sábado, 29 de octubre de 2011

Soñador a sueldo

Grados Richter
Al ritmo de tus caderas
se mueve el mundo.
Mi país con tu silueta,
la ciudad con tu silencio,
mi casa con tu sombra
y esta pluma trémula
con cada uno de tus gestos.


Souvenir
Bajo la influencia de Kavafis

He regresado del viaje con algo para ti.
Ojalá te agrade:
es una Ítaca.
La ciudad que no existe, pedazo de sueño.
Un regalo mayor que el recuerdo.
Un obsequio para presumir.


A un costado
Ahora coloca la razón de nuestro lado
tan sólo para que sea diferente
el convivio veraniego. Para divertir
al gato que muere de aburrido en una esquina
de esta casa estrecha, que ya no cambia,
que se aterra, que aprieta, que no quiere
porque sabe que la razón está de su lado,
por eso te pido colocar la fortuna en mi bolsa,
la hueca, la vacía que grita dañada
porque la idiosincrasia de una plebe no supo
nunca valorar su verdadero peso. Justo el día
en que el grito de auxilio se quedó apagado,
al mismo tiempo en que copulaban las hormigas
en terreno adverso. Justo ahora en que he pedido
un favor casi cualquiera: que te permitas
colocar la razón de nuestro lado.


Gracias por tu visita
Para Eduardo Mateo, en Pamplona

Lo sabes. Tengo un pendiente
con la historia que llevamos a cuestas,
un recuerdo enfermo que no llega a ceniza,
y sigo en espera de que ésta sea
la promesa cumplida que tanto deseaste.

Gracias por tu visita,
ahora sé que fueron innecesarios los brindis
que a salud de un muerto propuse.


De cómo no soy
Y otra vez quería ser para ti
la palabra adecuada en los días de fiesta,
o la del discurso cuando se obtiene un galardón,
la de las compras en la agonía económica,
la del amor cuando se escabulle en el páramo
esa candidez de tu sonrisa.
Y otra vez quería ser para ti
la mañana austera, la del agotamiento
o el hartazgo, la disciplinada carente de nubes,
la que viene con ventisca, la que no sabe,
la enamorada de la noche, la perdida.
Y otra vez quería ser para ti
esa voz indecente que ya no sabe qué tono usar
cuando solicita favores carnales,
la que utiliza el niño cuando llora y tiene hambre,
la del anciano que mide sus pasos
en la profundidad de la tierra, la de la musa
que pierde belleza de tanto verla,
la del arroyo que nadie ha visitado,
la de una autoridad que no se respeta.
Y de nuevo tan sólo quería ser para ti
eso que se lleva en la mano
y se recurre a ella cuando la vida
ya no sonríe como antes.
Y tan sólo, de nuevo, quería ser para ti
esa prueba de hombría
que está en peligro de extinción. ®

Poemas publicados en la Revista Replicante

jueves, 27 de octubre de 2011

El cuento de la crítica

Son 39 plumas las que analiza el catedrático de la Universidad de Yale, quien desde la introducción nos deja ver las rutas que sigue cuando de criticar cuentos se trata: “Yo acepto únicamente tres criterios de grandeza en la literatura de imaginación: esplendor estético, poder cognitivo y sabiduría”.

Existe un halo de misticismo que envuelve a los críticos literarios. Sobre todo a aquellos a los que la fama y el trabajo los hacen conocidos y sus opiniones pueden catapultar o derribar carreras o perfiles. Tal es el caso de Harold Bloom (1930), un crítico de referencia obligada en la literatura mundial contemporánea.
Acostumbrado a los títulos que engloban dictamen y sentencia más allá del debate (pues no se presta para la negociación a más actores en escena), llega ahora Cuentos y cuentistas. El canon del cuento [Madrid: Páginas de Espuma, 2009], que es un libro sí necesario, sí referente, pero sobre todo para los lectores de literatura anglosajona y todavía más, para los de literatura estadunidense; el índice es una guía para comprobarlo.

Son 39 plumas las que analiza el catedrático de la Universidad de Yale, quien desde la introducción nos deja ver las rutas que sigue cuando de criticar cuentos se trata: “Yo acepto únicamente tres criterios de grandeza en la literatura de imaginación: esplendor estético, poder cognitivo y sabiduría”. Guiado por el reconocimiento y la apreciación, sabe que la crítica literaria es al mismo tiempo un modo individual y colectivo, por eso comparte lecturas, autores, e irremediablemente, aunque trata de esconderlo, sentimientos y emociones.

Los nombres en su mayoría son clásicos de siglos recientes como Alexander Pushkin, Nathaniel Hawthorne o Hans Christian Andersen; de hecho, en el texto dedicado al autor de cuentos como El patito feo o El soldadito de plomo, Bloom se da tiempo de hacer un examen a la comercialización que hoy vivimos: “J.R. Rowling y Stephen King son escritores igual de malos, oportunos titanes de nuestra nueva Era Oscura de las Pantallas: ordenadores, películas, televisión”.

Aunque tal vez, hombre clásico, no mida del todo el hecho de que algunos lectores de los escritores que para él (como quizá para algunos más) resultan malos, pueden dar el salto de esas obras a otras escritas por quienes Bloom en otro momento puede calificar como “buenos”.

Son 39 plumas las que analiza el catedrático de la Universidad de Yale, quien desde la introducción nos deja ver las rutas que sigue cuando de criticar cuentos se trata: “Yo acepto únicamente tres criterios de grandeza en la literatura de imaginación: esplendor estético, poder cognitivo y sabiduría”

Los nombres continúan con Edgar Allan Poe, Nicolái Gógol, Iván Turgueniev, Herman Melville, de quien toma para su comentario el cuento “Benito Cereno”, el cual califica como la obra maestra de la narrativa corta de Melville, “una historia maravillosa y enigmática”. Resulta significativo que para el caso de Gógol destina pocos párrafos, como también para O. Henry, Cynthia Ozick, William Faulkner, John Cheever, Sherwood Anderson y John Updike.

La razón de esto es porque el trabajo en El canon del cuento no es analizar el conjunto de la obra cuentística de los autores, sino tomar una o dos narraciones y de allí analizar el género a partir de la pluma. Por ejemplo, para Thomas Mann es igual de breve, pero no requiere mucho espacio para decir lo que quiere, para estructurar con tino (aunque de nuevo con el recurso de las oraciones en forma de epitafio): “La facultad que tenía de transformar su penetrante ironía en mil cosas distintas. La ironía de Mann no es tanto la propia condición del lenguaje literario en sí mismo como la metáfora amalgamada de su ambivalente actitud hacia el individuo y la sociedad”.

Algunos de los nombres que aparecen en el libro tal vez no resulten de fácil identificación entre los lectores nacionales, pero hay otros que más de uno ha leído y releído, tal es el caso de Lewis Carroll (“Es la locura del drama, la dulce locura de Carroll, una defensa frente a locuras tenebrosas”), de Mark Twain (“Un ataque a Dios, sea cual fuere la interpretación que se le dé a Dios, es una base muy complicada para el humor, como Twain se dio cuenta. Habiendo sobrepasado los límites de su arte, Twain cedió a la desesperación”), Italo Calvino, con los cuentos “La aventura de un automovilista” y “El caballero inexistente”, Henry James, Ernest Hemingway, Guy de Maupassant y Joseph Conrad.

Significativo que para el autor de “Bola de cebo” deje estas líneas: “Pero Maupassant es el mejor de los cuentistas realmente populares, muy superior a O. Henry (que podía ser bastante bueno) y sumamente preferible al abominable Poe. Ser un artista de lo popular es en sí mismo un logro extraordinario”, mientras que para Conrad signe que “El corazón de las tinieblas siempre podrá ser un campo de batalla en la crítica entre aquellos lectores que lo consideran un triunfo estético y aquellos otros que, como yo mismo, ponen en duda su capacidad para rescatarnos de su oscurantismo sin esperanza”.

Antón Chéjov es de sus favoritos, lo delinea de una manera contundente: “Casi un siglo después de su muerte Chéjov sigue siendo el más influyente de todos los cuentistas”. Y va más allá al calificarlo de “shakespeariano hasta la médula, aprovechó sus cuentos para hacer lo que ni siquiera sus obras de teatro podían: iluminar el lugar común sin exagerarlo ni distorsionarlo”.

Rudyard Kipling no escapa de la ironía, pues para Bloom “escribe en un estilo medio que parece atemporal pero que por descontado inaugura una forma consciente del inicio del siglo XX. Aparentemente es una prosa llana que participa de una vacilante oscuridad”. Mientras que a Jack London lo delinea a partir de cierta adoración por lo salvaje, “y he ahí la razón principal del permanente atractivo que ejerce sobre lectores de todo el mundo”.

Significativo que para el autor de “Bola de cebo” deje estas líneas: “Pero Maupassant es el mejor de los cuentistas realmente populares, muy superior a O. Henry (que podía ser bastante bueno) y sumamente preferible al abominable Poe. Ser un artista de lo popular es en sí mismo un logro extraordinario”.
De Stephen Crane rescata su narración “La insignia roja del valor”, pues a su parecer es la principal contribución a la literatura americana de este autor. También pasa lista de presente a D. H. Lawrence, Katherine Anne Porter, James Joyce, John Steinbeck e Isaac Bábel, quizá sea éste último con quien más se nota un trabajo de olfateo en sus cuentos y personajes, por ejemplo, toma de las líneas de “Así se hacía en Odesa” del mismo Bábel la frase: “Todos cometen errores. Hasta Dios”, y de allí analiza incluso el comportamiento humano; ése es su mejor trabajo, la labor del crítico, analizar para compartir su lectura, esa otra lectura que se da después del placer de la narración per se.

Con Franz Kafka, quizá el texto más extenso, se deja ver una de sus mayores querencias: “Cuando Kafka se muestra más auténtico resulta que nos proporciona una capacidad de invención y una originalidad que nada tiene que envidiarle a Dante y que verdaderamente puede desplazar a Proust y a Joyce como el autor occidental más influyente de nuestro siglo”.

Se regodea con quienes considera puntos de quiebre; de F. Scott Fitzgerald señala, “Después de El gran Gatsby, lo mejor de Fitzgerald se encuentra en muchos de sus relatos. Al igual que ocurre con las odas y los fragmentos épicos de Keats, los cuentos y las novelas de Fitzgerald son parábolas de la elección, de logros o fracasos en las rigurosas pruebas de la imaginación a la que se ve como una fuerza tremendamente capaz de destrucción”.

Pero con quien más sorprende es con Eudora Welty, y sorprende porque contagia la dedicación, la atención y el cariño que Bloom transmite al rememorar sus lecturas. “La verdad del universo de la ficción de Welty a pesar de toda su delicadeza preternatural consiste en que el amor siempre viene primero para, a continuación, ceder su lugar a una separación irremediable”. Incluso la calificación de pronto nos puede hacer tambalear porque no la esperábamos: “La mayor definición que alcanza Welty está en que, en ella, las declaraciones son tan fantasmales y los sonidos tan finos como en los más grandes narradores contemporáneos suyos: Faulkner y Hemingway”.

Uno de los mayores placeres que ejerce Harold Bloom al hacer sus críticas es el humor impregnado de sarcasmo, como lo muestra en varios casos. Con Shirley Jackson, del cuento “La lotería” dice que “no aguanta una relectura que es —en mi opinión— la piedra de toque de la literatura del canon. Jackson sabe demasiado bien y de forma precisa lo que está haciendo, y nosotros también al releerla”. De J. D. Salinger escribe: “Puede que la contemplación sea un modo de ser y de existir muy digno, pero no tiene historia alguna que contar”.

Mismo caso con Flannery O´Connor, en un texto de largo aliento remata: “Aunque siendo piadosos admiradores suyos por el contrario, O’Connor nos habría legado novelas y relatos aún mejores, de la eminencia de los de Faulkner, si hubiera sido capaz de contener su tendenciosidad espiritual”. Y con Raymond Carver no se queda atrás: “Carver, a quien puede que hayamos sobrevalorado, murió antes de poder ver realizadas las posibilidades aún mayores que su arte encerraba”.

Con Franz Kafka, quizá el texto más extenso, se deja ver una de sus mayores querencias: “Cuando Kafka se muestra más auténtico resulta que nos proporciona una capacidad de invención y una originalidad que nada tiene que envidiarle a Dante y que verdaderamente puede desplazar a Proust y a Joyce como el autor occidental más influyente de nuestro siglo”.

Dejé al final las referencias más directas de los lectores de lengua castellana: Jorge Luis Borges y Julio Cortázar; en el caso del segundo Harold Bloom pareciera que evita meterse en aprietos y coloca una larga cita del cuento “Bestiario”, incluso más larga que su propio comentario sobre el autor de “Autopista del Sur”. Mas en el caso de Borges inicia un rico diálogo señalando que es, “desde el punto de vista de la imaginación un gnóstico pero intelectualmente es un escéptico y un humanista naturalista”. Confiesa su gusto y preferencia, lo coloca en un punto alto de la narrativa mundial.

Harold Bloom es de la idea de que la influencia literaria es un “proceso paradójico y antiético acerca del cual seguimos sabiendo muy poco” (lo señala en el texto dedicado a Ernest Hemingway), y sí es cierta esta sentencia de quien ve a Samuel Johnson como su ídolo; pero más allá de las influencias literarias que puedan tener sus páginas, resulta necesarias leerlas, saber el pulso de lo que dice el crítico literario estadounidense, el peso que representa en el ánimo de las letras mundiales.

Ello porque en una sociedad apurada por la competencia se recurre a nuevos mecanismos de medición que ya no se bastan con el de las ventas, sino ahora se recurre por ejemplo al de las referencias o citas, al de las reseñas, al de las menciones en la red o en medios audiovisuales, digamos el lado cuantitativo, aunque por fortuna para el cualitativo están los ensayos, comentarios y críticas de mayor profundidad que le dan más sentido y dirección a una cabal comprensión de lo que refleja el campo literario de los años recientes.

No hay nada nuevo bajo el sol, “lees y relees necesariamente a costa de otros libros”. Hallaremos pues en la siguiente entrega de Harold Bloom nuevas coordenadas que serán conocidas, pero las mejores siempre serán las que lleguen por sorpresa como muchos de los nombres que ahora enlista el también autor de Cómo leer y por qué, a quien debemos agradecer ese espíritu que siempre tiene ánimo de invitar al encuentro con la lectura, con las obras que mueven y conmueven. Cuestiones subjetivas de gusto quedan bien para la tertulia de café, el análisis riguroso es lo que encontraremos en este nuevo canon. ®

Texto aparecido en la Revista Replicante de octubre.

De las redes a la calle

Mucho se ha hablado de los movimientos que comienzan en las redes sociales. Se generan hastags, etiquetas, perfiles falsos o trolles. Ya hay cursos intensivos, no faltan los expertos que creen que porque se la pasan más horas en la computadora que en la vida real, saben de redes sociales

Pero lo cierto es que la clave del paso cumbre o verdadero de movimiento en redes al movimiento social es la toma de las calles, del cambio que puedan ejercer cuando se logra la movilidad real, tangible, en las plazas, en los espacios públicos.

Cuando se toma la calle, se tiene la posibilidad de medir realmente un efecto que se presume nació en internet. Bien lo señala Nicolás Cabral en el número septiembre-octubre de la revista La Tempestad: “para transformar el espacio público en espacio común los cuerpos deben producir eventos, que van de la apropiación a la subversión”.

Ahora bien, ¿cómo llega un comentario en internet a volverse tema general o trend topic (para decirlo en sus palabras) y no desfallecer con la avalancha de las otras noticias? Quizá allí radica el éxito.

Si no se toma la calle, se corre el riesgo de que le siguiente e inmediato trend topic opaque al que hace unos instantes ameritaba llamado mundial. Tómese por caso un triunfo en algún campeonato del deporte que se guste. Si no se celebra de inmediato, el efecto no será el mismo, la efervescencia habrá descendido, el ánimo y las ganas se habrán casi extinguido.

Los recientes movimientos en Medio Oriente y en Europa resultaron exitosos y llamativos. Sin duda, las redes sociales fueron las grandes herramientas, los perfectos puentes para incentivar una movilización que no sólo tuvo como combustible el llamado, sino la indignación, el repudio por malas prácticas y pésimas decisiones que rebasan a lo económico y se incrustan en órdenes de justicia social y equidad.

Un punto a resaltar también es la distancia que ha demostrado ante estos movimientos las clases gobernantes. Los políticos que si bien están participando en internet, todavía muchos no han logrado manejar o comprender que se trata de una herramienta de comunicación y que exige en esa misma medida tiempo, atención y participación.

Estos movimientos sociales que aprovecharon las redes sociales contagiaron a ciudades emblemáticas de Estados Unidos y empezaron a cobrar vida con una razón que a todos los afectaba: el vacío en los bolsillos. It´s the economy, stupid, era una de las frases más recordadas. Y de nuevo con la etiqueta de indignados (término atinado, incluso romántico porque no quiere esa gente perder la dignidad, sino muy al contrario, mantenerla y agrandarla), el llamado hecho en internet cobró realidad en los puntos más emblemáticos de las urbes.

La rapidez con la que se mueve el mundo digital obliga a también ser eficaz en la comunicación, pero sobre todo certero y atractivo para que los seguidores continúen en esa tónica.

Hallar el punto de unión es la fórmula del triunfo, los indignados lo tienen muy claro, no se trata de una protesta más, ni de una protesta porque sí, esa indignación mantienen vivo el espíritu del movimiento, y como no se vislumbra una salida al menos en el corto plazo a las crisis financieras de varios países, el tema les dará para unos días más a esos grupos que supieron ubicar en las redes sociales un excelente canal de comunicación para la convocatoria, la respuesta y la alimentación de los eventos y del movimiento como tal, ya es otro logro.

Texto aparecido en CAMPUS de Milenio Diario el jueves 27 de octubre de 2011.

martes, 18 de octubre de 2011

El día sin Blackberry

En días recientes, seguramente como a muchos, me sorprendió la “caída” del servicio del aparato de comunicación llamado Blakcberry. Sin poder enviar mensajes ni recibir correos más otras funciones, el aditamento se reducía a lo que en su momento fue la razón de su éxito: teléfono móvil y envío de mensajes en la vía tradicional o SMS.

Al inicio vi y viví la angustia de sentirme incomunicado, hice lo que casi todos imagino hicieron al menos una vez: quitarle la pila pensando que eso resolvería la falla. Cabe señalar que esa práctica la tenemos los mexicanos en muchos de los aparatos que acompañan nuestras vidas cotidianas, recuérdese la televisión cuando empieza a perder la señal o el reloj cuando deja de caminar el segundero, en el acto reciben un golpe pensando que con eso se tendrá la solución deseada.

Al inicio fue angustia solitaria, pero al ver que los colegas, compañeros y amigos tampoco tenían los servicios mencionados, pasó a ser angustia compartida. La sensación de que podríamos estar sin información de algo sumamente trascendental empezó a embargar a algunos y a contagiar a los demás.

Las pláticas sobre cómo ese medio de comunicación se ha vuelto parte de nuestro mecanismo no sólo ya de trabajo sino de la vida personal, fue de lo más común. Con el paso de las horas la angustia fue terminando e incluso las llamadas telefónicas cobraron más vida de lo normal. Algunos volvimos a utilizar el radio del Nextel que cada día utilizamos menos.

Las llamadas tienen algo que los emoticones (esas figuras que pueden acompañar a las letras de los mensajes entre las blackberrys) no tienen: sentimiento y veracidad. Escuchar una sonrisa no se compara con leer un “jaja”, las emociones que transmiten las llamadas nos regresaron esa parte de humanos que comenzamos a perder de manera gradual. Cabe la pregunta: ¿hoy en día hablamos o nos escribimos más con los contactos del teléfono?

Antes de que regresara el servicio también tuvimos una avalancha de mensajes en cadena de todo tipo, desde aquellos que supuestamente enviaba la compañía trasnacional, o el consejo que se dijo en el programa de radio, o un mensaje con claves para que no perdieras tu servicio. Todos por supuesto falsos y todos por supuesto molestos, pero esperanzadores porque si mensaje ese había llegado, seguramente otros podrían empezar a llegar.

Al final de la travesía en la recuperación del servicio también se pudo respirar en algunos ambientes esa parte de la no presión, de saber que todos teníamos la misma falla, de que podíamos tener perdón al no responder, de que el correo sería revisado llegando a la oficina o casa, de que las llamadas sí eran para comunicar algo y no sólo por compromiso, como quizá haya muchas.

Lo cierto es que el mundo no se detuvo con la “caída” del servicio y que en las siguientes presentaciones además del llamado PIN, también pediremos el número telefónico. Pero lo más importante es que por unos instantes sentimos la dependencia a un aditamento que hace pocos años no existía en nuestras manos, bolsas o ni siquiera imaginación.

Hoy aceptamos esa dependencia, lo cual dice mucho de nosotros como sociedad, y que puede ser también un elemento de debate para comprender las conductas de los grupos sociales que aquí existimos, de las dinámicas de trabajo en equipo, de perfiles de algunos individuos que pueden confundir la soledad con el asilamiento y de las relaciones más básicas del ser humano que comienzan con un buen apretón de manos.

Aparecido en La Voz de Michoacán

lunes, 10 de octubre de 2011

Un hombre toca a la puerta bajo la lluvia

Rodolfo Pérez Valero es un escritor cubano (1947) que se ha hecho de su nombre a base de golpes certeros. Ha ganado el Primer Premio de Cuento de la Semana Negra de Gijón en cinco ocasiones, y esas narraciones las ha conjuntado, sumado algunas más para darle vida a Un hombre toca a la puerta bajo la lluvia, colección que llama la atención por diversos flancos.

Primero, tomemos por caso el cuento “Sinflictivo”, tal vez el más cercano a las vivencias de su nacionalidad, el que mayor reflejos tiene de las vivencias de la isla, pero también una de las narraciones de mayor carga eléctrica con los que cuenta el escritor, pues si bien “Es una historia terrible, morbosa y, por tanto, irresistiblemente atractiva”, nos lleva de la nación comandada por los Castro a la otra parte de esa patria, donde sabe que “vivir en Miami se tornó riesgoso para mí: mucho extremismo político, demasiada gente conflictiva”.

La percepción de lo propio se pierde de a poco: “Aquí, si tú vienes de Cuba en una balsa, sin ningún documento, hecho mierda y rojo como una langosta y dices que eres Yurisleidis Fernández, de Guanabacoa, te dan la tarjeta de Social Security con ese nombre y eres Yurisleidis Fernández para el resto de tu vida, sin importar tu pasado”. No es tanto el juego de la doble personalidad, es más bien el significativo encuentro consigo mismo cuando ha dejado de ser quien en algún momento pensó era.
El juego de emociones hacen complemento de la intriga, sabe de anécdotas y de filosofía. De pensamiento claro, de certeras acusaciones, siempre con un paso de lado para dejar respirar quien lee: “La impotencia es la madre de la tristeza”.

“Ella murió” es una narración que sobresale, el manejo de personajes es su mejor carta de presentación, una trama que aparenta sencillez pero ata de un solo golpe la humildad con el robo, la soledad con el deseo y la perfecta espiral de un momento dado, de una coincidencia con la mala suerte de una decisión acertada de la persona que no convenía. El investigador que debe ser otro, incluso en el amor, lo cual siempre resulta caro.

“Lección 26”, por su parte, resulta ser ese exceso de pedagogía de parte del autor, es un cuento que sobra pues pareciera que expone las razones de su escritura, los ejercicios que realiza en su trabajo personal, sus secretos relevados en forma de presunción, pero que por supuesto a alguno puede agradarle.

Mientras que el cuento que le da nombre a la obra nos recuerda que la sorpresa lleva el ritmo, es de las tres o cuatro piezas que bien pueden tener cabida en una antología, desobedece el patrón establecido, a la intriga suma la extraña no coincidencia, ciñéndose a las cualidades más radicales que tiene, la velocidad de los movimientos instintivos.

Un hombre toca a la puerta bajo la lluvia es un libro que se disfruta, que tiene sus cuentos memorables y otros no tanto, pero sin duda en el veredicto final pasa la prueba pues las piezas recomendadas brillan, tienen magia, toque especial, complicidad que no se alcanza tan fácilmente, y eso siempre es lo que se busca cuando de leer se trata.

Rodolfo Pérez Valero, Un hombre toca a la puerta bajo la lluvia. Plaza y Janés, México, 2010, 191 pp

Texto aparecido en la Revista Siempre¡ de esta semana