martes, 9 de septiembre de 2008

On Bullshit

Cual dardos envenenados de incultura, la charlatanería (bullshit en lengua inglesa) ha venido a postrarse en buena parte de los discursos no sólo políticos en nuestra sociedad mundial. Por la rapidez con la que vino a colocarse, pocos se han ocupado de analizarla a profundidad, uno de ellos es Harry G. Frankfurt, profesor de Filosofía en la Universidad de Princeton.

Bajo el título de On Bullshit, sobre la manipulación de la verdad, el académico es claro en su concepción en este ensayo de largo aliento: “Propongo que empecemos a elaborar una concepción teórica de la charlatanería, ante todo mediante un análisis filosófico provisional y exploratorio”. De allí parte, con sus argumentos y razones para hablarnos, en una primera instancia, de las diferencias y coincidencias entre la charlatanería, las mentiras y las expresiones conocidas como paparrucha (que según Max Black en su obra The Prevalence of Humburg son “tergiversación engañosa próxima a la mentira, especialmente mediante palabras o acciones pretenciosas, de las ideas, los sentimientos o las actitudes de alguien”).

Frankfurt hace un interesante planteamiento cuando comenta que una persona tergiversa algo al contar una mentira, pero al hacerlo, “no puede evitar tergiversar también su propio estado de ánimo”. Esto es, las reacciones muchas veces corresponden a una falta de atención al fenómeno en su conjunto, pues “es precisamente esa ausencia de interés por la verdad —esa indiferencia ante el modo de ser de las cosas— lo que yo considero la esencia de la charlatanería”, remata el también autor de Las razones del amor.

Inserta otro término que en el vulgo mexicano es de uso corriente: la figura del farolero. “Parece que toda la charlatanería entraña algún tipo de faroleo. Sin duda está más cerca de farolear que de contar mentiras”, dice el autor, y complementa: “Tanto mentir como farolear son formas de tergiversación o engaño. También farolear tiene típicamente como objetivo transmitir algo falso. A diferencia del simple mentir, sin embargo, es más específicamente cuestión de falsificación que de falsedad”. Cuestión que puede comprobarse con aquellas personas que quieren aparentar lucidez (luz de farol, de farolero) cuando su brillo se opaca por la falta de argumentos.

Una sentencia es el hilo conductor del ensayo: “la gente es más tolerante con la charlatanería que con las mentiras”, de allí quizá se explique el comportamiento de varios miembros de la clase política contemporánea en nuestro país y más allá de las fronteras, pues el aparentar ser o parecer algo que no se es, tiene tintes de charlatanería, y por ello sus seguidores y detractores pueden llegar a ser más pacientes en cuanto al tiempo de resultados por ejemplo, que si ese mismo personaje de la fauna política, hubiera mentido.

Al paso, con los resultados que conlleven las acciones, la respuesta que venga puede ser variada, pero de existir el fracaso éste conlleva una marca común, a decir de Frankfurt, “podemos tratar de distanciarnos de la charlatanería, pero es más probable que nos apartemos de ella encogiéndonos de hombros con impaciencia o cierta irritación que con el sentimiento de afrenta o ultraje que a menudo inspiran las mentiras”. Otra vez, esa diferencia entre el que es charlatán y el que es mentiroso, diferencia a veces poco notoria.

Como profesor universitario, el autor deja al lector un ejercicio que no tiene nada de simple: entender el por qué nuestra actitud frente a la charlatanería suele ser más benévola que nuestra actitud frente a la mentira. Idea que merece un buen análisis el cual debiera iniciar a la menor provocación, puesto que si bien, como argumenta el mismo filósofo, “para inventar una mentira cualquiera, ha de pensar que sabe qué es lo verdadero. Y para inventar una mentira eficaz, debe concebir su falsedad teniendo como guía aquella verdad. En cambio una persona que decide abrirse paso mediante la charlatanería goza de más libertad”, cómo argumentar a favor de alguien que tiene la capacidad de traducir como consejos las advertencias.

A lo largo del ensayo queda en claro que la charlatanería no tiene por qué ser falsa, puesto que se diferencia de las mentiras en su intención tergiversadora, y para ello se apoya en la siguiente afirmación: “Tanto al mentir como al decir la verdad, la gente se rige por sus creencias acerca de cómo son las cosas. Dichas creencias los guían cuando tratan de describir al mundo, ya sea correctamente, ya sea engañosamente”. La charlatanería más común la podemos localizar cuando las circunstancias exigen de alguien que hable sin saber de qué está hablando, ejemplo que con facilidad nuevamente ubicamos en la clase política (aunque por desgracia otros espacios también se empiezan a contaminar como los medios de comunicación), que con sus debidas excepciones, explota la charlatanería en forma de glosa desgastada y repetitiva.

La conclusión de On Bullshit, sobre la manipulación de la verdad, publicado en España por la editorial Paidós, es rotunda: “nuestras naturalezas son, en realidad, huidizas e insustanciales (notablemente menos estables y menos inherentes que la naturaleza de otras cosas). Y siendo ése el caso, la sinceridad misma es charlatanería”. Todo lo cual hace que ésta sea una obra que debe leerse y releerse; interesante de principio a fin que vuelve los ojos de aquellos detractores del género que ven al ensayo como algo ilegible y aburrido. Pero sobre todo que toca un tema que a veces se da por sentado y al cual le falta mucho por debatir: personajes hay de sobra para analizarlos desde esta óptica, basta ver la baraja política nacional.

Harry G. Frankfurt, On Bullshit, sobre la manipulación de la verdad, Paidós, España, 2006, pp. 81.

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