mayor al resto rompe un poco el ritmo, pero se mantiene en la línea de la inverosimilitud. Un elemento de lo más elemental para la escritura, para la hechura de las historias, para el seguimiento de una lectura como lo es el marcador de páginas se vuelve protagonista. Sigue “El codo sin morder”, que es un planteamiento a la perseverancia, pues se sabe que no lo logrará y pese a ello se insiste en hacerlo, se lleva incluso al protagonista a foros de mayor audiencia, un espectáculo por ejemplo, la gente con el aplauso calificará su triunfo o chiflará su derrota. Las mordidas en el brazo son testigos y marcas de su récord. El que le da nombre al volumen, “La nieva roja” desvela elementos de reconocimiento para el ser humano, luce el lado del filósofo que también fue Krzyzanowsi, llega a preguntar “¿Acaso no te has dado cuenta de que desde hace varios años en nuestra vida se ha introducido la inexistencia?”. La respuesta da giros, vuelcos, da vida a Shushashin, personaje en quien vuelca las emociones más diversas, se hace preguntas en voz alta, se responde y se evade, de nueva cuenta el vértigo se presenta en la casa. Cierra “La hulla amarilla”, broche perfecto para la imaginación y el pensamiento que en cada cuento el autor quiere compartir, y es que de la mejor manera nos lleva a preguntarnos por nuevas formas de energía, como por ejemplo la que se junta con la “ira que habita en multitud de individuos”, algo debemos ganar con tanto enojo, piensa el lector, y al fin alguien nos recomienda una salida adecuada. Luego de tantos años, la obra de Sigismund Krzyzanowsi nos llega en español, y es una oportunidad para conocer a un escritor que buscó producir con calidad antes que recibir el halago inmediato, que halló en la barrera un motivo más para seguir creando y que transformó la frustración en postergación para consolidar sus metas. Hoy, La nieve roja y otros relatos, en una edición bien cuidada y una introducción clarificadora, le da eso que siempre buscó: respeto y proyección. Lo cual es lo mínimo que merece por su calidad estilística y su durabilidad pese a la oscuridad de la ignominia donde vivió, y que no hizo sino fortalecerlo. Sigismund Krzyzanowsi, La nieve roja y otros relatos. Ediciones Siruela (colección Nuevos Tiempos), edición de Jesús García Gabaldón, España, 180 pp Texto aparecido en la Revista Siempre¡ en su edición del domingo 31 de marzo 2013.

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