viernes, 14 de noviembre de 2008

Tres discursos


El subrayado en los libros de Carlos Fuentes es un acto imprescindible. Las frases contundentes son el infaltable elemento de disfrute para el lector que atesora sus palabras. Premiado y leído (otro premio, quizá mejor) sobre todo como narrador, el Fuentes ensayista también ofrece un perfil alto en el análisis de la realidad.

Uno de esos libros pequeños, extraviado, que no esconden la paternidad, es el titulado Tres discursos para dos aldeas, perteneciente a la Colección Popular en su número 489 del FCE, y son, como bien lo dice el nombre, tres discursos que Carlos Fuentes leyó al recibir el Premio Cervantes en 1987; en París a expensas de la UNESCO, y en Ciudad Universitaria de México, DF, en un Coloquio de Invierno.

El primero de ellos, Mi patria es el idioma español, es un agradecimiento sincero y un homenaje al primer idioma que le ayudó a comunicarse. Un canto también al orgullo: “Mi pasaporte mexicano —el de ciudadano de México— he debido ganarlo, no con el pesimismo del silencio sino con el optimismo de la crítica. No he tenido más armas para hacerlo que las del escritor: la imaginación y el lenguaje”.

En esas líneas el autor de Aura habla de sus querencias, de los objetos y sentimientos que hallan acomodo en su mente y sentimientos tanto en México como en España. Al país del águila devorando la serpiente lo califica como herencia y por ello la indeferencia queda descartada. La historia no está allí para admirarla simplemente sino para entender los motivos por los cuales estamos en una situación como la actual. Por eso comparte la idea de que la lengua de la conquista fue también la de la contraconquista, y todavía va más lejos: “sin la lengua de la colonia no existiría la lengua de la independencia”.

Pero no se queda allí, sino que conmina de manera directa para que el lenguaje utilizado en varios ámbitos suba su nivel, sea un canal de comunicación y entendimiento y no de discordia e insultos, él lo afirma así: “Nuestra imaginación política, moral, económica, tiene que estar a la altura de nuestra imaginación verbal”. De allí su admiración por Cervantes, de allí su inclinación por lo escrito, de allí también que lea cada día, que ubique acomodo para la lectura en su apretada agenda.

El segundo discurso Los próximos quinientos años comienzan hoy, fue leído en la sede de la UNESCO en la capital de Francia, como parte de los festejos por el descubrimiento del nuevo mundo (1492-1992). En él, sus líneas tuvieron un mayor acercamiento a la cultura y su vida alrededor. Como ejemplo baste una de sus definiciones: “La cultura es la manera que cada cual tiene de dar respuesta a los desafíos de la existencia”. O este otro apunte: “Sólo la cultura, que es amor y amistad, creación y crítica, eros y tánatos, asegura la continuidad de la vida a pesar de la inevitabilidad de la muerte”.

Ensaya con gran sigilo por las partes que nos exploraron hace tiempo y que en buena medida nos siguen explorando, pero ahora con un conocimiento mayor, aunque también con los problemas que trajo consigo el desarrollo: “Somos lo que somos porque juntos hicimos la cultura que nos une: india, europea, africana y sobre todo, mestiza. Una cultura que predice la naturaleza y los problemas del mundo en el siglo XXI”. Los problemas que ahora ya en el nuevo siglo continúa analizando.

El último discurso de este pequeño ejemplar es Después de la guerra fría: los problemas del nuevo orden mundial, pronunciado en el auditorio Alfonso Caso en CU de México DF, en 1992; y como su nombre lo indica versa sobre los acontecimientos que conlleva un reacomodo geopolítico, cultural, económico, que través de las guerras, a veces con armamento de grueso calibre, cobran facturas de dimensiones inimaginadas, sacrificando vidas, y castigando el desarrollo, cortando de raíz con la certidumbre del mañana.

El reto es claro para Fuente desde ese entonces: “el verdadero desafío es el de una sociedad interna sana. Y es un desafío que coloca el tema social en el centro de la relación de un país consigo mismo”. A la vuelta de los días podemos ver cuanta razón tenía y el poco caso que le han hecho a sus palabras. Allí los resultados, allí la acusación.

Y es que como señala el también autor de Terra nostra: “El problema no es más Estado o menos Estado, sino mejor Estado. Y el mercado no es fin en sí mismo, sino medio para obtener mejores metas sociales”. Sin embargo, pareciera que en la época actual estas ideas van separadas, cada una por su cuenta, cada cual con su cada quien.

Tomas Eloy Martínez en el prólogo a este volumen afirma sobre Carlos Fuentes que “Cada uno en sus libros es un acto de fe en el hombre, una deslumbradora piedra en la interminable edificación del mundo”. Y con visiones como la siguiente del autor de La voluntad y la fortuna queda claro el por qué: “Mientras más y mejor entendamos y aceptemos nuestra pluralidad racial y cultural india, negra, europea, ibérica, mediterránea, celta, griega, romana, árabe, judía, mestiza en todos los órdenes, mejor preparados estaremos para dirigirnos a las dos aldeas que habitamos: la global donde vivirán nuestros hijos y la local donde murieron nuestros padres”.

Sumado a lo anterior queda la constancia del agradecimiento y reconocimiento de Carlos Fuentes pues cada discurso está dedicado a una personalidad que ha querido celebrar de alguna manera (Javier Solana, Federico Mayor y Bernardo Sepúlveda), demostrando así humildad y reconocimiento. De tal suerte que Tres discursos para dos aldeas sea un ejemplar de esos extraviados en las gigantescas columnas de sabiduría de una librería o biblioteca, pero que de hallarlo se disfrutará porque el análisis inteligente y la sabiduría por compartirlo de Carlos Fuentes está en todas sus aportaciones, no sólo en la narrativa.

Carlos Fuentes. Tres discursos para dos aldeas, Fondo de Cultura Económica Colección Popular 489), México, 1993, pp. 97.

Texto aparecido en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica de noviembre de 2008.

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