viernes, 29 de agosto de 2008

Alfabeto del mundo

En estos días releía poemas del recién fallecido (me pregunto cómo es la temporalidad de los muertos, ¿cuándo podemos dejar de decir “fallecido recientemente”, por ejemplo?) Eugenio Montejo quien dejó de existir el 5 de junio de este año en Valencia, España. Motivo suficiente para compartir una reseña de su libro Alfabeto del mundo que publiqué en su momento. Hela aquí:

La frontera espaciotemporal se desvanece ante la fortaleza de propuesta terrenal, de tranquilidad por el ser interior que arropan los versos de Eugenio Montejo (Venezuela, 1938). En 1988 apareció la primera edición de su antología Alfabeto del mundo, diez años después le fue concedido el Premio Nacional de Literatura en su país natal, dos lustros en los que siguió produciendo, proponiendo, haciendo, pero sobre todo observando.

La poesía de Montejo, recuerda la fotografía que se queda grabada en la mente con el paso aletargado de los días, es de remembranza y esperanza, es de respiro en la contaminada urbe, pero también de reflexión. Américo Ferrari, en 1986 lo dijo así: “en la poesía de Montejo la visión del mundo y las formas en que se plasma aparecen emergiendo la una con la otra en una correspondencia nunca desmentida [...] Esto nos lleva a la representación del mundo con una red de signos, como un alfabeto que tenemos primero que aprender a deletrear si, bien o mal, queremos anotar el texto que leemos”.

Su primer volumen data de 1967, el título: Élegos, le siguió Muerte y memoria en 1972, donde se ubica su poema Dos llamas, “No es sueño esa hora extática/ donde me veo ir de tu mano/ a través de los árboles quietos/ de la casa sin nadie.// No es sueño el diálogo que vuelve/ a nuestras dos límpidas llamas,/ hasta fundirnos en la noche/ al fondo de una lámpara.// ¿Cómo saber cuál de los dos pabilos/ ha cortado la muerte? Uno de ambos/ está soñando al otro,/ pero en la luz que mezcla el tiempo/ nos vemos y nos basta”, juego de imaginación amorosa, afectiva con objetos cotidianos.

Ritmo y pretexto le sobran, mensaje atinado, perceptivo, el que parecería Lejano, “Noche donde la ausencia sopla una bujía/ y a oscuras oímos en el patio/ a otros muertos que hablan otra lengua/ y no nos acompañan”, acaban siendo leguaje y alfabeto propios.

En Algunas palabras (1976) dibuja los trazos de una escenografía cotidiana cuál única, el contexto individual de cada ser que capta sentimientos ubicados en elementos de la vida, razones para soportar el peso y el paso de los días: “La vida puede llegar ahora, no sabemos/ puede estar en Nebraska, en Estambul,/ o ser esa mujer que duerme/ en la sala de espera”. Luego viene Nostalgia de Bolívar que aparece fechado en 1976, aunque este poema apareció en la antología Bolívar en la poesía hispanoamericana que data de 1984.

Con Terredad (1978) reafirma su lugar en la superficie de los mortales: “Nada puede el somnífero/ para borrar el sordo tableteo/ de los trenes nocturnos que van lejos./ Toda la noche tiemblan las paredes”. Poeta de mundo, sabe de viajes, de distancias andadas y recorridas, aquellas mismas donde a veces, “su ausencia es mi único equipaje”.

En Trópico absoluto (1982) se halla a un singular personaje que puede parecerse a cualquiera, incluso al que luce en el reflejo, puesto que va arrastrando a diario su ciudad, quizá sea la misma que “no es fiel a un río ni a un árbol, mucho menos a un hombre”. El escritor a estas alturas ha logrado que le lector hable su idioma, lo entienda y el grado de comunión sea además de mayor, más profundo, saben (ya el plural se explica por sí mismo) por demás que “Ningún amor cabe en un cuerpo solamente,/ aunque el alma se parte y ceda espacio/ y el tiempo nos entregue las horas que retiene./ Dos manos no nos bastan para alcanzar la sombra;”

Alfabeto del mundo (1986) recarga su belleza poética en lo inesperado que resulta en veces el mismo lenguaje, donde solicita una letra de la palabra, pero también donde coloca un par de adjetivos que rompen y le dan valor de gracia y originalidad, por un lado el “gótico” a un diptongo que se halla en la palabra (y figura también) del “cuerpo”, y la piedad calificada como “cósmica”, y todo ello toma forma (se despliega, en palabras de Montejo, otro verbo atinado) ante el ojo de cualquiera que tenga en funcionamiento sus sentidos.

En Adiós al siglo XX (1992), más allá de una despedida es una nueva invitación a hacer tangibles los sentimientos. En un poema dedicado a Américo Ferrari (quien además de escribir el prólogo de la primera edición, en la más reciente también apunta sobre aspectos de la poética de Montejo), anota en una especie de diálogo con el mismo mundo: “Muero lo que puedo, pero no me adelanto”.

Partitura de la cigarra (1999) es una sección interesante por entrañable; allí toma de alguna extremidad al pequeño animal para percibir con los sentidos exactos el paso de los recuerdos por una ventana mágica que viaja del pasado al presente con un retorno amable, casi cierto. Allí los “Muertos de nunca habernos muerto” se dan cita, “Y aunque en el aire miré mi propia ausencia,/ cuando mis huesos retornen al silencio/ y se extinga la lumbre de esta lámpara,/ sé que mañana habrá otras voces en la tierra”.

A la par, el viaje pospuesto toma la voz, desea fervorosamente cambiar de escenario, su telón de fondo ahora será otro: “Adiós a lo ganado y lo perdido,/ me voy a otro lugar donde veneren/ la vida como dádiva y enigma,/ la pasión del instante/ y el efímero sueño de la tierra…”. Cierra el volumen Papiros amorosos (2002) que resguarda “El temor al olvido que se amontona/ detrás de tus pestañas,/ el temor al arribo en el próximo puerto/ que puede separarnos.”.

Juliana González Valenzuela, Antonio Deltoro, Ricardo Pozas Horcasitas, Jesús Silva Herzog y Alberto Ruy Sánchez, le otorgaron el Premio Octavio Paz en 2004 a Eugenio Montejo y ojalá con ello haya obtenido más lectores para su poesía cómplice de todo ser humano, esos mismos que intentan hablar un mismo lenguaje, el alfabeto del mundo.

Eugenio Montejo. Alfabeto del mundo. Fondo de Cultura Económica (col. Tierra firme), México, 2005, pp. 332.

2 comentarios:

ángel dijo...

Gracias por esta aproximación al gran Eugenio Montejo quien, por cierto, falleció en Valencia, sí, pero la Valencia venezolana.

Estupendo espacio, el tuyo.


Saludos...

DobleNegación dijo...

Gracias por leer. Y por escribir. Sabes, creo que la idea por lo que me quedé con la Valencia española fue por la editorial Pretextos que publicó si no su último (ya ves que luego salen inéditos) sí uno de sus úitimos libros, está allá. Seguimos.