domingo, 30 de noviembre de 2008

Travesía


¿Qué es una aventura?, si no el reflejo de un sueño propiedad de otra persona en algún momento ya distante. O tal vez el anhelo de alcanzar lo desconocido. Las aventuras de amor son diferentes, llevan el toque de atracción, seducción y culminación. Las que se desarrollan en el mar son nostálgicas desde antes de tocar las olas y se vuelven fotografías en la mente, incluso cuando se dice que pierde uno la memoria se pueden escapar nombres, direcciones, números telefónicos, mas no así esos retratos.

Quizá por esa razón a Mauricio Carrera (Ciudad de México, 1959) le surgió la necesidad de plasmar en literatura la fotografía que llevaba incrustada en sus ojos desde hace años. Una expedición de 3 mil 500 kilómetros en lanchas con motor de difícil manejo. Países que aparecen en el mapa pero pocos se han atrevido a explorar, y menos aun con una preparación tan básica, por decir algo elegante, como la que tuvieron Carrera y sus compañeros de tripulación.

Comandados por el capitán Jacques Desjardins, fueron muchos quienes llenaron la solicitud pero pocos los elegidos. El proceso de selección fue tomando en cuenta un poco la experiencia, otro tanto los perfiles y un porcentaje mayor el azar. Pero siempre es así cuando se trata de aventuras, el destino no pone numeración en las puertas que hay que abrir, ni tampoco el nombre de las embarcaciones que atravesarán el oleaje.

El peligro en tierra y en el océano es similar, las ciudades encarnan peligro, una tormenta combinada con una decisión mal tomada en el mar, en una embarcación de pequeñas dimensiones a gran velocidad, puede ser el adiós con los compañeros de fuga; las dimensiones cobran valor diferente con el paso del cansancio, con la comida que ya no sabe sino sólo ocupa lugar en el estómago, con la enfermedad que se contagia a la menor provocación, con las ganas de regresar, de escapar, pero también de seguir, pues la ventura impone, sugiera, atrae.

Se dice que al pueblo que fueres has lo que vieres, y justo eso el también autor de El club de los millonarios, Saludos de Darth Vader y Tormenta, entre otros títulos, encarnó en su paso por Venezuela, Colombia, Panamá, Aruba, Curazao y sus diminutos poblados, tan llenos de historias, de cultura propia, de enseñanza, igual de grande que la distancia que los tiene sumidos en esa lejanía que no reconoce el paso de la modernidad, que le estorba al desarrollo, pero que sin duda alimenta el arcoiris terrenal.

El humor es un cómplice en las líneas de Travesía, y es que toda aventura debe contar con tintes de humor. Desde la invitación con un par de güeras de muy buen ver que acaban teniendo relaciones entre ellas dejando sólo como vouyeur al protagonista, hasta las burlas por las cosas cotidianas, debido muchas de ellas al desconocimiento del contexto, pues que incursione un citadino en el mar centroamericano no es cosa de todos los días, no hay libros que ayuden a manejar con destreza la diferencia de tiburones y su peligrosidad, la penetración de la humedad, la condimentación de un alimento recién preparado, la temperatura bajo el sol que puedes resistir a cierta hora, aunque no así a los mosquitos kamikazes.

Estas crónicas marineras, que merecieron el Premio Nacional de Testimonio Chihuahua en 2006, son una muestra de la voz de un joven que fue, pero también es cierto que ya está trabajada por un experimentado escritor que se ha sabido mover entre el ensayo, el cuento, la novela y el periodismo, y es que estas crónicas están llenas de todos ellos, quizá más del periodista, ese que husmea y palpa, da noticia y en este caso, también hace noticia.

Mauricio Carrera ha obtenido una cantidad considerable de premios e incluso ha gozado o goza de la beca que brinda el Sistema Nacional de Creadores, además tuvo momentos de fama al ser el escribano de Anel, al publicar su libro Volcán apagado. Mi vida con el Príncipe de la canción, y las telenovelas tampoco le son ajenas. Toda esa mezcla rara es en buena medida el reflejo del trabajo y la disciplina, porque si bien pareciera que sus libros (y sus muchas colaboraciones en suplementos y revistas) aparecen de manera poco separada, en cada uno de ellos hay voluntad y voz propia, independencia de acuerdo a géneros e intereses, respiración necesaria que es buena consejera.

En el caso de Travesía, crónica y periodismo se dan cita, y es que se sabe que no puede separarse, y para bien, la vena literaria de un narrador que comparte, que sirve en el vaso de la literatura una bebida con varios elementos que al final resulta de buena factura, fresca pese al calor de las costas centroamericanas, y fácil de digerir por la buena dosis de complicidad con que fue enmarcada. Es cierto aquello de que el viaje nunca termina y cada página de esta obra es un nuevo episodio que lo confirma.

Mauricio Carrera, Travesía. Crónicas marineras, Ficticia Editorial, México, 2008; 187pp.

Texto aparecido en la revista Siempre de esta semana.

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