lunes, 27 de octubre de 2008

Sentencias

El pensamiento y la razón son inabarcables, empero algunas veces ceden treguas fugaces traducidas en mínimas sentencias, en frases concluyentes que se apoyan en la brevedad, de tal forma que cuando se logran fundir en un avance intelectual, que toma elementos de la humanidad como el humor o las costumbres, entre otras, cobra vida uno de los géneros de mayor apego entre los poetas y ensayistas: el aforismo

Y precisamente siendo poeta y ensayista, ahora Armando González Torres (Ciudad de México, 1964) recurre al aforismo para presentarnos Eso que ilumina el mundo, volumen que se arma de cinco secciones perfectamente identificables, sin embargo algunas sentencias pueden amoldarse a contextos que ni siquiera el autor prefiguró. Todas llevan por eje temático el comportamiento y actitudes del ser humano, de su contexto, del pretexto y excusa, del sinsabor de elementos nobles y cálidos, o fríos por crueles, pero certeros por donde se les lea.

En la primera sección, Forasteros en el espejo, brilla el ser humano, pero es a partir de una búsqueda a veces existencial, tratando de ubicarse a sí mismo no tanto en el reflejo (“Creer haberlo vivido todo, pero sin acordarse”), sino también en las esquirlas de su memoria: “Restan olores esparcidos de cigarros, ecos de copas chocando, ayes irreconocibles, rastros menguados del lugar donde estuvimos, pero tal vez eso nos pueda guiar hacia aquello que esa noche fuimos”.

Cuando ese ser humano, digamos nuestro personaje, logra ubicarse en cuerpo y alma corre riesgos, el pensamiento puede ser un arma de doble filo pues si bien muchos quieren amanecer con algo distinto en su actuar (“Despierto diariamente con la ilusión de ya no ser el mismo yo”), es también quien por espacios definidos el fracaso dicta sus pasos (“Regresar de ser nadie, después de intentar ser todos los álguienes”).

Ese mismo sujeto que focalizó sus impulsos en localizarse, antes o en el intermedio de su vida bien pudo haber conocido en carne propia la segunda propuesta de González Torres, la que nos muestra en desnudo siete pecados, y que va de la mano de una crítica a los tiempos modernos: “Lo suyo no es experimentar pruebas o descifrar señales de la gracia. ¡A qué horas! Quisieran, sí, ser espirituales y creer en un dios, pero flexible, portátil, que quepa en el bolsillo o se manifieste en la pantalla del celular”, sin dejar de lado la preocupación formal de las informalidades, “Luego les pregunto: ¿Qué es mejor: estar angustiados por dejar de ser lo máximo o estar orgullosos de ser nada?”.

El cinismo es una herramienta que bien utilizada rinde frutos que satisfacen a los exigentes, el autor de La sed de los cadáveres lo utiliza de buena manera cuando es adecuado hacerlo, el resultado está a la vista: “Un padre del desierto desenterró los restos putrefactos de su amada para, con el hedor y el espectáculo de la descomposición, desengañarse de su belleza. A mí me sobra con tu mirada iracunda, tus maneras en la mesa, tu aliento de fumadora y tu falta de higiene menstrual”. O este otro que bien puede ser retomado por alguna campaña de esos productos para la sexualidad: “Apenas le hace el amor a su mujer para no gastarla y cree que ahorra tiempo y energías con la eyaculación precoz”, pero sabemos que el conocimiento va más allá del slogan.

Luego viene el intento de cambiar, ir Hacia una conversión, dejar —o al menos intentarlo— de ser el mismo, incluso aquél que quizá nunca se encontró pues siempre estuvo dentro de unos parámetros cortos, limitados por sus propios impulsos (“¡Basta de que nos manipule el sistema, elijamos con libertad nuestros dogmas y prejuicios!”). La estrechez incluso está en el pensamiento de nuestro personaje: “Cuando te pones a pensar casi todo es demasiado para ti y caminas abrumado por el peso del mundo, atemorizado por sus ruidos”.

Allí también hallan asilo los instantes de lucidez fugaz, duración similar al parpadeo y término al facturar la conciencia con la cuota de la desgracia establecida; ahí va de nueva cuenta, el ser humano a veces común, a veces corriente (“Es tan pobre y está tan desnudo que ya sólo lo arropa su dolor”), pero ahora armado de palabras, sin embargo González Torres manda un mensaje que causa ruido e incomodidad a ciertos escuchas, sobre todo aquello que se ciegan con la fe y con el fanatismo: “Pues dicen que se escucha la devoción, no las palabras”.

El camino de la expiación, es la sección del libro donde pequeños ensayos con tintes poéticos, mezcla y balance adecuado, amueblan caminos para ir al paraíso o al infierno. La oscuridad de la luz, mayor cantidad de palabras, de letras acomodadas, misma intención del autor de Los días prolijos, el ser certero en sus mensajes.

Cierra Fuga mundi imagen de variación sobre el mismo tema, donde sale a lucir el instinto del humano, el instinto animal pues si bien “Lo habitual es que la muerte se anuncie en los ojos de un animal”, también resulta cierto que “De todo el registro de hechos milagrosos que atesoramos, sólo las metamorfosis de los dioses en animales tienen que ver con la poesía”.

Temas escondidos en las frases adecuadas, por ejemplo la muerte (“Caída del hombre, erguimiento de la flor”), el silencio (“Cuando tus propias palabras te traicionen y te humillen aborrecerás el don de la elocuencia”), el vituperio (“El leguaje es un indigente que derrocha palabras”), la imaginación (“Un sueño es el eco de lo que no puedes pronunciar”), la capacidad de sorpresa (“¿Dónde han quedado nuestros días de silencio y de sonrojo ante el misterio?”), emergen de esta voz madura, que propone el debate.

Descontando los mecanismo de lectura que se utilicen para enfrentar esta nueva obra de Armando González Torres, lo que sí es cierto es que el autor demuestra una vez más su capacidad de análisis y crítica, de propuesta literaria encaminada a ofrecer su visión de los temas que siempre han estado en el conciente e inconciente de la humanidad, una lectura que se recomienda hacer de forma pausada, la brevedad del aforismo no debe zambullirse en las aguas de la inmediatez ni confundirse en el mundo de la minificción (es otra estructura) o la simple ocurrencia.

Armando González Torres. Eso que ilumina el mundo, Editorial Almadía, México, 2006, 86 pp.

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