martes, 28 de octubre de 2008

El perfil dramático en las letras mexicanas

Para festejar el post número 100 de este blog, deseo compartir con ustedes una entrevista que le hice al escritor mexicano Manuel Echeverría hace ya más de dos años, pero que cuando la iba a publicar en el suplemento ARENA del viejo Excélsior, ese fin de semana desapareció y luego, simplemente no se pudo publicar; hasta que no hace mucho la generosidad de Alberto Buzali la sacara a la luz en su página web, y ahora la retomo porque creo que valen mucho la pena sus palabras, y para celebrar la llegada de su nueva novela, Las tinieblas del corazón, la cual no tardo en reseñar. Gracias por seguir leyendo.

Atrás quedó el rechazo al Premio Xavier Villaurrutia. Por demás es conocido que no presenta sus obras como se estila en estos tiempos modernos. Un escritor diferente es Manuel Echeverría, nacido en la capital del país en 1942. Apartado de la gracia pública que brindan los reflectores de las letras, explica su postura de la siguiente forma: "Es un problema de carácter y de temperamento, y también algo que con los años se fue haciendo muy consciente en mí". Sus razones son válidas, expone: "lo importante es lo que uno pudiera escribir, y en la medida en que un escritor iba desapareciendo detrás de lo que escribía tanto mejor. En el momento en que el escritor trata de ocupar un lugar más significativo que el de su obra, sea esta del tamaño que sea, la obra pasa a un segundo lugar".

Abunda sobre el tema: "Si el escritor se salta las trancas y se olvida de que lo único que podrá quedar de él es lo que produjo y trata de ser él más grande que la propia obra, acabarán por desaparecer los dos, porque la obra será reducida con el paso del tiempo a su dimensión exacta. Y él en el momento en que ya no esté para alentar la obra, dejará de existir".

En un entramado de ciclos, donde algunas voces toman a la literatura como un grito de batalla, Manuel Echeverría encuentra senderos de juicio razonado. "La literatura cumple una función muy importante y a la vez ninguna, la literatura según las épocas cumplen un papel muy protagónico o muy marginal, y eso depende de cada escritor. El hecho de que sea marginal no quiere decir que sea mala literatura, al contrario, muchas veces la literatura marginal es la que ha logrado trascender. La literatura que está reducida al momento, al ahora, a los vaivenes de las coyunturas, suelen morir con la coyuntura. Es una tentación terrible del escritor querer estar siempre sumergido en la coyuntura, al momento, y eso es terrible porque está condenando lo que está haciendo, a ese plazo efímero que suelen tener en el reloj social los fenómenos que cambian de un momento a otro".

Pone un ejemplo conocido: "si pensamos en La guerra y la paz , en Ana Karenina , en Los hermanos Karamazov , por mencionar gente muy grande, ya sabemos o conocemos el contexto social histórico, pero no es tan importante porque finalmente las novelas se sobrepusieron a las situaciones de la época y la trascendieron, que finalmente es el signo que determina la estructura de una obra maestra: surgir de las contradicciones de una época y trascenderla, no morir con ella ni quedar tan atado a ella porque finalmente es una obra fechada, y esa obra tiene cierta validez porque refleja tal cosa".

Advierte la relación que tiene la literatura intrínsecamente en el contexto social. "Cuando una novela se convierte en lo que quería Stendhal, en un espejo de lo que está pasando, corre el riesgo de estar reflejando una imagen con la que el lector de los años que vienen puede tender a identificarse cada vez menos porque la obra está supeditada a esa precondición histórica sociológica que determinó el entorno de la novela".

El ejemplo ruso también se puede aplicar al contexto mexicano, "creo que la literatura es un fenómeno consecuente e inevitable del momento social, moral, cultural, que vive el país, el cual es muy intenso", dice el autor de Un redoble muy largo quien vaticina sin temblor en la voz: "el país está en el umbral de grandes decisiones de las que va a depender su salud por los próximos cincuenta años. Las generaciones jóvenes dependen de las decisiones que se vayan a tomar los próximos tres años".

Un volumen de ensayos Hans Kelsen y los juristas mexicanos , y ocho novelas después, el escritor recuerda que en sus inicios fue el cuento el género donde probó suerte. "Empecé con el cuento creyendo que era el camino de acceso a la novela, yo en realidad cuando escribí el primer cuento (había leído más novela que cuento), cuando empecé a juzgar el cuento por su dimensión tipográfica, es más corto es más fácil, pensé. Con William Faulkner hay una cosa fantástica, él empezó a escribir poesía, y cuando se dio cuenta de que era muy difícil empezó a escribir cuento, y cuando se dio cuenta de que era muy difícil se pasó a la novela, es una manera de pieza anecdótica de explicar mi caso".

Un punto de vista más conciente sobre las razones del por qué Echeverría Ruiz ha escrito exclusivamente novela, es porque en ella "se presenta el desafío literario en todas sus expresiones, se trata de contar una historia que tenga el aliento suficiente como para crear personajes, tratar de imaginar y estructurar psicologías y momentos históricos, tratar de intervenir en la construcción en algo tan arbitrario como un fragmento de vida humana imponiéndole un poco de orden desde afuera y todo hay que organizarlo con una prosa que sea legible, funcional, y fiel, fiel al texto y al propósito estético de la novela, en la medida en que uno puede renunciar a lo más difícil que es el narcisismo verbal a favor de la historia, no del argumento, sino de la historia, estoy contando una historia y siéndole fiel a la misma".

Sin concesiones de por medio, el autor de La noche del grito analiza como pocos cuestiones que van de la estética a la historia, explicación a considerar: "Es un fenómeno muy agudo en las novelas en español, naufragan en un narcisismo verbal, porque el escritor iberoamericano es un escritor más dado a la escritura que a la peripecia y a la aventura. En los textos y en los momentos más renuentes de la literatura hispanoamericana el lenguaje ocupa un lugar más importante que el de la historia, el escritor sajón, el europeo desde los grandes clásicos de la novela europea, ha ocupado el lenguaje como un instrumento subalterno, siempre al servicio de la historia, y el hispanoamericano, quizá por formación, por cultura y por decisiones estéticas impuestas, siente que por obligación va a tratar con el lenguaje, con el idioma, y la novela es un espacio donde se vive esa lucha feroz entre los derechos del lenguaje y los derechos de la historia".

A manera de remate de esta idea, afirma: "todos esos desafíos múltiples se presentan de una manera más palpable, más vívida en la novela que en el cuento, por otro lado el cuento es muy exigente y por eso es mucho más fácil encontrar una gran cantidad de malos cuentos que de malas novelas aunque abunden de los dos".

La decisión de quedar al margen en las fotografías, y en las reuniones de manteles largos, tal como lo ha explicado Manuel Echeverría, ha hecho que los llamados grupos culturales o camarillas tampoco le den cabida. "Para crear grupos se requiere frecuencia, afinidad, no es nada más el hecho de que alguien se encierre en su agujero a escribir una novela en una parte de la ciudad y otro en otra, y que por el hecho de que nacieron en una época afín los va a hacer contertulios, y eventualmente a crear en ellos afinidades de otro tipo. No sé si esto obedece a las decisiones que he tomado de una especie de marginalidad, de autoexilio".

Lo cual enlaza de manera inteligente con una forma de ver la vida muy distinta a la del común en estos corrillos: "finalmente alguien se pone a escribir para tratar de ser un poquito más libre y la vida está llena de ataduras, imposiciones y tiranías de toda índole, desde la obligación de obedecer el semáforo, inscribirte en una escuela, pagar impuestos, votar, las obligaciones normativas del ser humano son infinitas, de pronto te encierras en un lugar y dices, aquí no hay más ley que la mía, y deliberas, cinco, seis, siete horas diarias, lo que puedas escribir, y ahora resulta que también hay que pagar allí una especie de tributo a ese pedazo de libertad conquistado a base de muchos sacrificios, y ahora hay que pertenecer a un club o un cenáculo, y a mí se me hace que eso no le hace ningún bien ya no digamos a la literatura sino ningún bien a los integrantes del grupo, ninguno de ellos va a ser mejor o peor por el hecho de pertenecer a algún grupo, ojalá".

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