miércoles, 17 de septiembre de 2008

El accionista mayoritario


El accionista mayoritario es un libro constituido de tal forma que su lectura va envolviendo, gana terreno de a poco, consume, y cuando uno se da cuenta ha avanzado más que en el resto de sus lecturas comunes. Además, en el caso de esta obra de Petros Márkaris (Estambul, 1937) se recuerda más la trama, los personajes (no así del todo sus nombres pues su origen griego los hace poco familiares) y se celebran los nudos y las buenas escenas.

Quizá no sea tan atrevido calificar este libro como una novela cercana. Su autor recurre de nueva cuenta al comandante Kostas Jaritos (el cual ha visto a luz en libros como Defensa cerrada y Suicidio perfecto, entre otros) quien ahora enfrenta el terror al dos por uno, y en ambos tiene que salir avante, pues se trata de su trabajo, pero también de su vida, de su familia, y en medio de todo se da tiempo para la sagacidad, el pensamiento, el humor, el amor-odio. Por ejemplo se pregunta a sí mismo, luego de años de vivir con la misma mujer que quiere: “¿Cómo puedo explicarle la diferencia entre aquellos tiempos, cuando nos daba miedo que el otro nos plantase, y ahora, en que uno teme que el otro no le deje nunca?”

Esto se da en el marco, primero, del secuestro del barco El Greco con cientos de personas a bordo, entre ellos Katerina la hija del comisario, y su prometido Fanis. Y segundo del inicio de una ola de asesinatos en Atenas de alguien que está en contra de la publicidad en los medios de comunicación y por ello ha decidido tomar cartas en el asunto, y como las amenazas no bastan, los asesinatos toman a los reflectores por la fuerza.

Al enterarse de la noticia del secuestro de la nave, el comisario y su mujer se dirigen al lugar de los hechos. Por su posición laboral le es fácil a Jaritos entrar a los lugares donde se toman las decisiones, pero su voz en este caso no cuenta mucho, su apoyo no puede ser mayor. Empieza el desfile de personajes que le darán movilidad a la trama, como lo es su jefe, de nombre Guikas, hombre que le da su espacio para trabajar, que lleva años en esa posición y que hasta ahora no ha tenido mayores dificultades.

Las elucubraciones sobre quién se ha apoderado de la embarcación y sus tripulantes empiezan a ser disipadas de manera lenta (en este trajín interviene Parker, un enviado por el FBI, con quien trabajó Kostas en las olimpiadas del 2004). Se piensa en extremistas, en guerrilleros, pero se sabe por fin que son griegos que apoyan una causa pasada y ahora intentan sus cinco minutos de fama.

El ritmo que llevan las acciones del secuestro es manejado a la perfección por el narrador. Liberar a la hija consume los capítulos necesarios, los diálogos se notan naturales, la concepción del tiempo es una jugada a favor del escritor. Recorre de manera suficiente los sesenta minutos del reloj, la hora de la siesta, la del miedo, la de la angustia, pero sobre todo la de la intriga. Con el deseo a flor de piel uno sigue la búsqueda en la página siguiente.

Además, cuenta a su favor con el aderezo del humor, que no pasa de largo, sino que roba de manera natural una sonrisa cómplice: “Nueve de cada diez griegos, cuando les pides algo por favor, te dicen «Imposible». Pero si les insultas y amenazas, vienen corriendo detrás de ti y te ruegan que les dejes hacer lo que les pedías”.

Otros elementos que le dan un toque de agilidad y de apoyo en los cambios de ritmo son los subalternos y compañeros de trabajo de Jaritos, así como los infaltables periodistas (digna de mención la entrevista con la esposa del comisario cuando su hija está secuestrada), un ministro preocupado más por su imagen que por su trabajo, accionistas de medios temerosos en mayor medida por la caída de sus ventas que por los posibles asesinatos.

Además, entre líneas Petros Márkaris deja caer la crítica a una época contemporánea que se vive en Grecia, disfraza en frases que parecieran simples, lo que es una carga mayúscula de coordenadas posmodernas: “La televisión es a la familia moderna lo que el brasero era a la antigua”. Todo ello en una especie de fotografía de Atenas después de los Juegos Olímpicos de 2004, y cómo sus instalaciones ahora han perdido el brillo para volverse tan sólo un recuerdo en el mejor de las circunstancias.

Ambos casos policiacos (el del secuestro de El Greco y el asesino de quienes tienen que ver con la publicidad) guardan relación, y lo mejor de la historia no es el desenlace sino el camino para llegar a él. En ningún momento el comandante Kostas Jaritos se da por vencido, se siente humano, héroe moderno y anónimo, con la carga emocional de llegar a casa para cenar con su mujer, de soportar las dudas de la hija, de tener un jefe que a veces titubea, de contar entre sus conocidos con gente que antes le hubiese debido la vida. Eso lo hace más cercano.

Su comportamiento es de una altura significativa, sus pasos, aguantar humillaciones, saberse traicionado por su misma gente, ver que otro logra crédito por un trabajo totalmente suyo. Soporte, aguante, resistencia que lo hace un buen elemento de seguridad, pero sobre todo en una buena persona.

El accionista mayoritario pide y exige lectura total, completa. Es una obra que deja huella, que gusta, que está construida con fondo y forma. Incluso, es un libro de esos que dan ganas de prestar para que otro lo lea y luego platicar sobre las elucubraciones que nacen, se angustian y desfallecen.

Petros Márkaris, El accionista mayoritario. Tusquets editores, México, 2008; 365pp.

Texto aparecido en la revista Siempre¡ de esta semana.

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