jueves, 24 de julio de 2008

Susurros de un labial

Vivir es un acto de fe. Creer en lo que uno aparentemente vive es la idea central de Besos pintados de carmín, la nueva novela de Sealtiel Alatriste (Ciudad de México, 1949), creer en aquellas personas con las que uno se rodea y comunica, pero también es una invitación para que de alguna u otra forma vivamos más allá de la muerte.
Edelmira Pajares y Cástulo Batalla, alias B, tuvieron un matrimonio completo, se entregaron el uno al otro de manera total. Pero al poco tiempo de la muerte de ella, se presentan escenas difíciles de comprender en la vida real, pero qué es el amor sino una vida alterna a la que transcurre al lado del resto.
El punto de quiebre es el anuncio del fantasma de Gregorio Flores, compadre de B y eterno enamorado de Edelmira, quien hace público que en ese reino que divide la vida terrenal con la eterna, se ha encontrado con Edelmira, y como tal, piensa cumplir aquello que en este reflejo de la frontera no pudo.
Ante tal acto, B recurre a un método carente de rigor científico, pero potente en creencia, el chino Lee, quien con unos polvos mágicos ayuda a Edelmira a traspasar la barrera que parecía infranqueable. La frontera es un viejo armario que también contará con tintes protagónicos en la historia. Desde ese instante el alma fantasmal de Edelmira se volverá un integrante recurrente en el actuar de B, pues lo acompaña en su nueva vida como viudo, y como el seductor que ya era desde antes, al cual define de la siguiente forma: “Voy a parecerte un cínico pero la manera moderna de ser un seductor es llevando dos vidas, como un marido fiel y como un mujeriego empedernido”.
Esa vida incluye sus dos nuevos amores, su estatus social y la casa familiar, donde el fantasma de Edelmira no diferencia entre la intuición y la discreción, ella llega cuando menos lo espera B, a veces le sorprende, mas siempre con un ánimo de ayuda, le da consejos incluso recomendaciones para con sus novias. Le facilita las cosas si ella lo cree necesario, pero también lo cuida, como marido que nunca dejará de serlo. “¿Qué diría si supiera que con sus andanzas eróticas buscaba confirmar lo que ella había descubierto?”, interroga la misma trama.
La escenografía de esta novela se ubica en el Edificio Condesa, lugar con historia, como sus habitantes, localizado en un espacio céntrico y obligado paso, en el cual además se dan cita las anécdotas más inverosímiles que no se reconocen del todo. Este edificio está en Santomás, un alter ego o parodia de la Ciudad de México, donde además pasan curiosos fenómenos, o como diría el chino Lee de manera filosófica: “Ciudad ayudar almas con anhelos”.
Dejemos mejor que se describa la ciudad en palabras del narrador: “Santomás era una ciudad extraña pero no era prodigiosa a pesar de que a muchas personas les sorprendiera su raro encanto. Parecía hecha con fragmentos de otros lugares, llena de edificios o monumentos inesperados, con barrios que cambiaban radicalmente de fisonomía tras una calle, cuyo urbanismo obedecía a la trama fresca de las casualidades”.
Ya con el escenario perfectamente delineado, nuestro autor hace acompañar a los protagonistas de actores secundarios de diversos calibres, como Felipe Salcedo, un hombre de menor edad que B quien es una especie de amigo-hijo, una figura que sigue al guía y demuestra afecto filial; o Maricarmen Navarro y su esposo pintor, que con obras empobrecidas rescata dotes filosóficos para adornar las charlas; y Nora García (acaso homenaje escondido para Margo Glantz y su personaje del mismo nombre que da vida a la obra Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador).
Ese objeto del deseo femenino que es el zapato ayuda de buen agrado y mejor forma al narrador para dotar de buen humor varios pasajes de la historia, como por ejemplo cuando B lleva a su mujer-fantasma de compras, específicamente a adquirir zapatos. Siendo que sólo él puede verla, y haciendo que las demostradoras de la zapatería fueran quienes se probaran las piezas.
O como el disléxico bilingüe que aparece de manera fugaz, y las almas femeninas en cuerpos de hombres, e incluso el tío Salomón (quien hablaba de manera tal que cambiaba de orden las letras pero lograba darse a entender). Uno de los pilares de esta trama es el buen humor, desenfadado y natural.
También toma al desamor como bandera, ese “pecado capital tan grande que no tuvo cabida en la clasificación divina pues nadie encontró la virtud que lo atenuara”. Los enamoramientos y el flirteo al servicio de los pordioseros sentimentales. Ejemplo la madre de una novia de B, con escena de adolescente experimentada pero no por ello carente de ser la próxima en la lista de las despechadas.
No así de los que sólo buscan cubrir el requisito para salir airosos en las operaciones carnales, porque como sentencia esta obra, “el sexo es un pretexto para buscar lo que nos ilusiona. Después de todo, el acto dura unos cuantos minutos pero la reverberación del orgasmo, su metáfora, ocupa toda la vida”.
El verdadero fantasma que recorre las páginas de Besos pintados de carmín es el del deseo, el de la pareja en comunión independientemente del espacio que cada uno ocupe. Se sabe que la mujer vigila al hombre donde esté, lo confiesa el mismo B: “Me di cuenta que de ahí en adelante, encontrarme con mi mujer iba a depender de ella y no de que tomara los polvos del chino”.
A la par está la búsqueda siempre justa de lo que hace falta para ser más feliz. De la pregunta sin respuesta, del pensamiento en voz alta, siempre estropeado o al menos distraído con otros ruidos pues duele el contagio de saber la realidad, de comprender con el protagonista que “Si yo buscaba su fantasma en otras mujeres, ella encontró el fantasma de sus amantes haciendo el amor conmigo”.
Sealtiel Alatriste en obras como El daño ha demostrado su capacidad para elaborar textos inteligentes e interesantes, Besos pintados de carmín no es la excepción sino al contrario, es la confirmación de una trayectoria, un punto diferente pero también alto en el currículo de este ahora funcionario universitario, quien comparte lo que de suyo le pertenece a cada humano que tiene la capacidad o el don de escuchar el palpitar de sus corazones (el propio y el ajeno).

Sealtiel Alatriste, Besos pintados de carmín. Alfaguara, México, 2008; 342pp.

Reseña publicada en la revista Siempre de esta semana.

No hay comentarios: