lunes, 13 de octubre de 2008

El mundo


Si bien es cierto que existe una cantidad abrumadora de Premios literarios y los mecanismos de selección de los ganadores de muchos de ellos son flexibles por decir lo menos, es justo señalar que algunos logran cierta repercusión mediática (y financiera) que soportan el peso de la crítica. Tal es el caso del Premio Planeta que en la edición de 2007 arrojó como ganadora a la novela titulada El Mundo de Juan José Millás (Valencia, España, 1946).

Esta obra bien puede traducirse como la autobiografía del también autor de No mires debajo de la cama, y no sólo porque el personaje se llame igual y se dediquen a lo mismo, sino porque las emociones y pasos dados en las páginas son demasiados reales. La trama inicia cuando el personaje adulto recuerda su infancia, los mecanismos que echan a andar la memoria para llevarlo a unos días que recorren paisajes de Valencia y calles de un Madrid que parece lejano.

El narrador crea y se recrea en un niño que se arriesga a cruzar las fronteras más simbólicas, como a veces lo es la misma acera de enfrente. Las vivencias infantiles brotan para el testimonio de un futuro incierto. La facilidad para crear actores secundarios, con una proyección independiente y con fortaleza para también cargar cierto porcentaje del peso de la historia es digno de señalar.

A tal escenario le sugiere participantes de los más destacados. Pero quizá sea el de la esperanza el de mayor tránsito en esta etapa. Esta novela resulta un agradable encuentro con la cotidianidad y el recuerdo. Se traduce y palpa de cerca, se puede respirar el viaje en el tiempo, las definiciones, las autodefiniciones y el mismo sentido crítico que va de un lado a otro. El niño recuerda al amigo de viaje (de apodo Vitaminas) y sus aventuras, incluyendo la del espionaje para la Interpol. Luego pasa a ser el reconocido escritor y rememora el amor personificada en la hermana de su cómplice que responde al nombre de María José, quien —cosas de la vida—, le dirá una de las frases que marquen su destino.

El remordimiento también cabe, por eso no le tiembla la mano al afirmar lo que mira en un espejo de retina: “Quizás un novelista equivocado, un tipo que acertaba en las cuestiones periféricas, pero al que se le escapaba la médula. Un tipo bien intencionado, de izquierdas desde luego, pero de una izquierda floja, uno de esos compañeros de viaje, un tonto útil, aprovechable en los estadios anteriores a la Revolución, pero a los que convenía fusilar al día siguiente de tomar el poder”, afirma el autor de Cerbero son las sombras.

El mundo es un espacio de entretenimiento y remembranzas. Un espacio que se conoce desde el papel protagónico de una historia que se sabe propia: “Sospecho desde hace algún tiempo que todos nosotros, también usted, lector, somos replicantes que ignoramos nuestra condición. Nos han dotado de unos recuerdos falsos, de una biografía artificial, para que no nos demos cuenta de la simulación”.

De lectura ágil y sincera, y con un buen ritmo esta novela se disfruta entre otras razones, por el contagio que brinda esa búsqueda de una persona en el cuerpo y mirada de otra, y también por el rechazo que esa similar sensación contrae, repeler a un sujeto, que puede ser uno mismo, porque los otros ven a alguien que no somos nosotros. Juego de personajes, de personalidades, de variación y quiebre.


El Epílogo de El Mundo es un guiño final de Millás con los sentimientos más humanos. El contacto con la muerte en otra de sus variantes. El despojo de las cenizas de los muertos, el último recuerdo físico, el último elemento material que los ata a este otro mundo. El lado de la fortaleza y el encuentro. Buen final, pues combina la voz madura que hizo buena mancuerna con la del niño que también fue.

El Mundo es un reconocimiento a la vida, un tratado de paz entre el mundo de los recuerdos y el sufrimiento que a veces causa recordarlos, una alianza con los buenos momentos que un día vivimos, pues a final de cuentas de eso trata el pasar de los días, de saber quienes fuimos para entender quienes somos. Un instante pues que nos hace saber el inicio de la historia: “Cuando escribo a mano, sobre un cuaderno, como ahora, creo que me parezco un poco a mi padre en el acto de probar el bisturí eléctrico, pues la escritura abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas”.

Juan José Millás, El mundo. Editorial Planeta, México, (segunda reimpresión, abril 2008); 233pp.

Texto aparecido en la revista Siempre¡ de esta semana.

No hay comentarios: