miércoles, 2 de julio de 2008

La sinceridad del poema

La cotidianidad, los temas que vivimos todos, la forma y el contorno conocidos a través de versos bien labrados, trabajados a juicio y beneficio. Esa es la propuesta de la obra poética de Luis García Montero (Granada, España, 1958), de quien circula Poesía (1980-2005) verdadera muestra de este poeta, especie de Sabines español, incluso él mismo ha declarado al chiapaneco como uno de sus maestros, una influencia que se nota al leerlo.
En este volumen, con prólogo de José-Carlos Mainer, podemos apreciar las historias abanderadas por el amor, con una trama reconocible, un trajín particular que se vuelve global gracias a la honestidad y al sentido. Para García Montero: “Toda obra poética es una tarea de civilización personal, un trazado de caminos y de fronteras”. El primer libro que aparece es Poemas de Tristia (1982), donde se finca ese ritmo sostenido que “El lugar del crimen” resulta ser un buen ejemplo:

“Más allá de la sombra
te delatan tus ojos,
y te adivino tersa,
como un mapa extendido
de asombro y de deseo.
Date por muerta,
amor,/ es un atraco.
Tus labios o la vida”.

García Montero edifica un territorio propio donde la luz es el mejor aliado para la vida, y la sombra un lado más sereno para contemplar el paso de las actividades comunes. El siguiente libro que aparece es El jardín extranjero (1983): “Lo sé, hemos sido extranjeros/ hablándonos por señas demasiado cercanas,/ ansiosos en las calles/ de una nueva ciudad,/ esperando tal vez que nos fotografíen/ delante de este amor y de sus cicatrices,/ eso que confundimos con nuestros sentimientos/ o acaso/ —en la noche de locura—/ con una sensación de humedad en los ojos”. Pero también ese espacio es propicio para la soledad mas no para la desesperación, “Reestreno” es una buena muestra: “Pudiera ser también que nos extrañe/ la ilusión que supuso saber desconocernos,/ hasta llegar aquí,/ fingidos en la voz, desdibujados,/ como suenan los pasos de la soledad/ en los cines vacíos de reestreno”.
En 1987 apareció Diario cómplice, el cual vislumbra la fortaleza del sentimiento, las emociones se bifurcan y el amor es quien decide: “Por mucho amor que guarde,/ una carta encontrada boca abajo en la mesa/ será siempre un cadáver”. Además, en el verso VIII de su Libro II, traza las coordenadas de su biografía temporal: “Mi historia no es un libro, como dices,/ es la esquina doblada de una página,/ porque pensar también lo que he sido/ me define de un modo más exacto/ por elecciones/ o presentimientos,/ porque hay versos que nunca se llegan a escribir/ y la fidelidad que tengo a la poesía:/ es demasiado débil,/ ni siquiera respeta su nostalgia”.
Ya para las décadas de los noventa, Luis García Montero presentó Las flores del frío (1991), en el cual define el verdadero sentido común de la historia poética, los hechos sencillos se acostumbran a ser líricos en sus versos, en “Tienda de muebles” leemos: “Verte desnuda/ o comprender el hueco de las manos,/ no tengo miedo, amor, porque te quiero,/ me gustas con las luces encendidas,/ aún es pronto,/ llámame cuando llegues,/ voy a colgar, mi madre/ necesita el teléfono”, el grado de sátira o de lúdico contagio es un reflejo de la época contemporánea, el sinsabor del postre nunca cede tregua.
Habitaciones separadas (1994) es uno de los puntos más altos en la poesía de García Montero, la “Dedicatoria” lo deja claro, el silbido del susurro resulta contagioso cuando en verdad se requiere de una amable caricia: “Si alguna vez la vida te maltrata,/ acuérdate de mí,/ que no puede cansarse de esperar/ aquel que no se cansa de mirarte”. Y aquí también el descarado amor es el que manda, el que ordena no sólo las palabras ni los versos, sino las acciones que no le corresponden necesariamente a lo terrenal: “Como la luz de un sueño,/ que no raya en el mundo pero existe,/ así he vivido yo,/ iluminando/ esa parte de ti que no conoces,/ la vida que has llevado junto a mis pensamientos”.
Dedicado a Almudena (Grandes), Completamente viernes (1998) es el gesto que eligió el escritor para hacer su himno poético, su código de malestar y desasosiego disfrazado de cándido enamoramiento: “Por detergentes y lavavajillas,/ por libros ordenados, y escobas en el suelo,/ por los cristales limpios, por la mesa/ sin papeles, libretas ni bolígrafos,/ por los sillones sin periódicos,/ quien se acerque a mi casa/ puede encontrar un día/ completamente viernes”. Y aquí también se hospedan los “Problemas de geografía personal”, un lenguaje transparente con la narración que identifica las labores de quienes habitan la desesperación por al amor que se marcha:

“Nunca sé despedirme de ti,
(siempre me quedo
con el frío de alguna palabra
(que no he dicho,
con un malentendido que
(temer,
ese hueco de torpe inexistencia
que a veces, gota a gota, se
(convierte
en desesperación”.

Si bien había trazado el plano de su arquitectura en los libros anteriores, La intimidad de la serpiente (2003) refuerza ese mensaje, el “Domicilio particular” mantiene la profundidad de la caricia, que sabe de lo desgastante que resulta ver pasar el tiempo sin el respirar contiguo: “Al regresar a casa,/ cuando la luz se ha transformado en eco/ después de una jornada insoportable,/ el tiempo y ella son/ como una propiedad particular./ Necesito saber que me esperaba”. En este libro también recupera su tradición ¿o vocación? por la música (no hace mucho le pidieron musicalizar algunos poemas para la Orquesta Ciudad de Granada, lo cual aceptó amable y entusiastamente), de allí sus canciones, tal como lo hizo en Las flores del frío, ejemplo es “Canción serpiente”: “Y repitió el insomnio/ de la ciudad inútil/ que las noches se pierden en un ojo sin párpado// porque la audiencia sube/ cada vez que el veneno/ abandona a su suerte a los instintos del rayo”.
La sección final de estas casi setecientas páginas se titula Además, conformada por Y ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn (1980), su canto inicial tanto al espacio que se anhela como a los escritos que se requieren, así como En pie de paz (1985-2005), el de mayor uso cuando se necesita elevar la voz a favor de la civilidad, y Rimado de Ciudad (1981-2005), reflejo y resplandor de su querido mundo granadino.
Al lado de los libros de poesía, Luís García Montero ha estudiado, hablado y analizado sobre la poesía, sus tomos de ensayos como Poesía, cuartel de invierno, Confesiones poéticas, El sexto día, entre otros son muestra clara de ello, de allí que piense así: “Desconfío del poeta que se dedica solamente a la retórica manifiesta, pero desconfío también del que es incapaz de improvisar un soneto o de escribir endecasílabos sin contar con los dedos. La técnica no lo es todo, pero uno está perdido si no domina la técnica”. O dicho en verso: “Déjame que responda, lector, a tus preguntas,/ mirándote a los ojos, con amistad fingida,/ porque esto es la poesía: dos soledades juntas”.
Luís García Montero es a estas alturas de la poesía contemporánea un representante digno de la tradición española, amable de palabra y con los ritmos depurados, aprendidos y llevados a la página de la manera más honesta posible, que cuando se le agrega la dosis de sinceridad requerida, resultan en poemas que se conocen, se quieren, y se hacen del dominio público.

Luís García Montero, Poesía (1980-2005). Tusquets Editores (Col. Nuevos textos sagrados), España, 2006; 678pp.


Texto aparecido en la revista Siempre¡

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