lunes, 22 de septiembre de 2008

Sobre Olvidos de segunda mano

A finales de 2006 apareció mi libro Olvidos de segunda mano, pero fue hasta agosto de 2007 cuando lo presenté en la Ciudad de México, amablemente mi colega Ricardo Muñoz Munguía, de la revista Siempre escribió y publicó esta semana una reseña que deseo compartir a la par de agradecerle:

A la memoria de José Luis Mendoza Rodríguez.

El poeta abre las puertas para que el lector se encuentre con un enorme horizonte donde las imágenes abundan desde las primeras páginas hasta el ocaso del libro. Es el caso de Olvidos de segunda mano, de Rafael G. Vargas Pasaye, en el que la ciudad cobra presencia “La ciudad es la dama/ que acompaña tu voz./ Es el brillo de la noche,/ una termita en madera/ y el anzuelo/ de la muerte.” Así pues, también la noche con sus difuntos y sus fantasmas, con sus perros callejeros y sus aviones, a pesar de que “En la noche/ no pasa nada:/ de hecho, sólo camina el vacío”.
Dividido en cinco apartados (Imprecisiones sentimentales, Olvidos de segunda mano, Dama citadina, Tenues voces conocidas y Tempestades), Olvidos de segunda mano por igual permite al lector apreciarlo en un solo cuerpo. De sus páginas nos encontramos en la intimidad del escritor, donde se vuelcan sus figuras y finalmente se delinean a lo largo del volumen.
Rafael G. Vargas Pasaye (Ciudad de México, 1980), egresado por la UNAM en la licenciatura en Ciencias de la Comunicación, es ante todo, afortunadamente, un lector que no se queda conforme, un crítico con todas sus letras, como se puede constatar tanto en estas páginas de La Cultura en México así como en otras publicaciones culturales. También ha sido docente tanto en la UNAM como en la Universidad del Distrito Federal.
Insisto que Olvidos de segunda mano es un poemario en buena medida íntimo, en el que el dolor, la mujer, el padre son los ecos que parecen tomados del lugar interior donde poco nos alcanza el ánimo para enfrentarnos. Sin embargo, Vargas Pasaye enfrenta esas voces para, en cierto modo, sanar, sanarse y, por otro lado, acude a su quehacer poético para darle forma, aunque la imagen parezca nacer de sombras: “El amor de mi vida/ carece de nombre,/ puede iniciar con vocal/ o terminar en consonante” o “No estás.// hojas en blanco,/ pues mi mejor frase/ es compañera/ del silencio”.

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